2-Una vía de escape

—¿Luna, puedes oírnos?
—Sí, doctor Hewlett...¿dónde estoy? —Dijo la niña bastante confusa.
—Te encuentras a salvo pequeña. Voy a hacerte unas preguntas ¿De acuerdo?
—Como quiera...
—Luna, ¿qué recuerdas de la última vez que hablamos?
—Me porte mal...hice daño a mucha gente...me castigaron —su voz era un susurro.
—¿Y te arrepientes?
El coronel Stewart estaba muy nervioso, no sabía qué pretendía aquel estúpido doctor al recordarle a ese monstruo lo que había ocurrido la ultima vez que estuvo despierta. Su opinión era que estaba jugando con fuego, por muy convencido que estuviese de controlar la situación.
—Sí, doctor...me arrepiento. No quiero que me castiguen más...
—No lo haremos, Luna, sí sigues portándote así de bien.
El doctor se volvió hacia el público y dijo:
—Como pueden comprobar, caballeros, se haya totalmente bajo nuestro control. Le pediré que nos haga una pequeña exhibición de sus habilidades. Luna, ¿crees que serias capaz de mover con tu mente esa carpeta que hay allí sobre aquella mesa y traerla hasta nosotros?...nos gustaría mucho ver como lo haces.
—Sí doctor, naturalmente.
La carpeta levitó en el aire cuando la niña posó su vista en ella y comenzó a desplazarse hasta llegar a las manos del doctor Hewlett.
Un murmullo volvió a recorrer la sala al comprobar la facilidad con que Luna había utilizado sus poderes.
—Ahora muéstranos algo más difícil...¿podrías hacer desaparecer esta carpeta?
La niña asintió con la cabeza mientras se dibujaba una sonrisa en sus labios.
—Eso no es tan difícil doctor...— dijo ella complacida de ayudar. Tenía muchas ganas de ayudar.
La carpeta desapareció en el acto. Al cabo de unos segundos la hizo aparecer de nuevo.
—Muy bien, Luna. Te estás portando como una niña muy buena.
—Gracias doctor...no quiero volver a ser mala, nunca más.
—Nosotros tampoco lo queremos, bonita. Está vez sí que te voy a pedir algo mucho más difícil. Quiero que hagas arder está carpeta, pero solo la carpeta, ¿me has entendido bien?
—Sí, solo la carpeta.
—Exacto...cuando quieras Luna —El doctor Hewlett sujetó la carpeta con una mano alzándola por encima de su cabeza.
Los ojos de la niña se clavaron en la carpeta con gran intensidad y al instante empezó a humear y estallo en llamas azuladas. Solo la carpeta ardía, la mano con la que el doctor la sujetaba seguía intacta.
—Comprueben por ustedes mismos que el calor solo se proyecta hacia el objetivo que le hemos señalado. En ningún momento las llamas me han rozado.
Algunos de los invitados comenzaron a aplaudir como sí de una actuación se tratase.
El coronel Stewart no se fiaba. No creía que ese monstruo se dejará dominar tan fácilmente. "Y esos cretinos siguen aplaudiendo como sí estuvieran en el circo", pensó. "Por un momento deseó que supieran lo que era capaz de hacer esa cosa".
—¿Ven el potencial que tiene esta niña? ahora piensen solo por un momento en sus aplicaciones...¿Lo están imaginando, verdad?
"Se están relamiendo ante las posibilidades", pensó el coronel, "pero no se dan cuenta de nada..."
—Sería el arma definitiva —dijo el doctor Hewlett
—Doctor —dijo Luna —yo no quiero ser un arma, las armas hacen daño a la gente...
—No lo serás, solo les explicaba a estos caballeros...
—No quiero volver a hacer daño a nadie, no quiero que me vuelvan a castigar —Luna empezaba a ponerse nerviosa.
—Tranquilízate Luna, no queremos que hagas daño a nadie, solo...
—¡No!...Usted me ha engañado —gritó.
El coronel Stewart veía confirmadas sus sospechas. Nunca serían capaces de dominar a aquella criatura y por una vez, llevaba toda la razón. El único interés que tenían por ella era por su poder armamentístico. La niña les importaba muy poco.
Los soldados apuntaron rápidamente con sus armas a la niña, solo esperaban una orden para abrir fuego.
—Luna...Luna, escúchame... —El doctor Hewlett no sabía qué hacer o qué decir para tranquilizar a la niña.
Se volvió hacia uno de los cajones de su escritorio y lo abrió, dentro había una jeringuilla llena de Tricoidina, lista para usar.
La niña vio sus intenciones y grito mucho más fuerte:
—No me castiguen... Yo no he hecho nada...Solo quería ayudarles. ¿Por qué tienen que estropearlo todo?
De repente la jeringuilla estalló en la mano del doctor con un ruido de cristales rotos
Los soldados quitaron el seguro de sus armas con un chasquido.
—Luna, tranquilízate...te matarán...—El doctor se agarraba su mano herida de la que chorreaba sangre.
El coronel Stewart estaba a punto de dar la orden para que abrieran fuego y esperaba que ese estúpido doctor se quitara del medio. Sí no lo hacía, ordenaría que dispararán a través de él.
—Doctor, apártese —grito.
—No pueden matarla, es muy especial...
—¡Fuego! —Ordenó el coronel...y entonces el infierno se desató.
El calor en la sala se hizo insoportable y uno a uno, todos los soldados entraron en combustión. Sus gritos de dolor eran atroces, sus cuerpos se retorcían entre las llamas y ni uno fue capaz de disparar sus armas. El calor aumento tanto que era imposible de aguantar.
El coronel Stewart desenfundó su arma reglamentaria y apunto a la cabeza de la niña. Los ojos de esta parecían arder con el fuego que surgía de su mente. Y su cabello inflamado por las llamas que no la tocaban, parecía crear un aura alrededor de ella. La tenía a tiro, acarició por un segundo el gatillo y...
Una voz estallo en su cabeza como un grito, le llamaba por su nombre:
—Walter, es solo una niña, ¿no pensarás hacer daño a una niña indefensa?
—No, no es...una...niña, es un monstruo...
—Guarda el arma, Walter. Haz caso a tu madre...
—¿Mamá? —la mente del coronel ya no sabía distinguir la realidad, los ojos de Luna y su hipnótica mirada eran lo único que veía.
—Walter, aparta el arma o te vas a hacer daño, estás comenzando a enfadarme...
—No mamá, no te enfades...
—Está bien, lo conseguiste. Eres un niño muy malo. Ahora apunta la pistola a tu cabeza...¡hazlo Walter!
El coronel Stewart apunto su pistola directamente contra su sien.
—Y ahora hijo mío...dispara.
El estampido resonó por todo el laboratorio cuando el coronel Stewart se voló la cabeza con su propia arma.

Alfred Newman corrió hacia la puerta de seguridad. El coronel había muerto y a su alrededor todo era sangre y llamas... y esos ojos azules que parecían clavarse en lo más hondo de su alma. Consiguió abrir la puerta y echó a correr como un loco alejándose del laboratorio.

El caos era ya generalizado, todos los presentes intentaban huir de allí, pero las enormes medidas de seguridad con que contaba la sala de lectura les impedían hacerlo a la velocidad que ellos hubieran deseado. Uno a uno, los invitados especiales del coronel empezaron a matarse entre ellos tratando de salir de aquella ratonera. Muchos murieron pisoteados en su intento de escapar.

—Luna, por favor, detente. —El doctor Hewlett que en un primer momento se había refugiado en un rincón de la sala, se había acercado a la niña. Llevaba en su mano ilesa, escondida a su espalda, otra jeringuilla y esperaba acercarse lo suficiente para poder inoculársela a la chiquilla.
—Doctor —la voz de Luna sonaba muy tranquila —¿olvida que puedo leerle la mente?
—Detente, acabarán matándote...
—El único que va a morir será usted, doctor.
Luna soplo en dirección al doctor y un gas verdoso salió de entre sus labios fruncidos.
El grito de dolor del doctor Hewlett al sentir su rostro derritiéndose duro muy poco. Cuando su cuerpo cayó al suelo, ya estaba muerto.
—Adiós doctor —dijo Luna mientras las correas que la sujetaban a la camilla se soltaban por sí solas.
La niña se dejo caer al suelo, aún demasiado débil para mantenerse en pie, pero en unos segundos sus piernas consiguieron sujetarla.
Las puertas se abrían a su paso y ella abandonó el laboratorio.
Todo aquél que se cruzaba en su camino, moría de una forma espantosa. Nadie pudo detenerla, cuando salió al exterior y vio un profundo bosque rodeando las instalaciones, se interno en él y desapareció.

Espero que os siga gustando y gracias de nuevo por leer.

Luna ha conseguido escapar, pero ¿se dará por vencida la organización Orpheus? ¿o la perseguirán con todos sus medios?

¿A quién conocerá Luna en el próximo capitulo?

Podréis leerlo muy pronto.



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