Capítulo 34
Había transcurrido un año desde que Baalberith tenía la penitencia; pero no estaba enfadado, no sintió rencor en ningún momento, solo... nostalgia, tristeza.
La agonía lo acompañaba a todos lados, nunca estaba plenamente solo con su esencia. No lloraba, no sonreía, no gritaba. Nada; era como si estuviese muerto, aunque eso era imposible.
Siempre pensaba en Kamila, le dolía no poder acercarse a ella nunca más, pero el último recuerdo que tuvo con ella atormentaba su mente enferma; esos ojos llorosos, esas lágrimas, su voz entrecortada, su grito. Ella yendo hacia él en un intento de salvarlo. Rogándole a él que se salvara a sí mismo...
Era demasiado con que lidiar por el resto de la eternidad.
Pudo haberse liberado del castigo, pudo enlazar su alma con la de ella y salvarse, pudo estar con ella. Pero no lo hizo, sabía que la forma en que la quería no era sana ni adecuada, a pesar de no querer hacerle daño y solo querer su cariño; pero la haría sufrir, ella sufriría a su lado. Y no podría soportarlo.
Tomó la mejor decisión.
Si amas algo, debes dejarlo ir. Ya le había encontrado el sentido a esa frase que le parecía tan estúpida.
Suspiró pesadamente y se llevó una mano al pecho y ejerció presión. Le dolía mucho, nunca había sufrido estando en el infierno, se mantenía ocupado torturando y dirigiendo. Pero ahora sí estaba viviendo lo que era verdaderamente. Y lo detestó.
Por primera vez había logrado entender a todas las almas en pena y demonios que habitaban allí.
Se levantó desganado de su trono y se transformó en bestia. Bajó de un salto del montículo y empezó a caminar, debía supervisar a su pelotón. Le había dado su cargo de entrenador a uno de los mejores demonios que lo conformaba y él solo los veía de vez en cuando, asegurándose de que mejoraran y siguieran siendo el mejor batallón.
Llegó al patio de entrenamiento que le correspondía y escuchó gritos lastimeros, eufóricos y carcajadas hilarantes y burlonas. Olía a sudor, vómito, sangre, quemado y emociones de guerra. Estaban divididos en dos filas y combatían entre ellos. Tenían buenas técnicas, pero a pesar de ser los mejores, no podrían garantizar la derrota de los batallones celestiales, pero si lograrían cualquier cometido.
Uno de los demonios silbó y todos pararon, giraron hacia Baalberith y le dieron un saludo militar.
— Continúen. — Fue lo único que dijo.
Fue a una zona apartada y formó una esfera que le permitiera observar la tierra. Era la única forma en la que podría saber de Kamila, sin lastimarla. Sin que ella lo notara. Lo hacía con frecuencia, dos veces por día.
Ella estaba jugando baloncesto en la gran casa del bosque, junto a cuatro chicos más. Ella jugaba junto a un chico de pecas, mientras su novio y un par de hermanos jugaban en su contra. Sonrió, verla siempre aliviaba su dolor.
<<Espero estés cuidando de ella y amándola como lo merece, humano tonto>> pensó.
Unos lamentos extrañamente lejanos llegaron a sus oídos, pero parecían estancarse en su mente; cerró la conexión y puso sus sentidos alerta. Los quejidos parecían tan agónicos que se dejó guiar, se sentía identificado con aquel dueño que le dio curiosidad. Pero lo que quería en verdad era amordazarlo, era como escuchar una de sus voces internas y quería acabar con ella.
Caminó hasta llegar al pozo de oscuridad, los lamentos se hicieron más intensos. Sin pensarlo, entró. No podía ver absolutamente nada, tuvo que colocar una bola de fuego sobre su cabeza y cambiar a su apariencia humana para que el pelaje no le tapara la poca visión.
Se adentraba cada vez más, veía las pobres almas envueltas por su propia oscuridad que contrajo el rostro asqueado. Cuando estuvo por llegar al final, los quejidos fueron reemplazados por risas, que se convirtieron en carcajadas. Sonaban tan enfermas que cualquiera se hubiese paralizado, y daría media vuelta y saldría corriendo, pero era Baalberith. Solo se sorprendió.
— No puedo creer que te haya engañado, bestia — habló una voz conocida frente a él y rió burlesco.
El príncipe se acercó más y las llamas lograron alumbrar al sujeto encadenado al suelo. Bufó con frustración.
— Veo que el encierro te está enloqueciendo más de lo que ya estabas.
— Y a ti te está matando no ver a tu preciada prima, querido amigo — le dijo con sorna, y puso una expresión de tristeza falsa —. Yo también extraño a mi pequeño ángel.
Pateó una de sus cabezas.
— No vuelvas a decirle así, maldito — masculló viéndolo desde arriba.
Balaam volvió a reír, y él lo volvió a patear. El demonio escupió algo de sangre verdosa, nauseabunda y sonrió.
— ¿Qué te parece si hablamos como en los viejos tiempos, eh? — Le propuso con astucia, conociendo la respuesta que le daría.
— Nosotros jamás hemos tenido una conversación amigable, idiota — dijo entre dientes, ya quería irse.
— Oh, ¿no lo recuerdas? — preguntó con sorpresa fingida — ¿Recuerdas al menos cuando nos desenterraron del cielo?
Baalberith se quedó paralizado, nunca había pensado en eso. Lo único que sabía era lo que le habían dicho, sus recuerdos empezaban en el infierno. Ni siquiera recordaba cómo era el cielo.
— No, sabes que me castigaron quitándome mis memorias — le contestó tratando de sonar indiferente.
Balaam ocultó una sonrisa maliciosa.
— Eso no fue un castigo, Lucifer te las robó. — Después de decir eso sí sonrió. No pudo evitarlo.
— No mientas, Balaam — le advirtió.
— No miento, es verdad. — Se defendió —. Están en las fosas de la laguna de lágrimas, ve a buscarlas. Pero eso sí, no vayas decirle nada al rey, o de lo contrario las destruirá, y te despedirás de la oportunidad de ver tu pasado.
Baalberith se lo pensó por unos instantes, no podía confiar en esa escoria, pero su curiosidad había sido pinchada de nuevo. Era muy curioso como para ignorarlo. ¿Y si era cierto lo que le había dicho?
— Si es mentira, vendré y te haré pedazos. Te quemaré — amenazó señalándolo.
Se dio la vuelta y salió de allí.
— No vendrás, principito, pero sí que me vas a liberar — dijo el demonio a la nada y volvió a reír.
Corrió como loco hasta la laguna de lágrimas. Vio de soslayo a las brujas llorar y criaturas regenerándose en el agua, pero las ignoró. Tomó una antorcha que estaba en la entrada de la cueva y entró, llegó hasta el fondo y empezó a buscar entre los agujeros de las paredes rocosas. Una de las fosas tenía encima su nombre tallado, y dentro de ella había un pequeño frasco de cristal sucio con un líquido blanquecino brillante dentro.
Sintió la garganta seca, era cierto; Balaam no había mentido.
¿Por qué Lucifer le había hecho eso? ¿Qué motivo tendría?
Comenzó a sentirse molesto, y estuvo tentado a ir a encararlo, pero se contuvo. Lo mejor sería ver si los recuerdos valían la pena.
Pero, ¿qué recuerdo no lo valdría? Ellos forman parte de nuestro pasado y nos hacen quienes somos. Nos definen.
¿Quién eres, Baalberith? ¿Ese es realmente tu nombre?
Tomó una respiración profunda y creo una esfera, vertió el contenido del frasco en ella y todo se reprodujo como una película.
Dos angelitos corrían por las praderas del paraíso, cuando nació el más pequeño el creador los había hecho hermanos. Su vínculo fue tan grande desde entonces que se volvieron inseparables.
Ambos se detuvieron junto a un estanque con patos.
— Hermano, ¿crees que algún día seremos tan fuertes y nos nombrarán ángeles de la guardia real?
El mayor lo miró con cariño, y sacudió su cabello rubio, igual al de él.
— Claro que sí, Bazathiel. Seremos los mejores — le contestó y ambos se sonrieron.
El amor que sentía el uno por el otro era tan palpable que parecía tangible. Como si fuera algo viviente, aunque lo era. El sentimiento habitaba en los corazones de ambos. Con el pasar de los años el sentimiento siguió creciendo, y a pesar de que eran hombres, el menor de los hermanos seguía siendo jovial y rebelde, no de gravedad, pero siempre lograba salirse con la suya.
Todos estaban encantados con él por ese hecho, tenía una personalidad diferente; era caballeroso, gracioso, servicial y eficiente, pero de vez en cuando rompía las reglas. En fin, era su naturaleza, no podían hacer nada, solo perdonarlo. Era de los mejores del batallón, y el favorito de muchos por su cautivadora esencia.
El vínculo entre hermanos se intensificaba cada vez más; Melahel era caritativo, implacable, y el menor era emotivo, justo. Ambos eran excesivamente amorosos y encantadores, inteligentes, pero Bazathiel rebosaba en inocencia.
Era tan ingenuo... seguía aferrándose a todo como un niño.
Un día iba caminando por los campos nevados, cuando se encontró con el ángel más fuerte: Luzbel. Apenas eran unos adolescentes, pero la admiración que sentía por él era tan grande que corrió a su encuentro.
Luzbel al sentirlo se giró, y sonrió encantadoramente hacia él.
— Hola, Bazathiel. — El corazón del ángel dio un vuelco.
— Sabes mi nombre — dijo asombrado.
— Claro que sí, los conozco a todos. Y eres un buen guerrero, ¿cómo no te habría notado?
Ambos conversaron por horas, y se hicieron mejores amigos. Con el pasar del tiempo, Bazathiel se fue volviendo cada vez más fuerte, hasta ser más poderoso que su propio hermano, aunque a este no le molestaba; se sentía muy orgulloso de él. Por otro lado, Luzbel estaba harto de estar siempre por debajo de Dios, creyéndose muy capaz de superarlo.
Se llenó de odio y envidia, y creó su propio ejército de ángeles que también estaban cansados de recibir órdenes. ¿Qué tenía que ver Bazathiel en eso, si no estaba enterado de nada? Pues, demasiado. Al ser de los más fuertes, Luzbel lo quería de su lado, pero él era un fiel seguidor de las doctrinas celestiales; no veía nada de malo con ello, adoraba a su Dios. Y por esa razón, Luzbel lo tuvo engañado por mucho tiempo, en complot con el resto del ejército. Todos sabían que lo necesitarían para llevar a cabo sus fechorías.
Bazathiel creía que solo se trataba de un comité creado con el fin de establecer nuevas leyes que promoverían el bienestar de todos, y como fiel amigo que era, apoyó la causa.
Una virtud que caracterizaba al ángel era la lealtad. Era leal como nadie, pero eso solo lo conduciría hacia su propia perdición.
— Sabes que no me gusta lo que están haciendo, Baz. Te están usando. Él se está aprovechando de ti. — Le había dicho en una oportunidad su hermano.
— No seas aguafiestas, Mel. Tú sólo quieres que los deje porque estás celoso de que pase más tiempo con ellos que contigo — le dijo el menor enfadado —. Además, Luzbel es mi mejor amigo. Jamás me traicionaría, y yo no lo traicionaré.
Ese fue el punto de quiebre entre ambos hermanos, después de eso se fueron alejando gradualmente. Uno dolido, y el otro un poco rencoroso y orgulloso, pero también con el mismo sentimiento.
El día más esperado llegó, y Bazathiel sin saber en lo que estaba metido defendió a su mejor amigo hasta condenarse. Cuando le arrancaron las alas y escuchó lejanamente lo que realmente había sucedido, comprendió todo. Estaba arrepentido, pero era demasiado tarde.
Cuando lo esposaron al lado del que alguna vez confió, hecho un río de lágrimas, murmuró con la voz rasposa y con dolor:
— Me mentiste.
El ahora Lucifer lo miró con una sonrisa burlona, y contestó con un deje de indiferencia:
— No tengo la culpa de que seas tan ingenuo, amigo. Para la próxima, ve mejor en quien vas a confiar.
Segundos después los echaron de su hogar, y cayeron hacia el infierno, donde residirían por el resto de la eternidad.
Cerró los ojos con fuerza, volvió a meter el contenido del recuerdo en el pequeño frasco y deshizo la esfera. Una ira descomunal se apoderó de él. Lo habían usado, manipulado y condenado en contra de su voluntad. Era inocente, y quien lo llevó a todo eso fue su mejor amigo, en quien más había confiado, a quien defendió por encima de su propio hermano, por quien le arrancaron las alas de las que tanto estaba orgulloso.
Quería acabar con todo, con todos, destrozarlos. Lo peor era que no solo él le había mentido, el resto de los caídos también lo habían hecho. Se burlaron en su propia cara. Y lo pagarían, quería hacerlos pagar, sufrir.
Pero no pudo. Por el contrario, se desplomó en el suelo de aquella húmeda caverna y se echó a llorar sin vergüenza. Nadie lo vería de todos modos. Se sentía exprimido como muñeco de trapo, débil, defraudado. La reacción menos esperada; le habían arrebatado sus recuerdos por miedo a que destruyera al batallón entero y las ruinas que poseían.
Tener ese miedo fue en vano.
Había perdido tanto.
Luego de dos días se levantó, ligeramente estable y calmado, y pensó lo primero que tenía que hacer:
Debía comunicarse con Melahel.
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Estamos en la recta final señores!!!
¿Qué creen que suceda? Depositen sus teorías aquí, people.
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