Capítulo 31

Aparecieron en medio de la gran iglesia, con los corazones latiendo desbocados y las respiraciones aceleradas. La catedral tenía sus inmensas puertas cerradas, habían quitado las butacas y había muchas velas puestas en sitios estratégicos, aunque no estaban encendidas. Kamila era un manojo de nervios, no podía hablar, ni moverse; Becky y Alex al menos fueron un poco prácticos y se acercaron al cura que estaba sentado ante el altar leyendo y repasando oraciones.

Trevor encendió las velas de golpe, asustando a todos más de lo que ya estaban. No era su intención, solo quería ayudar.

Hizo una reverencia ante su amo y volvió a Greenland. Una oleada de valor golpeó a Kamila e intentó canalizar su poder; al principio no lo consiguió, estaba tan nerviosa que le era difícil concentrarse, pero una mirada hacia el castaño bastó para que toda la energía se expandiera por sus venas y sus ojos brillaran en dorado. Volvieron a la normalidad al cabo de cortos segundos, pero ya había obtenido un efecto en ella.

Se acercó al trío que hablaba entre temblores y voltearon a verla. Su presencia era tan imponente que nadie se atrevería siquiera a mirarla a los ojos. El cura fue incapaz, mas sus amigos sí lo hicieron, y sonrieron con una mezcla de miedo y tranquilidad.

— ¿Has sido tú quien encendió las velas? — preguntó la española con un tinte asombrado en su voz.

— No, fue Trevor — contestó y miró al sacerdote —. ¿Está preparado?

— Sí, mi señora — contestó algo intimidado, Kamila sonrió.

— Tengo dieciocho, no me diga señora. ¿Qué le pasa a la gente que me trata como si fuera una vieja?

Rieron, eso era lo que ella quería: que se relajaran un poco. El miedo no impediría que pasase lo que fuese a pasar y solo sería un obstáculo que no los dejaría actuar rápido y preciso.

El sacerdote levantó la mirada y asintió. Se posaron detrás del altar y se tomaron de las manos. El hombre se aclaró la garganta y cerró los ojos. Los chicos agacharon la mirada.

— Señor, pido tu permiso para realizar los actos a continuación; te pido que pongas tu protección sobre nosotros, nos cubras con tu santo manto y salves nuestras almas. Perdona todos nuestros pecados y espero tu ser misericordioso nos permita la vida eterna...

<<Este tipo parece resignado a morir. Esto no va a salir bien>> pensó Alex mirando de reojo al padre con decepción.

— Yo invoco al demonio Balaam para este encuentro. ¡Oh, Balaam, por favor, acepta nuestra invitación!

Una brisa fría de origen desconocido apagó todas las velas, dejando como única iluminación las luces que empezaban a parpadear. Las puertas se abrieron de golpe y allí apareció el solicitado usurpando el cadáver de un pobre mortal.

Avanzó unos pasos y se detuvo, las puertas se cerraron a sus espaldas produciendo un gran estruendo.

— No era necesario hacer esto, mi pequeño ángel, siempre voy a dónde tú vas. Una llamada hubiera sido suficiente.

— ¡Que las fuerzas del cielo nos permitan acabar con este enlace! ¡En el nombre de Jesús, yo...

— Ay, ya cállese, viejo ridículo — habló Balaam obstinado.

Una lanza atravesó la frente del sacerdote y se incrustó en la pared. El cuerpo cayó inerte al suelo y un charco de sangre se fue formando. Alex se volvió de acero, a la defensiva, y empezó a caminar directo al demonio, pero se detuvo; una fuerza extraña impedía que se moviera. Su miedo había desaparecido y fue reemplazado por ira, Kamila lo sabía muy bien, pero no quería que Balaam le pusiera un solo dedo encima.

— Mi... pequeño... ángel — saboreó las palabras —, ¿sabías que ese espectáculo fue una pérdida de tiempo?

Sí, ella lo sabía, pero él a pesar de haber dicho que con una llamada aparecería, nunca pondría un pie en una iglesia, porque eso debilitaba a los demonios mayores, y necesitaba que una de las partes matara a un humano para realizar el desenlace.

El verdadero desenlace.

Además, una iglesia sería demasiado aristocrático para hacer historia.

Porque eso era lo que iban a hacer: historia; marcarían el infierno, el cielo y la tierra con un acto que representaba lo más inverosímil e imposible.

Kamila se agachó junto a Becky y la azabache las encerró dentro de un gran campo magnético. La Suprema posó su índice en la frente de su amiga, poniendo un campo de protección en su mente para que ningún demonio pudiera acceder a ella.

— Concéntrate, ignora todo a tu alrededor. Y nunca habrás los ojos — murmuró la princesa del infierno.

Becky asintió, y Kamila se acostó en el suelo.

— ¿Dónde estás, mi pequeño ángel? ¿Por qué te escondes de mí? ¿No querías que viniera? ¡Aquí me tienes, listo para todo lo que quieras hacer!

Cerró los ojos.

— Sit libera animam meam — murmuró, y su alma se desprendió de su cuerpo. Se ocultó entre las sombras.

Dejó de ejercer fuerza sobre Alex y el chico de inmediato supo que ya había empezado. Corrió al altar y permaneció alerta.

— Quiero jugar, preciosa. Vamos, sal de donde quiera que estés — habló el demonio burlón. Una sonrisa siniestra adornaba el rostro muerto. Sus ojos se habían tornado de ese rojo hipnótico que lo caracterizaba.

Kamila apareció frente a él, más fuerte y elegante que nunca. Su alma dividida; blanca y negra resaltando en celeste y violeta. Un mismo ángel. Un mismo demonio. Con solo observarla podías pensar en una sola palabra: poder. Todo de ella emanaba poder, superioridad.

Balaam borró su sonrisa, y abandonó el cadáver. Sus ojos brillaban aún más, pero no logró ningún efecto en ella.

Ya no podría ejercer ningún efecto en ella.

Él contempló su alma entera, no había detalle que no hubiera memorizado, ni componente que no hubiera percibido. Había estudiado su esencia completa, y se la aprendió. Y se obsesionó más.

Si antes estaba demente y quería todo de ella a cualquier costo, ahora su mente estaba igual al de un animal salvaje.

Sin una gota de cordura.

Sin control.

— ¿Quieres jugar? — preguntó la suprema, seria —. Pues juguemos.

Balaam realizó una reverencia, y del suelo emergieron grietas que iban expandiéndose. De ellas salían demonios de categoría media, de deformidades inimaginables y olores nauseabundos.

Balaam había percibido el olor de Kamila. Era un olor característico: cítrico. Naranja. Dulce y ácido, perfectamente equilibrado.

Equilibrio, esto era más de lo que había imaginado. Mejor...

Los demonios riendo y gritando se abalanzaron contra el alma más pura que hubiera existido en todos los tiempos. Hambrientos, sedientos, avaros. Una lástima que de ella saliera una luz cegadoramente celestial, haciéndolos chillar agudamente.

Balaam se volvió un ovillo para no debilitarse.

Los demonios entre sus jadeos, se alzaron y arremetieron contra el campo magnético. Ese era el plan de Balaam: acabar con el cuerpo de Kamila, así ella no podría volver y tendría que hacer el pacto. Si no había cuerpo, debía estar atada a alguna entidad sin alma para no perder su poder.

Así como podía tenerlo todo, podía volverse nada, y dejar de existir.

No tendría opción, debió quedarse en el paraíso y asegurarse a sí misma.

Alex peleaba a diestra y siniestra contra los demonios, de a varios le arremetían. Él golpeaba, pateaba, empujaba, chocaba. Pero no podía parar. Debía proteger el campo.

Becky estaba aterrada, escuchaba el caos; los gritos, estruendos... como los demonios golpeaban con brutalidad el campo tratando de romperlo. No estaba para nada tranquila, lo único bueno era que mientras más alarmada estaba, más miedo tenía de que los demonios entraran y más fortalecía el campo.

Los demonios le decían todo tipo de cosas, cada vez peores. Y eso la tenía como un chihuahua en medio de la lluvia: envuelta en temblores. Extendió sus alas y con ellas cubrió al cuerpo de su amiga.

<<No abras los ojos, no abras los ojos>> repetía como si fuese un mantra y rogaba que todo acabase pronto.

Por otro lado, Kamila arremetía contra el demonio con una velocidad y fuerza sorprendentes, debía debilitarlo a más no poder y evitar que la tocara. Si él lo hacía, la marcaría y se despediría de su libertad y le daría la bienvenida a la sumisión.

Por eso necesitaba su cuerpo, estaba segura dentro de él a pesar de no poder prepotenciar todo su poder completamente.

El demonio también era rápido y esquivaba algunos golpes, pero no acertaba ni uno. La batalla fue ruda, ninguno de los contrincantes estaba dispuesto a perder.

Hasta que Kamila se hartó, y lanzó una patada directo al abdomen del demonio, haciendo que impactara contra una pared y una escultura le cayera encima y se quebrara.

Ella aprovechó su oportunidad para acabar con él.

— Por favor, no lo hagas. Te... te daré lo que pidas. Oro, diamantes, crearé un mundo para ti y gobernarás a una nueva especie. Ten piedad, misericordia — rogaba el demonio. La suprema lo ignoró, no perdería tiempo valioso con sus mentiras.

—¡Yo te condeno, a permanecer el resto de la eternidad, encadenado al pozo de la oscuridad. Nadie podrá sacarte de allí, ni relevarte. Ni siquiera el mismísimo Lucifer estrella de la mañana!

Balaam gritó, ya no le quedaban fuerzas para pelear. No había nada que pudiese hacer, solo resignarse a lo que le tocaba. Pero sonrió con cinismo y murmuró:

— Te veo en el infierno, perra.

— Yo tengo un lugar reservado en el cielo, pero con gusto iré a visitarte para disfrutar de tu sufrimiento.

Balaam soltó una débil carcajada.

— Hasta siempre, mi pequeño ángel — susurró con una sonrisa y desapareció.

El puesto de general estaba libre, ¿quién lo tomaría?

Los demonios corrieron de vuelta a sus fosas y las grietas se cerraron en medio de sacudidas. Alex volvió a su apariencia normal y soltó un suspiro exhausto. Kamila flotó en el aire y se posicionó sobre la gran burbuja.

— Redit ad templum, anima mea — dijo solemnemente y fue absorbida por su cuerpo. 

Se sentía pesada, emitió un quejido mientras se estiraba y abrió los ojos. Becky dejó de mantener el campo y se desplomó sobre el suelo como si le quitaran un peso de encima y quisiera llorar de alegría.

— Por fin, se acabó — jadeó, la Suprema sonrió.

El castaño se acercó pisando firme y con las manos en las caderas.

— Bueno, larguémonos de aquí. Quiero vomitar.

Se levantaron y comenzaron a caminar a la salida, pero cuando iban a mitad del camino una figura se plantó frente a la puerta.

Baalberith estaba allí, y había contemplado todo el enfrentamiento.

Él se había enterado del encuentro y quería proteger a lo único que le importaba en su miserable existencia. Era amor lo que sentía por aquella chica. Amor, un sentimiento que había renacido cuando se creía que no podía sentir, cuando su corazón estaba podrido. Pero allí estaba, una lástima que no supiera como manejarlo en ese preciso momento en el que había descubierto que estaba combinado con algo más.

Una obsesión que parecía consumirlo.

Sin embargo, no quería hacerle daño, solo quería protegerla y estar más cerca de ella. Que gobernara a su lado, aunque si se negaba lo comprendería.

Era muy comprensivo y tolerante cuando se trataba de ella.

Había un magnetismo entre ambos, y se acercaban cada vez más a pesar de que luchaban por no acercarse. Era como si alguien hubiese puesto un imán sobre sus cabezas y pelearan contra la ley de atracción.

Baalberith tenía un regalo para ella: una corona de oro blanco con rubíes. Era digno de una princesa, tan hermosa y brillante que cualquier duende la querría como posesión.

Kamila se sentía confundida, siempre estaba confundida cuando se trataba de él, mas luchaba por mantener sus sentimientos fuertes. Amaba a Alex, pero Baalberith la confundía cada vez más. Y en ese instante lo único que quería era correr hacia él y abrazarlo, le tenía gran cariño, aunque eso pudiese jugar en su contra.

Pero algo pasó, algo que rompió su corazón y le llevó muchos años recomponerlo.

Melahel apareció y atravesó al demonio con un palo de punta afilada. Nadie tenía idea de cuánto le dolía hacer eso al ángel, ni siquiera fue capaz de herirlo con un arma celestial. No quería dañarlo verdaderamente.

Pero aun así, le puso el mismo castigo que tenía Lucifer: no salir del infierno.

Baalberith conectó su mirada con la de la Suprema mientras de sus ojos salían lágrimas; lágrimas reales, al igual que de los de Kamila. Soltó el obsequio, el ruido hizo eco en toda la catedral.

<<Lo siento>> formuló con los labios, y cada vez se fue volviendo borroso, comenzaba a desaparecer.

— ¡No! — gritó Kamila desesperada y empezó a correr hacia el demonio — ¡Por favor, no me dejes! ¡Pelea!

Pero ya era tarde, había desaparecido.

Su respiración se volvió pesada, ahogada. Cayó de rodillas al suelo y apretó su pecho con sus manos como si eso pudiera apaciguar el dolor que tenía en su corazón.

Miró a Melahel, quien lloraba como si hubiese tenido la peor de las pérdidas, y se compadeció. No podía enfadarse con él, había sacrificado a su propio hermano para salvarla del peligro. Lo entendía, pero aun así no podía parar su sufrimiento.

Miró la corona a su lado y sollozó más fuerte; la tomó entre sus manos y profirió un grito desgarrador. Se abrazó a la reliquia.

Nadie jamás sería capaz de entender lo que ellos sentían, lo mucho que sus almas estaban enlazadas. Nadie.

Ella era parte de él, y él de ella. Y se habían perdido el uno al otro.

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