Capítulo 22

Alex.

Ansiedad, es la palabra perfecta con la que podría describir lo que todos estábamos sintiendo en ese momento.

Habían lanzado una bomba molotov a la habitación de Amelia; para su suerte, ella estaba con Anastasia. Corrí hacia la sala y allí me encontré con la mayoría, sentí un gran alivio al ver que Kamila tenía a Kira en brazos y no tenía ni un rasguño; me acerqué a ella y la abracé. Sé que ella puede cuidar de sí misma, pero aun así no puedo evitar querer protegerla.

— Están destrozando la casa — murmuró Raquel con dolor, y motivos sobraban para estar devastados.

Es el lugar en donde han habitado los krístals desde hace dos siglos.

Becky nos cubrió con uno de sus campos, y aquellos guerrilleros demolieron otra pared. Los restos rebotaron contra nosotros.

— Nosotros nos encargaremos, no es necesario que digamos lo que haremos. Ya lo hemos pensado y puedo ver la emoción que tienen en la cara — dijo el maricón de Finn y fruncí el entrecejo.

— Déjanos salir, Becky, y luego vuelve a poner el campo — ella asintió ante la petición de Anastasia.

Yo no sabía de lo que estaban hablando. ¿Qué era lo que querían hacer? Supe que no era el único, Kamila tampoco había hecho ni un amago de moverse.

Una granada explotó y nos dejó expuestos. Esa pareció ser la señal que ellos estaban esperando.

— Ahora — murmuró Zack y Becky dejó de mantener el campo.

Los chicos comenzaron a correr, la novia de Cocktember volvió a resguardarnos. Todos empezaron a resplandecer y los efectos krístal surgieron. Anastasia congelaba los soldados que podía, Finn se estiraba y lanzaba cuerpos haciendo catapultas con sus propios brazos. Siempre me ha repugnado verlo usar ese poder, asquerosa elasticidad.

El pecoso corría y golpeaba directo a la yugular, y Zack, bueno, desintegraba las armas y los cuerpos que caían al suelo.

Él me parecía el más útil.

La casa estaba rodeada, y eran muchísimos soldados, no podría sacar un estimado mínimo de doscientos. Un sonido aturdidor provino del techo y miré hacia arriba junto a los que estábamos dentro del campo, y los escombros nos cayeron encima y rebotaron hasta el suelo. Raquel comenzó que llorar.

— Nos quedamos sin casa — musitó la rubia, y Tom la abrazó por los hombros.

Miré a Kamila, y ella me miraba asustada, supongo que se debe de estar atormentando ella misma con que esto es su culpa; le sonreí para tratar de confortarla, pero seguramente me salió una mueca.

Los chicos volvieron y Becky volvió a la normalidad.

— Arreglaré todo mañana, no se preocupen. Quedará mejor de lo que estaba — comentó Zack con energía, sacándole una sonrisa melancólica a Raquel.

— Por ahora debemos buscar dónde quedarnos — habló Tom tomando una posición de liderazgo —. Raquel, Amelia y yo nos quedaremos en un hotel. Pueden venir, si quieren.

— No te preocupes por nosotros, Tom. Nos quedaremos con nuestro padre — habló Zack dándole unas palmadas a su hermano en el hombro quien se veía cohibido. A Finn se le apagó su espontaneidad, volvió a cerrarse.

— Yo me quedaré con mi mamá — anunció Becky.

— ¡También yo!

— Iré a donde Natasha.

— De acuerdo — murmuró Moli —. ¿Y ustedes, chicos? — preguntó hacia mi princesa y a mí.

— Iremos a mi casa — murmuró ella.

— Bien, vayan a buscar sus cosas. Los acercaré en la van.

Nadie sabía cómo pasar los escombros, tuvieron que utilizar sus alas. Miré a Kamila que no se había movido.

— Te espero aquí — murmuró. Asentí apretando los labios.

Llegué a mi habitación empujando ladrillos y tosiendo, cogí un morral y metí algo de ropa y mi cepillo de dientes. Me teletransporté de vuelta a la sala y mi princesa me miró un poco ida. Le pregunté a dónde nos iríamos, y me dijo que a su casa en Venezuela; me extrañó un poco, pero la complací.

Aparecimos en su habitación. Dejé las cosas en el piso y Kamila dejó a Kira sobre la cama y luego me miró, aunque no supe interpretar su mirada. Me acerqué a ella y la rodeé con mis brazos, era obvio que algo le ocurría, lucía abrumada. Ella pasó sus brazos por mi cintura y me abrazó; suspiró con pesadez y apoyó su cabeza sobre mi  hombro.

— ¿Te sientes bien? — pregunté y acaricié su cabello. Tardó un poco en responder.

— Ya ni sé — contestó —. Creo que sí, porque como las tres comidas al día y a veces uno que otro aperitivo, duermo mínimo seis o siete horas. Pero siento que no. — Se le cortó la voz y sentí un vacío en el pecho. Una tristeza repentina.

Comenzó a llorar, y no me sentí lo suficientemente capaz como para sostenerla; no sabía que decirle, ni que hacer. Me sentía confundido, antes la había consolado, pero es como si hubiese olvidado como hacerlo, sus problemas se tornaban cada vez más grandes y complicados.

Era demasiado...

— ¿Alex? — preguntó y volví a la realidad.

Le había prometido que estaría con ella, y que lucharía todas sus batallas a su lado. Me necesitaba, no podía no hacer nada; creo que sufriría más que ella.

Le levanté el mentón y sus ojitos indefensos me miraron asustados; acaricié su mejilla y besé sus labios hinchados, entre gimoteos me correspondió. Profundicé el beso, abrí un poco más mis labios e introduje mi lengua buscando la suya. Cuando se toparon, soltó un pequeño jadeó y la sentí relajarse.

Acaricié su piel con la yema de mis dedos; su mejilla, su cuello, su clavícula, sus hombros. Me sentí considerablemente recompuesto, con la fuerza suficiente para enfrentarme a lo que fuera; y supe que ella también, porque al separarnos, sus ojos tenían un hermoso brillo y sonreía genuinamente.

Sonreí y volví a besarla con ternura.

Supongo que eso de que con un beso se puede sanar debe ser cierto.

Cuando nos separamos tomé su mano y nos sentamos sobre la cama, le hice una pequeña caricia con el pulgar.

— Bueno, cuéntame de esa parte que siente que no estás bien. — Me miró desconcertada.

— ¿Eh? — Reí entre dientes y ella algo avergonzada sonrió —. Oh, ya, sí... — Adoptó una expresión nostálgica —. Es que me siento diferente, como agotada, inservible por no saber de todo lo que "soy y puedo hacer", asustada por todo... Ya no me dan ganas de leer, ni comer galletas como antes... no me he dado un tiempo para mí entre tanto pensar y pensar. Esto me está enfermando, y lo peor es que siento como si se me acabara el tiempo. Estoy llegando al final de todo... me siento perdida entre todo este royo de Balaam y mi alma.

<<Iban a exiliar mi alma y me levantaron todos los cargos de milagro, eso lo sabes, pero... todo es por ser un ser sobrenatural, la krístal suprema. Creí que todos los problemas acabarían rompiendo la maldición, creí que podría tener una vida normal como antes de tener dieciséis. ¡Pero no!, mi alma tenía que tener esos componentes raros que los puede tener cualquier persona y al ser pues, yo, ¡bam! Problemas más graves.

<<¿Te había dicho que me consideran la princesa del infierno? — Agrandé los ojos, esa no me la veía venir —. ¿No? Pues entérate. ¿Qué te parece eso?

— ...Una mierda — murmuré perplejo, y eso la hizo reír.

— Sí, todo es una mierda. Pero lo que más me duele es... que no he estado tanto contigo. — Alcé una ceja —. Sé que nos vemos todos los días y vamos juntos a clase, pero... ¡Somos novios! ¡Y antes compartíamos más y no lo éramos!

— Yo también te extraño, princesa. Nuestras charlas extrañas, ver películas, dormir juntos...

El ambiente se estaba comenzando a tornar gris, así que le robé un piquito. Eso siempre le sacaba una sonrisa.

Nos empezó a dar hambre, y Kami le pidió a su súbdito que nos trajera una pizza; la caja apareció al instante sobre la cama.

Aún no me acostumbro a ese demonio.

Mientras comíamos hablábamos de la universidad, de los profesores, de los chismes y rumores, de lo que había escrito en las paredes de los baños. Me enteré de que una de las paredes del baño de chicas decía "Deseo que Alex Espinoza me haga un hijo" y ponía de firma A.P. Al instante supimos que lo había escrito Alicia.

Que en tormento descanse esa puta.

Hablamos de que nos casaríamos después de terminar la universidad, nos iríamos de luna de miel a Grecia y tendríamos una casa en Greenland cerca de todos nuestros amigos. Le propuse tener una aquí también, pero me dijo que esta se la habían dejado prácticamente sus padres.

Debatimos sobre medicina, sobre todo lo que habíamos estudiado. Es glorioso hablar sobre lo que te apasiona con quien te gusta y que hablé con la misma emoción.

Era muy difícil contenerme para no robarle besos y pellizcarle las mejillas, así que no lo hice.

Hablamos de astrología, del origen de la vida y el universo. Llegamos a la conclusión de que todo era muy bonito, pero que no sabíamos un coño sobre eso y le pediríamos a Marilyn que usara su poder y nos contara.

Pusimos una película de acción, ella estaba recostada sobre mi pecho y yo tenía mis manos sobre su vientre. Había alcanzado un nivel de paz que consideraba inalcanzable, pero esa paz fue sustituida por inquietud y duda con solo una pregunta:

— Amor, ¿has ido a visitar la tumba de tu papá?

Me quedé congelado, eran muy pocas veces en las que Kamila me había llamado así, y me encantaba, pero la pregunta había quitado el efecto romántico y dejado solo el de la pregunta del millón.

— No — murmuré algo tosco —. Mamá me dio el número de la lápida, pero no me atrevo. Sería golpearme contra el muro de la realidad en el que nunca pude ver a mi padre. — Mi tono se había vuelto frío, y me sentí mal por haberle hablado así.

Iba a disculparme, pero me interrumpió.

— Puedo ir contigo, no tienes que enfrentarlo solo...

— ¿Ahora? — pregunté mirándola un poco dudoso.

— Claro, es perfecto. Como es de noche no habrá nadie, y tendrás algo de privacidad.

No lo pensé mucho y tomé su mano para aparecernos frente a la tumba; si le daba muchas vueltas al asunto, no iría nunca.

Cuando vi la lápida sentí una opresión en el pecho.

Víctor A. Espinoza R.
18/07/1979 – 23/06/2000

Murió tres días después de que nací.

Kamila me abrazó de lado, y yo pasé mi brazo sobre sus hombros.

Y allí nos quedamos parados, observando la tumba del que me había engendrado mientras yo le hablaba en mi mente.

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