Capítulo 16
Que excitante era ver como gemía saltando sobre el mundano. Que excitante era verla dormir, tan frágil y en silencio, que en cuestión de segundos se pueda romper.
Que excitante era verla llorar.
Que excitante era oírla gritar.
Toda mi potencia demoniaca revoluciona con solo ver la elegancia con la que se mueve; su seguridad, su inseguridad; su decisión, su indecision; su furia, sus risas; sus lágrimas...
Su sonrisa.
Todo su ser emana realeza y poder. Y yo la quiero para mí, toda. Completa. Quiero corromper su alma y que me pertenezca, que me suplique y ver su sumisión ante mi presencia.
¿Y cómo no quererlo? Tiene todos los componentes para causar la destrucción y el caos total.
El imbécil inservible de Baalberith sometió a todos los demonios a cumplir con un mandato:
"Ningún demonio podrá acercarse a la Krístal Suprema, y el que me desobedezca, lo llevaré personalmente ante el juzgado celestial para que lo exilien".
Me pareció absurdo, cualquiera que hubiese sido astuto la hubiera provocado para que ella misma se acercara, pero son tan idiotas que le tienen miedo a la bestia; y con motivos válidos, él es muy capaz de cumplir su palabra.
Lo sentenció cuando volvió al infierno y me echaron de mi cargo. Mi cargo, se lo había quitado, pero era mío.
Tuve que tener una conversación con el rey para tratar de deshacer la sentencia. Luego se convocó una reunión a los primeros caídos de alto rango, y sus palabras aún tienen un sabor dulce y helado que me hace sonreír:
"Los demonios somos libres de perturbar, poseer y asechar a cualquier ser. Talvez los básicos que salen siempre acaben regresando cuando se topen con ella, si les interesa si quiera, pero con nosotros no es tan fácil.
Así que no puedes prohibirles que la asechen, Baalb".
Su cara fue épica, tuve que haberla retratado para burlarme por toda la eternidad.
La primera vez que la vi, me enamoré, sentí algo tan fuerte que nunca había sentido antes. Como una fuerza que me llamaba y era difícil de ignorar, una atracción que se ha vuelto mi obsesión.
Y cuando quiero algo... lo consigo. Siempre ha sido así, y esta vez no será la excepción.
Cuando la visité aquel viernes catorce de abril, me quedé de piedra.
Estaba desnuda, y tuve ese impulso de arrancarle la piel y hacerla mía.
No me vio, pero su maldita perra sí; desaparecí, pero no podía desaparecer esa imagen de mi cabeza.
La recordaba cada segundo que pasaba, y mi deseo por obtener su rendición crecía cada vez más.
— Buenas tardes, señorita — le murmuré a una chica que atravesaba el callejón.
Por lo general tengo mucho tiempo libre, y tener este cuerpo humano me da la ventaja de mezclarme entre los asquerosos humanos.
No tienen nada de especial, no comprendo por qué el creador los atesora tanto.
— Bu-buenas t-tardes — tartamudeó, era muy pequeña para estar sola y mucho más por éstas zonas.
Y se lo hice saber, cuando mis ojos se reflejaron en los suyos y vi su miedo. Cayó rendida al suelo. Me aseguré de que no hubiese nadie viendo y la arrastré hacia la oscuridad.
Podría mantenerla levitando en el aire, pero esto me gustaba. Tenía más sadiquismo.
Me agaché y toqué su pecho plano; no debía tener más de doce años, y probablemente nadie note que no esté, es afroamericana. Deslicé mi mano por su vientre y la metí dentro de su ropa interior, introduciendo mis dedos en ella; se quejó y una lágrima resbaló por su mejilla hasta chocar contra el suelo, dividiendo sus partículas hasta perderse entre la superficie irregular.
Maltraté sus paredes vaginales, abriendo y cerrando, metiendo y sacando, clavando mis uñas. La oía gemir, puesto que no podía gritar en un estado de inconsciencia.
Me encantaría tener a mi pequeño, pequeño ángel así. Me proporcionaría una oleada de placer mucho más fuerte de lo que esto llegase a alcanzar, solo por ser ella, y la corromperé tanto hasta matar su parte angelical, y tan solo dejar a la que ella no conoce.
Y tan solo dejar a la que quiero.
Saqué los dedos y los chupé, deleitándome con el delicioso sabor hierroso de los fluidos de la niña; posé mi brazo por debajo de su nuca y la levanté un poco. Su boca estaba entreabierta, y vi como su alma salía y entraba a la mía.
Fría. Congelada. Insípida, como todas, pero con energía vital que me permite estar en el plano y mantener esta anatomía.
Su cuerpo se transformó en cenizas que el viento se llevó, y sonreí. Salí de allí y me aparecí en el inframundo. Había un escándalo, Baalberith gritaba y daba órdenes, almas y guerreros iban de un lado a otro y las llamas estaban más altas y ardientes.
Era de esperarse, cuando el príncipe está enojado, los residentes sufren más.
Miserable.
Detuve a un demonio bruscamente y cuando me vio se puso pálido, más de lo que ya era; hizo una leve reverencia y me miró alarmado.
— ¿Qué es lo que sucede? — pregunté neutral.
— La Krístal Suprema acaba de matar al ángel Zaphiel.
Agrandé los ojos, y algo retumbó en lo más profundo de mi mente. Subestimé un poco su parte demoniaca; ahí está, vibrando, latiendo, más viva que nunca. Haciéndose notar, y no pude sentirme más atraído.
— Los guerreros del príncipe se están preparando para atacar el paraíso por si deciden exiliar su alma. — Siguió, levanté la comisura del labio.
— ¿Y dónde pretenden mantenerla? Nadie se escapa del jurado celestial.
— Estaría aquí, bajó la protección de Baalberith. Sería la princesa del infierno.
Sería su princesa, y no puedo permitirlo. Ella será mía, solo mía.
Dejé de retenerlo y siguió su camino. Por más que la bestia diga que tiene sentimientos, ya se le murieron, hace muuucho tiempo. No es cariño fraternal lo que siente por la Suprema, está enamorado al igual que yo, pero aún no lo sabe. Por eso es que quiere estar cerca de ella, quiere su rendición inconscientemente.
En algún momento sabrá lo que le pasa, y se le hará sencillo hacerla su sumisa; y por eso es que debo actuar rápido, estoy cerca de lograrlo, solo debo debilitarla más. Llegará el momento en que su odio se convertirá en deseo, y ya no podrá pelear más, ni darle largas a algo que ella misma quiere.
Cuando den la orden de atacar, me colaré entre los soldados, y mientras pelean y hacen desastres, tomaré a Kamila y me la llevaré lejos. Muy lejos, tanto que cuando nos encuentren, ella ya será mi sumisa.
Me quedé parado viendo el alboroto, hasta que se escuchó un gran estruendo; el mensajero había llegado, era el que llevaba información de los movimientos de aquí al cielo y viceversa.
— ¡Se levantaron los cargos y retiraron la orden de ejecución! ¡Está limpia! — gritó.
Hubo un silencio de conmoción. Me llevé una mano a la boca y caí de rodillas; nadie se salvaba de un crimen así de grande, sin mencionar que nunca se cometió ninguno de tal magnitud, solo en la guerra de los caídos, y no resultó bien.
Debo tenerla, a como dé lugar.
Muchos gritaron, gritaron tanto que por un momento creí que el ruido haría caer los riscos. Todos la querían, querían a Kamila como princesa, porque sabían que como líder sería tan maquiavélica que lograría derrocar los cielos. Veían esperanza en ella para ser libres.
No me interesa lo que deseen, pero si la Suprema se rinde a mí, ambos pasaríamos a ser uno, solo que yo dominaría sobre ella.
Y deberá complacerme en todo lo que yo le pida.
Sería imparable, con una compañera imparable. Y con un ejército igual de imparable que nosotros.
Sonreí, pensando en lo ingenuo que estaba siendo Baalberith al creer que la mantendría a salvo de mí, me gustaría que viera lo que yo para que me entendiera, pero no es conveniente; él ganaría.
Visité al rey y lo vi sentado en su trono, contemplando la situación con una mueca extraña. Parecía asustado, y a la vez molesto. Muy molesto; hice una reverencia y asintió con la cabeza, escalé todo ese oro y agarré un poco para poner en marcha una de mis ideas. Al llegar a la cima, me posé a su lado y me recargué de la cabecera; la vista era horrendamente hermosa.
— ¿Qué le preocupa, mi señor? — pregunté servicial.
— Todos alaban a esa mutación, cada vez que la recuerdo me arrepiento de haber fallado en la maldición. — Suspiró y miré a otro lado para que su aliento putrefacto no irritara mi nariz —. Debieron exiliarla cuando pudieron.
— ¿Le da miedo que ella pueda superarlo? — Sonreí con burla.
— No seas insolente, y no. Nadie me quitará de mi reinado — espetó con dureza.
— ¿Entonces...?
— Solo no quiero que esté del lado de Baalberith, es muy... cooperativo, y eso podría ser un problema. — Volteó a mirarme —. Eres egoísta y egocéntrico, y me enorgulleces por eso. — Sonrió —. Así que obtén a esa perra o impide que él la posea.
— Será un placer hacer lo que me pide, señor — murmuré con petulancia y bajé de un salto de la montaña.
Caminé con arrogancia, los demonios se quitaban de mi camino sin que yo se los ordenara, haciéndome sentir aún más potente.
No hay nada que no pueda conseguir, todo lo puedo. Todo lo quiero.
Aparecí en una esquina oscura de su habitación, se encontraba acurrucada entre las sábanas. Temblaba un poco, y sorbía sus mocos.
¿Por qué lloras, mi pequeño ángel?
Supongo que no se siente completamente feliz de ganar en la corte celestial, y eso solo hace que la desee más. Podría hacer arder cualquier parte de su alma, hacerla tener emociones juntas que la harán estallar, darle todo y más. Crear un universo en el que pueda perder la cordura y disfrutar.
Lástima que sea demasiado buena; aunque eso podría ser de utilidad, pero tendría que compartirla con algún ángel, y ninguno querrá. Y yo no lo permitiría tampoco.
Después de unos minutos se durmió, pero no pasó mucho tiempo para que llegara su príncipe azul.
Yo talvez no sea azul, pero soy mejor que un príncipe.
La despertó, y me enojé; aun así no me hice notar. Ambos hablaban y tenían amor concentrado en cada uno; tuve que tapar mi nariz para no marearme. La besó, y quise torturarlo hasta que no tuviera fuerzas ni para abrir los ojos, pero sonreí, sigo teniendo algo con que manipularla. Pero dejaré al chico como un aperitivo.
Será ella quien lo destruya, y le encantará.
Ahora solo me divertiré confundiéndola, haciéndola dudar de lo que cree y considera verdad. Pondré su mundo de cabeza y sacaré a la luz a su demonio a causar caos.
Me ganaré su confianza, y haré que se enamore de mí.
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