Capítulo 10

Alex.

Acababa de salir de los baños, caminaba a pasos apresurados; las chicas ya deben estar esperándome. Cuando estaba por cruzar a otro pasillo me jalaron en dirección contraria, me acorralaron contra una pared y taparon mi boca. Parpadeé unas cuantas veces y visualicé una cabellera azulada.

Me solté bruscamente.

— Shh, quiero que veas algo — susurró y tiró de la manga de mi suéter.

— Ya déjame en paz, no me interesa. — Me quejé, pero siguió tirando de mí.

— Oh, créeme. Claro que te interesa.

Me sentí intrigado, así que me dejé guiar, aunque desconfiaba de sus intenciones. Llegamos a una intersección y me fijé en que solo había dos personas; Bruno y su próxima víctima, pero no entiendo en qué podría interesarme eso a mí. 

Clarisse me hizo asomarme desde detrás de la pared y la encaré.

— ¿Es en serio? ¿Me harás ver como Bruno hace de las suyas? — pregunté incrédulo —. No me hagas perder el tiempo.

Estaba por darme la vuelta cuando dijo algo que me dejó paralizado:

— La chica es Kamila.

La chica es Kamila.

Las palabras hacían eco en mi cabeza dejando un efecto ensordecedor. Me devolví y me asomé de nuevo. La tenía acorralada  y tocaba sus labios. Ella no hacía nada, solo se dejaba hacer y estaba dispuesto a darle hasta la madre al idiota basquetbolista.

— Mira hasta el final, no interrumpas. Debes saber con la clase de chica con la que estás.

Las palabras de Clarisse se me incrustaron tanto en la mente que me dieron ganas de llorar. No, mi princesa no puede ser así. Ella no es así, joder.

— Tengo novio. — La oí murmurar, me sentí un poco aliviado.

— A mí no me importa, y él no se va a enterar. — Ella sonrió, tan dulce como siempre y mi pecho comenzó a doler. 

La había perdido, y era mi culpa; si tan solo no la hubiese dejado de lado. ¿Y si es por lo que le conté ayer? ¿No quiere estar con alguien como yo? No la culparía de igual forma.

Me giré y Clarisse me miraba con lástima, aunque sabía perfectamente que lo estaba disfrutando. Iba a abrazarme, pero un ruido seco nos hizo volver a mirar a los chicos; Bruno estaba en el suelo y jadeaba levemente.

— ¿En verdad creíste que accedería? — preguntó la castaña burlona y soltó una risa ronca —. Tus caprichos no son mi problema, y debes de estar muy necesitado como para que no te importara ser plato de segunda mesa. ¡Quiérete un poco, chamo!

Sonreí orgulloso y aliviado, a pesar de seguir teniendo pensamientos tormentosamente insistentes. Clarisse gruñó enfadada y me giró, me tomó de la nuca y me plantó un beso; la separé al instante y pasé mis manos por mi boca asqueado.

— No puedes darme una bofetada, no puedes pegarle a una mujer — dijo con satisfacción y quise tirar de su cabello. Ganas me sobraban.

— Él no, pero yo sí. — Escuché a mis espaldas y me mordí el labio inferior para no reír.

Kamila la tomó del cuello y la abofeteó, dejó la marca de sus dedos en su mejilla. Clarisse sollozó, pero nos sonrió con cinismo. Nos lanzó un beso y se fue caminando con la cabeza en alto. La castaña iba a seguirla, pero la detuve y la abracé; dejó de poner resistencia y apoyó la cabeza sobre mi hombro.

— ¿Te besó? — pregunté con algo de miedo a su respuesta

— No, pero estuvo muy cerca de hacerlo. — Solté el aire contenido y tomé su mano para comenzar a caminar al estacionamiento.

Dejamos a Natasha en su casa y conduje hacia el bosque; al llegar Becky bajó de la camioneta, Kamila puso su mano en la manilla, pero la detuve. Ella volteó a mirarme y sonrió, me dió un beso en la nariz y achinó los ojos tiernamente.

— ¿Qué sucede?

— ¿Ibas a besarlo? — pregunté, serio —. Lo vi todo, Kami. ¿No lo hiciste porque me viste?

Ella dejó de sonreír, y esquivó mi mirada. Tragué grueso para evitar llorar; ella negó, y se quitó una lágrima.

— No sabía que estabas ahí hasta que escuché el gruñido de la puta esa. — Me relajé, pero seguía inquieto. Ella suspiró —. Iba a hacerlo Alex, pero no por ti. Es que... eso es lo que hacen las chicas normales, se enredan con otros chicos y no tienen los problemas que yo tengo. Por un momento pensé que si aceptaba su propuesta, sería como cualquier otra, aunque fuese por unos minutos. — Levantó la vista y sorbió sus mocos —. Pero no pude, no podía hacerte eso. Prefiero meterme un kilo de cocaína por la nariz que lastimarte solo por querer cumplir una fantasía que se encuentra lejos de mi realidad.

— ...Ni se te ocurra drogarte. — Soltó una carcajada y volvió a sonreír.

— ¿No estás enojado? — preguntó cohibida y me teletransporté fuera del auto, abrí su puerta y sonreí.

— No. Gracias por ser sincera conmigo.

La cargué y nos hice aparecer en mi habitación; la dejé en la cama y le saqué la ropa de a poco, prenda por prenda. 

Y pasó lo que tuvo que pasar.

Durante la cena Finn me comentaba que hace mucho no salíamos, que se sentía abandonado y reemplazado desde que estoy con Kamila. Me hizo el drama susurrando en mi oído, no sería capaz de actuar con complejo de homosexual delante de todos. Me pregunto si con Becky es así...

Me fui a mi habitación y me tumbé a la cama. Un sonido seco desde el balcón me hizo voltear la vista, caminé con cautela y al abrir la puerta algo pasó con rapidez y me dio una bofetada suave dejándome plumas en la boca. Escupí y me pasé la mano por la lengua.

— Sé que soy muy cambiante, pero no creas que he olvidado como me trataste hace unos días — me reclamó furioso y se sentó en la silla del escritorio.

Cerré las puertas corredizas y me apoyé en ellas.

— Quita tus alas, son demasiado grandes y no quiero que destroces nada. — Las ocultó y juntó el entrecejo.

— Soy tu mejor amigo. Siempre vengo a despertarte en las mañanas para que vayas a clases a excepción de cuando duermes con doña Suprema. — Miré en otra dirección para no reír. ¿En serio? ¿Doña Suprema? —. Tú te molestas y me mandas a la mierda, y es divertido. Pero ese día no lo fue, nunca fuiste agresivo; eran solo juegos, bro. ¡Solo juegos! — Se pasó las manos por el cabello con frustración y me sentí mal de haber pagado mi rabia contra él —. ¿Qué te pasó?

— Perdón — solté —, es que me enteré de algo que...

— ¿De qué te enteraste?

Qué curiosidad la tuya, Cocktember.

— Julián no es mi papá, es mi tío.

— ¡Puta madre! ¡Se metió con dos hermanos!

— Más respeto, idiota, que es mi mamá — mascullé.

— Lo siento, lo siento... ¿Y tu padre biológico qué?

— Muerto — murmuré desganado.

— Ay, Alexiño... — Lo miré mal y se levantó a abrazarme —. Lo lamento tanto...

Hice lo posible por no llorar hasta que se fue. A pesar de todo, el muy marico sabe dar palabras de aliento.

Mi celular comenzó a sonar y me alarmé al ver que Julián era quien me llamaba. ¿Y si les pasó algo a mamá o a Sofía?

Descolgué de inmediato.

— ¿Qué pasa? — pregunté impaciente.

— Tú eres mi hijo, maldito renacuajo. Y más te vale no hacerte películas o juro que te arrepentirás.

— ¡Ah! Tío, ¿de qué película hablas? No he mirado las carteleras del cine...

— Imbécil...

— ¡Eres un maldito bastardo! — grité y corté la llamada.

Volví a gritar y pateé la silla. Mi teléfono volvió a sonar y grité de nuevo cuando salió la cara de Laura en la pantalla; colgué y lo lancé contra la pared.

La puerta se abrió de golpe y enmudecí, Kamila entró y me abrazó con fuerza. Regulé mi respiración. Me tomó de la mano y me condujo hacia la cama, apagó la lámpara y se acostó sobre mi pecho; empezó a acariciar mi brazo y de un segundo a otro me dormí profundamente.

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Al abrir los ojos, la castaña se sentó junto a mí con una bandeja con arepas y jugo de guayaba; le sonreí y me enderecé. Ella llevaba puesto un pantalón de corte alto y una camisa corta. Se veía muy linda, aunque si le quitara la ropa se vería aún mejor.

— ¿Vas a salir? — pregunté mientras comía.

— No lo sé, depende de lo que quieras hacer hoy.

— A mí me apetece quitarte lo que traes encima y no dejarte salir del cuarto. — Sonrió, terminé de desayunar y ella me tendió mi celular.

— Zack lo ha reparado — dijo y lo tomé.

— Le agradeceré luego.

Ella me miró con ternura y me acarició la mejilla, le di un beso en la palma de la mano.

— ¿Qué sucedió ayer? — preguntó con inocencia y suspiré.

— Julián.

— Ah... ¿Has considerado hablar con Laura?

— Por ahora no quiero, Kami...

— Lo sé, necesitas tiempo para asimilarlo. Pero no puedes huir por siempre, y tampoco puedes quedarte sin saber la verdad.

Le sostuve la mirada y sonreí, le di un beso en la frente y me metí al baño. Lavé mis dientes, me duché y salí sin cubrirme. Kamila estaba roja, reí con ganas y me lanzó una almohada, se la lancé devuelta y se giró dándome la espalda.

Se ve hermosa sonrojada, y aún más cuando...

Me vestí y me acerqué hasta rodear su vientre con mis brazos.

— Está bien, vamos a hablar con mamá — murmuré y dejé un beso sobre su cuello.

Se levantó y tomó mi mano, me sonrió transmitiéndome seguridad y nos hice desaparecer.

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