Capítulo 5

Ella me miraba sin saber que responder. Estaba impaciente, no podía más con la intriga. Sentía que en cualquier momento iba a explotar. Marta bajó la mirada con una mueca de arrepentimiento.

— Lo siento. Yo... Yo aún no termino de asimilarlo. ¿Me entiendes? — dijo con voz melancólica y yo asentí, a pesar de no creerle del todo —. No... No es fácil, enterarte de que la pequeña niña que criaste, tu hija, la que viste crecer — decía y tragó grueso —, haya decidido momentáneamente dejar de existir.

La vi dubitativo durante unos segundos, pero terminé creyéndole. ¿Por qué mentiría? Ese es un tema delicado y sé que en el fondo debe de estar totalmente rota, talvez más que yo. Es probable que solo esté tratando de no derrumbarse frente a mí y mostrarse estable, algo que ya no me esfuerzo en hacer.

Terminamos de comer nuestros helados en silencio. Marta tenía la mirada perdida mientras yo solo veía la hora en reloj de la cocina. Ya debería volver.

— Amm ¿Marta? — la llamo algo apenado —. Ya debería irme.

Ella voltea a verme y me sonríe a boca cerrada.

— Está bien. Vuelve pronto — dijo antes de darme un beso en la mejilla y, sin previo aviso, desaparecí.

Llegué a mi habitación, y no contaba con encontrarme allí a Alicia sentada sobre mi cama con un semblante sombrío. Me sorprendí, pero fue mayor el susto que me llevé. Ella volteó a verme y su mirada me petrificó. Esto no está bien. Ella no está aquí por simple casualidad. Retrocedí un par de pasos con lentitud, hasta que me aseguré de estar algo lejos de ella.

— ¿A qué se debe tu visita? — pregunto cortante y poniendo un semblante serio.

Ella se me quedó viendo a los ojos con incredulidad y odio, mucho odio. Se levantó lentamente de la cama, y cuando estuvo totalmente de pie, me dio una sonrisa psicópata.

— ¿Cómo has estado, Alexiño? — evade mi pregunta.

La veo pasearse por mi habitación y tocar mis cosas. Yo ni siquiera le respondí. Toma un portarretrato en el que yacía una fotografía de Kamila. La platino pasa sus dedos por este y veo como sus ojos cogen cierto brillo.

— Linda foto — comentó antes de arrojar el portarretrato contra la pared con brutalidad, haciendo que se partiera y que miles de pedazos de vidrio salieran volando, de los cuales tres de ellos me hicieron algunos rasguños en la mejilla, pero ni me inmuté.

— Tú lo limpias — le ordené autoritario y algo fuera de mis cabales. Esa era mi fotografía favorita de la castaña.

— ¿Y qué te hace pensar que yo haré tal cosa? — pregunta con sorna y luego la veo reír como desquiciada.

— Bueno, la hora de visitas terminó. Ahora vuelve al manicomio de vida que tienes — le espeto con repugnancia y abro la puerta, esperando a que saliera. Pero para mí sorpresa, no lo hizo.

Alicia comenzó a ser rodeada por un esplendor azul cielo, su cabello y ojos se volvieron celestes y le brotaron venas del mismo color por todo su cuerpo. De la nada, surgió una fuerte ráfaga de viento, que cerró la puerta de un portazo. Y a mí, me lanzó hacia la pared y me mantenía presionado. No me explico cómo es que ella genera el viento. ¡Ni siquiera se abrieron las puertas del balcón!

Ese es su poder, idiota.

— Vas a pagar, por lo que le hiciste a mi padre — habla con rencor detonante en su voz.

— No...tuve...otra alterna...tiva — justifiqué entre jadeos.

— ¡Mientes! — gritó la platino —. Ahora sufrirás el mismo destino que él. La muerte.

Ella voló hasta mí entre las ráfagas y se quedó suspendida en el aire. Con una mano, tomó mis mejillas a la fuerza dejando una abertura considerable entre mis labios. Posó su otra mano frente a mi boca y de esta salió un gran chorro de agua que me entraba a la boca y la nariz, ahogándome y bloqueando el paso del oxígeno. Mis pulmones comenzaron a fallar. Me estaba poniendo morado y empezaba a desesperarme. Sentía que en cualquier momento perdería mi vida.

¡Has algo, imbécil! — vociferó mi conciencia fuera de sí.

Yo me concentré lo más que pude. Me dejé rodear por el esplendor azul eléctrico hasta que sentí que me volvía duro y rígido, mi cuerpo estaba completamente gris: me había vuelto de acero. Levanté el puño y lo estampé sin contemplación a la mandíbula de Alicia, haciendo que saliera disparada, chocará contra la pared y dejará de usar sus poderes. Caí al suelo y volví a la normalidad. Comencé a expulsar toda el agua que me había tragado. Literalmente estaba vomitándola.

Cuando me recuperé, llevé mi vista hacia la platino que yacía en el suelo inconsciente. Espero que no esté muerta, pero por si a las dudas, iré a recoger una pera del árbol de la vida y de la muerte. Sin más, desaparecí para buscar la fruta y al cabo de pocos segundos regresé. Me aproximé hasta la chica, me puse de cunclillas, abrí su boca e introduje la pera haciendo que diera un pequeño mordisco. Me alejé de ella y comencé a ver como se removía levemente.

Abrió sus ojos, permitiendo ver esos cubos de hielo que poseía y se sentó. Abrí la puerta de la habitación bruscamente y le dediqué una mirada fulminante.

— Vete — espeté con frialdad.

— Pe... Pero — balbuceó en protesta confundida.

— ¡Que te vayas! — le grito sin control. Ella se levanta de un tirón y sale corriendo.

Cierro la puerta dando un portazo y suspiro frustrado.

<<Genial. Ahora tendré que comprar un portarretrato nuevo y limpiar todo este desastre>>.

(...)

Estaba terminando de leer Harry Potter y la Orden del Fénix, creo que es la tercera vez que lo leo. Me encontraba acostado en la cama con el libro sobre mi regazo. Me sumergí tanto en él que no me había dado cuenta de que ya había oscurecido y no bajé a cenar. Bufé al escuchar a mi estómago rugir, tengo que comer o de lo contrario estaré desconcentrándome continuamente.

Me levanté y salí de la habitación. No me molesté en encender las luces, conozco esta casa al derecho y al revés. Bajé las escaleras volando y aterricé en la cocina. Abrí la puerta de la nevera y saqué una jarra de yogurt. Lo serví en un vaso y comencé a beberlo junto con unas galletas. Estaba recostado a la barra, cuando de pronto me empezó a dar frío. Parecía que la temperatura había bajado unos ocho grados. Sentí un escalofrío atravesando toda mi médula espinal.

— Alex — escuché un susurro, un susurro desgarrador con una voz que se iba desgastando.

Mi pulso se aceleró y dejé caer las pocas galletas que me quedaban. Comencé a respirar con irregularidad.

— Alex — escuché esta vez más cerca.

Volteé a todos lados para ver de dónde provenían los susurros. No creo que este loco como para oír cosas en mi cabeza. Todavía no.

Hasta que mis ojos se posaron en una esquina, donde una figura largurucha, anormalmente delgada y espantosa reposaba en la oscuridad mirándome fijamente.

— ¿Qué quieres? — pregunté tragando grueso —. No te atrevas a acercarte — hablé con autoridad más falsa que la humildad de Draco Malfoy.

— Tranquilo, muchacho. Ni aunque quisiera podría hacerte daño. Moriría por tercera vez — dijo con voz grave y rió con amargura.

— Entonces... ¿Por qué estás aquí? — pregunto sintiéndome menos vulnerable.

— Porque debes ayudarla.

— ¿Ayudar a quién?.

— No puedo decírtelo — contestó y me confundió aún más.

— ¿Cómo se supone que ayude a alguien sí no sé quién es? — pregunto con sorna.

— Te equivocas. Sí sabes quién es, y lo sabes a la perfección — respondió y solté un bufido. Este tipo está demente. Si no me dice quién es, ¿Cómo se supone que sabré de quién se trata? Sin duda no está cuerdo.

Será mejor que no le lleves la contraria, o el próximo que acabará sin cordura y sin vida serás tú — me aconseja mi conciencia y trago grueso.

— ¿Cómo la ayudo? — le pregunto obedeciendo al ser más insoportable que existe.

— Apóyala en todas sus decisiones, no la abandones, no la dejes sola moralmente. Recuérdala siempre. Y nunca olvides... Que te ama — dijo y se desvaneció entre un remolino negro, dejándome desconcertado.

De la nada, me entró un leve mareo que de a poco se fue pronunciando, y todo se volvió negro.

Kamila.

Eran las 8am. Estaba haciendo unas abdominales en mi habitación antes de bajar a desayunar.

— Ciento cuarenta y ocho, ciento cuarenta y nueve. ¡Ciento cincuenta! — exclamé antes de tumbarme agotada sobre el suelo.

Kira se acercó a mí y me lamió la mano. La acaricié un poco y me levanté dispuesta a ir a la cocina. Bajé las escaleras con mi pudder corriendo detrás. Me serví un vaso de agua y me senté a la mesa, donde frente a mí reposaba un plato de panqueques recién hechos con miel encima y comencé a devorarlo. Mi abuela me dejó el desayuno preparado antes de irse a trabajar. Estos últimos días ha estado algo distraída, como ausente a la vida. A veces pienso que puede ser por causa de las visiones o que simplemente se aburre de tanto estar en casa. Y eso sería algo comprensible.

Hoy quedé en ver películas en casa con Andrea y Freddy, ya que como insistían tanto en hacer algo divertido, lo propuse. Este tipo de cosas me recuerda tanto a mi estancia en Greenland: cuando solía pasar tiempo con la manada, con la oji verde. Con Alex. Como los extraño.

Acabé de comer y dejé el plato en el lavavajillas. Subí a mi habitación y me di una ducha larga, para relajarme un poco. Al salir del baño, opté por ponerme un mono de lana, con una sudadera y mis Cross; algo sencillo. Me desenredé el cabello y me quedé mirando mi reflejo frente al espejo. Hace tanto que no uso mis alas, ya no recuerdo bien como eran. Y como soy terca, me visualicé con ellas. No tardaron en aparecer. Y allí estaban: tan brillantes, fuertes y majestuosas. Las moví un poco y me elevé del suelo.

— Lindas alas — escuché la voz de Trevor en alguna parte de la habitación.

Descendí lentamente y dejé que mis alas se esfumaran. Me di la vuelta y me lo encontré recostado a una pared. Es tan delgado, horrendo y alto, que si no me hubiese acostumbrado a verle estaría temblando.

— Gracias — dije sonriéndole y me tendió un sobre color rojo —. ¿Qué es? — pregunté cogiéndolo.

— No lo sabrá hasta que lo abra — contestó sonriendo, mostrando sus torcidos dientes.

¿Qué tendrá dentro?.

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