Capítulo 29

La lluvia caía a la par que mis lágrimas sobre el hombro de Becks, quien me sobaba la espalda y susurraba palabras tranquilizadoras, pero aun así no pude calmar el tsunami en mi interior. Respiré profundo y me separé, no quiero que me sigan teniendo lástima.

Miré a mi alrededor y me fijé en que ya todo había acabado, no quedaba nadie contra quien pelear.

Mis ojos se posicionaron en el cuerpo del castaño, el cual era abrazado por el inglés. Mi corazón se detuvo, sentí como volvía a sumergirme en recuerdos, pero decidí acabar con mi dolor. Me niego a perder a Alex.

— Trevor — lo llamé y apareció. Su semblante era inexpresivo, como de costumbre —, revive a Alex — le exigí.

— Yo no revivo muertos, yo genero muertos — respondió y jadeé, estaba perdiendo la poca esperanza que me quedaba. Becky me apretó el hombro en señal de apoyo.

— Entonces, ¿Qué podemos hacer? — mi voz se cortó — ¿No hay alguna forma en la que lo podamos salvar? — sentía que en algún momento me desplomaría en el suelo.

El soldado desapareció y di por entendido que el oji miel no volvería. Me quité las lágrimas con las manos, aunque no sirvió de nada; las gotitas saladas no paraban de caer.

Caminé dubitativa hasta el cuerpo del difunto, con cada paso que daba me sentía temblar. Finn lo volvió a dejar en el suelo y me arrodillé a su lado, sus labios estaban blancos y su piel pálida y fría. No lo soporté más y lo abracé.

— No, me niego a perderte. Por favor... vuelve a mí — murmuraba con un hilo de voz —. Despierta, abre tus ojitos. Dime que estás bien — dije un poco más alto, tratando de que me escuchara, pero sabía que nada de eso pasaría.

Le palpé las mejillas y ahogué un grito al ver como de su frente salía un poco de sangre. El agujero que había creado la bala me robó más de un sollozo, aunque mis lágrimas pasaron a segundo plano cuando Trevor apareció con una pera entre sus manos y me la tendió.

La pera de la vida y la muerte.

Las manos me temblaron, pero logré tomarla. Lo recosté sobre la grama y me senté a horcadas sobre él; me pasé el antebrazo por la frente, estaba sudando frío. Abrí su boca y contuve el aliento al ver su brillante dentadura. Puse la fruta entre sus dientes e hice que le diera un pequeño mordisco, dejé la pera a un lado de su cuerpo. El orificio en su cabeza comenzó a cerrarse, mi corazón brincó. La sangre despareció, sus mejillas comenzaron a adquirir color y sus labios retomaron ese rosado que tanto me llevaba al delirio.

Se removió un poco y volví a reventar en llanto cuando abrió sus ojos y poso su amielado mirar sobre mí. Se sentó y no dudé en abrazarlo. Lo apreté contra mí, negándome a separarme de él.

Escuché como Finn suspiraba aliviado y sobresaturaban a Alex con preguntas, pero ignoré a todos y me dediqué a sentir su corazón latiendo a un ritmo estable contra mi clavícula. Cuando el castaño rodeó mi cintura con uno de sus brazos dejé escapar un sollozo. Se levantó conmigo pegada como un koala y compartió unas cuantas palabras con los chicos. De repente, se volvió a sentar y quedé sentada sobre su regazo. Abrí mis ojos y me percaté de que estábamos en mi habitación. En mi cama.

Alex me acarició el cabello y pasó sus dedos con gentileza por mi médula espinal causándome escalofríos. Dejó un beso sobre mi mejilla y fue suficiente para hacerme derretir.

Suspiré.

El castaño me tomó de ambas mejillas con suavidad y me hizo mirarlo a los ojos, me besó robándose hasta la última gota de tristeza y me dejó desorientada.

— Ya pasó. Ya estoy aquí — pasó sus dedos por mi mejilla y esta vez fui yo quien lo beso.

Fue lento y apasionado, como si quisiera acabar con la inexistente distancia entre nosotros. Al separarnos unimos nuestras frentes y él suspiró.

— Tuve mucho miedo — confesé —. Si no te hubiésemos podido salvar, yo... — mis balbuceos fueron callados cuando el castaño pasó sus manos por mis muslos masajeándolos. Me estremecí.

— ¿Qué tal si mejor nos olvidamos de eso un rato y nos divertimos un poco? — propuso con la cabeza metida en mi cuello, donde dejó un beso húmedo y sentí como su amiguito comenzaba a despertar.

— Con tal de que no juguemos al microondas... — soltó unas leves risitas y se dejó caer sobre la cama.

Volví a apresar sus labios y mi cordura se perdió. Nos entregamos el uno al otro entre besos, caricias, gemidos y fuertes embestidas, para acabar durmiéndome sobre su pecho con una sonrisa dibujada en los labios.

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Era la hora del almuerzo. Raquel, Tom y Amelia ya habían vuelto; los trámites de la adopción fueron más rápidos de lo que creímos. Almorzábamos en un silencio indescifrable, los recién llegados disfrutaban de la comida mientras el resto éramos un manojo de nervios. ¿Cómo les explicaremos la ausencia de uno de los miembros de la mesa?.

— ¿Y qué hicieron ayer? — preguntó la menor con inocencia y nos regaló una sonrisa.

Ay, Dios.

— Pues, vimos películas toda la tarde — contestó Lucas sin levantar la mirada.

— Oh, bueno. Me gustaría que lo repitieran, pero que ésta vez este yo con ustedes.

— Claro, veremos las que quieras — le contestó Becky sonriéndole nerviosa.

— ¿Y dónde se metió Alicia? Ella nunca se pierde los domingos de sopa — menciona Raquel con el ceño fruncido y escucho la respiración agitada de los chicos. Anastasia se limpia una lágrima con disimulo.

— Salió esta mañana — contestó Alex cortante y apretó mi muslo bajó la mesa.

— Wou, Zed ha estado de buen humor. Me ha pedido que nos encontráramos en...

— No iremos — le interrumpí al mayor —. Estoy cansada de sus caprichos.

— ¿Qué les sucede hoy? Los noto tensos. ¿Están bien? — preguntó la rubia preocupada y nosotros compartimos unas miradas paniqueadas.

Anastasia nos miró y asintió, queriendo ser ella quien diera las explicaciones. Me levanté con discreción y me posicioné detrás de ella, coloqué mis manos sobre sus hombros. Sé exactamente lo que debe estar sintiendo. Pasé por la misma situación.

— Ayer... ayer Lancaster nos llamó — le tembló el labio inferior —. Nos amenazó y dijo que nos encontráramos en el estadio. — Respiró profundo y continuó — Al llegar... estaba repleto de cazadores y... él nos presentó a su nueva aliada — dejó escapar un sollozo y se limpió las mejillas —. Era Alicia — la voz se le cortó.

La mayor tapó su boca y reventó en llanto, Tom solo tenía los ojos en blanco. Abracé a la pelirroja, sintiendo sus mismos sentimientos; había revivido ese amargo recuerdo y mis lágrimas cayeron sobre su hombro.

— Yo... yo... — repetía la pelirroja.

— Ya es suficiente — le susurré —, déjalo así.

Anastasia se levantó y corrió escaleras arriba.

— ¿Y ustedes pensaban ocultarnos esto? — preguntó Tom impactado, sequé mis mejillas.

— No, pero todo pasó tan rápido que ni siquiera podemos asimilarlo. Casi no salvamos a Alex — comentó Finn y tragué grueso.

— Pero miren el lado bueno — comentó Zack juguetón —, ahora Amelia podrá tener su propia habitación.

(...)

Navidad había llegado a su fin. Habíamos vuelto de Venezuela, donde festejamos junto a Marilyn y mi mamá. Alex también estaba, de hecho, la cena navideña la hicimos en su casa. Compartimos todos juntos y el castaño una que otra vez me celaba de Andrea. <<Pasas mucho tiempo con ella. ¿Qué tiene que no pueda darte yo?>>. Aún siguen haciéndome gracia sus comentarios.

Me encontraba vagando por las calles de Greenland con una chaqueta abrigándome. Había decidido ir al salón de belleza para que me rizaran el cabello, tengo planes para hoy.

Llegué hasta la cafetería en la que había quedado en encontrarme con Natasha y entré, la vi sentada en una de las mesas más alejadas. Me acerqué y tomé asiento frente a ella.

— Hola. Te pedí un café. ¿No te molesta?.

— No — le sonreí y dí un sorbo de la taza —. ¿Cómo estás?.

— Viva — contestó haciendo una mueca graciosa —. Por cierto, me gusta lo que hiciste con tu cabello.

— Gracias — contesté y procedimos a lo importante.

Me tendió un sobre y lo tomé sin titubear.

— Ahí está lo que me pediste. No fue fácil, pero lo logré.

— Gracias — repetí y la vi tensarse —. Él no puede hacerte daño, ni nadie de su personal. Trevor vela por tu seguridad.

— Sí, sobre eso... me da miedo. Constantemente siento que me observan y me hace sentir incómoda — habló un poco cohibida.

— Le pediré que no sea tan intenso.

— Aún no puedo creer lo que son — comentó, maravillada.

— Sí, parece un tanto imposible e irreal — mencioné irónica y terminé mi café —. Bueno, me voy antes de que llegue Lucas. Suerte.

Ella asintió sonrojada y la abracé antes de marcharme.

Llegué a mi habitación a través de uno de los pasadizos, no quiero que me vean. Me senté sobre la cama y Kira posó su cabecita en mi pierna, la acaricié un poco.

Tomé el sobre que me había dado la rubia y saqué su contenido, era un permiso firmado por la dueña de una empresa periodística —la madre de Natasha— en la que decía que mi nombre era Rebecca White, pasante de la empresa y solicitaba hacerle una entrevista al presidente de Lancaster's Company.

La cita fue pautada para hoy a las 11am y son las 10:48. Alabando internamente a la rubia, me puse un suéter gris con una chaqueta formal, un jean claro y tacones blancos. Me coloqué los lentes y me miré al espejo. Me concentré para hacer que algunos efectos Krístal surgieran. Mi cabello comenzó por un rubio oscuro, el cual fue aclarando y lo mantuve hasta que pareciera brillante y natural. Mis ojos los hice poner color miel.

¡Dios, estoy irreconocible!.

Tomé un bolso de mano —el que Anastasia me prestó—, un cuaderno que no tenía nada anotado, un lapicero y el sobre con el permiso.

— Trevor — lo llamé y apareció. Se inclinó ante mí —, ya nos podemos ir a Nebraska.

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