Capítulo 24
Salí de la habitación dispuesta a bajar las escaleras con la mochila en mis hombros. Marta caminaba apurada de un lado a otro en la cocina, me quedé en el último peldaño viéndola confundida. Cuando se percató de mi presencia, corrió hacia mí y besó mi mejilla.
— Hoy no podré acompañarte a desayunar. Se me hizo tarde para ir al trabajo — dijo un poco avergonzada. Le sonreí con ternura.
— No te preocupes.
— Chao, Kami. Te llamaré en la tarde. — Me dió un beso en la frente y salió corriendo como pingüino de la casa.
¡Fiu! Esto es cada vez más fácil.
Me encamino a la cocina y sirvo dos platos con cereal. Escucho unos pasos cortos aproximándose y a los segundos una cabellera rojiza aparece en mi campo de visión; me dió los buenos días dejando su bolso en el piso y sentándose en una butaca para comenzar a desayunar. El desayuno transcurrió en un silencio indescifrable; sé que ella no confía en mí, y la entiendo, pero solo quiero ayudarla.
Es solo una niña, no merece sufrir tanto.
Tú también eres una niña — murmura la doñita, pero no le respondo. No quiero pensar en eso ahora.
Al acabar de comer, lavé los trastes y Amelia se me quedó mirando queriendo preguntar "¿Y ahora qué?". Sonreí con cautela. Saqué un suéter purpura de mi morral y se lo tendí. Ella lo tomó insegura y me vió con intriga.
— ¿Por qué debo ponérmelo?.
— A las personas les encantan los chismes, y tu cabello es muy llamativo — ella asintió.
Se hizo una coleta baja y se colocó el suéter cubriendo su cabeza con la capucha. Tomamos nuestras cosas y salimos de la casa. Me subí a mi motocicleta y la encendí, ella se subió detrás y rodeó mi estómago con sus brazos delgaduchos. Hice rugir el motor y arranqué. Amelia soltó un pequeño chillido haciéndome carcajear.
— ¿Hacia dónde vamos?.
— A donde vivo.
— ¿Y por qué vamos a un bosque?~ preguntó esta vez con temor y se tensó.
— Vivo por aquí cerca. Tranquila, te dije que no te haría daño y nadie allí lo hará — le contesté y se relajó.
Unos metros antes de llegar a la casa paré de conducir, no quiero que nos oigan llegar. Caminamos con calma en un silencio de sepulcro. La tensión era tan tangible que si no mantuviéramos una distancia prudente hubiera muerto electrocutada. Después de tediosos minutos caminando, ¡Al fin llegamos! Ya me dolían los pies de tanto andar.
Dejé la motocicleta frente al garaje y nos dirigimos hacia el patio, posicionándonos justo debajo de mi balcón.
— ¿Por qué no entramos por la puerta principal?.
— Nadie sabe que viniste.
— Vaya... me siento rechazada.
— Déjate de ironías que para irónica estoy yo. — Sonrío —. Ahora, cierra tus ojos.
— ¿Qué no tengo que ver?.
— Algo. — Me miró achicando sus ojos desconfiada. Bufó y los cerró.
Hice aparecer mis alas y me elevé un poco. Dios, se siente muy liberador.
Tomé a Amelia desde las axilas y volé hasta el balcón, la escuché jadear. Al aterrizar, abrió los ojos de golpe.
— ¿Qué... Qué hiciste? — le guiñé en respuesta.
Nos adentramos en la habitación y tiré mi morral sobre la cama.
— Espérame aquí.
La pelirroja asintió y salí del cuarto. Bajé las escaleras con una inseguridad que aumentaba a medida que iba descendiendo. ¿Qué se supone que le diga? <<Oye, Raquel. Me enteré de que no puedes tener hijos y traje a alguien que necesita una familia. ¿La adoptas?>>. Mm, pensándolo bien, no suena tan mal. Además, ya estoy aquí ¿Qué más da?.
Llegué a la cocina y me encontré con una solitaria Raquel limpiando la barra. Al percatarse de que estaba allí me sonrió.
— Kamila, ¿Cuándo llegaste?.
— Hace unos minutos.
— No te oí. — Esa era la intensión — ¿No deberías estar en la universidad?.
Respiré profundo y tragué grueso.
— Es que... tengo que hablar contigo. — Coño, me tembló la voz.
La rubia me miró con ojos curiosos y se sentó frente a la barra. Imité su acción y toqueteé el brazalete que me había regalado papá. Aún lo conservo. Nunca me lo he quitado.
Concéntrate — habla la doñita devolviéndome a la realidad.
— Ayer en la noche fui a la tienda a comprar... helado para comer con mamá. Al salir, me encontré con una niña acostada en una acera y me dió tanto dolor verla ahí sola y muerta de frío...
Ve al grano. Das pena ajena con tus mentiras.
— Me la llevé a mi casa. Y como sé que no pudiste tener bebes, pensé que talvez... podrías adoptarla.
El silencio estaba siendo el dictador en ese momento. ¿Cuándo será derrocado?.
Raquel me miraba inexpresiva, mi pulso iba más rápido de lo normal. Una lágrima gruesa resbaló por su mejilla y cayó sobre la barra. Esto le debe estar quemando las entrañas. Otra cayó, y otras más siguieron por ese camino. La mayor nunca dejó de mirarme a los ojos, ni siquiera cambió su semblante. Ahora no sé si está molesta o conmocionada.
Ay, carajo.
— ¿Cómo es ella? — preguntó con firmeza y sin titubeo, sorprendiéndome.
— Pelirroja, de buena estatura, ojos oscuros, sensible y a la vez fuerte. Es todo una guerrera.
La vi meditar por unos segundos y suspiró.
— ¿Dónde está ahora?.
— En mi habitación. — Me reprochó con la mirada. Le sonreí inocentemente.
Se levantó y me levanté dubitativa. Fruncí el ceño y ella me ignoró olímpicamente caminando hacia las escaleras. Corrí tras ella hasta mi habitación, en donde se quedó parada frente a la puerta. Me le adelanté y giré el pomo. Entré primero y Raquel me siguió con desconfianza. La niña al vernos se tensó y hundió su cabeza entre sus hombros, sintiéndose diminuta e indefensa ante la situación. Le di una mirada significativa, asintió en movimientos leves y poso su oscuro mirar sobre la mayor que, si Dios no me deja mal, sería su madre.
Raquel se sentó en la cama a su lado y le sonrió con ternura.
— Hola, pequeña. Soy Raquel ¿Cómo te llamas?.
— Amelia.
— Amelia, que hermoso nombre — vi a la niña elevar la comisura de sus labios un poco —. ¿Qué edad tienes?.
— ...Tengo once — habló un poco cohibida.
— Las dejaré solas — dije antes de levantar el pulgar en dirección a la pelirroja y salir del cuarto.
Me senté en el sofá de la sala con Kira acostada en mi regazo mientras le acariciaba el lomo. Hablé por llamada con Andrea, me contó que Cesar la había invitado a viajar con él a París; casi me deja sorda de tantos gritos y parloteos. Me mencionó que le iba bien estudiando Psicología y que su madre estaba embarazada, otra vez.
Al acabar nuestra conversación —que duró más de una hora— le texteé a Natasha para que me prestará los apuntes de hoy.
Escuché una puerta cerrándose y deduje que se trataba de Raquel y Amelia. Esperé paciente a que bajarán las escaleras, y la paciencia se convirtió en intriga al escuchar un sollozo y un sonido de fricción. Estaban compartiendo un emotivo abrazo.
Me rasqué la cabeza con desespero. ¡Ya, bajen y díganme lo que quiero escuchar!.
Unas pisadas fuera de la casa me sacaron de mi concentración. Miré a través de la ventana hacia el bosque y me pareció ver unos ojos rojos muy familiares. No eran de Anastasia, estos eran... diferentes, parecían más fríos y distantes. No sé de dónde lo conozco, pero no me da buena espina. Para nada.
A los pocos segundos bajaron la rubia y la pelirroja tomadas de la mano. Sonreí complacida.
— ¿Y bien?.
— Mañana viajaremos a Nueva York para llenar el formulario de adopción.
Vi un destello en la mirada de las mujeres cuando la mayor lo dijo. Hice bien en traer a Amelia.
(...)
Almorzábamos uno de los mejores platos que Raquel sabe preparar: Pastel de carne. ¡Dios, debería ser ilegal tener tanta perfección en un insignificante bocado!
Todos los miembros de la casa nos encontrábamos sentados frente a la mesa. Todos interactuaban abiertamente con la niña de cabellos de fuego, todos menos cierta platino que no paraba de verme con recelo. Sí, ya sabían que yo la había traído.
Alex de vez en cuando me miraba y me guiñaba un ojo, causando que me sonrojara y que Becky —quien estaba sentada a mi lado— me codeara haciendo gestos de picardía.
Al acabar el almuerzo, Raquel y Amelia fueron a lavar los trastes y el resto nos quedamos platicando. Zack y Lucas fueron a la sala y encendieron el televisor, Tom nos comentaba sobre sus ideas para llegar a Lancaster y quitarle la gema. Todas me parecieron absurdas.
— ¡Chicos, vengan a ver esto! — gritó un eufórico Zack desde la sala.
Todos nos dirigimos hasta allá de inmediato. La mayoría se sentó en los sillones, menos Alex —quien estaba recostado a una pared— y Raquel, Amelia y yo que estábamos detrás del espaldar del sofá frente a la tv. Estaban pasando las noticias.
— El rollo dorado, la reliquia misteriosa y más costosa del mundo, vigilada y resguardada con el sistema de seguridad más avanzado a nivel mundial ha sido robado a altas horas de la madrugada del día de hoy en el museo de arte Judío–Italiano. Jerusalén, Israel. — Mierda, ya lo saben. La noticia sí que corrió rápido —. Todavía las autoridades no logran encontrar indicios del culpable, pero eso no quiere decir que nosotros no podamos darles información relevante que nuestros medios pudieron conseguir.
<<No te despegues de la pantalla, que ya venimos con más, y lo estás viendo por: International News. — Terminó el periodista y pasaron a comerciales.
Amelia y yo compartimos una mirada de pánico. Ella sabía a qué había ido. Me puse el dedo índice en los labios y ella bajó la mirada mordiéndose las uñas.
Joder, espero salir ilesa de esto.
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