Capítulo 21

Alex.

Desperté de muy buen humor. Hoy pensaba salir a algún lado con Kamila. ¿Qué tenía planeado? Nada. Nada de nada. ¿Está bien eso? Para como es mi princesa, sí. Ella es tan simple a veces. Talvez la lleve a ver fuegos artificiales en Rusia, pero primero debo saber si tiene algo que hacer hoy. No le arruinaré sus planes.

Impaciente, tomé una ducha corta y me vestí con rapidez. Ya quiero verla.

¿Qué no la vez todos los días? ¡Déjala ser!.

Cállate — le espeté juguetón.

Bajé las escaleras al trote y me encontré a todos en el comedor, pero ella no estaba. Me senté junto a Finn —quien me dió un beso en la mejilla y puse los ojos en blanco, haciéndolo reír— y chequé la hora en mi celular.

7:37am. A esta hora ella ya está aquí.

— ¿Y Kamila? — pregunté en general, Alicia me sonrió con hipocresía. Más perra no pudo nacer.

— Salió muy temprano hoy — habló con voz aterciopelada. Sentí la bilis en mi garganta —. ¿Por qué? ¿No te lo dijo?.

— Malparida — mascullé. Es un alivio que nadie me haya oído, aunque por la mirada divertida de Finn...

— Considero, Pattirson, que eso no te incumbe.

Sonreí para mis adentros. Becky me cae bien. Muy bien.

— Ya, chicos. No discutan — nos reprochó Tom. La platino fulminó a Becks con la mirada, quien la ignoró olímpicamente —. Que tengan un buen día.

El mayor se levantó de la mesa, le dió un beso en los labios a su esposa y salió de la casa, dejando a sus espaldas un ambiente tan tensó como la corriente. Temo dar un sorbo a mi jugo y electrocutarme.

Acababa de llegar junto a la azabache a la universidad. Nos despedimos y nos dirigimos a nuestras respectivas facultades. Sigo dándole vueltas en mi cabeza a lo de Kamila, ¿Por qué no nos esperó? Además, tengo el presentimiento de que oculta algo. Ayer cuando le deseé las buenas noches se mostró demasiado indiferente y... Normal. Ella no es normal, ni indiferente. Es la chica más extraña que conozco —en todos los sentidos existentes—.

Algo se trae entre manos.

Llegué a mi clase y me senté en los asientos de en medio. Clarisse entró y me percaté de que llevaba puesto un collarín. Se veía tan perra que quise burlarme de ella, pero me contuve; no creo que eso sea buena idea. Clarisse es capaz de todo.

Ella se acercó contoneando sus caderas exageradamente y se sentó en el asiento de en frente. Me dio una de esas miradas sexys e inocentes que la caracterizaban. ¿Dónde está la papelera? Necesito vomitar.

— Mira como me dejó tu noviecita — siseó —. ¿Me cambias por un monstruo? — chilló. Ya me terminó de cabrear.

— No sé de qué hablas. Ante mí está la única monstruosidad que conozco.

— Deja de bromear, Espinoza.

— No estoy bromeando, Steeman — contesté sincero y con notable furia en mi voz.

— Alex — habló en un tono triste —, mi amor —. ¡Aaagh! ¡Que alguien me traiga una bolsa que vomitaré en cualquier momento! —. No me puedes hacer...

— Ay, mejor vete a la mierda — le interrumpí —. Ya tú no tienes nada que ver conmigo. ¡Entiéndelo!... Kamila hizo bien en golpearte, en serio. Te lo mereces.

Ella me miró con asombro y se quedó estupefacta. ¡Já! Que gracia me da esto.

— Pe... Pero...

— Vete. A. La. Mierda. No me interesas. — Ella se cubrió la boca perpleja y me dió una mirada asesina —. Ya no eres nada mío.

Vi que tenía intenciones de hablar de nuevo, pero no la dejé.

— Desaparece.

Tomó sus cosas, lanzó un bufido y se fue a los asientos del fondo. ¡Fiu! Espero y con esto ya no vuelva a molestarme. A los pocos minutos, el profesor entró con un semblante vacío; todo el alumnado permaneció en silencio, como los espectadores de una película macabra. Sí, estábamos aterrados. Ese es uno de los profesores más enérgicos de la facultad.

Él tenía la vista gacha, parecía temer quebrarse en cualquier momento. Mi curiosidad se incrementó.

¡Que diga algo ya!.

— Jóvenes... No... No sé cómo decirles esto.

— Diciéndolo, ¿No lo cree? — espetó una chica. Al parecer, no soy el único desesperado por saber.

— El profesor Valdeween — empezó, suspiró y continuó — falleció anoche, su departamento se incendió. Los bomberos llegaron muy tarde — para este punto ya tenía la voz completamente rota —. No pudieron salvarlo.

Sentí una pequeña presión en mi pecho, pero logré ignorarla. El silencio reinó por un par de minutos; algunos estudiantes lloraban a la par del profesor. Sin embargo, el hombre nos enseñó una pequeña sonrisa —que no logró alumbrar sus ojos opacados por la nostalgia— para proceder a iniciar la clase.

Cuando el timbre sonó, me levanté con pesadez y salí a pasos arrastrados.

<<Necesito a Kamila. Mi día mejorará cuando la vea sonreír>>.

El resto de las clases fueron monótonas y melancólicas. Cuando me dirigí al comedor tenía la esperanza de toparme allí con mi princesa, pero no la encontré. ¿No habrá venido hoy? ¿Le habrá ocurrido algo? Me es inevitable no preocuparme por ella. Sé que se puede cuidar por si sola, pero esa necesidad de besarla...

Estás obsesionado, chico. Parece que fueras un drogadicto altamente adicto.

Soy adicto a ella.

En una mesa retirada, logré visualizar una cabellera negra bastante familiar. Me acerqué y me senté a su lado. Instantáneamente, Becky giró a verme y comenzó a parlotear.

— ¿Sabes? Estoy comenzando a creer que Kamila nos está evitando.

— ¿Por qué? — estaba confundido. La castaña no haría eso, ¿Verdad?.

— La vi hace unos minutos caminando fuera de la cafetería. No la hubiera notado si no fuese por esa amiguita suya que es más escandalosa que una corneta.

— ¿Estás celosa? — pregunté conteniendo la sonrisa burlona que quería escapar de mis labios.

—  ...Talvez — contestó algo avergonzada —. El punto es, que algo está ocultando. Se me hace demasiado extraño que no me haya hablado hoy.

— Sí, anoche la noté extraña. Actuaba normal.

— Oh, sin duda algo está pasando — puntualizó misteriosa.

Nos quedamos unos segundos en silencio, hasta que decidí cambiar de tema.

— ¿Te enteraste de lo que le pasó al profesor Ignacio?.

— ¡Sí! Me alegro de que ese infeliz se haya muerto — habló con ironía.

— ¿Cómo puedes alegrarte por algo así?.

— Ese hombre se merecía lo peor — espetó rencorosa. Se levantó de la mesa y me dedicó una mirada profunda —. Será mejor que nos vayamos, ya me huele a velorio.

Llegamos a casa, y la castaña no daba indicios de aparecer. Ya como última carta, procedí a enviarle un mensaje.

Alex: Princesa.

Hola. ¿Dónde estás? No te he visto en todo el día. ¿Estás bien?.

Presione Enviar y me tiré sobre su cama, embriagándome con su aroma. Sonreí inconscientemente. Kira se acostó sobre mi abdomen y comencé a acariciarla. Dios, esto desestresa con la eficacia de un Avada Kedavra.

Pasaron veinte minutos, y nada que Kamila respondía. Ya me estaba volviendo a desesperar.

Alex: Princesa.

Mi amor, ya me estoy preocupando. ¿Te pasó algo? Por favor, responde.

Las manos me sudaban a tal punto que el celular se me resbalaba, esto ya es el colmo. Pasaron diez minutos y no recibía ningún mensaje. Decidí llamarla.

Primer tono, segundo tono. Nada que atendía.

Tercer tono, cuarto tono. Por favor, atiende.

Quinto tono. Me envió al buzón.

Frustrado, probé con enviarle otro mensaje.

Alex: Princesa

Contesta, por favor.

Eso fue lo último que envíe. Cerré mis ojos tratando de calmarme. Pasaron un par de minutos y mi teléfono dio un pitido. Lo tomé con brusquedad y lo desbloqueé.

Kamila: Princeso

¡Hola! Perdón, no quería preocuparte. Estoy bien, estoy en casa de mi mamá, pasaré la noche aquí.

Nos vemos mañana en la universidad.

De acuerdo, eso fue muy extraño, pero prefiero no responder de nuevo; al menos dió señales de vida. A los segundos, la puerta de la habitación se abrió de golpe, dejando ver a la cabello de paja, quien al verme palideció.

— ¿Qué haces aquí?.

— Eso debería preguntártelo yo — respondí a secas. Ella tardó un poco en contestar, pero cuando lo hizo me dejó estupefacto.

— Vine por su perrita — habló acercándose a pasos falsamente confiados. Tomé a la cachorra y la posicioné a mis espaldas.

— Ni lo intentes, Pattirson.

Ella sonrió con amargura y se fue de la habitación.

Esa chica está loca.

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