Capítulo 19

Le saqué una foto al mapa y volví a mi habitación por uno de los pasadizos. Dejé mis cosas sobre el escritorio y bajé a la cocina, en donde me topé con Anastasia, quien al verme me regaló una muy bonita sonrisa y se me acercó para abrazarme. Se lo permití, a pesar de que estaba bastante confundida e insegura.

— ¿Cómo estuvo tu primer día? — me preguntó con mucha amabilidad mientras se separaba de mí.

Le dediqué una mirada extrañada.

— Interesante.

— ¡Qué bien! — contestó y desapareció de entre las escaleras.

<<Algo me dice que estuvo cogiendo. ¿Por qué será?>>

Me serví un tazón con helado de galletas y me senté en el sofá a devorarlo. Me metí una cucharada a la boca y gemí levemente. ¡Está delicioso! Mi paladar tuvo un orgasmo a causa de aquella crema fría que me hizo delirar un poco. Me entró un pequeño cosquilleo en la médula espinal al sentir una imponente mirada posada sobre mí. Sentí unos pasos aproximándose tortuosamente lento.

Dejé el tazón a un lado y mantuve mis sentidos alerta. Sentí como una fuente de calor se aproximaba a mi cuello y ataqué; agarré la mano y con fuerza sobrehumana, la levanté sobre mi cabeza y la arrojé frente a mí. Una cabellera platinada se hizo visible ante mis ojos. Alicia. Mis ojos pasaron a su mano en la que tenía agarrada una daga. ¿Acaso quería... matarme?.

Sus ojos reflejaban furia y rencor, mucho rencor, y si antes no estaba molesta, ahora sí.

— Trata de ser más silenciosa la próxima vez — espeté con neutralidad.

Tomé el helado y regresé a mi dormitorio. Cerré la puerta detrás de mí y bufé. Esa muchacha hará que la termine matando un día de estos. Posé mi vista sobre mi cama y mi mal humor se esfumó y fue reemplazado por una gran sonrisa. Alex estaba recostado con los párpados cerrados. Me acerqué a él y me le acosté encima. El castaño abrió sus ojos, permitiéndome deleitar por aquellas gotas de miel. Contraje la respiración.

Alex acarició mi brazo con gentileza y mostró sus preciosas perlas relucientes.

— ¿Dónde estabas?.

— Por ahí — le respondí y él me dió un pequeño beso en la nariz.

— ¿Te sientes mejor? — preguntó sutilmente y asentí un poco sonrojada.

El plantó sus labios carnosos sobre los míos con dulzura y al separarlos sonrió. Me abrazó por la parte lumbar y yo recosté mi cabeza sobre su pecho.

Me quedé dormida sobre él.

(...)

Desperté bajo un calor agradable y abrazador. Abrí mis ojos somnolienta y vi el semblante relajado que tenía el castaño. Me causo tanta ternura que no pude evitar darle un beso en la frente. Me levanté con cuidado para no despertarlo y entré a uno de los pasadizos. Caminé algo temerosa por la poca luz que me proporcionaban los faroles. Chequé la hora en el celular y puse los ojos como platos, eran las 10:26pm, había dormido cinco horas. Eso explica porque no estoy cansada.

Cuando ya había llegado al final del pasaje, tuve que subir unas escaleras y, al abrir la puerta que se encontraba sobre mi cabeza, abandoné el subsuelo, internándome en medio del bosque, donde se encontraba el árbol de la vida y la muerte. Por eso vine hasta aquí, para visitar a mi padre. Desde que estoy aquí no lo he visto, ni a mamá.

Volé hasta una de sus ramas más altas y me senté.

— Papá, ya estoy aquí — lo llamé y se me cortó un poco la voz por la emoción.

Vi como se comenzó a hacer visible su rostro en el tronco y contuve el aliento. Sentí como mis ojos se comenzaban a inundar. Cuando me vió esbozó una sonrisa que causó que soltara un sollozo inaudible.

— ¡Oh, mi niña! Como te eché de menos — dijo y una lágrima corrió por mi mejilla, y a esa le siguieron unas cuantas más —. Ay, no llores. Ya no hay porqué llorar — expresó y me tendió una de sus hojas, la cual tomé y me limpié con desdén.

— De eso no estoy tan segura — murmuré. Gracias a los Santos no me escuchó.

— ¿Ya empezaste las clases en la universidad?.

— Sí, hoy fue mi primer día — le contesté —. Fue una locura.

Reinó el silencio por un par de segundos, y Joseph se encargó de aniquilarlo.

— Sé que no viniste precisamente a visitarme — dijo y tragué grueso. ¿Cómo lo supo? —. ¿Qué te inquieta?.

— ...Descubrí como acabar con la maldición Krístal — respondí con un hilo de voz.

— Pero... ¿Cómo es eso posible?.

— Es una historia muy complicada — dije y rodeé los ojos.

— ¿Y qué tienes que hacer?.

— Nada más y nada menos que robar una reliquia de un museo súper famoso en Jerusalén — solté con sorna.

— No inventes — murmuró —. Kami, eso es muy arriesgado. ¿Sabes en cuántos problemas te puedes meter?.

— Nunca dije que lo haría — me excusé. Él suspiró y me sonrió.

— Sabes, puedes pedir otro deseo — mencionó cambiando de tema y yo le dediqué la mirada más confundida que podía poner. Últimamente nada me sorprende.

— Pero ya pedí un deseo.

— Sí, pero Alex... — dijo resaltando su nombre, noté como mis mejillas se encendieron — Pidió el mismo deseo que tú hace unos meses, y si no me equivoco, te encontró a ti. Así que... Tú deseo no tuvo ninguna validez — agrandé los ojos —. Puedes deshacer tu petición y pedir otra cosa.

Medité por un momento, pero al final coincidí con mi padre.

— Bien. Hagámoslo.

El árbol desprendió un esplendor blanquecino y me rodeó de la cabeza hasta los pies. El color se tornó de un tono rosado con corazones, y luego lo cambió a un marrón marchito. Sentí una especie de vacío en el pecho y me asusté de inmediato, no creo que esto sea bueno. Cuando el esplendor se disolvió, me despedí de papá y regresé volando a gran velocidad. En cuestión de segundos ya me encontraba abriendo las puertas del balcón.

Miré hacia mi cama y me la encontré vacía. Me preocupé más de lo que estaba, mucho más. Las lágrimas corrían por mis mejillas sin control y sentí una gran opresión en el pecho. De pronto, la puerta de la habitación se abrió, dejándome observar a Alex, quien al verme corrió hasta mí y tomó mi cara entre sus manos.

— Kami, ¿Qué sucede? — preguntó preocupado. Yo levanté la mirada y mis ojos se encontraron con sus gotas dulces de miel. Solté un sollozo desgarrador.

— Alex... ¿Me amas? — pregunté casi sin voz.

El oji miel me miró y puso un semblante cariñoso. Acarició mi mejilla con la yema de su pulgar con dulzura.

— ¿Cómo puedes dudar de eso? Estuve a punto de quitarme la vida al no soportar estar sin ti — dijo y sonrió —. ¿Quién te dijo lo contrario? — preguntó en un tono serio, como si estuviera a punto de matar a alguien.

— Nadie, solo... Saqué conclusiones apresuradas.

— ¿Acaso no te he demostrado lo que siento por ti? — estaba desilusionado. Se me arrugó el corazón como una bolita de papel.

Me dediqué a explicarle lo que había ocurrido hace algunos minutos y me entendió. Se sorprendió cuando le conté y me dió muchos besos por toda la cara, provocando múltiples risas de mi parte. Y terminé entregándome a él en cuerpo y alma.

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Acabábamos de entrar a la universidad. Algunos de los estudiantes miraban en mi dirección con asombro, otros con admiración, y algunos con ¿Miedo?. Talvez, no sería incoherente que me temieran. Al despedirme de los chicos, fui directo a mi aula, en la que me encontré con cierta rubia que me había salvado ayer de la soledad. Me senté en la mesa de al lado y volteó a verme. Le ofrecí una sonrisa ladeada.

— ¿Cómo estás?.

— Viva — respondió y soltó una leve risita —. Todos están hablando de lo que pasó ayer. ¡Los chismes sí que corren rápido!.

— De eso no hay duda — expresé totalmente convencida —. ¿Has visto a las oxigenadas?.

— ¿Nos referiremos a ellas de esa forma de ahora en adelante? — pregunta levantando una ceja con incredulidad y algo de burla.

— Sí. Considero que sus nombres están malditos — dije en un susurro como si esto se tratara de un secreto y ella explotó en carcajadas. Los pocos alumnos que se encontraban en el salón la veían como si tuviera una bola de moco pegada en la frente.

Cuando se calmó, fue capaz de responder.

— No las he visto, creo que no asistieron. No es para menos, después de lo de ayer...

— Buen día, alumnos. Saquen sus cuadernos — interrumpió la profesora y nuestra charla llegó a su fin.

La jornada fue agotadora. Entré clase y clase, las preguntas de mis compañeros por lo que pasó ayer, una visita a dirección por culpa del gorila que me reto a jugar básquet con él y rechazos de mi parte hacia las ofertas de los diversos equipos de deportes de la universidad. ¡No pude hablar ni treinta segundos con Alex! Debería de matarlos a todos por no dejarme ni caminar. Sí, un séquito estudiantil me seguía a donde fuera que fuese obstaculizándome el paso.

Cuando las clases terminaron, salí disparada a los baños. Me mojé la cara con un poco de agua y después de secármela afinqué mis manos sobre el lavabo. ¡Al fin, respirar! Se siente bien estar sola.

Mi celular sonó indicando que había recibido un mensaje. Lo abrí y lo leí.

Princeso:

Kami, estamos en el aparcamiento. Ven cuando salgas.

Sonreí inconscientemente, le respondí con un pulgar hacia arriba y me encaminé a la salida. En el camino me topé con el aborto de Ignacio. Me miró y corrí la vista con repulsión. Algún día me vengaré de él, lo tengo anotado en una libretita personal llamada "Trevor".

Me subí a la camioneta del oji miel y, después de darle un beso en la mejilla, arrancó.

Al llegar a la casa, me fui a mi dormitorio como alma que lleva el diablo. Estaba impaciente por hablar con... mi súbdito. ¡Cristo! Que mal se oye decirle así. Al adentrarme en el cuarto le acaricié el pelaje a Kira y dejé mi mochila sobre la cama.

— Soldado — lo llamé, y a los dos segundos apareció saliendo de su nube negra.

— ¿Qué desea, amo? — preguntó haciendo una leve reverencia ante mí.

— Tengo que hablar contigo.

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