Capítulo 18
Alex.
Estaba nervioso. Kamila no sabía dónde se estaba metiendo. Ese chico es especialista en hacer bullying, y a pesar de que mi princesa sepa defenderse físicamente, emocionalmente está indefensa.
Ella caminó detrás de Bruno hacia la cancha de baloncesto y, detrás de ellos, el resto del alumnado. La castaña clavo sus ojitos avellanados sobre los míos y sonrió con inocencia. Le devolví una sonrisa forzada.
Si ese idiota llega a humillarla, juro por todo el amor que le tengo a mi princesa que lo mando al hospital.
— Muy bien, preciosa — apreté la mandíbula al escuchar como le dijo — ¿Sabes jugar?.
— Sí — respondió, me miró y me guiñó un ojo. Algo se trae entre manos.
— Muy bien — dijo poco convencido —. Te la pondré fácil. Será un juego normal pero para ganar solo debes encestar tres canastas. ¿Lista? — asintió.
Bruno comenzó a rebotar el balón. Kamila lo observaba con atención y, en un ágil movimiento, se lo arrebató. Los silbidos y gritos que se escuchaban se vieron tragados por un silencio abrumador. La cara del gilipollas era todo un poema. La castaña rebotó el balón contra el piso de la cancha; Bruno trataba de quitárselo, pero Kamila era más rápida y lo esquivaba.
Tomó impulso y encestó. La primera canasta fue de ella. La multitud dió un grito de asombro.
— ¡Wuujuuu! ¡Eso es, Kams! — gritó Becky presa de la emoción.
— Fue un golpe de suerte — dijo el chico con aires de grandeza.
Él comenzó a rebotar el balón, y Kamila volvió a quitárselo. Pasó el balón bajo sus piernas, se lo pasaba por detrás y evadía al mastodonte con la astucia de un gato. Se estaba luciendo. Hizo un doble paso perfecto y metió el balón limpiamente en el aro.
— ¿Esto te parece suerte? — preguntó mi princesa en un tono burlesco. Bruno gruñó como un lobo a punto de atacar.
La chica había atajado la pelota al vuelo. El idiota corrió hacia ella, quien lo esquivó y volvió a encestar. Ya había ganado. El alumnado se quedó mudo por un breve tiempo para luego estallar en gritos y vítores. Kamila dirigió su mirada a mí y volvió a hacerme un guiño. Sonreí aliviado.
El par de teñidas se acercaron a pasos firmes hasta la oji avellana. Clarisse se plantó frente a ella y le propinó una bofetada; la sangre corrió con ferocidad por mis venas. La agredió. La castaña levantó la vista lentamente, y al verla, le dió un fuerte golpe en la mandíbula a mi ex, haciendo que saliera disparada unos cuantos metros y que cayera al suelo de forma brusca.
Sonreí con satisfacción.
— ¡¿Pero qué te sucede?! — gritó Lisbeth furiosa.
Levantó la mano para golpearla, pero Kamila detuvo el golpe y le torció la muñeca. Lisbeth dió un grito de dolor y calló al suelo lloriqueando.
— No me gusta que me griten — espetó Kamila indiferente.
— ¡¿Qué está pasando aquí?! — preguntó el director aproximándose a la cancha y la mayoría huyó del lugar, dejándo solamente a las heridas, Bruno, Kamila, su nueva amiga, Becky y a mí en la escena del crimen —. Ustedes dos — dijo refiriéndose a las teñidas —, vayan a la enfermería. Y el resto — nos señaló — se viene conmigo.
Resultó que Lisbeth tenía fractura de muñeca y Clarisse tenía la mandíbula rota y un esguince en el cuello. No saben lo feliz que me puse al enterarme. A Kamila no se le otorgó castigo alguno, nos habíamos encargado de aclarar y narrar los acontecimientos al señor Kanif.
Al salir del despacho, la castaña esbozó una gran sonrisa, contagiándomela.
— Que buen comienzo de clases. Este día no lo olvidaré jamás — expresó eufórica.
— Oh, créeme, nadie lo hará — comentó Natasha con convicción.
(...)
Aparqué en el garaje y bajamos de la camioneta. La castaña metió sus manos en uno de sus bolsillos e hizo un mohín.
— Se espachurró — lloriqueó y sacó una uva —. Pensé que la usaría, pero no hizo falta.
— Eres muy buena jugando. ¿Nunca practicaste? — le pregunto la azabache.
— Lo hacía por hobbie, pero nunca lo dominé — contestó confundida —. Talvez es por los poderes del Krístal Supremo, multiplican mis habilidades — expuso algo triste.
— ¿Y eso que tiene de malo?.
Seguía cayado mientras escuchaba. El tema se había tornado interesante.
— Que nadie puede enfrentarse a mí. ¿No viste como dejé a las oxigenadas? ¡Y eso que no apliqué casi fuerza! ¡Soy un monstruo! — estalló y se metió a la casa corriendo anormalmente rápido.
Becky y yo compartimos miradas angustiadas. No hizo falta ningún otro gesto para que nuestras ideas se sincronizaran y actuáramos simultáneamente. A pasos apresurados nos encaminamos al dormitorio de la castaña.
Primer piso, el nudo en mi garganta comenzaba a hacerse notar.
Segundo piso, se me empezaba a entrecortar la respiración.
Tercer piso, el pulso se me estaba disparando.
Giré el pomo de la puerta y nos recibió la oscuridad. Encendí la luz y visualicé a la pudder dormida en su colcha.
¿Dónde se había metido Kamila?.
— Seguramente ha de haber salido. Dejemos que se calme — pidió la chica —, no debe de ser fácil sentir tanta presión — dijo y posteriormente sentimos una leve vibración bajo nuestros pies.
Duró apenas cinco segundos, pero no pude evitar preocuparme. Mi princesa se está sintiendo mierda. Tragué con dificultad. Becky le dió un pequeño apretón a mi hombro en señal de apoyo. Quité despacio su mano y salí de la habitación dispuesto a hacer algo con mi vida que me distrajese. Creo que iré a molestar a mi "novio" un rato.
Kamila.
Corrí escaleras arriba y entré a mi habitación. Cerré la puerta con brusquedad y arrojé mi mochila contra la cama. Dejé escapar un fuerte sollozo y sequé mis mejillas con desdén. Ya estoy harta de esto, no quiero dañar a nadie. Pero no soy de hierro, también tengo derecho a sentir y expresar, soy un ser humano. No, humano no; un ser vivo. Sí, creo que eso sí.
Deberías hacer el ensayo, así te distraes y no acumulas trabajo — propuso me conciencia sorprendentemente condescendiente.
Tomé la mochila y mi laptop, suspiré y me perdí de entre uno de los pasadizos. Con cada paso que daba temblaba. Dejaba caer las gotas saladas de mis ojos a la vez que sollozaba; dí un grito de desesperación. Grave error. El suelo comenzó a temblar y al estar ante una luz tenue no me proporcionaba calma que pudiese ayudarme. Me asusté al dejar de sentir contacto con el suelo. Cerré mis párpados y respiré profundo y, de a poco, fui descendiendo hasta que mis pies volvieron a tocar la superficie. Ya no había movimiento sobre la tierra.
Suspiré aliviada. Volví a respirar para tratar de calmarme y continué mi camino hacia la biblioteca. Me senté en una de las mesas y comencé a realizar la investigación.
Allí estuve sentada como alrededor de medio siglo. Solo exagero, pero así me pasó el tiempo; como una eternidad. Tipeaba a una velocidad que no podía siquiera ver mis dedos detalladamente. Al terminarlo solté una inaudible alabanza a los dioses de la sabiduría. Miré la hora en mi celular y me quedé estupefacta. Eran las 4:09pm, solo habían pasado dos horas.
Después de todo, esta maldición no es tan mala.
Me quedé allí un rato sentada, pensando en lo que había ocurrido hoy. Respiré profundo para no alterarme de nuevo, no quiero ocasionar más disturbios. Le di una lección al par de perras y al imbécil, hice una amiga, descubrí que Ignacio aún seguirá formando parte de mi vida, aunque podría hacer algo al respecto.
Me levanté de la silla y caminé directo a la sección prohibida con un sentimiento confuso. Estaba como ansiosa y asustada a la vez, quería revisar el libro que me dejó Marilyn de nuevo. Me dejó con mucha intriga la página del mapa de la ciudad Israelita.
Miré para todos lados y al comprobar que en verdad me encontraba sola, giré la llave dentro de la cerradura y después de entrar cerré la reja detrás de mí. Caminé a pasos relajados hacia la pequeña sala y me senté en uno de los sofás, observando el estante donde reposaba aquel pesado libro.
¿Será que lo leo? ¿Otra vez? ¿Me servirá de algo? Podría ir ahora mismo a visitar a mi padre o ir a con Alex en vez de perder el tiempo.
Pero somos especialistas en perder el tiempo — mencionó la doñita y dejé mi mente en blanco por un momento —. Leer una vez más no hará daño. Los demás pueden esperar.
Y con aquella declaración, dirigí mis pasos hacia el viejo y desgastado estante. Cogí el libro con determinación y lo posé sobre la mesa. Lo abrí y comencé a pasar las páginas, hasta que me detuve en la que buscaba.
Era el plano de una ciudad. Jerusalén, para ser exacta. Habían calles indicadas, coordenadas sobre el clima, sitios turísticos y algunos lugares reconocidos. Pero lo que más llamó mi atención fue un museo que se hallaba encerrado en un círculo rojo. Tenía un montón de pasillos y uno en específico estaba trazado en azul. En el final del trazó, se encontraba un punto verde, del que salía una flecha a un extremo de la página en donde se leía con claridad: Profecía Optus Kristálitus.
Le dí la vuelta a la página y había algo escrito en letras pequeñas, no dude en leerlo.
La profecía Optus Kristálitus es un rollo con cubierta de oro hecho antes del año 3.800 a.c por un joven hebreo bajo posesión demoníaca en la que realizó una serie de rituales con el fin de acabar con la maldición de las Optus y los ángeles caídos. Fue ocultado y resguardado hasta el año 2.003 en que se decidió mantener en el Museo de Arte Judío Italiano sin hacer mención del secreto contraído.
No puedo creer que todo este tiempo tuve la solución a mis problemas ante mis narices. Esto es lo que necesito.
Necesito ese rollo.
Debo robar ese rollo.
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