Capítulo 17

Ansiedad, esa era la palabra que describía lo que estaba sintiendo. Caminaba de un extremo a otro de la habitación, inquieta, como si necesitara hacer algo. Cogí una goma de mascar sabor a menta, me la metí a la boca; era la cuarta que me comía en el día, y apenas eran las 6:57am.

Me miré al espejo y me inspeccioné; jeans negros, camiseta blanca con el emblema de Hogwarts, calzado deportivo vino tinto y una coleta alta. Se podría decir que estoy perfecta, que nadie me hará malos comentarios. Pero eso es muy impredecible.

Inhalé profundamente y exhalé con lentitud. Salí de la habitación un poco cohibida. Bajé las escaleras al trote y llegué hasta el comedor, en donde me encontré con Becky, quien desayunaba y movía las manos con desespero. También está nerviosa.

Me serví un tazón de cereales y leche, me senté frente a ella y puse mi bolso en el suelo.

— ¿Todo bien? — pregunté metiéndome una cucharada a la boca.

— Sí, un poco insegura, nada más — contestó y sonrió con nerviosismo.

— ¿Y qué vas a estudiar? — me regañé mentalmente por no saberlo. Se supone que somos mejores amigas.

— Publicidad, lo decidí hace unos meses, cuando fuimos a Nebraska.

No está nada mal, tiene porte para eso. A los minutos apareció Alex. Al verme, me regaló una sonrisa abierta y no pude evitar devolvérsela. Se sentó a mi lado y comenzó a comer.

— ¿Cómo están esos nervios? — preguntó el oji miel.

— Activos — contestó Becky y le tendí una goma de mascar que agarró y empezó a masticar, acción que imité con una.

— ¿Cuántas te has comido? — me preguntó Alex y me quedé callada —. Kamila...

— Cinco.

Él se me quedó mirando fijamente, hasta que tomó mi mano y le hizo una leve caricia que mandó cientos de corrientes eléctricas por todo mi cuerpo.

— Todo saldrá bien ¿Sí? — la dulzura con que lo dijo me cortó la respiración por un momento.

Vi por el rabillo del ojo como Becky sonreía y entraba en etapa fan girl. Oh, Dios, dame calma para no pecar y robarle un fugaz beso a este chico.

Iba de copiloto, Becky en la parte de atrás y Alex manejaba la camioneta. El viaje se me hizo extremadamente corto, pareciese como si la vida quisiera librarse de mí cuanto antes. ¿Qué le he hecho, mi sagrada señora, para que me haga pasar por tan incómodas situaciones?.

Al llegar, bajamos y nos encaminamos hacia la entrada de la universidad. Sigo impresionándome con lo maravillosa que es. Becky se separó de nosotros, puesto que tenía que dirigirse a su facultad —cosa que ocurrió después de habernos dado palabras de aliento mutuamente—. Me dirigí junto a Alex a la facultad de medicina; los nervios se habían intensificado, pero traté de ocultarlos. <<Cabeza en alto y pasos confiados>> me repetía mentalmente una y otra vez.

— Tierra llamando a Kamila — pronunció el castaño con voz de marciano y clavé mis pupilas en él. Rió un poco —. Llevamos aquí parados tres minutos — dijo y agrandé mis ojos —. Aquí será tu primera clase. ¿Lista? — negué de inmediato y él sonrió —. Estarás bien, ya verás — me dió un beso en la frente —; me tengo que ir. Te quiero.

Se dió la vuelta y se fue, dejándome parada en la puerta del salón con una sonrisa boba. Casi nunca me lo dice, pero me siento jodidamente bien cuando lo hace. Cogí un poco de valor y entré al salón. Había unas cuantas personas, pero quedé traumada. Unas chicas se besaban con furia al fondo, en una esquina estaba un chico con un piercing, parecía un toro. Una chica de cabellos verde moco alborotado me miraba desde un extremo del aula, y me intimidó un poco.

<<¿Donde se habría metido el profesor?>>. Respiré profundo y, dedicándole mi mejor mirada asesina a la de cabello verde, me senté en primera fila. Dejé mi mochila en el suelo frente a mis pies y me coloqué los lentes. Espero y el profesor no tarde mucho en llegar.

El salón ya se estaba empezando a llenar, y por lo que veía, eran personas normales. De pronto, sentí una presencia frente a mi mesa. Levanté la mirada y me encontré a la chica de cabello grama. Tenía los ojos oscuros y con una pizca de burla en ellos.

— Que horribles anteojos, te hacen ver ridícula — espetó con gracia.

— Que horrible cabello, parece que te hubieses pegado césped a la cabeza — contesté. No pensaba dejarme humillar.

Ella me miró con desprecio, ya para ese momento éramos el centro de atención del alumnado. La chica me sonrió con hipocresía.

— Cuida tus palabras, chiquita. No sabes con quién te estás metiendo — habló con rabia.

— Lo mismo digo.

Ella se fue echando humo de vuelta a su asiento. De repente, entró un hombre al salón y todos dejaron de murmurar. El sujeto se dió la vuelta y lo reconocí de inmediato. Cerré los puños con tanta fuerza que mis nudillos se tornaron blancos. Se había dejado crecer la barba un poco. Tenía buen aspecto, el hijo de puta.

Incliné un poco la cabeza hacia abajo, para que no pudiera detallar mi cara.

— Bueno días, estudiantes. Mi nombre es...

— Ignacio Valdeween — le interrumpí con desdén. Ese nombre me lo sabía de memoria.

— Correcto. ¿Quién lo dijo? — levanté la mano lentamente —. ¿Cómo se llama, señorita?.

— Creo que lo sabe perfectamente, profesor — subí la mirada y lo encaré. Se quedó estupefacto, tragó grueso y miró nuevamente hacia la clase.

— Hoy les daré el plan de contenido y procederemos a las presentaciones — dijo un tanto incómodo y se giró hacia el pizarrón evitando toparse con mi mirada.

Ese imbécil. Tenía tiempo sin verlo, y justamente tengo que verlo todos los días de ahora en adelante. Ojalá salga un orangután del zoológico y lo viole.

Escribí todo y al pasar a las presentaciones escuché claramente a la de cabello verde. <<Hola, me llamo Lisbeth Brown, soy repitiente de la materia y espero que me ayuden a aprobar>>. Esa última oración sonó más a Si no me hacen las tareas me convertiré en su peor pesadilla. Típico. Ruego a los dioses para que me obligue a algo y así, dejarla calva y con la nariz chueca.

Cuando la clase terminó, solté una pequeña alabanza a Satán y salí disparada a mi siguiente clase, cuyo salón no sabía dónde estaba.

— ¿Estás perdida? — preguntó una chica de voz dulce. Al darme la vuelta, me encontré a una rubia de ojos esmeralda. Me recordó tanto a Christine que se me plantó un nudo en la garganta. Tragué con dificultad.

— Ehm, sí — dije un poco apenada. Ella era delgada y pequeñita, lucía bastante amable.

— Tenemos que subir al siguiente piso y cruzar al pasillo de la derecha. El quinto salón es el que nos toca — dijo y se mostró un poco avergonzada —. Lo siento, no creas que soy una sabelotodo. Solo lo sé porque recorrí toda la universidad de punta a punta y llegué temprano a preguntar — habló atropelladamente —. En fin, soy Natasha.

— Kamila — informé mientras comenzamos a subir por el elevador.

— Sí, lo sé. Todos los de la clase lo saben por el enfrentamiento que tuviste con Lisbeth. Fuiste muy valiente — reí un poco.

— Valiente fue ella — murmuré. La rubia no me escuchó.

Entramos a la siguiente clase, la profesora es muy agradable y armoniosa. Lo único que no me sentó muy bien fue que nos mandó un ensayo de doscientas páginas para la semana que viene. Durante el resto de las clases estuve junto a Natasha, quien estuvo compartiendo algunos comentarios graciosos sobre los docentes y nuestros compañeros creídos conmigo.

Cuando sonó la campana indicando la culminación de las clases, nos dirigimos a la cafetería. Estaba abarrotada por estudiantes de todos los años y facultades. Me sentí tan pequeña y vulnerable como una hormiga. Aparentando confianza, fui a hacer la fila junto a la rubia para pedir nuestros almuerzos. Pedimos un par de trozos de pizza con unas gaseosas y nos sentamos en una mesa vacía del fondo.

Busqué con la mirada una cabellera azabache que anduviera perdida, hasta que la vi y agité la mano con desesperación, y cuando me vio camino a pasos apresurados hacia la mesa.

— ¿Qué tal te fue? — pregunté a Becky.

— Bien — respondió sentándose —. Las clases fueron estupendas y los profesores son muy amigables. ¡Logré hacer algunas amigas! — exclamó entusiasmada. Estoy contenta por ella. Sé cuánto le cuesta socializar.

— Me alegra oír eso — le dije sonriente —. Becks, ella es Natasha, una compañera — mencioné presentándola y ambas se estrecharon las manos. 

De repente, sentí algo de peso a mi lado. Al girarme me fijé en que se trataba del castaño, quien me dió un pico y me hizo sonrojar. Becky chilló y Alex bufó. No pasé desapercibida la incomodidad de la rubia, así que le pregunté:

— ¿Sucede algo? — murmuré para que solo ella pudiera oírme.

— Es que... Él fue novio de Clarisse Steeman, y ella dijo que cualquier chica que se acercara a él, la destruiría — susurró aterrada.

— ¿Cómo sabes eso? — pregunté curiosa. Esa chica es nueva y sabe de todo.

— Mi prima me lo dijo. Ella estudiaba aquí. Estuvo coladita por él y la... estúpida esa la humilló tan feo que la pobre no soportó la vergüenza y se retiró — expuso con pesar. Pobre chica.

— ¿Cómo te fue hoy, Kami? — me preguntó el oji miel.

— Bien, conocí a Natasha — dije señalando a la rubia y ellos se saludaron —. Una chica cabello moco me molestó, pero me defendí — aclaré rápidamente al ver el semblante de Alex —; y odio al profesor Ignacio.

— ¿Por qué? Es el profesor más pana de la universidad — comentó extrañado.

— Y el más sádico — espeté con rencor.

— Espera... — intervino Becky — ¿Ese no era el novio de tu mamá que te...

— Sí, el mismo — le interrumpí.

— ¿Que te qué? — me preguntó Alex —. Kamila, ¿Qué te hizo?.

Estaba por contestarle cuando unos gritos se robaron nuestra atención. Provenían del campus, y todos los estudiantes del comedor se dirigieron hacia allá.

— Veamos que está pasando — se animó a decir la rubia y la seguimos.

Las gradas estaban repletas de estudiantes. En el centro habían unos chicos, de los cuales destacaban Clarisse y Lisbeth, por sus llamativos cabellos, y un chico alto, robusto con tatuajes en sus brazos. El resto de los chicos eran de buena estatura pero no tan altos como él.

Éramos los últimos en llegar, y cuando íbamos a dirigirnos a unas gradas, todo se quedó en silencio.

— Hola, chiquita. Veo que te gusta Harry Potter — pronunció. Tengo el presentimiento de que esto va conmigo.

Alex iba a dar un paso pero lo detuve.

— Tranquilo, yo me encargo — susurré, me metí una flíbola en el bolsillo y aparenté no tener miedo.

El chico y su banda se acercaron a nosotros, y cuando ya estuvieron cerca, me miraron con descaro; a excepción de las chicas, que veían a Alex y babeaban como un caracol.

— Pero que linda — mencionó el chico y pasó su lengua por su dentadura —. Soy Bruno. ¿Cuál es tu nombre, preciosa? — preguntó en un tono adulador y levantó la mano para tocar mi cabello, pero se la sostuve con fuerza.

Nuestras miradas se encontraron y él sonrió de lado. Lucía sorprendido y a la vez conforme. Bruno bajó su brazo con lentitud y lo solté.

— Kamila.

— Mm, qué lindo nombre — saboreó —. Un rumor sobre ti llegó a mi oídos, y que te la dabas de muy fuerte. — Alex iba a hablar pero le pellizqué el brazo —. Así que te quiero proponer algo.

— ¿Algo como qué? — interrumpí con rudeza.

— Un partido de Básquetbol, solo tú y yo... ¿Qué dices?.

Alex se acercó a mí oído y murmuró.

— No tienes que hacer esto. Puedo mandarlo al hospital de una vez — le sonreí con ternura. Amo que se preocupe por mí.

— Pero yo quiero hacerlo — murmuré y le hice una leve caricia en el hombro —. Acepto.

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