Capítulo 13
La línea se quedó en silencio por unos segundos, comenzaba a preocuparme ya que no escuchaba la voz de Alex. Pero toda preocupación se desvaneció al sentir un cuerpo cálido y fornido contra mi espalda, y unos musculosos brazos rodear mi vientre. A la velocidad de la luz, el chico me giró, me abrazó y empezó a darme vueltas en el aire mientras yo reía con regocijo. Al dejarme nuevamente en el suelo, me llenó la cara de castos besos, hasta que sus labios se posicionaron sobre los míos.
Abrí un poco la boca en busca de un mejor ángulo. Nuestras lenguas batallaban entre sí. El calor fue surgiendo poco a poco hasta que ya no lo pude soportar más. Le quité la camisa de un tirón y pasé mis manos con lentitud por ese tonificado abdomen que tanto moría por tocar.
¿Qué coño estoy haciendo?. Me desconozco, ni siquiera sabía que era capaz de algo así.
Ni yo — apareció la doñita —. Voy a desaparecer por un rato, creo que estás muy entretenida — dijo y para mí desgracia, se esfumó. Ya qué.
Alex me levantó con un brazo y me pegó aún más a su cuerpo, enredé mis dedos en su cabello intensificando nuestro contacto. Ya me estaba comenzando a excitar, y temía por mi virginidad. El castaño caminó con facilidad hasta la cama, tanta que me sorprendió; de seguro ya tenía experiencia en el terreno sexual, no como yo que es la primera vez que tengo una escena tan íntima.
Él se sentó sobre la cama y yo quedé a horcadas sobre él, solté un leve gemido al sentir su erecto miembro, lo que causó que el castaño me besara con mayor agresividad. Alex me quitó la camisa tortuosamente lento, y al despojarme de la prenda, la arrojó al piso. Se quedó embelesado mirando mi cuerpo, sentí mis mejillas arder por la vergüenza. Acarició con la yema de sus dedos mis pechos suavemente sobre el sujetador. Eso me estaba excitando aún más, aunque la vergüenza se negaba a dejarme.
— No... No sé qué tanto me ves, si mis senos son... del tamaño de un grano de maíz — comenté entre jadeos.
Él levantó la vista, permitiéndome ver aquellas gotas de miel que me roban la cordura, diciéndome tantas cosas sin siquiera soltar una palabra.
— Cada minúscula parte de tu ser, es simplemente arte ante mis ojos — dijo con voz profunda —. Eres perfectamente perfecta — y sin más, volvió a hacerme presa de sus labios.
El beso volvió a tomar el ritmo y la temperatura de antes, embriagándonos de una sensación placentera y adictiva. Quería más. Alex me tenía fuera de mis cabales, no se cómo, pero con un movimiento sin esfuerzo y con mucha destreza me acostó sobre la cama y me aventó los pantalones de un tirón, dejándome en ropa interior. La vergüenza volvió a invadirme. Repartió una cadena de besos desde mi cuello hasta mi abdomen. Generándome un sin fin de sensaciones completamente desconocidas.
Sus besos fueron bajando, hasta llegar a mis bragas. Contuve el aliento por un momento. Él introdujo dos de sus dedos lentamente, torturando, palpando. Yo mantenía los ojos cerrados y la mandíbula bien apretada. No puedo ocultar que me duele un poco, por más excitada que esté. Alex masajeaba mi clítoris con su pulgar, no pude evitar soltar un grito de puro placer.
Tomé su cabeza —que él ocultaba en mi cuello— y lo besé con fervor. Pasé mis manos por su tableta de chocolate y las posé sobre su pantalón, el cual desabroché con torpeza y él terminó de quitárselos, quedando solo en bóxer. Mientras yo jugaba con el elástico, el castaño besaba mi cuello e iba desabrochando mi sujetador, el cual sacó sin dificultad. Luego, al sentirme descubierta, bajé de un tirón su ropa interior.
El miedo comenzó a hacer acto de presencia. Ya estábamos casi en la parte final de la etapa "sin ropa". Y mi vista se quedó plantada en su miembro. Una oleada de pavor me golpeó sin contemplación.
¡Es demasiado grande!. El dolor que me proporcionará será realmente aturdidor.
Al igual que el placer — habló mi conciencia con voz calenturienta, y desapareció.
Alex iba bajando mis bragas con lentitud, incrementando el deseo que sentía. Cogió un envoltorio de preservativo —que no sé de dónde saco— y lo rompió con los dientes. Se lo colocó en un rápido movimiento, pero se tensó al instante, como si la realidad le hubiese aventado un balde de agua helada. Me miró directamente a los ojos, pidiendo permiso. Estos se encontraban totalmente oscuros, habían perdido ese color miel tan lindo a causa de la lujuria.
Me sentí aterrada, asustada y... perdida, con mil dudas asaltando mi cabeza.
¿Y ahora qué hago?.
Alex.
La miré expectante e indiferente, no quería que viera lo nervioso que estaba. Su mirada reflejaba la más cruda indecisión; estaba asustada, mi corazón se estrujó al percatarme de ello. No está lista, aunque hace unos minutos pensaba todo lo contrario. A pesar de lo caliente que me encuentro, no la voy a obligar. Ella es mi mundo, no quiero forzarla a algo que no desee.
Le sonreí con ternura, le di un beso en la frente y me tumbé a su lado.
No pasaron ni dos segundos cuando mi princesa se sentó a horcadas sobre mí y se adueñó de mi miembro, hundiéndose en él. Ambos soltamos un gemido desgarrador, y al ver su rostro palidecí.
— ¡Dios, Kami!. ¿Estás bien? — pregunté preocupado mientras me incorporaba y la recosté sobre la cama, quedando encima y dentro de ella.
— Sí, solo... duele — se quejó.
Esperé unos minutos a que su dolor cesara y comencé a moverme con lentitud; me estaba conteniendo, no quería lastimarla. Ella me iba acompañando con cada embestida, iba a su paso. Luego ella fue incrementando el ritmo, y yo se lo seguía. Estaba extasiado, dentro de poco alcanzaría el clímax. Di unas cuantas embestidas más y al venirme solté un grito acompañado por uno de la castaña.
Caí rendido sobre ella. A los segundos me posé a su lado y la abracé por la cintura. Ella se giró y se acostó sobre mí.
— Que manera de recibir una buena noticia — soltó sin pudor y ambos reímos —. Eso fue maravilloso, Alex.
— El mejor orgasmo que he tenido — comenté cansado. Ella me dió un corto beso y se quedó dormida, al igual que yo.
(...)
Cuando desperté, Kamila estaba sentada sobre la cama con una mueca de dolor. Me incorporé rápido aún somnoliento y le acaricié la mejilla.
— ¿Te encuentras bien? — pregunté.
Todavía me sorprende como esta chica me vuelve tan sensible, pero qué más da; estamos hablando de ella.
— Sí, solo un poco adolorida. Supongo que ya se me pasará — dijo y le sonreí con ternura —. Me voy a duchar. ¿Vienes? — preguntó un tanto insegura.
— Por supuesto — la castaña sonrió complacida.
Me levanté de la cama y le tendí mi mano, pero ella parecía estar más concentrada en mi paquete. Solté una leve carcajada y se ruborizó, aceptó mi mano y se puso de pie. Caminamos con los dedos de las manos entrelazados hasta la ducha. Abrí el grifo, dejando que el agua caliente rozará cada centímetro de nuestras pieles. Unté champo sobre su hermosa y suave cabellera mientras ella me hacía lo mismo entre risas.
Entre mimos, besos y caricias, terminamos de ducharnos. Me teletransporté a mi habitación para vestirme y al regresar con la castaña, me la encontré ya vestida peinándose el cabello frente al espejo. Ella me miró a través del cristal y me sonrió, le devolví la sonrisa. Me acerqué hasta ella y la abracé por detrás, embriagándome de ese olor tan peculiar que la caracteriza: menta y galletas. No comprendo como huele así si no ha comido galletas, ni lavado los dientes.
Es tan fascinante, todo de ella lo es.
— Perdón por haberte desvirgado así, me hubiese gustado que fuera especial — dije arrepentido, ese fue un momento importante para mi princesa.
— Yo lo sentí especial — comentó y sonrió, causando una sonrisa a mis labios —. Además, quería que fueras tú el primero. Eso ya lo hace especial — dijo y la besé de la ternura que me causaron sus palabras.
— ¿En serio volverás a Greenland?.
— Sí — respondió y volví a sonreír —. ¿Sabes la universidad a la que vas?. Hace meses presenté la prueba de admisión y me aceptaron, y también me aprobaron una beca completa por mis calificaciones — dijo y la abracé con fuerza.
— ¡Eso es fantástico! ¡Felicidades! — exclamé y repartí muchos besos por su cara mientras ella reía como una niña.
— Gracias. Las clases comienzan dentro de una semana, si no me equivoco — dijo tranquila y luego abrió los ojos de par en par —. ¡Y no me he inscrito! — gritó y yo solté una estruendosa carcajada —. ¡Hey! ¿Qué te causa tanta gracia? — volví a reír.
— No te preocupes por eso, lo podemos hacer cuando regresemos — se relajó —. Me tengo que ir, mi mamá debe estar preocupada por no encontrarme en la casa y creo que Marilyn debe estar por llegar — dije y se escuchó como la puerta de entrada se cerraba.
La castaña me miró desilusionada y sentí una presión en el pecho.
— Está bien — susurró y le di un beso en la frente. La miré con cariño.
— Vendré más tarde a dormir — dije y ella sonrió.
Y con esa hermosa sonrisa en mi mente, desaparecí.
Kamila.
Después de que Alex se fue, bajé las escaleras para saludar a mi abuela. Me la encontré con una caja de pizza en las manos.
— Hola — la saludé y le di un beso en la mejilla.
— ¿Cómo estás mi niña?. Perdón por la hora — dijo y yo la miré sin entender.
¿Qué hora era? Vi hacia el reloj de la cocina y me fijé que eran las 11:25pm.
— ¿Por qué llegaste tan tarde? — pregunté y me dió una mirada significativa, de esas que te dicen que ya saben que hiciste algo —. ¡Ay no! ¡Qué vergüenza! — grité tapándome la cara con un cojín y ella rió un poco.
Siguió riendo y al parar, puso un semblante serio. A veces me sorprende la facilidad con la que cambia de ánimo.
— Si eso no sucedía, el futuro se vería gravemente alterado, y el resultado no sería nada gratificante — informó seria, y volvió a colocarse feliz. Qué locura, Dios mío —. Ahora, cuéntame cómo estuvo.
— ¿Para qué?, ya lo viste todo — le contesto apenada y ella solo ríe.
Le conté todo con lujos y detalles.
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