Capítulo 12

Lágrimas tras lágrimas rodaban con fluidez por mis mejillas y caían al suelo. Como echaré de menos a este cabeza de zanahoria. Vi quien era el que había disparado y su rostro se me hizo familiar; si no me equivoco, ese sujeto es uno de los cazadores de Lancaster. Me hirvió la sangre por encontrarme a uno de esa banda de gilipollas aquí. Talvez el viejo asqueroso sí nos esté pisando los talones.

De la nada, comenzó a temblar, algo parecido a una serpiente pasaba por debajo de nuestros pies. Miré hacia todos lados y me sorprendió lo que presenciaron mis ojos, parecía una princesa. Kamila se hallaba bajo los efectos de los poderes krístal, estaba levitando a dos o tres metros del suelo.

Lo que parecían ser serpientes debajo del pavimento, se dirigían hacia aquel despiadado sujeto. De pronto, el suelo frente a él se comenzó a agrietar y dividirse por la mitad, dejando ver una considerable abertura por la que podrían caer alrededor de siete hombres. El cazador comenzó a temblar de pavor, y daba pequeños pasos hacia la gran grieta.

— ¡No, no! ¡Por favor, no! ¡Piedad! — gritaba el sujeto descontrolado mientras lloraba a cántaros.

— Que te perdone Dios — habló el ángel con voz potente —, yo no lo voy a hacer.

Y sin más, el hombre cayó dentro de la abertura. De allí sobresalían algunas llamas terroríficamente brillantes de color rojo y verde. Se escuchaban los gritos de tortura de aquel hombre, y no solo los de él; si no muchos más, todos pidiendo socorro y piedad. La piel se me erizó. Después de algunos segundos, el suelo volvió a temblar bajo mis pies. La grieta poco a poco se fue cerrando y cuando las dos mitades estuvieron unidas, un esplendor dorado se posó sobre aquella superficie, y al desaparecer, cesaron las sacudidas y no hubo rastro alguno de la gran grieta.

Giré mi cabeza para contemplar a aquel bello ángel que hacía acto de presencia. Se hallaba volando lentamente hacia mí, mostrando sus majestuosas y gigantescas alas color negro con destellos y perfectas delineaciones doradas. Descendió con delicadeza frente a mí y escondió sus alas. Miró al suelo y se quedó quieta cual estatua observando al cuerpo sin vida del pelirrojo.

— Él es mi primo. Freddy — dije tratando de acabar con la tensión del momento.

— Sí, lo sé — contestó y me sorprendí un poco —. Era mi amigo, estudió conmigo estos meses — dijo y me sorprendí aún más. El pelirrojo nunca la mencionó.

— Mmm... ¿Qué es lo que acabas de hacer exactamente? — me estaba torturando mentalmente tratando de descifrar lo que había sucedido.

— Ondas subterráneas, control mental y... — se quedó callada por un instante. Tomó una bocanada de aire antes de hablar —. Lo envié al infierno — dijo más para ella que para mí —, no sabía que podía hacer eso — murmuró y volvió a mirar a Freddy —. Aún podemos salvarlo, con las peras de papá.

— No — dije y ella me miró indignada —, él quería morir.

— Pues, no sabe lo que quiere. ¡Es muy joven!.

— Él me lo dijo. Le hizo una promesa a su madre de no abandonarla jamás. Y... no pensaba hacerlo en la otra vida — tragué grueso.

— ¿Acaso ella está...? — solo asentí y ella suspiró con pesadez.

— Falleció ésta mañana. Nadie de la familia lo sabe, solo yo. Me lo acababa de decir — mencioné y despegué la mirada de mi primo para posarla sobre ella, e instintivamente ella me miró — Si lo salvamos, él de igual forma se... — no pude culminar la frase, se me hizo un nudo en la garganta al recordar cómo me sentí cuando pensé que la castaña lo había hecho. Tragué grueso —. El cazador le hizo un favor.

— ¿Era un cazador? — preguntó exasperada, asentí con nervios —. Al menos ese imbécil sufrirá por muchísimos siglos — dijo y levantó el cuerpo difunto del pelirrojo. Me miró con sus ojos cristalizados —. Vamos a la morgue — pidió y la complací.

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Estábamos en el entierro, eran las 10:18am. Tenía calor, el sol estaba insoportable y tenía un sueño terrible. No tengo la menor idea de cómo Kamila aparentaba estar perfecta, omitiendo sus ojos hinchados. La castaña se encontraba al lado de una chica de tez oscura —que supondré que es Andrea— que abrazaba a un chico de igual tonalidad —que podría ser su hermano o su novio—.

El cura empezó a hablar, pero yo no escuchaba. Volví en sí cuando vi que metían los dos ataúdes de madre e hijo en los hoyos. Los taparon y las personas se quedaron contemplando las tumbas en silencio. Yo por mi parte, le hice una seña a Kamila para que se acercara a mí, y cuando lo hizo, me la llevé a un lugar más apartado, donde podríamos estar solos.

— ¿Cómo te encuentras? — me preguntó la castaña mirándome con esos ojitos tan lindos que tiene y me perdí en ellos, pero igual pude responder.

— Triste, cansado y acalorado — me sonrió como solo ella sabe y me acarició el brazo —. ¿Y tú cómo te sientes?.

— Extraña — respondió y frunció el ceño —. Es que... No me explico, cómo coño hice para partir la tierra a la mitad y dar con el... inframundo — dijo se lamió los labios.

— ... Pues, yo tengo una teoría — solté y ella me miró expectante —. Eres un ángel mitad demonio, el más poderoso, y obviamente tienes un alto rango tanto en el cielo como en el infierno y por eso pudiste hacerlo — asintió —. Cuando hiciste todo eso... ¿Qué pensabas exactamente?.

Mi princesa hizo una mueca pensativa, haciéndola ver más tierna de lo que ya es. Hasta que su rostro se iluminó y habló de forma apresurada.

— Quería... quería hacerlo pagar, quería hacerlo sufrir — ella me miró y puso los ojos como platos —. Ay, por Dios. ¡Ay, por Dios! ¡Esto me llena más de dudas! — suspiró mientras caminaba desesperada de un lado a otro — ¿Y si cada vez que causo un temblor... es porque puedo abrir un portal al inframundo? — me quedé callado sin saber que decirle —. ¡Maldita sea!.

El suelo tembló ligeramente, Kamila al percatarse de eso, se calmó. La tierra dejó de moverse, y posterior a eso, la castaña comenzó a llorar y se refugió en mi pecho como un bebé en busca de protección. La rodeé con mis brazos, generando un calor agradable entre nuestros cuerpos.

— Sí tan solo pudiéramos romper ésta maldición de mierda... — mascullé.

La oji avellana se separó de mí con lentitud, y me miró a los ojos con nerviosismo.

— Amm... Sí se puede — dijo y yo puse un semblante serio. Sí podíamos romper la maldición ¿Por qué carajos se fue? —. Pero es demasiado difícil, es.. casi imposible. Tampoco sé cómo romperla — dijo y yo me relajé.

— Talvez... Si volvieras a Greenland, estarías más segura — propuse y me miró dubitativa —. Ayer vimos a un cazador, algo deben de sospechar — dije y ella me miró alarmada.

— ¿No le has contado nada a nadie de...

— ¡No! — la interrumpí —. No, no he contado nada — ella soltó el aire que tenía contenido.

Me miró por algunos segundos fijamente, hasta que derrotada, suspiró.

— Voy a pensarlo — musitó —. Ahora, vámonos. Ya no quiero estar aquí — pidió melancólica, la besé con lentitud y nos teletransportamos a su casa.

Kamila.

Luego de que Alex me dejará en mi casa, me di una ducha larga para aclarar mis ideas. ¿Debería o no debería volver a Greenland?. No me molestaría hacerlo, extraño mucho a los chicos, y a mi padre —a pesar de que mamá varias veces lo ha visitado y me llama para que hable con él—.

Al salir del baño, tuve una corta conversación telefónica con mamá; me hubiese gustado comentarle lo que me estaba pasando, pero preferí no hacerlo para no preocuparla. Estuve revisando mi celular por un buen rato sin saber qué hacer, inquieta; me dió un impulso de ir a Greenland y ver cómo estaban las cosas. Quizás sí lo hago, podría llenar un poco el vacío que la distancia generó.

Bonitas palabras para decir que eres una debilucha y que no aguantas nada — ya me estaba comenzando a parecer extraño que no haya hablado en tanto tiempo.

— Trevor, llévame a la casa de Tom, en Greenland — pedí decidida y con una sonrisa dibujada en los labios.

— Seguro, amo — respondió con esa voz tan infernal característica de él que me aterra.

Sin más, fui tragada por un remolino negro, para ser expulsada en una esquina oscura de mi antigua habitación. Me percaté de que no estaba sola, alguien acababa de tirar de la palanca del retrete. Por el miedo a ser descubierta, me pegué a la pared y mi cuerpo se volvió totalmente plano, camuflándome en ella.

Del baño, logré distinguir una cabellera negra, sin dudas era Becky. Me contuve para no ir corriendo hasta ella y darle un grandísimo abrazo. Ella caminaba por la habitación, como admirándola. Luego se sentó sobre la cama con su celular en mano, parecía estar viendo algo. Sus ojos se fueron cristalizando, hasta que de ellos fueron brotando lágrimas, que rodaban pesadamente por sus mejillas. Sollozaba con fuerza, sentía que en cualquier momento saldría de mi escondite y la consolaría. Me destrozaba verla así, a la chica que me apoyó y no me abandonó, y yo la abandoné. Una lágrima traicionera escapó de mi ojo.

— Ay, kamila, si tan solo no lo hubieras hecho — dijo con un hilo de voz, sollozó —, si tan sólo estuvieras aquí — murmuró —. Te extraño, te extraño mucho. ¡No debiste dejarme! — gritó en voz baja entre sollozos.

Yo lloraba en silencio contemplando el estado de mi amiga de ojos verdes. Ella se quedó dormida después de unos minutos, los cuales aproveché para separarme de la pared. Caminé hasta ella, le dí un beso en la frente y la cubrí con una manta. Luego me dirigí a mi armario, en el que me adentré y utilicé un pasadizo, el cual me dejó cerca del árbol de la vida y la muerte. Con mis alas, volé hasta una de las ramas del medio y me senté en ella.

— Papá, papá. Soy yo, Kamila — él se removió un poco, y cuando su rostro apareció en el tronco, sonreí ampliamente, al igual que él.

— Mi niña, no sabes cuánto te extrañé — dijo y me abrazó con suavidad con una de sus ramas.

— Igual yo.

— Estás en apuros ¿No es así? — asentí —. Y apuesto a que no tienes mucho tiempo y te tienes que ir — volví a asentir, se nota que me conoce a la perfección.

— No sé qué hacer, no sé si volver o quedarme con mi abuela — expresé con desespero.

—Sabes perfectamente lo que debes hacer, pero no quieres admitirlo por miedo — tiene toda la razón —. Creo que ya te resolví tu enrollo — sonrió —. Ahora vete antes de que alguien te vea. El italiano pasó por aquí volando hace un rato, y me temo que debe volver a pasar para regresar a la casa.

Me despedí de mi padre, y Trevor me trajo de nuevo a casa. Le marqué al celular de Alex, el cual no tardó en contestar.

— ¡Hola, princesa! — su entusiasmo le hizo dar un vuelco a mi corazón y sonreí involuntariamente.

— ¡Hola! — contesté con la misma energía —. Ya lo pensé.

— ¿Y qué decidiste?.

— ...Volveré a Greenland.

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