7. Por el boulevard de los sueños rotos (III)

Cuando Vincent volvió en sí, la oscuridad permanecía, pero ahora escuchaba el sonido de su respiración. Pronto, otro sonido se sumó, un golpeteo suave y constante, y el olor de la lluvia llegó a él como una bendición. Luchó por moverse, su cuerpo se sentía pesado, aprisionado, pero lo logró, y al tomar una mejor posición pudo ver un diminuto haz de luz cortando la oscuridad como un afilado cuchillo.

Con esfuerzo, Vincent fue arrastrándose hacia la luz, sintiendo todo su cuerpo quejándose, pero viendo aquel faro de esperanza más y más cerca, escuchando el sonido de la lluvia con más intensidad. Finalmente, su mano logró escapar de la oscuridad y pronto sintió cómo su consciencia se apagaba.

No supo cómo, ni cuánto tiempo le llevó, pero lo había logrado, escapó y ahora las frías gotas de lluvia caían sobre su cuerpo mientras la luz que había estado siguiendo lo cegaba. Adolorido y cansado, Vincent permaneció allí tendido durante algunos segundos, mientras sus ojos se adaptaban a la luz. Poco a poco, todo fue tomando forma y se dio cuenta que se encontraba bajo una farola.

Ante dicha visión, Vincent se apresuró a incorporarse y mirar a su alrededor, dándose cuenta de inmediato de que se encontraba rodeado de contenedores que formaban un laberinto a su alrededor. Se encontraba una vez más en el puerto de Krimson Hill. La pesadilla no terminaba aún y, si no se equivocaba, su mente guardó lo peor para el final. Algo saltó por encima de él a una velocidad descomunal y Vincent supo que tenía que escapar.

Despojado de su equipamiento tras el derrumbe, herido y cansado, Vincent se lanzó al laberinto, iluminado sólo por las farolas que parecían colgar del cielo y empapado por la incesante lluvia. La sombra volvió a saltar por encima de él, advirtiéndole de su presencia, pero no tenía sentido quedarse a pelear, sabía que no podía ganar esa batalla. Tan solo le restaba ingeniárselas para encontrar la salida del laberinto donde se encontraba.

Sintiendo los golpes metálicos que producían las botas de su acechador sobre los contenedores, Vincent mantuvo su vista al frente. Un giro a la izquierda. Un giro a la derecha y otro más. Sus pies patinaban en el piso mojado. Un nuevo giro casi lo deja tendido en el suelo, pero habría preferido eso a aquella terrible visión. Estaba en un callejón sin salida.

Sin dudarlo un segundo, Vincent se volteó, pero su carrera se vio interrumpida, pues el doctor de la plaga se posicionó a sus espaldas. Ambos cruzaron miradas al tiempo que un rayo cortaba el cielo. Los cristales rojos y sin vida de la máscara de su enemigo brillaban en la oscuridad, enviando escalofríos por la espalda del detective. Sin romper su implacable silencio, el doctor de la plaga extrajo sus dos kukris de la gabardina y se lanzó al ataque. Vincent apenas y llegó a alzar los brazos, ganándose un corte en sus antebrazos, pero logrando cubrirse justo a tiempo para salvar su vida y abriendo un espacio para responder con una patada al pecho de su enemigo que, ágilmente, dio unas vueltas hacia atrás y aterrizó en posición defensiva.

Prolongar la batalla no le serviría de nada, tenía que escapar. Con aquella certeza en mente, Vincent tomó la iniciativa y se lanzó al ataque, debiendo agacharse para esquivar una estocada y logrando tomar a su oponente por el torso y alzarlo. Con determinación, el detective estrelló al doctor de la plaga contra uno de los contenedores cercanos, aturdiéndolo y generando el momento para echarse a correr, con la esperanza de perderlo en el laberinto.

La lluvia aumentó su intensidad, el impacto de las gotas contra el metal producía un sonido desesperante y ensordecedor, pero él siguió avanzando, esperando haber dado con el camino correcto. Vincent sentía los músculos de sus piernas arder, pero redobló sus esfuerzos, sin embargo, una vez más se vio forzado a detenerse cuando giró en una esquina y se encontró de frente con los jóvenes del orfanato que, con sus deformes rostros y afilados dientes, lo observaban como si de la cena se tratara.

Sin darles tiempo a reaccionar, Vincent giró sobre sus talones y se echó a correr, buscando un nuevo camino, sintiendo decenas de pies chapotear en los charcos a sus espaldas. Un nuevo giro en aquel laberinto lo puso en la vista del corrompido Ryan Ovin, que se arrastraba por los contenedores utilizando sus garras. A pesar de saber que fue percibido por la criatura, Vincent avanzó a toda marcha y cuando esta se abalanzó sobre él, el detective se arrojó al suelo, deslizando gracias a la lluvia y haciendo que su nuevo oponente le pasara por encima y terminara chocando contra la horda de pequeños diablos que iban a su espalda.

Su alocada carrera se volvía cada vez más vertiginosa, pero no se frenó al ver que el monstruoso Mirlo que había enfrentado antes descendía de entre la oscuridad, extendiendo sus enormes alas negras como el ángel de la muerte que venía a su encuentro. En su lugar, Vincent tan solo giró y tomó otro camino, esquivando a duras penas unos cuchillos arrojadizos que la criatura lanzó contra él.

Trastabilló, sus piernas flaquearon por un segundo y fue entonces consciente de la velocidad con la que su corazón latía en su pecho. No podía aguantar mucho más, pero tampoco podía detenerse, no podía rendirse, no aún. Evitando caer de fauces al suelo solo por un milagro, Vincent se enderezó y retomó su veloz escape, tratando de ignorar los infernales gritos provenientes de su espalda.

Aun a la velocidad que llevaba, el detective pudo percibir por el rabillo del ojo una figura oscura parada en uno de los tantos pasillos de aquel infinito laberinto y su cuerpo reaccionó por instinto, arrojándose al suelo y girando. Las balas de Rampage silbaron al pasar por encima de su cabeza y su resonar sobresalió por encima del sonido de la lluvia al impactar contra el contenedor de metal.

Las miradas del detective y su antiguo jefe se cruzaron, y una maligna sonrisa se dibujó en el rostro de Kurt, al tiempo que volvía a alzar su arma. Sin embargo, aquella era la menor de las preocupaciones de Vincent, cuya atención fue robada por un aterrador chillido proveniente de la turba iracunda que lo perseguía. Mirlo iba a la cabeza, seguido de cerca por los demonios del orfanato, y Ryan se arrastraba a toda velocidad por las paredes del laberinto usando sus deformadas extremidades para impulsarse hacia adelante.

En una encrucijada, Vincent supo que debía ganar algo de tiempo y que los ataques de sus enemigos eran inminentes, de forma que permaneció allí y, justo como esperaba, Mirlo fue quién tomó la iniciativa, lanzando dos nuevos cuchillos en su dirección. Reaccionando en el momento justo, el detective logró atraparlos en el aire, justo antes de que se clavaran en sus ojos, e ignorando el dolor que produjeron al cortar las palmas de sus manos, los giró para tomarlos por el mango y volvió a arrojarlos. El primero de ellos atravesó el antebrazo de Rampage, desviando su ataque justo cuando apretaba el gatillo y haciéndolo lanzar un gruñido de bronca; el segundo requirió algo más de precisión, de forma que Vincent aguardó el momento justo y lo soltó, rezando que su plan funcionara.

El cuchillo cortó el aire, luchando contra la resistencia del viento y abriéndose paso entre las enormes gotas de agua, pero llegó a su destino y se enterró en el deformado hombro de Ryan que, con un alarido de dolor, perdió su agarre a la pared y trastabilló, bloqueando el paso de Mirlo y todos sus pequeños seguidores.

Aprovechando los vitales segundos ganados, Vincent retomó su marcha. Algunos giros más y, a la distancia, pudo observar el final. La salida de la laberíntica pesadilla parecía estar frente a sus ojos, de forma que, con renovada esperanza, Vincent empujó sus límites y aceleró aún más. Sin embargo, su mente no pensaba dejarlo escapar tan fácil y en cuanto sintió que el escape estaba a su alcance, el chirrido del metal lo ensordeció y observó como la pared del pasillo que estaba siguiendo se derrumbaba y Cronos emergía de entre el caos, ya recuperado de sus heridas, como si nunca hubieran pasado, y listo para el segundo round.

—Jamás podrás escapar de nosotros —dijo Cronos, pero de su boca escaparon también las voces de Mirlo, los niños del orfanato, Rampage y Ryan, en una aterradora sinfonía.

Recuperándose de la sorpresa inicial, Vincent aceleró su paso, deteniéndose solo para esquivar los brutales puñetazos de su oponente que amenazaban con acabar con su vida de un sólo golpe. Por el rabillo del ojo veía a sus otros enemigos acercarse, no le quedaba mucho tiempo. Con aquel pensamiento en mente, el detective retrocedió, guiando los pasos de Cronos hacia una de las paredes del laberinto mientras seguía esquivando sus golpes y provocándolo con algún rápido gancho a las costillas.

Prediciendo los movimientos de su oponente, que tiraba combinaciones propias de un pugilista experto, Vincent reaccionó al tiempo justo para eludir dos nuevos puñetazos que desestabilizaron la pared y provocaron que el contenedor más alto cayera sobre Cronos. Aquella breve distracción, sumada a sus veloces movimientos, dieron a Vincent el tiempo que necesitaba para escapar y, saltando por encima de los contenedores que el gigante había volteado, ponerse en vía de escape una vez más.

La salida de aquella pesadilla, que antes se le antojaba tan lejana, ahora se encontraba tan solo a pasos, y Vincent no dudó en cruzar el umbral que daba al final del laberinto con un exagerado salto propio de un atleta olímpico, sin embargo, cuando se encontraba en el aire, una repentina presión en su pierna lo detuvo y lo hizo caer de fauces al suelo.

Como el demonio que era, Darksaber salió de debajo de la tierra, aún sujetando a Vincent de la pierna y, sin piedad alguna, arrojó al detective contra el suelo sin medir su fuerza. Vincent pareció rebotar un poco contra el frío suelo y escupir un poco de sangre en el proceso. Sin darle tiempo a recuperarse, Cronos llegó y le asestó una patada, dándole vuelta y poniéndolo con la vista en el oscuro cielo sin estrellas. Vincent se quejó, adolorido, pero intentó levantarse, sólo para recibir un disparo de Rampage, que lo tendió una vez más en el suelo.

Vincent intentó arrastrarse lejos, pero el laberinto había terminado, no tenía a dónde huir, dónde esconderse, dónde escapar, y así se lo hizo saber Mirlo, que voló sobre él y aterrizó enfrente para cortar su huida. Ryan llegó por detrás y clavó sus garras en la espalda de su viejo amigo, arrastrándolo contra el suelo y arrojándolo otra vez junto a Cronos y Darksaber. Con sus heridas sangrando, cansado y derrotado, el detective se arrodilló, sólo para darse cuenta que se encontraba rodeado también por los jóvenes de The Shelter, que lo observaban con sed de sangre en sus ojos. Sin embargo, el avance de los monstruos se detuvo de repente, aunque Vincent se temía que no era por una buena razón.

Las criaturas que lo rodeaban se abrieron y dieron paso al doctor de la plaga, que avanzó por la tétrica pasarela con frialdad, sin decir una sola palabra, hasta que estuvo posado justo frente a Vincent. La siniestra figura se agachó, quedando a escasos centímetros de él, sus ojos rojos brillaban con un fulgor casi infernal. La bestia quería ver la llama del héroe apagarse, estaba seguro de ello y, sin embargo, tras unos segundos, procedió a levantarse y a colocarse detrás de él, sujetándolo con fuerza del cabello para mantenerlo quieto. Vincent casi pudo imaginarse su próximo movimiento, sentir el contacto del frío kukri deslizándose por su cuello, cortándolo como una hoja de papel. Sus enemigos esperaban a su alrededor con miradas ansiosas, queriendo verlo derrotado de una vez y para siempre, y a pesar de sus mejores intentos, el detective no logró mantenerles la mirada para desafiarlos por última vez. Los ojos de Vincent se cerraron en espera del final y el dulce abrazo de la muerte.

—Háganlo... —murmuró el detective por lo bajo, aceptando su destino y cansado de esperar—. ¿Qué están esperando? ¡HÁGANLO!

—Tu vida no es suya para tomar, Vigilante... —sugirió una voz femenina—. Tu vida es mía.

La temperatura a su alrededor pareció desplomarse, haciéndolo temblar, al tiempo que la tormenta se intensificaba, limpiando un poco la sangre que cubría su cuerpo. Vincent sabía quién estaba delante de él, pero no tenía fuerza para confrontarla.

—Abre los ojos, Vincent... —comandó—. ¡Abre los ojos! —bramó con furia frente a su desobediencia, y el doctor de la peste, que aún lo sostenía del cabello, movió sus fuertes dedos hacia su frente, forzándolo a afrontar su verduga.

—Camille... —suspiró él, observando a la cazadora.

Venatrix se alzaba frente a él, vistiendo la típica gabardina negra y portando su espada en la mano derecha, con la punta apoyada en el suelo. A pesar de la intensa lluvia que los azotaba, la cazadora permanecía inmaculada, Vincent observó que las gotas de lluvia parecían evaporarse al acercarse demasiado a ella, y que, aunque la temperatura seguía descendiendo, no lucía afectada. Sus perseguidores, exceptuando el doctor de la peste, ahora se encontraban arrodillados y guardaban respetuoso silencio ante su presencia.

—Lo has hecho bien, por lo que te ha valido... nunca antes habías llegado tan lejos, nunca habías llegado hasta mí. Pensé que iba a divertirme mucho más tiempo con este juego, pero ver esa llama avivarse dentro tuyo, verte luchar, ver la esperanza en tus ojos... solo para poder arrebatártela en el último instante. —La cazadora cerró los ojos e inspiró por la nariz, y una ligera sonrisa se dibujó en su rostro—. La desesperanza tiene un sabor exquisito y es algo que no voy a poder replicar. Así que gracias, Vincent... gracias por este último regalo, hace que todos los sacrificios que tuve que hacer para armar este pequeño circo valgan la pena.

—¿Por qué...? ¿Por qué haces esto? —preguntó Vincent entre lágrimas, la espada de Venatrix se alzó y se colocó debajo del mentón del detective.

—¿Por qué? ¿Realmente preguntas por qué? —escupió Venatrix con ira apenas contenida—. Soy una prisionera por tu culpa, Vincent. Condenada a una eternidad en el Infierno, mientras tú aún te arrastras por el mundo infectando todo lo que tocas con tu oscuridad. Pero eso termina hoy, voy a eliminar un último monstruo de este mundo... a ti.

Un rayo iluminó el cielo dibujando por un segundo la silueta de la cazadora y, en ese breve destello, Vincent comprendió a qué se refería cuando habló de sus sacrificios. En la silueta de Venatrix había podido observar una infinidad de oscuridad que se extendía desde su espalda como cadenas que arrastraba, y en su piel, la que alcanzaba a verse, tantas cicatrices que desprendían humo, pero lo que más aterró al detective fueron los diabólicos ojos rojos que se clavaban en él y parecían penetrar hasta lo más profundo de su alma. La cazadora había sacrificado su humanidad en búsqueda de su venganza contra él, y ahora estaba a punto de concretarla. Sin embargo, aquella imagen desapareció tan rápido como se había dibujado, y en el Infierno, Venatrix y Vincent aún compartían una última mirada.

La cazadora alzó su espalda y la deslizó con suavidad hasta el centro de su pecho y, sin mediar palabra, se lanzó al frente, atravesando al detective de lado a lado. Un dolor agudo invadió su cuerpo, quería gritar, pero no podía; quería caer y no podía moverse.

Venatrix dio un paso al frente y lo sujetó durante un segundo mientras los últimos hilos de vida escapaban de su cuerpo. Los labios de la infernal cazadora se acercaron a su oído y susurraron:

Requiescat in pace.

Con un sólo movimiento, Venatrix arrancó la espada del cuerpo de Vincent y lo dejó caer en el húmedo suelo, desangrándose mientras ella se daba media vuelta y se alejaba.

—Es todo suyo —anunció Venatrix mientras envainaba su arma—. Acabenlo.

Vincent observó, mientras sus ojos se cerraban por el cansancio y la pérdida de sangre, cómo la silueta de la cazadora se perdía entre todas las bestias que se alzaban contra él, buscando su correspondiente libra de carne. Allí, sintiendo a los monstruos desgarrando su carne, royendo sus huesos, arrebatándole su alma, Vigilante murió, rodeado de todos sus fracasos y escuchando el retumbar de los golpes contra su cuerpo: toc, toc, toc... toc, toc, toc...

Toc, toc, toc...

Toc, toc, toc...

TOC, TOC, TOC...

Los golpes en su puerta despertaron al atormentado detective que se incorporó agitado y mirando a las sombras a su alrededor en búsqueda de alguno de sus enemigos. Estaba solo, por suerte.

TOC, TOC, TOC.

A Vincent le llevó algunos segundos volver a la realidad. Sus pulsaciones eran aceleradas, su respiración entrecortada y se encontraba empapado de sudor. Dirigió la mirada hacia el reloj. Eran las dos de la tarde, había dormido casi doce horas y seguía sintiéndose abatido.

TOC, TOC, TOC.

Había alguien en la puerta. Ahora estaba seguro de ello, seguro de que no era su imaginación o parte de la pesadilla.

TOC, TOC, TOC.

—¡Ya voy! —vociferó desde la habitación, esperando que sus palabras alcancen al destinatario.

Silencio. Unos segundos de calma. Se levantó con dificultades y se miró al espejo, casi esperando estar aún vistiendo el traje de sus pesadillas, pero no era el caso. El reflejo le devolvió exactamente lo que había en la habitación: un hombre patético, acabado y débil. Vincent observó con vergüenza dicha imagen durante algunos segundos y abandonó la habitación. A la puerta lo esperaría Charles, para ponerlo al tanto de algún nuevo desarrollo del caso; tal vez Tom se acercaba a disculparse por su exabrupto de la noche anterior y hablar un poco más de sus amigos; o podía ser Rebecca que, habiendo encontrado unas horas libres, decidió pasar a visitarlo luego de haber recibido el reporte de Charles la noche anterior; si había estado gritando en sus sueños incluso podría ser un vecino preocupado, tal vez era la simpática señorita Hudson del tercero.

Arrastrando los pies hasta la puerta, Vincent atravesó su departamento y, sin pensárselo dos veces, quitó las cerraduras y abrió. Se sorprendió al encontrarse frente a un total desconocido. Un anciano vestido con un traje lujoso pero discreto, con algunas perlas de sudor en su cabeza, donde ya poco pelo quedaba y que lo observaba casi tan sorprendido como él mismo. Durante algunos segundos ambos permanecieron en silencio, observándose, incapaces de proferir palabra. Vincent se aclaró la garganta.

—Disculpe, ¿se encuentra bien? ¿Está buscando a al...?

Tan pronto como Vincent habló, el anciano se quebró en desconsolado llanto frente a él. Al principio el detective no supo cómo reaccionar, hasta que notó que las piernas del señor temblaban y que estaba pronto a precipitarse al suelo. Dando un paso al frente, Vincent tomó al anciano de los hombros y evitó su caída.

En ese mismo instante, aquel desconocido alzó su mirada y posó su temblorosa y arrugada mano en la mejilla de Vincent. Seguía llorando, pero encontró mucho más en su rostro: una sonrisa temblorosa asomaba en sus labios, sus ojos brillaban con una esperanza apenas contenida y la alegría estaba a punto de estallar.

—¡Después de todos estos años! ¡Después de tanto buscarte y fallar! Finalmente, estás frente a mí... mi hijo.

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