7. Por el boulevard de los sueños rotos (I)

Si bien el cuerpo de Vincent pudo encontrar algo de consuelo en los dominios de Morfeo, no así su mente, que, como muchas noches anteriores, se arremolinaba y creaba desesperantes pesadillas de las que el detective no podía escapar. Sin embargo, aquella noche las pesadillas alcanzaron su cúspide y enviaron al ex guardián de Krimson Hill a un demencial viaje a través del averno.

Se encontró en completa oscuridad, hasta que se dio vuelta y se percató de que se hallaba en un pasillo. Vincent tragó saliva y comenzó su recorrido. El pasillo que se extendía ante él se encontraba en absoluta oscuridad y, sin embargo, con cada paso que daba, una incómoda sensación de familiaridad empezaba a inundar su mente. Todavía no estaba seguro del por qué, pero él conocía esas paredes, caminó sobre esas rechinantes tablas de madera y respiró ese aire viciado y húmedo propio de un lugar que llevaba demasiado tiempo cerrado. Una diminuta luz más adelante apareció de repente y dio al detective la esperanza de escapar de aquel mundo de ensueño con celeridad.

Con paso apurado, Vincent alcanzó la extraña ventanilla que había captado su atención, solo para encontrarse con una mujer algo excedida de peso, con ropa y peinado antiguo, sentada en un precario escritorio de madera, con su mirada clavada en un crucigrama apenas empezado.

—Será atendido en un minuto, tome asiento —dijo ella con una voz nasal y aburrida que sacudió la mente del detective con recuerdos.

—No puede ser...

Vincent retrocedió, y miró a su alrededor para comprobar su sospecha. Una pequeña luz iluminaba el cartel que estaba sobre la ventanilla. Justo como se temía, la placa rezaba:

"RECEPCIÓN

ORFANATO SAN FRANCISCO DE SALES"

Ahora entendía de dónde venía la familiaridad: aquel era el lugar donde se crió. Aturdido, bajó la mirada y se encontró con que la recepcionista había levantado finalmente su mirada del crucigrama, y ahora lo observaba con ojos totalmente negros y una sonrisa tétrica, decorada por unos labios también negros que resaltaban aún más por la piel antinaturalmente blanca que lucía la siniestra aparición. Vincent ya no tenía dudas de que esa mujer era la recepcionista Dorothy MacNillan, a la que más de una vez sacó de sus casillas con sus muchas travesuras infantiles.

—Vaya, pero si es el pequeño Vincent Hardy. Has crecido bastante, chico, pero no engañas a nadie, debajo de toda esa armadura y ese ridículo antifaz sigues siendo el mismo bastardo infeliz que sus padres descartaron como basura —dijo la recepcionista sin perder la sonrisa durante un segundo—. Pasa, el Padre Esteban te está esperando.

Dorothy volvió a clavar su mirada en el crucigrama. Vincent se percató entonces del aterrador detalle destacado por la diabólica secretaria: su ropa de civil había sido reemplazada por el traje y equipo de Vigilante. Intentó quitárselo, con expresión de asco, pero pronto se dio cuenta de que no estaba tirando de una prenda, sino de su propia piel. La desesperación empezó a adueñarse de su mente a medida que intentaba arrancarse el desagradable parásito, pero un rayo de razón lo obligó a detenerse y tomar aire. Sabía que se encontraba en un sueño, sabía que despertaría y que tan solo tendría un vago recuerdo de lo que su mente había maquinado mientras dormía. Con dicha idea en mente, volvió su mirada hacia la rechoncha secretaria:

—Que te jodan, Dorothy —masculló por lo bajo.

Vincent se dispuso a continuar con su camino, solo para encontrarse con que allí donde antes se extendía el pasillo ahora había aparecido una siniestra puerta de madera. Miró por donde había venido y ahora se podían apreciar unos bancos frente a la recepción, un dispensador de agua y una vieja máquina expendedora de golosinas, pero ningún indicio de una salida. Iba a tener que jugar el juego que su mente había ideado.

Resignado, abrió la puerta que apareció ante él y se encontró con otra escena familiar. El padre Esteban daba un sermón en forma de historia a un grupo de jóvenes que lo observaban absortos por la sabiduría de sus palabras. Sin embargo, todo parecía estar ligeramente mal con aquella imagen: la biblia estaba apoyada sobre la pierna izquierda, la chimenea apagada y los jóvenes oyentes no eran los mismos que lo habían acompañado durante su infancia, sino que eran los actuales ocupantes del edificio que había sido el orfanato, los jóvenes de The Shelter. En particular pudo distinguir a Thomas Davis y a su hermana, pero si miraba bien, en la sala se encontraban todos los chicos desaparecidos en los últimos meses.

—...y así fue como Krimson Hill finalmente cedió ante su naturaleza: las calles se convirtieron en ríos de sangre, del cielo llovieron cenizas, los monstruos salieron de sus oscuros escondites y se alimentaron con la carne de los pecadores y de los inocentes por igual. Nadie estaba a salvo y todo porque quién debía protegernos... falló —relató el padre Esteban, sus facciones tan deformadas como las de Dorothy—. Y adivinen qué, muchachos, quien nos falló está aquí esta noche y ha llegado la hora de nuestra venganza.

El padre Esteban se levantó de su gastado asiento y clavó su mirada en Vincent que observaba atónito la escena. Poco a poco, los niños de la audiencia empezaron a girarse hacia él, todos ellos con piel pálida, ojos y labios negros, y escalofriantes sonrisas.

—Saboreen su carne, beban su sangre y regocíjense, mis niños, pues el Vigilante de Krimson Hill muere esta noche —sentenció el padre Esteban.

Dichas estas palabras, uno de los niños más cerca de él, saltó en su dirección, Vincent apenas logró reaccionar para tomarlo en el aire y lanzarlo contra otro grupo que empezaba a levantarse.

Sabía que podía dañarlos, esos niños no eran reales, nada lo era, pero la mera idea de luchar contra ellos hacía que se le revolviera el estómago, así que se apresuró a buscar una salida con la mirada. Había una puerta, solo una, y se encontraba tras la horda de pequeños diablos liderada por el cura.

Como percibiendo las intenciones del detective, la manada de criaturas se lanzó al ataque y él no pudo hacer otra cosa que prepararse para la embestida. Contra todos sus instintos, utilizó sus bastones para apartar a dos de los diablillos, y luego se agachó justo a tiempo para esquivar a un tercero que había saltado en su dirección. Aprovechando esta posición, giró, barriendo con sus piernas a un grupo que lo había rodeado, y al levantarse se encontró cara a cara con Tom Davis.

—Ha llegado la hora —dijo la diabólica imitación del muchacho.

Justo en ese instante, Vincent pudo sentir cómo unos filosos dientes atravesaban su traje y desgarraban la carne de sus piernas, uno de los niños lo había alcanzado. Con una sacudida Vincent se lo quitó de encima, pero entonces otra de las criaturas logró morderlo, esta vez arriba del hombro. Poco a poco, los niños fueron colgándose de él y el dolor de las mordeduras aumentó. Aquello no era real, no podía ser real, pero se sentía real.

Con desesperación, Vincent se irguió y abrió sus brazos, logrando arrojar a algunos de los niños que roían su carne, pero sabía que tenía que moverse si no quería ser rodeado nuevamente. Comenzó a avanzar, golpeando y pateando todo lo que encontraba a su paso, escuchando la histérica risa del padre Esteban de fondo.

A pesar del dolor y de los muchos intentos que los "niños" hicieron por frenarlo, Vincent alcanzó la puerta de salida, y se apresuró a apoyar su espalda contra ella, impidiendo el paso de las criaturas y dándose un tiempo para recuperarse.

Las heridas no eran graves, pero ardían como mil demonios, y la imagen de sus manos golpeando el rostro de niños pequeños no era algo que iba a poder quitarse de la cabeza con rapidez.

Sin embargo, la pesadilla estaba lejos de terminar y un sonido lo hizo alzar la cabeza y prepararse para el nuevo combate.

Tirada en el medio de la oscura habitación donde ahora se encontraba, una silla manchada de sangre era iluminada por un haz de luz de indescifrable procedencia. Vincent avanzó hasta el asiento y casi por instinto lo puso de pie. Fue entonces cuando volvió a sentir algo moviéndose a su alrededor. Por el rabillo del ojo alcanzó a ver algo arrastrándose por el suelo a una increíble velocidad. Vincent encendió la linterna que colgaba de su cinturón de utilidades y comenzó a escanear la habitación vacía. Lo que fuera que estuviera allí con él estaba dejando un rastro de sangre tras de sí.

Para sorpresa del detective, el rastro de sangre comenzó a ascender por la pared y, a pesar de sus mejores instintos, él lo siguió con la luz de la linterna, tragando saliva y sintiendo gotas de sudor frío deslizarse por su nuca. Con manos temblorosas, llevó el haz de luz hasta uno de los rincones superiores de la habitación, iluminando una criatura posada allí. Vincent apenas logró distinguir algunos rasgos antes de que la bestia saltara sobre él y lo arrojara al suelo para desaparecer nuevamente en la oscuridad. Un par de brazos, un par de piernas; parecía humanoide, pero no pudo distinguir una cabeza y sus movimientos eran más similares a los de una araña que a los de cualquier otra criatura que le viniera a la mente.

—Esto es tu culpa, Vincent, eras como un hermano para mí y me traicionaste. —La familiar voz llegó al detective desde la oscuridad—. Y ahora pagarás por ello.

Podrían haber pasado miles de años, y él aun así lo habría reconocido: se trataba de Ryan Ovin, su mejor amigo, no le cabía ninguna duda al respecto.

La criatura volvió a abalanzarse desde la oscuridad, solo que esta vez decidió quedarse encima de él. Inesperadamente, Vincent volvió a quedar cara a cara con Ryan por primera vez en más de diez años, solo que no era nada como lo recordaba. Varios dientes faltaban en su boca, y los que quedaban se notaban podridos y afilados, uno de sus ojos había perdido su inolvidable color azul y fue reemplazado por un gris opaco; múltiples quemaduras de cigarrillos ocupaban su rostro y le faltaba una de sus orejas. El cuello de la corrupta criatura estaba roto, lo que le permitía girarlo en posiciones antinaturales que le hacían dar arcadas al detective. Ryan pareció percatarse de ello y sonrió.

—¿Qué pasa? ¿Ni siquiera me vas a decir "Hola. Perdón por hacer que K-O te torture durante horas"? ¿"Te extrañé, querido amigo"? ¿Nada? —La sangre se derramaba de la boca de la bestia y golpeaba con una asquerosa calidez el rostro de Vincent, que aún luchaba por liberarse de su agarre—. Bueno, está bien, no hace falta que lo digas, puedo verlo en tus ojos: el terror, la tristeza, la culpa y el odio, pero no hacia K-O por hacerme esto... hacia ti mismo. Entiendo que dedicaste toda tu vida a intentar enmendar tus errores, lindo traje, por cierto... pero no es suficiente, Vincent. Todavía no sufriste todo lo que tienes que sufrir, ni saldaste todas las deudas de sangre que dejaste a tu paso y por eso estás aquí, en tu propio infierno personal. Considérate afortunado, la mayoría de nosotros nos tenemos que conformar con los lagos de llamas y los demonios comunes dándonos latigazos en la espalda, pero tú, mi buen amigo... oh, tú vas a recibir la experiencia VIP. Todo aquí está diseñado para lastimarte.

Desesperado, Vincent dio un cabezazo a la imitación de su amigo y una vez desestabilizada, pudo quitársela de encima con algo de esfuerzo. La criatura aterrizó en cuatro patas frente a él y recién entonces pudo apreciarla en toda su "gloria". Tanto las piernas como los brazos de la bestia estaban quebrados y con huesos expuestos que parecían formar pinchos asomados por su putrefacta piel y los jirones de ropa que aún prendían de su cuerpo; esto era lo que le permitía moverse de semejante manera, a pesar de desafiar toda lógica. Sus manos, ahora garras con afiladas uñas, parecían brillar con rastros de sangre fresca.

—Tú no eres él, no puedes serlo —sentenció Vincent, listo para dar pelea.

—Tal vez sí, tal vez no, pero esta noche seré tu verdugo.

La criatura se abalanzó hacia Vincent, que atinó a defenderse tomando sus tonfas y golpeándola en el rostro. Pero esto sirvió tan solo para disuadirla durante unos pocos segundos, y pronto volvió a ponerse en posición de ataque. Vincent sabía que luchar contra la bestia sería una pérdida de tiempo, su única opción de detener esa demencial pesadilla era escapar. Con ese objetivo en mente, el héroe guardó sus armas y se dedicó a mirar a la bestia en actitud desafiante. Ryan sonrió y de inmediato se lanzó contra él en un increíble salto, sin embargo, en el último segundo, Vincent se giró y lo tomó de uno de sus brazos, arrojándolo hacia una pared. El monstruo emitió un sonido húmedo al impactar y luego cayó contra el suelo, recuperándose a la brevedad y preparándose para el contraataque.

—¿Eso es todo lo que tienes? Tengo que decir que estoy un poco decep...

Antes de que pudiera terminar, Vincent apretó el detonador de la bomba que había pegado al cuerpo de la criatura segundos antes, y sabiendo que era su oportunidad, se echó a correr. No había avanzado ni diez metros cuando escuchó un brutal alarido a sus espaldas y pudo percibir con claridad el sonido de la bestia acercándose a toda velocidad. El detective aceleró el paso, podía ver una puerta al final del pasillo, podía sentir la respiración del monstruo a sus espaldas, y sabía que si se giraba para enfrentarlo todo estaría perdido. Redobló esfuerzos.

Desesperado y sabiéndose superado en velocidad por la criatura que lo perseguía, Vincent ni siquiera intentó tomar el picaporte, de limitó a poner todo el peso de su cuerpo en su hombro y dio un pequeño salto, abriendo de par en par la puerta, pero aterrizando de fauces en el sucio piso. Aturdido, se giró esperando ver al monstruo en el marco de la puerta, sólo para encontrarse con una pared de ladrillos en su lugar.

Intentando recuperar el aire, Vincent se acostó en el frío suelo y entonces se percató de algo peculiar: estaba lloviendo. De inmediato abrió los ojos y notó que estaba de vuelta en los callejones de Krimson Hill. Aprovechando el momento de "paz", volvió a inspeccionar el traje que llevaba puesto y no pudo evitar darse cuenta de que a cada segundo que pasaba, se sentía más cómodo en él, como si fuera una extensión de su cuerpo. Sin embargo, su pensamiento se detuvo cuando una sombra pasó volando sobre él. No tuvo dudas de quién se trataba.

—Tú no, por favor... —fue lo único que atinó a decir.

Agotado, pero incapaz de rendirse, Vincent se levantó. Los callejones de Krimson Hill eran un laberinto, y no quería imaginarse qué lo aguardaba en los oscuros rincones del infierno en que su mente lo había encerrado. Si quería encontrar una salida rápida, la mejor opción que tenía era buscar un terreno elevado, aunque eso significara encontrarse con él.

Resignado ante la idea, el héroe tomó su pistola de garfios y la disparó hacia los tejados. Rápidamente se encontró con la familiar vista de la ciudad, solo que en esta ocasión todas las luces estaban apagadas, a excepción de una: las que iluminaban la estación de policía donde trabajaba.

Con renovada energía, Vincent se preparó para empezar su carrera hacia el edificio cuando una cansada voz lo llamó a sus espaldas.

—Se suponía que ibas a proteger la ciudad, no dejarla caer en sombras.

Al girarse, Vincent se encontró cara a cara con quien no esperaba volver a ver jamás en su vida: Mirlo. La figura oscura, con su icónica máscara que ocultaba su identidad, y la capa negra que le permitía planear desde los altos tejados de Krimson Hill hasta el suelo, lo observaba desde las sombras.

—Mirlo, yo...

¡SILENCIO! —exclamó, y la fantasmagórica voz envió un escalofrío por la espalda de Vincent—. Te enseñé todo lo que sabía, te entrené para que seas el héroe que salve Krimson Hill, y fallaste. Pensé que luego de tantos años de violencia, en mi muerte finalmente encontraría paz, pero me obligan a ver cómo mi ciudad se destruye poco a poco todas las noches, sin que hagas nada para detenerlo. Pero eso termina esta noche. Esta noche obtengo mi venganza.

Mirlo dio un paso fuera de las sombras y fue iluminado por los rayos de luna, permitiéndole a Vincent apreciarlo en todo su esplendor. Grandes quemaduras recorrían su cuerpo, causadas por la explosión que le arrebató la vida, pero lo más perturbador era que el traje parecía haberse fusionado con la persona, y ahora tenía frente a sí a una grotesca mezcla entre humano y ave. Aquel monstruo parecía ser una siniestra advertencia de su propio futuro: un hombre perdido en su propia creación, en su propio demonio, al punto que no podía distinguirse dónde empezaba uno y terminaba el otro.

Incapaz de seguir soportando la mirada de la criatura, Vincent se giró y comenzó a correr por los tejados de Krimson Hill, sintiendo los veloces pasos de su corrupto mentor a sus espaldas.

La carrera se extendió por lo que pareció una eternidad y, con cada paso, el destino parecía alejarse. Las piernas le ardían como si estuvieran en llamas, los gases liberados por las muchas chimeneas de la ciudad viciaban el aire y hacían que fuera difícil respirar; su vista comenzó a nublarse y su corazón latía a una velocidad que no podía ser sana y, sin embargo, no se detuvo.

Sabiendo que la bestia le pisaba los talones, efectuó un peligroso salto con la esperanza de alcanzar un edificio cercano, pero apenas y logró tomarse del borde, colgando sobre el vacío, a punto de caer a una muerte segura. Con mucho esfuerzo, Vincent logró empujarse y subir al tejado, dándose un segundo para recuperar el aliento, y creyendo que había escapado de Mirlo. Fue entonces cuando los pasos volvieron a resonar, alzó la cabeza y llegó a ver la criatura saltar al vacío y extender sus negras alas, tapando por unos segundos todo atisbo de luz.

Vincent, impresionado por aquella imagen, no logró reaccionar, y en cuestión de segundos, ambos estuvieron rodando por el techo del edificio. Mirlo quedó encima de su aprendiz y no dudo en empezar a golpearlo en el rostro con sus deformes manos que ahora imitaban las garras de un pájaro. Los cortes no tardaron en aparecer en la cara del detective y la sangre comenzó a derramarse. Tenía que escapar antes de que fuera demasiado tarde.

Haciendo acopio de todas sus fuerzas, Vincent levantó un poco las piernas y logró desestabilizar a Mirlo lo suficiente como para quitárselo de encima. Ambos combatientes estuvieron de pie en cuestión de segundos, pero fue Vincent el primero que reaccionó, dando una poderosa patada directa a la quijada de la criatura. Lejos de detenerla, eso solo pareció enfurecerla aún más y no tardó en cargar contra el héroe, lanzando peligrosos y precisos zarpazos.

Vigilante los esquivaba o bloqueaba con dificultad, pero no podía encontrar el momento justo para contraatacar. La siniestra corrupción de Mirlo era tan veloz como su verdadero mentor y los movimientos eran los mismos, lo que hacía a Vincent dudar.

«¿Se trataba de una imitación o realmente estaría en el Infierno?».

Ese momento de duda bastó para que bajara la guardia, y un zarpazo de Mirlo directo al mentón se lo hizo saber. Vincent logró moverse justo a tiempo para que no le diera de lleno, pero aun así las garras de Mirlo hicieron tres grandes cortes en su rostro y le arrebataron su antifaz.

Vigilante cayó al suelo adolorido y una grotesca sonrisa se formó en el chamuscado rostro de Mirlo.

—Eres débil, Vincent. Me equivoqué al pensar que podía convertirte en el héroe que Krimson Hill necesitaba. Eres tan solo un niño al que ni sus padres podían querer. No eres especial, no eres nada y este es el final de tu viaje. 

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