5. Cuando cae el sol (II)

Mientras caminaba entre los pesados contenedores de metal, Vincent encendió su pequeña linterna e inició su búsqueda de alguna prueba o indicio que le indicara la dirección general de los chicos desaparecidos. El puerto era gigantesco, haberlo inspeccionado durante la mañana habría facilitado su trabajo, también tener un compañero que le ayudara a cubrir más terreno, ya fuera Rebecca o Charles, molesto como le resultaba. Sin embargo, como muchas noches antes, la luna era su única compañera y, si debía serse honesto, hacían una muy buena pareja, casi como si aquel cuerpo celeste fuera un amuleto de la buena suerte (o al menos lo que una persona que pasó años moliéndose a golpes con criminales en una de las ciudades más peligrosas del mundo podía llamar suerte).

Como para respaldar su teoría, la luz de la luna se filtró por uno de los pocos huecos que los contenedores dejaban e iluminó el suelo, lo suficiente para llamar la atención de Vincent, quien de inmediato dirigió la luz de la linterna hacia el pequeño detalle que sus ojos captaron. En el duro suelo de cemento, unas marcas, leves, pero visibles, indicaban que algo fue arrastrado repetidas veces por el mismo camino. Una inspección más cercana dejó en claro de qué se trataba: la puerta del contenedor había sido abierta más de una vez recientemente, las suficientes para desgastar el suelo a su alrededor. El detective miró el panorama, ninguno de los otros contenedores parecía tener marcas similares. No era la gran pista que esperaba encontrar, pero al menos era un comienzo, en el peor de los casos, tan solo perdería el tiempo revisando algún cargamento inocuo.

Vincent apagó la linterna y removió una a una las trabas que mantenían el contenedor cerrado. Era un trabajo tedioso y lento, considerando que no cargaba las herramientas adecuadas para ello, pero al cabo de unos minutos, la hoja derecha de la puerta ya podía abrirse. El haz de luz de su linterna cortó la oscuridad como si de una espada se tratara y, muy para sorpresa del detective... el interior estaba prácticamente vacío. Tan solo unas cajas de cartón, apiladas contra el fondo del contenedor, ocupaban el oscuro espacio.

El detective permaneció allí parado en silencio durante algunos segundos. El hecho de que el contenedor estuviera vacío tan solo hacía que la situación fuera más sospechosa de lo que pensó en un principio, ¿qué motivo tendría alguien para visitar con tanta frecuencia un contenedor vacío? Si estaban llevándose el cargamento existían formas mucho más sencillas que cargar caja por caja... no, algo allí no encajaba.

Moviéndose con cuidado, el detective se adentró en las sombras, con su linterna en alto, y se acercó a las cajas maltratadas y humedecidas que yacían en el interior del contenedor; la de encima, ya me dio vacía, parecía contener perlas de poliestireno que brillaron levemente bajo la luz de la linterna. Algo decepcionado, Vincent movió la primera caja al suelo y fue entonces cuando notó un ligero brillo que provenía desde la parte trasera del contenedor.

Con recobradas energías, y sin ninguna sutileza, Vincent corrió todas las cajas de un solo empujón para dejar a la vista lo que parecía ser un panel de lecturas biométricas, con un teclado numérico y un espacio para colocar un dedo y leer las huellas digitales de su dueño. Desconocía qué era lo que desbloquearía el pequeño aparato, pero, sin duda, era algo mucho más interesante que unas pocas cajas semivacías.

Su corazón latía con rapidez, había olvidado lo acelerante que podía ser encontrar una pista, una pieza del rompecabezas. Debajo de su máscara, sonrió. Con la luz verdosa que emitía el lector biométrico iluminándolo a duras penas, se volteó para buscar en su mochila alguna herramienta que sirviera para forzar la traba y descubrir los secretos que el contenedor guardaba. Ahí la percibió... la figura oscura a sus espaldas, que lo observaba en completo silencio desde el umbral.

Vincent supo de inmediato que estaba en peligro, pero decidió dar el primer paso y, con increíble velocidad, tomó una llave francesa que equipó en la mochila. Con un giro, la arrojó contra la figura oscura que lo acechaba. La sombra reaccionó en una fracción de segundo, se movió un poco a la derecha y eludió el ataque con facilidad. La llave golpeó uno de los contenedores de atrás y produjo un eco metálico que resonó en las cercanías.

El detective aprovechó el momento, y sin dejarse sorprender por las aparentes habilidades de su enemigo, se lanzó hacia adelante y con el hombro casi embistió a la oscura figura, mas, a último momento, su oponente dio un increíble salto para esquivarlo y él terminó cayendo al frío suelo del puerto por un tropiezo. Frustrado, Vincent escupió algo de polvo y se levantó. Su oponente lo observaba en cuclillas sobre el contenedor que protegía, con sus ojos rojos brillando en la oscuridad.

Iluminado por la luz de la luna, los detalles de la sombra se revelaron al detective: un sobretodo negro con algunos pormenores en rojo cubría casi la totalidad de su cuerpo, una capucha mantenía la mayor parte de su cabeza en sombras, pero lo que más destacaba era esa máscara. Una máscara de pico, típica de los doctores de la peste de antaño, ocultaba el rostro de su enemigo; brillaba en un color cobre metálico y con cristales rojos en el lugar de los ojos, lo que le daba un aspecto amenazante.

—Asumo que eres el dueño de lo que estén escondiendo en ese contenedor —comentó Vincent, más molesto que impresionado por la presencia del extraño sujeto.

Sin decir una palabra, su oponente descendió de su posición de vigilancia, mientras su sobretodo flameaba en el aire. Cuando se incorporó, de su oscuro saco extrajo dos kukris cuyos filosos brillaron de manera amenazante en la oscuridad. En ese momento, Vincent lamentó no haber llevado algo con lo que defenderse. Su oponente era habilidoso, de eso no cabían dudas, y él estaba fuera de práctica, de forma que tan solo le restaba rogar que sus habilidades en combate cuerpo a cuerpo superaran las del enmascarado con sus cuchillos.

Vincent apenas y llegó a tomar una posición defensiva, antes de que su oponente, sumido en implacable silencio, se lanzara al ataque. El detective logró bloquear un ataque alto, mas sintió el filo de uno de los kukris cortar su abdomen. Con una patada frontal bien colocada, Vincent alejó al atacante y ganó algunos segundos para revisar su herida; el cuchillo cortó las capas de ropa y su piel como si de papel se tratara, debía tener cuidado.

Mientras retrocedía entre los contenedores, Vincent bloqueó los constantes ataques del irónico "doctor" de la plaga, que parecía más que decidido a sacar sangre y acabar con su vida. Vincent lograba apenas asestar alguna patada baja que lo retrasaba un poco. Con los veloces cortes de su enemigo, se producían chispazos que iluminaban por momentos los contenedores que limitaban sus movimientos. El detective percibía cómo, segundo a segundo, el cansancio empezaba a infiltrar su cuerpo.

Terco como siempre, Vincent decidió que no iba a caer sin una pelea. Se defendió el tiempo suficiente, y lo único que logró fue llenar sus brazos de cortes y empapar su ropa de sangre, mientras que su oponente continuaba avanzando. De un segundo a otro, el detective cambió su estrategia. Se plantó y se movió justo a tiempo para dejar pasar un peligroso corte que se dirigía justo hacia su cuello, aunque la hoja se deslizó un poco por su mejilla. Cuando el enmascarado levantó el brazo para lanzar un ataque con su otro kukri, Vincent reaccionó a tiempo para sujetarlo del mismo y estrellarlo con todas sus fuerzas contra el contenedor más cercano.

Sin perder un segundo, Vincent asestó un poderoso codazo en el rostro de su oponente, y aunque, para su sorpresa, la máscara no cedió, notó que su enemigo fue aturdido por el ataque. Vincent aprovechó la circunstancia y, con el impulso de su cuerpo, golpeó el brazo izquierdo de su oponente, forzándolo a soltar uno de sus kukris, cuyo impacto en el suelo resonó con un sonido metálico.

Al arañar la ventaja, el detective se apresuró e intentó asestar un rodillazo al costado de su oponente, pero el enmascarado le sujetó la pierna y contraatacó con un poderoso golpe al cuerpo. De inmediato, Vincent sintió un dolor punzante que lo paralizó y lo forzó a retroceder, se tuvo que sujetar de su lado izquierdo. El enmascarado le había roto las costillas. No era la primera vez que le pasaba, sabía cómo se sentía, lo que no sabía era que era posible romperlas de un solo golpe.

Vincent sintió el sabor de la sangre acumulándose en su boca, al tiempo que alzaba sus manos para bloquear un nuevo puñetazo del enmascarado, pero el dolor volvió a inundarle el cuerpo. Ahora, era el detective el que tenía la espalda contra uno de los contenedores, y logró agacharse al momento justo para que su oponente le diera un puñetazo al duro metal. Sin embargo, lejos de frenarlo, el puñetazo abolló el contenedor. Quien fuera que estuviera debajo de esa máscara, tenía fuerza neohumana, Vincent tenía que huir si pretendía sobrevivir.

Escabulléndose por debajo del doctor de la peste, el detective desapareció detrás de un contenedor y corrió tan rápido como pudo; intentaba perderlo entre los pasadizos del improvisado laberinto. Sin embargo, Vincent podía sentir la presencia del enmascarado acecharlo; corría a su alrededor, y se acercaba, listo para acabar con su vida. Se preguntó cuántas veces puso a sus enemigos en la misma posición en la que él se encontraba, cuántas veces los criminales temieron por su vida al ser perseguidos, al ser cazados.

El enmascarado saltó desde la cima de unos contenedores y aterrizó justo frente a Vincent, quien frenó su marcha en seco. El detective apenas y llegó a echarse un poco hacia atrás para esquivar una nueva estocada del doctor de la peste, aunque logró hacerle otro profundo corte en el pecho. Sin darle tiempo a respirar, el enmascarado avanzó, mientras que Vincent hacía lo imposible por buscar una escapatoria, pero lamentablemente para el detective, no parecía haber lugar por donde huir.

Se encontró una vez más cerca del contenedor donde iniciaron su encuentro. Vincent se distrajo en búsqueda de algo a su alrededor, lo que le ofreció a su oponente la oportunidad justa para darle una brutal patada en la pierna. Un crujido resonó en la oscuridad, seguido del grito sufrido del detective.

Adolorido, cubierto de sangre de pies a cabeza e incapaz de aguantar un golpe más, Vincent cayó al suelo y comenzó a arrastrarse, intentando alejarse del enmascarado. La pesada bota de su oponente cayó con violencia sobre su pierna quebrada y lo hizo gritar una vez más. Pronto, el detective sintió el guante de su enemigo recorrer su cabellera y tomarlo con fuerza. Sabía lo que se vendría después: el cuchillo en el cuello y luego... oscuridad. Tenía que evitarlo, tenía que hacer su jugada.

Sus dedos se envolvieron en el frío mango de la llave francesa que arrojó al principio del combate, distracción que al buscarla en el suelo le costó la pierna. Pero ahora la sujetaba en sus manos de nuevo, tenía una oportunidad, solo una.

En un esfuerzo descomunal, Vincent giró con violencia y golpeó con la llave el costado de la cabeza del enmascarado, que ya se inclinaba hacia él con oscuras intenciones. El cuerpo del doctor de la peste se desplomó a su lado y ambos quedaron tendidos en el suelo, con la mirada en el cielo nocturno. Vincent observó el vapor de su dificultosa respiración y luego miró a su lado. El enmascarado permanecía allí, tendido, indescifrable, ni vivo ni muerto, tan solo un peligroso misterio que el detective ansiaba descifrar. Sin embargo, la razón prevaleció y Vincent, apoyado en unas cajas cercanas, se levantó para arrastrarse hacia la salida.

No sabía cuánto tiempo tenía antes de que el doctor de la peste despertara, tenía que ganar distancia. No podría saltar el enrejado, así que eligió el camino más rápido, y pronto divisó las luces que iluminaban la reja de entrada. Solo un problema: Garrick, que era probable que estuviera despierto por los gritos de dolor que emitió hacía unos minutos, ahora apuntaba su linterna hacia la oscuridad.

Sobresaltado al ver al detective emerger entre las sombras, Garrick dejó caer su linterna y sacó su pistola.

—¡Alto ahí! —vociferó el guardia—. ¡Un paso más y disparo!

—Por favor, tienes que escucharme... ti-tienes que llamar a la policía, diles que el Detective Vincent... Vi-ncent Hardy solicita refuerzos...

—¡Y una mierda! Te vas a tirar al suelo y vas a ...

—¡NO TENEMOS TIEMPO PARA ESTO! —gritó, escupiendo una cantidad considerable de sangre—. Por favor, solo...

Por un segundo, los gritos del detective parecieron conmover de alguna manera al guardia, como quien observaba a un perro lastimado en la calle, y la pistola descendió. Sin embargo, de un segundo a otro, el rostro de Garrick cambió de la compasión al terror y Vincent supo que todo estaba acabado. Un kukri pasó silbando junto al rostro del detective y terminó enterrándose en el pecho del guardia de seguridad que, entre sorprendido y dolorido, cayó de espaldas, no sin antes disparar dos veces al aire.

Resignado, Vincent cerró los ojos, aunque escuchó los pasos de su oponente a su espalda. Un dolor agudo le invadió el estómago y, cuando bajó la vista, vio que parte de la punta del segundo kukri del doctor de la peste sobresalía de entre sus ropas. El enmascarado sacó su arma del cuerpo del detective, que cayó de rodillas al suelo antes de desplomarse por completo en un charco de sangre.

La fuerte mano del enmascarado se envolvió alrededor del brazo de Vincent y, de un solo tirón, logró darle vuelta. Parado sobre él, sus ojos rojos brillaban con una intensidad bestial, sin embargo, algo más llamó la atención del detective: detrás del enmascarado, Vigilante, su reflejo oscuro, lo observaba luchar por su vida. Pero algo monstruoso resaltaba en aquel fantasma del pasado, solo se distinguía el símbolo en su pecho y sus ojos resplandecientes en color blanco, el resto de su figura era de un negro tan oscuro que contrastaba incluso contra el cielo nocturno. A pesar de que aquel siniestro Vigilante no parecía tener rostro, Vincent percibió que lo observaba con una mezcla de decepción y asco, y si bien estaba seguro de que no movió los labios, lo escuchó murmurar: «el traje pudo haber desviado ese cuchillo, es una lástima que no lo tuvieras puesto».

Vincent sonrió ante la broma macabra, luego observó al enmascarado alzar su kukri ensangrentado con ambas manos, listo para acabarlo, cuando dos estallidos irrumpieron el silencio de la noche e impactaron en el pecho de su verdugo. Aunque no alcanzaron a derribarlo, la lluvia de disparos continuó, y en medio de todo el caos, Vincent pudo escuchar:

—¡Detective Charles Collins, número de placa 853817! ¡Solicito refuerzos en el puerto! ¡Repito, solicito refuerzos! ¡Civiles heridos!

Consciente de que pronto estaría rodeado, el enmascarado se escabulló entre las sombras. El joven detective Collins lanzó un suspiro de alivio, solo le quedaban tres balas más en el cargador y estaba seguro de que no podría recargar lo suficiente rápido si el enmascarado decidía atacar.

Charles se agachó y tomó el pulso del guardia de seguridad, al que reconoció de inmediato de su encuentro cercano por la mañana. Nada. El cuerpo seguía caliente, pero carecía de vida. Desesperanzado, el joven se acercó al segundo cuerpo, y de inmediato notó los suaves movimientos de pecho que indicaban respiración.

—Tranquilo, la ayuda está en camino, déjame quitarte esos trapos del rostro para que puedas respirar... —Charles quedó helado tan pronto como removió el pañuelo del rostro del moribundo ser y reconoció a su compañero en medio del mar de sangre—. Oh, mierda... mierda, mierdamierdamierda. ¡CARAJO!

Vincent escupió un poco más de sangre y tomó a su nuevo compañero del abrigo. Intentó acercarlo a él para murmurarle, rogarle que fuera a revisar el contenedor, pero, al intentar hablar, solo sangre brotó de su boca.

—Resiste, por favor, resiste.... —Fueron las últimas palabras que Vincent logró captar antes de perder el conocimiento. 


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