24. Canción para mi muerte (II)

—¿Comandante? —preguntó Charles con un suspiro de alivio, y se dirigió a la puerta—. ¿Cómo supo que estaba aq...?

Las palabras se atoraron en la garganta del detective al notar los ojos rojos e hinchados de la comandante, y las discretas manchas de sangre en su ropa.

—Llamé a la estación, me dijeron que avisaste que estarías aquí —respondió ella con sequedad—. Necesito tu ayuda.

—¿Qué está pasando?

—Te contaré en el camino. Vamos. —Rebecca se volteó para dirigirse al ascensor, pero pronto se percató de que Charles no la seguía.

El detective se tomó un momento para observar a su padre, que contemplaba la situación parado junto a la mesa donde cenaron, y su corazón se estrujó.

—Lo lamento, comandante, pero no estoy en servicio en este momento —anunció en un intento de que su voz sonara lo más firme posible—. Retomaré mis labores mañana a primera hora y haré lo posible para ayudarla, pero hasta entonces...

—Vincent está muriendo —lo interrumpió ella sin siquiera mirarlo—. Necesita una transfusión de sangre, y ambos son compatibles.

Las palabras de Rebecca impactaron a Charles como un golpe, pero, por sobre todas las cosas, lo que más preocupó al novato detective fue la postura de resignación de la comandante, como si sus esperanzas fueran vanas y las cartas ya estuvieran lanzadas.

Charles se volteó a ver a su padre una vez más. Peter no tuvo que decir nada, sus ojos le hacían saber a su hijo todo cuanto necesitaba saber: si podía salvar una vida, nada más importaba. Un gesto de asentimiento bastó para que el detective tomara su ropa y se lanzara al pasillo donde la comandante esperaba.

—¿Qué sucedió? —preguntó Charles, aun adaptándose a la turbulenta situación en la que se veía enfrascado.

—Vincent fue infectado por La Muerte Roja. —Rebecca trataba de mantener la compostura.

—¿Hubo otro ataque?

—No precisamente. —La respuesta poco precisa de la comandante preocupó a Charles, pero supo también que no iba a obtener algo más concreto por el momento.

Ya en la calle, Rebecca encendió la motocicleta, la misma que Vincent solía conducir al trabajo, Charles se abrazó a su abdomen y ambos emprendieron su carrera contra el tiempo.

Miles de pensamientos invadían la mente del joven detective, que se debatía entre las preocupaciones por su compañero y el terror que le causaba la velocidad a la que conducía Rebecca. La incertidumbre solo creció al notar algo en particular: el trayecto de la comandante los alejaba más y más de cualquier centro de atención médica cercano.

La sensación de misterio y desconcierto tan solo se incrementó a medida que Rebecca se introducía en el apagado y abandonado barrio de Silent Side, donde solo los ojos de algunos curiosos vagabundos los observaron pasar a toda velocidad. Sin embargo, toda preocupación por su destino se vio remplazada por un inmediato relámpago de terror al ver que la comandante dirigía la motocicleta directo hacia el garaje cerrado de una de las tantas fábricas abandonadas que poblaban el lugar.

—¿Comandante? —preguntó con desconcierto al notar que no descendía la velocidad y la pared de hierro estaba cada vez más cerca—. ¡REBECCA!

Charles cerró los ojos y se abrazó aún más a la comandante, aguardando el impacto y, sin embargo, nunca llegó. La puerta se abrió en el momento justo para dejarlos pasar, y se encontraron conduciendo por un oscuro túnel que los llevaba a las profundidades de la ciudad.

En la guarida, Tom monitoreaba el equipo médico, trataba de recordar las breves lecciones que Vincent le dio al respecto desde que empezaron a trabajar juntos. La realidad era que sentía que, si se quedaba quieto, iba a enloquecer. Todo ocurrió demasiado rápido, y su cerebro apenas comenzaba a procesarlo. Una duda grande crecía en su mente: ¿qué pasaría si ese era realmente el final? ¿Qué pasaría si Vigilante moría esa noche? Intentó ignorar las desalentadoras respuestas, pero cada segundo que pasaba se sentían más reales.

—No me... no me siento muy bien... —Las palabras de Karen regresaron al muchacho a la realidad.

Al voltearse, notó lo terriblemente pálida que la abogada se veía, y se apresuró a abalanzarse sobre ella para sujetarla antes de que se cayera del asiento.

—¡Ey! ¡Manténgase despierta! Rebecca volverá pronto, esperemos que con ayuda —dijo mientras la sostenía por los hombros.

—Lo sé, lo sé... espero que tengas galletas por aquí, las voy a necesitar cuando me desconecten —agregó, no del todo segura de si intentaba calmarse a sí misma o al perturbado chico que la cuidaba—. ¿Cómo terminaste vestido de pájaro, por cierto? —se atrevió a preguntar, luchaba contra el cansancio que la abrumaba—. No te salvé de los reformatorios para que termines aquí. Tenías que ir a la escuela.

—Es una historia larga... y complicada —respondió él con incomodidad—. La versión corta es que sin Vigilante... Silent Side necesitaba a alguien, toda la ciudad lo hacía.

—¿Y cuando él volvió te dejó seguir haciendo esto? —Karen lo miró de arriba abajo con incredulidad.

—Soy bastante terco, él intentó detenerme.

Una sonrisa nerviosa se asomó por el rostro del chico. En ese momento, hubiera dado lo que fuera por volver a escuchar la voz de Vincent amenazarlo con quitarle el traje.

—Claramente no lo intentó lo suficiente —retrucó la abogada—. Cuando despierte, voy a tener una conversación con él.

Las bromas de Karen hicieron que una sensación de esperanza creciera en el pecho del muchacho, sensación que solo se acrecentó al escuchar que la puerta del túnel se abría para dejar entrar a Rebecca, acompañada por el asustado e introvertido compañero de Vincent. La comandante bajó de la motocicleta y se quitó el saco, sacudiendo su cabello corto y ahora desprolijo, mientras que Charles, casi con timidez, inspeccionaba el lugar donde se encontraba.

—¿Cómo sigue la situación? —preguntó la comandante, acercándose al ala médica de la guarida.

—Estable, de momento... o eso creo —respondió Thomas con claras dudas en la voz—. Pero Karen ya no puede seguir con la transfusión y...

—Esto no puede estar pasando. Esto no puede ser lo que pienso que es... —sentenció Charles a sus espaldas.

El trío volteó a verlo.

Rebecca fue la primera en reaccionar a pesar de la preocupación que sentía por Karen. Consideró contarle todo cuanto necesitara saber en el camino, pero también era cierto que no habría manera de explicárselo de forma creíble. Era mejor dejar que la situación hablara por sí misma, sería más fácil sacarlo del shock inicial que de convencerlo de que su compañero era el enmascarado conocido como Vigilante... o al menos, eso esperaba.

—Charles, sé que esto es mucho, pero necesito que te calmes. No podemos perder un segundo más. —La comandante dio un paso al frente. Charles retrocedió en respuesta—. Vincent necesita tu ayuda.

—Esto es una locura... Vincent no necesita mi ayuda, necesita ir a un hospital urgentemente, y luego a un psiquiatra. —A medida que salía del asombro y la confusión, el enojo se apoderó del detective—. Vigilante tiene un lugar entre los más buscados del Reino Unido, comandante. Me llevaría hasta la madrugada detallar el listado de crímenes por los que se le acusa, y usted... ustedes estuvieron ayudándolo a cometerlos todo este tiempo.

Rebecca intentó acercarse más, pero él se la quitó de encima con un sacudón y volvió a retroceder, sin embargo, la comandante se estiró para sujetarlo de los hombros y lo detuvo.

—Sí, doblamos y rompimos las reglas. Lo estuvimos haciendo todo este tiempo —sentenció ella con presteza—. Sabemos lo que eso significa, sabemos lo que somos: criminales. Y también sabemos que, a veces, la ley no es suficiente; que a veces la gente necesita más, que necesita alguien que dé un salto de fe, aun cuando todo parece perdido. Vincent fue esa persona... y ahora nos necesita. —El discurso de la comandante dejó a todos en silencio. Charles tuvo espacio para procesar sus palabras—. Una vez que terminemos aquí, puedes ir a la central y hacer la denuncia correspondiente. No voy a detenerte. Pero antes, te necesitamos. Vincent no llegará al hospital, vivirá o morirá aquí abajo. Así que llegó la hora de tomar una decisión.

Como para acentuar las palabras de la comandante, estridentes sonidos retumbaron a sus espaldas. Los signos vitales de Vincent caían en picada, y todos los monitores emitían alertas. Pocos segundos después, la sangre volvió a brotar por su boca y su cuerpo empezó a sacudirse con violencia.

—¡Está entrando en shock! —exclamó Tom, con lágrimas asomándose por sus ojos.

Sin perder un segundo, y para alivio de Rebecca, Charles se arremangó la camisa y se dirigió hacia la camilla donde su compañero agonizaba.

—Conéctenme —solicitó, mientras Thomas ayudaba a Karen a quitarse del medio.

Rebecca se acercó y comenzó con los preparativos, pero entonces, una misteriosa voz les llegó desde las sombras.

—Eso solo servirá para retrasar lo inevitable.

La comandante desenfundó su pistola y apuntó a lo alto de la escalera, donde una figura oscura se hacía presente.

—¿Quién mierda eres? —Rebecca acarició el gatillo.

—Mi nombre es Luke Wright —respondió el extraño, y se colocó bajo uno de los focos para hacerse ver—. Y soy la única esperanza que tienen de salvar a Vincent.

Luke bajó las escaleras poco a poco y con las manos en alto, siempre bajo la mira de la comandante Rebecca Miller. A pesar de la crítica situación en la que se encontraban, el pulso de Rebecca no tembló en ningún momento; habría bastado un mal movimiento de parte de su misterioso visitante para que jalara el gatillo.

—¿Se supone que eso tiene que significar algo para mí? —preguntó Rebecca.

—No, pero también soy la persona que desvió el rastreador de la furgoneta para que La Muerte Roja no los encontrara —respondió él. La mirada de Rebecca cambió de repente—. ¿Puedo bajar los brazos? Me estoy cansando un poco.

La comandante no respondió, pero tampoco disparó, lo que Luke tomó como una buena señal. Bajó los brazos, mas no se relajó y tampoco se movió. Vincent aún agonizaba en la camilla, pero tenía la sensación de que un disparo de Rebecca bastaría para que le ganara en la carrera hacia el descanso final.

—¿Cómo nos encontraste? —La comandante no bajó el arma.

—¿Importa? —El clic del seguro del arma al removerse fue la única respuesta que Luke recibió—. La realidad es que los estuve observando desde la distancia desde hace algún tiempo. Esperaba no tener que mostrarme, poder permanecer en las sombras, pero bueno... eso ya no es una opción. Lo cierto es que estuve ayudando desde el momento en que empezó toda esta locura. De hecho, Vincent no habría salido con vida de la gala si no fuera por mí.

—¿Eres él? —preguntó Thomas, que, con lágrimas en sus ojos, sujetaba la mano ensangrentada de Vincent—. ¿El tipo al otro lado del monitor? ¿El hacker?

—Bingo —respondió Luke, aliviado al notar que el reconocimiento del adolescente hacía que Rebecca bajara poco a poco su arma.

—Dijiste que podías salvar a Vincent... ¿cómo? —cuestionó Rebecca.

—Me alegra que lo preguntes —respondió Luke al tiempo que metía su mano en uno de los bolsillos de la oscura gabardina que lo cubría, extrayendo un improvisado dispositivo que se asemejaba a una jeringa... o a una estaca—. Es un prototipo, así que tendrán que disculpar su apariencia algo... agresiva.

—¿Qué planeas hacer con eso? —La comandante no se veía convencida.

—Como saben, la amenaza de La Muerte Roja no es biológica, es tecnológica. Desarrollaron nanobots que simulan una enfermedad y, en este momento, invaden el cuerpo de Vincent, le provocan daño y destruyen sus tejidos —explicó mientras presionaba botones en el extraño aparato—. Un pulso electromagnético podría desactivar a los invasores, pero no bastaría para salvar la vida de Vincent, no con todo el daño causado hasta este momento. —Luke avanzó bajo la mirada vigilante de Rebecca, Charles y Karen, hasta posicionarse junto a la camilla. Rebuscó en el morral que colgaba a su lado y sacó una notebook que colocó sobre una de las tantas mesitas con equipamiento médico que rodeaban al moribundo—. Con suerte, este dispositivo tomará uno de los robots y cargará un virus en él, reescribiendo su código para que empiece a reparar los tejidos dañados. Estas máquinas funcionan como una mente de colmena, de forma que la esperanza es que el cambio en una llevará a un cambio en el resto.

—"Con suerte", "la esperanza"... no suenas muy seguro de esto —señaló Karen desde la distancia.

—Miren a Vincent: está muriendo frente a ustedes. Mi invento no es perfecto, y no está probado que vaya a funcionar, pero es la única opción que tienen —sentenció con certeza Luke.

El silencio se instauró en el grupo que, aunque reconocía la gravedad de la situación, aún no sabía si confiar en el completo extraño que surgió desde las sombras para ofrecerles un milagro. Krimson Hill les había enseñado a cada uno de ellos que si algo parecía demasiado bueno para ser verdad, probablemente lo era.

—Hazlo —suspiró Tom, que aún sujetaba la mano de su mentor. El adolescente alzó su mirada, repleta de lágrimas—. Por favor, hazlo.

Conmovidos por la respuesta del muchacho, tácitamente los presentes autorizaron a Luke a proceder.

—Bien, sujétenlo —ordenó el recién llegado—. Tengo que ser preciso.

De inmediato, todos los presentes rodearon al moribundo enmascarado y lo sujetaron para contener sus espasmos, cada vez más débiles, a medida que la vida abandonaba su cuerpo. Luke, que sabía que no tenía tiempo para perder, giró el dispositivo en sus manos y una punta larga y filosa pareció extenderse de uno de sus extremos.

—¡Lo perdemos! —apresuró Rebecca; no despegaba sus ojos de los equipos médicos que informaban de la situación de su excompañero.

—¡De ninguna manera! —exclamó Luke.

Luke alzó su mano con teatral gesto. Ante la atónita mirada de todos, clavó la extraña jeringa en el pecho del enmascarado y pulsó un botón.

Un espasmo, más fuerte que los anteriores, sacudió el cuerpo de Vincent, como si una poderosa corriente eléctrica lo hubiera atravesado, luego permaneció inmóvil. Quienes lo asistían se alejaron poco a poco de él, con una mezcla de confusión y horror, demasiado aturdidos como para siquiera pronunciar una palabra.

El pitido, estridente y prolongado, resonó en la profundidad del oscuro sótano. Las pulsaciones del detective se detuvieron.

El silencio del grupo se extendió por un segundo que duró una eternidad, luego el caos volvió a desatarse. Gritos cruzados inundaron la habitación, movimientos bruscos y acelerados, culpas y reproches de un lado y del otro. Antes de que alguno pudiera darse cuenta, Rebecca ya volvía a sujetar su pistola entre manos, mientras que Karen hacía lo posible para detenerla y alejarla de Luke, que, sujetándose la cabeza con incredulidad, retrocedía con rodillas débiles. Thomas, desahuciado y roto, se entregó al llanto y al dolor, mientras que Charles, de aguda visión, divisó tal vez su única esperanza. Sus movimientos fueron rápidos y precisos, sabía que no había tiempo que perder, por lo que no podía detenerse a dar explicaciones. Por primera vez, su cuerpo parecía moverse más rápido que su cabeza.

—¡Despejen! —gritó con los desfibriladores cargados en sus manos, y todos los que rodeaban la camilla dieron un salto hacia atrás.

Un nuevo espasmo sacudió el maltratado cuerpo de Vincent y el silencio reinó una vez más en su guarida... un silencio que se extendió hasta que las máquinas a su alrededor volvieron a dar señales de vida. Los pitidos constantes del pulsioxímetro fueron acompañadas por un suspiro de alivio general de los presentes.

Superado el momento de máxima tensión, las piernas de Karen cedieron y fue Rebecca esa vez quien debió sujetarla; Tom se debatía entre correr a abrazar a Charles o seguir sujetando a su mentor; Luke se acercó a su ordenador para controlar que su prototipo funcionara correctamente.

—¿Lo logró? —preguntó Charles, que aún sujetaba las paletas del desfibrilador entre sus manos—. ¿Vivirá?

—Vivirá —confirmó Luke—. Pero ahora viene la parte más difícil... ahora deberá conocer la verdad. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top