22. Príncipe (II)


El camino hacia la guarida de Mammón fue breve y relativamente pacífico. A lo lejos, los sonidos de la batalla que estaba siendo librada por Alexios y los demás sugería que su plan estaba funcionando, como también lo hacía la poca cantidad de demonios que cruzaron en el trayecto, la mayoría de ellos demasiado enfocados en tratar de recapturar a los rebeldes, de forma que Marylin y Vincent optaron por eludirlos en lugar de agotar sus fuerzas en escaramuzas inútiles. Debían enfocarse en el Príncipe, eso estaba claro, y, sin embargo, la mente del detective no podía evitar preocuparse por el silencio prolongado que la maga le regalaba.

—¿Qué te tiene tan callada? —preguntó Vincent.

Marylin se volvió hacia él casi con sorpresa, como si la pregunta la hubiera tomado desprevenida. La maga aclaró su garganta y respondió:

—El Plano de Sombra... requiere cantidades inusuales de energía mágica para sostenerse. Solo hay un puñado de criaturas lo bastante poderosas como para hacerlo.

—¿Mammón siendo una de ellas?

—Dije criatura mágica, Mammón es un demonio. —Silencio— ¿Piensas que los demonios son criaturas mágicas? —Silencio—. En serio, voy a tener una conversación con James. Es increíble lo poco que entiendes de todo este asunto.

—Entiendo entonces que Mammón no es el origen del Plano de Oscuridad...

—De Sombra —corrigió ella, frustrada.

—¿Entonces quién es?

—Eso es lo que me preocupa, y la pregunta siguiente...

—¿Es un aliado o un enemigo? —comprendió Vincent.

—Exacto. —La gigantesca puerta de la torre ya se divisaba a la distancia—. Si eres de los que rezan... te sugiero que empieces a hacerlo.

El enorme portón se abrió, dejando salir a un nuevo grupo de demonios enviados a detener a los insurgentes. El dúo se amuchó junto a una pared cercana para ocultarse y pasar desapercibidos, pero, antes de que la puerta se cerrara, la maga lanzó un breve conjuro con un movimiento de manos, deteniéndola a escasos centímetros del suelo.

Entendiendo que esa era su oportunidad, Vincent se lanzó corriendo al frente con Marylin siguiéndolo bien de cerca. Una vez estuvieron junto a la entrada de la torre, ella volvió a usar su magia para alzarla un poco más y, sin dudarlo un segundo, el dúo hizo su entrada en la guarida del Príncipe.

El interior de la torre se encontraba en penumbras, pero la hechicera pronto conjuró una pequeña llama que les permitió observar una lúgubre entrada que recordó a Vincent a algunos complejos carcelarios. Más adelante, sonidos de maquinaria trabajando rítmicamente atrajeron su atención. Con cautela, el dúo avanzó y no tardaron en dar con la fuente del sonido.

Pasando una puerta, Vincent y Marylin se encontraron sumergidos en lo que parecía ser una gigantesca e infernal fábrica. Cientos de criaturas mágicas operaban máquinas innombrables y con propósitos desconocidos, aunque el detective tenía la aterradora certeza de que no podían ser para nada bueno. Las palabras de Alexios volvieron a su mente; el licántropo le dijo que la torre servía para minar las almas en pena de Krimson Hill, su dolor y desesperanza y, lo que en un momento atribuyó a dramatismo por parte del ruso, ahora se materializaba como una terrible realidad frente a sus ojos.

El trabajo de las máquinas generaba un ambiente pesado y caluroso en la habitación, repleta de un humo asqueroso que viciaba el aire y dificultaba la respiración. A pesar de esto, los esclavizados trabajadores se movían de forma lenta de un lado al otro, no acelerando ni disminuyendo en ningún momento la velocidad de su labor. En principio, uno podría haber observado más que un lugar de trabajo en malas condiciones, pero la aguda vista del detective pronto empezó a notar los detalles en la horrible imagen que se presentaba ante él. Muchas de las criaturas que hacían de fuerza de trabajo, dejaban manchas de sangre allí donde pisaban, las plantas de sus pies se habían convertido en jirones sangrientos tras horas de labor; un proceso similar ocurría en las manos de los esclavos, muchos de los cuales habían perdido dedos, cuando no partes completas del brazo. Las heridas sucias se infectaban, la carne se pudría y los cuerpos se consumían hasta ser reducidos a nada y, sin embargo, continuaban trabajando. Vincent intentó detener a un enano que pasó arrastrándose junto a él, pero este lo ignoró por completo, como si no lo viera. Fue Marylin quién logró interceptar un hada que avanzaba cargando unos pesados tubos entre brazos con un destino incierto.

—No son dueños de sus almas —anunció la maga, girando al hada para que Vincent pudiera ver sus ojos grises y carentes de vida—. Están bajo el efecto del anillo, es más fuerte aquí.

—¿Ves a tu amigo? Tal vez podemos sacarlo del edificio antes de que empiece la pelea —sugirió el héroe, tratando de asimilar lo que veía.

—¿Quién? Ah, Bruenor —recapacitó Marylin al instante—. Estoy segura de que está por aquí, pero no podré cortar su conexión con el anillo sin dejar desprotegidos a Alexios y los demás. Lo mejor que podemos hacer es detener a Mammón y liberarlos a todos a la vez.

—Intenciones nobles —anunció una voz desde las sombras, poniendo al dúo en alerta—, pero fútiles. No llegarán junto al Príncipe.

El ruido de las máquinas camuflaba el sonido de un antiguo ascensor que bajaba hasta la fábrica. Al abrirse la puerta, Beltz se presentó frente a ellos, cuchillos en mano y acompañada por un séquito de guardias de aspecto amenazante.

—¿Esta zorra de nuevo? —preguntó Marylin, frustrada por su presencia.

Dada la orden de la general, la guardia personal del Príncipe se abalanzó sobre los intrusos. Vincent y Marylin los encontraron en el centro de la fábrica, dando inicio a la batalla final. Mientras el justiciero luchaba a puño limpio con valor, haciendo buen uso del fuego sagrado que cubría sus brazos, la maga se concentraba en lanzar hechizos que lo protegieran y desorientaran a los fuertes demonios, que blandían las gigantescas espadas en su dirección.

Vincent temía que los trabajadores de la fábrica pronto se volvieran en su contra, complicando aún más la precaria situación en la que se hallaban. Pronto comprendió que eso no iba a ocurrir y que el dueño de sus mentes tenía intenciones mucho más oscuras para ellos, pues mientras la pelea se desarrollaba, la espada de uno de los demonios alcanzó de lleno a un inocente duende que estaba enfrascado en su trabajo, aniquilándolo al instante. Mammón pretendía utilizar a sus esclavos como escudos para dificultar la tarea de los héroes, estrategia que estaba rindiendo frutos, pues Vigilante se vio obligado a continuar su pelea dividiendo su atención entre proteger a los hipnotizados trabajadores y defenderse de los constantes ataques de los demonios.

Tenía que ganar espacio, y su mente pronto elaboró un plan con tal objetivo. Atrayendo la atención de dos demonios hacia él, Vincent comenzó a retroceder; eludía a duras penas los constantes cortes de sus enemigos, que blandían sus gigantes espadas con violentas intenciones. Llegado al punto correcto, el héroe se volteó y corrió contra una de las máquinas, que luego usó para saltar por encima de sus perseguidores con una pirueta. Ya en el aire, Vincent dejó caer dos bombas de agua bendita encima de los demonios, que pronto se encontraron en el suelo, retorciéndose de dolor.

El enmascarado casi sonríe, regocijándose en la pequeña victoria, cuando percibió a otro de los guardias saliendo de las sombras a sus espaldas. Reaccionando instintivamente, alzó sus manos para cubrirse de su ataque, sabiendo que eso no bastaría para detener el corte de la espada y, sin embargo, antes de alcanzarlo, impactó con un escudo de magia turquesa. Marylin le había salvado la vida, pero ahora otro de los demonios se abalanzaba sobre ella, forzándola a retroceder.

Girando sobre su eje y agachándose para esquivar el ataque del enemigo, posó su mano sobre el abdomen del demonio y gritó:

¡Acigám óisolpxe!

Desde sus dedos, un estallido de llamas azul verdoso envolvió al demonio y lo lanzó disparado lejos de la hechicera.

—Ya tuve suficiente de tu insolencia, bruja asquerosa —protestó Beltz, que hasta entonces estuvo comandando a sus tropas.

La general se lanzó al combate, cortando el aire con sus cuchillos a una velocidad que dificultaba a la hechicera concentrarse lo suficiente para utilizar su magia. Vincent intentó acercarse para ayudarla, pero los dos guardias restantes le cortaron el paso.

Beltz era agresiva y fuerte, pero se movía con la gracia de una bailarina de ballet, mientras que Marylin, desesperada y no acostumbrada a la batalla, tropezaba entre la maquinaria y los trabajadores que se interponían en su camino. Parecía no haber cantidad de obstáculos suficientes para detener la marcha de la general y, al contrario, solo bastó un tropezón por parte de la hechicera para que su enemiga se cerniera sobre ella, sujetándola del cuello y preparándose para acabarla.

—Más fuerte —bromeó la hechicera, luchando por tomar una bocanada de aire.

Beltz, furiosa, optó por darle un puñetazo en el rostro antes de acabar con su vida. Hubiera deseado tener el tiempo suficiente para dedicarle la tortura que la molesta mortal se merecía, pero los insurgentes seguían causando estragos en Moontown, y Mammón ya estaba perdiendo la paciencia.

—Apropiado que tus últimas palabras sean equivalentes al resto de tu vida... un chiste barato y sin gracia —bramó Beltz, lista para hundir su cuchillo en la carne de la maga.

Sin embargo, la general ignoraba que Marylin movía sus manos con discreción, conjurando un lazo mágico que se envolvió alrededor del brazo de un gigantesco fomoriano que trabajaba cerca. Con una sonrisa en el rostro, la hechicera cerró el puño y, jalando tan fuerte como pudo del vínculo mágico, forzó al gigante a girar y golpear a Beltz de lleno, lanzándola por el aire en dirección a unas máquinas lejanas.

Tomando una bocanada de aire, Marylin se alzó justo a tiempo para ver a Vincent despachar al último enemigo con sus puños. Los dos compartieron una mirada cansada. Sus enemigos fueron derrotados momentáneamente, pero no tenían tiempo de descansar. Debían apresurarse y llegar a Mammón para terminar con la pesadilla. Sin decir nada, ambos subieron al ascensor, que pronto empezó a subirlos hacia la parte más alta de la torre.

En el camino, Vincent pudo observar que la fábrica no se limitaba a la planta baja de la torre, sino que piso tras piso, criaturas mágicas esclavizadas trabajaban hasta el cansancio en distintas partes del proceso, contribuyendo contra su voluntad a los siniestros planes del Príncipe. Más de una vez durante el trayecto, Vincent vio a distintos seres caer al suelo por el cansancio, y también los vio levantarse otra vez para continuar su labor, impulsadas por la magia del anillo. Las condiciones del lugar le recordaron a los albores de la revolución industrial y a las paupérrimas condiciones en las que los trabajadores se veían forzados a conducir su trabajo. Las imágenes eran tan similares que no pudo evitar preguntarse si Mammón habría influenciado y corrompido las mentes de los hombres para que imiten sus modos o si fue la crueldad humana la que sirvió de ejemplo al Príncipe a la hora de montar su fábrica.

El súbito freno del ascensor lo obligó a volver su atención al momento. Una siniestra puerta negra se alzaba frente a ellos, y sabían quién los esperaba del otro lado.

Con pasos nerviosos, el dúo avanzó. Marylin estiró su mano para tomar el picaporte, pero entonces la puerta se abrió con un lamento y dejó escapar un aire frío que los hizo temblar. Ambos compartieron una mirada de preocupación y se adentraron en la habitación.

La cúspide de la torre consistía de una habitación enorme, iluminada de forma tenue por candelabros dorados y un enorme ventanal con balcón que permitía al príncipe controlar los movimientos de sus esclavos y súbditos. Pilas de piezas de oro se amontonaban en los rincones y por encima de los pocos muebles que podían divisarse en el cuarto y, a pesar de todo ese lujo y brillo, una atmósfera oscura cubría el lugar. Un camino trazado entre las piezas de oro conducía hacia un trono dorado, donde Mammón los esperaba sentado. A sus espaldas, una mujer abatida era sujetada a la pared por cadenas también doradas.

Bebiendo un sorbo de vino de su copa, el Príncipe observó a sus "invitados" a través de la máscara que cubría la mitad de su rostro. Vincent no pudo evitar notar el profundo brillo escarlata de sus ojos, que contrastaba con su piel pálida, surcada por venas negras. Las garras del demonio, cubiertas de anillos de distinto tamaño y grosor (pero siempre dorados), acariciaron la copa de oro mientras los observaba, antes de dejarla en una mesita que descansaba junto a su trono.

—La hechicera y el Vigilante. Esperaba que Beltz se hubiera encargado de ustedes. Que decepción o es... ¿enojo lo que debería sentir? —preguntó Mammón. La frialdad en sus palabras, el tono monótono y carente de emoción envió un escalofrío por la espalda del héroe—. Me temo que han trabajado, sangrado y sufrido tanto por nada. Sus insurgentes fallarán, las llamas de sus vidas se apagarán y la fábrica volverá a operar como lo estuvo haciendo hasta hoy. Su patético intento de revolución será olvidado, junto con sus nombres en la eternidad de la historia, mientras mi reinado se expande y consume el universo entero.

—Tu padre también era bastante bocón antes de que volviéramos a lanzarlo al agujero del que se arrastró —tentó Vincent, dando un paso al frente—. ¿Y tú? Desde donde estoy solo veo a un niño mal criado queriendo llamar la atención de papi.

Las luces de los candelabros flaquearon y, en un abrir y cerrar de ojos, Mammón desapareció de su trono. El dúo no llegó a prepararse antes de que el Príncipe saliera de las sombras que se proyectaban frente a Vincent y lo tomara del cuello, alzándolo con facilidad unos cuantos centímetros del suelo. En su mano, camuflado entre otras joyas, el héroe pudo observar el tan mencionado anillo, que se distinguía por el tenue fulgor verde que lo envolvía.

—Cuando elegí Krimson Hill como base de mi operación, pasé algo de tiempo estudiando tus estrategias. Usas tus palabras para tentar a tus oponentes, perturbar el equilibrio de sus emociones, forzarlos a actuar, a equivocarse... Eso no funcionará conmigo —sentenció Mammón y, antes de que Marylin pudiera alcanzarlo con un ataque, volvió a usar las sombras para alejarse—. Deberían haberse contentado con liberar a la muchedumbre de la plaza, pero algo los empujó a seguir, algo que conozco muy bien... la avaricia. Será su perdición, como la de muchos mortales antes que ustedes.

Espalda con espalda, Vigilante y Marylin giraban tratando de cubrir todos los oscuros rincones de la habitación y ubicar de dónde provenía la voz de Mammón sin éxito. Una metralla de piezas de oro fue disparada desde una de las esquinas, forzando a Marylin a apresurarse para conjurar un escudo que los protegiera de los proyectiles.

«No podemos dejar que nos distraiga», sonó la voz de la hechicera en la cabeza del héroe.

«¿Tienes un plan?», respondió él. Un disco de oro voló hacia ellos a una velocidad impresionante; Vincent reaccionó justo a tiempo para tomar a su aliada y girar con ella, pero aun así el plato llegó a hacer un corte en la mejilla de la hechicera antes de clavarse en una de las paredes.

«La mujer encadenada... tiene que ser la criatura mágica que sostiene el Plano de Sombra. Si la liberamos, no creo que esté muy contenta con el principito», señaló ella con razón. «Tienes que cubrirme mientras la suelto».

«Suena bien. Ahora, cúbrete los ojos», dijo Vincent.

Sin perder un segundo, tomó de su cinturón una granada de flash y la arrojó hacia el techo de la habitación. El sorpresivo estallido de luz eliminó las sombras y reveló la posición de Mammón, que se cubría los ojos para evitar el súbito brillo que lo invadía. El Príncipe apenas y empezaba a recuperarse, cuando Vincent lo alcanzó y empujó contra la pared, descargando una brutal seguidilla de golpes sobre él.

Las llamas del fuego sagrado quemaban el cuerpo del Príncipe allí donde los puños del héroe impactaban y, sin embargo, no mostraba señales de dolor o quejas. Frustrado, Vincent puso toda su fuerza en un golpe directo al rostro que arrancó la máscara y corona que decoraban la cabeza de su enemigo. Fue entonces que las horribles cicatrices de quemaduras que cubrían la mitad del rostro de Mammón salieron a la luz, sobresaltando al detective y dándole a este una oportunidad para reaccionar.

—Insecto —masculló, y con un solo empujón de su mano lo lanzó de vuelta al centro de la habitación.

Mammón dirigió su atención hacia Marylin, que ya se encontraba junto a la prisionera, batallando contra las cerraduras para liberarla. Mientras se abría camino en su dirección, el demonio bajó sus garras y rozó algunas de las miles de piezas de oro que cubrían el suelo de la habitación, que parecieron derretirse y fundirse a su piel. Usando el oro en ese estado, entre líquido y sólido, como un látigo, Mammón atrapó a la hechicera por el cuello, deteniendo su actividad y drenando su vida poco a poco. Habría bastado un segundo más para que la presión del látigo quebrara su cuello, cuando Vincent reaccionó lanzando uno de los cuchillos benditos hacia Mammón. El arma se clavó en la pierna del príncipe demonio y siseó al entrar en contacto con su piel.

«¿Cómo va eso?», preguntó Vincent que ya se había acercado una vez más a pelear mano a mano contra Mammón.

«¡Las cerraduras tienen seguros mágicos! ¡Me va a llevar algo de tiempo liberarla!», gritó Marylin en su mente.

Determinado a darle a la maga el tiempo que necesitaba, Vincent volvió a descargar su ira contra Mammón, que seguía tan imperturbable como al inicio del combate, y, sin embargo, eran pocos los golpes que lograban impactar sobre su objetivo. El Príncipe deformaba constantemente las piezas de oro que vestía para construir placas de armadura alrededor de su cuerpo. Algunos golpes lograban filtrarse por entre las defensas de Mammón, pero la realidad era que las manos del héroe ya estaban al rojo vivo por los cortes en sus nudillos, y sabía que bastaría solo un golpe mal dado para que se quebrara accidentalmente. Por si eso fuera poco, el poder del fuego sagrado disminuía con cada golpe; las esperanzas de Vigilante se extinguían y ambos luchadores eran conscientes de ello.

Buscando cambiar su estrategia, Vincent se agachó y arrancó el cuchillo que había clavado en el muslo de Mammón y sacó uno más de su cinturón. Los primeros cortes apenas y lograron alcanzar la blanca piel del demonio, que no tardó en adaptarse y, haciendo uso de sus habilidades, formuló una espada ropera dorada con la que bloqueó los ataques del héroe con una facilidad sobrenatural. Con un golpe preciso, lanzó uno de los cuchillos de Vincent a volar y siguió con una pirueta elegante acompañada de un corte preciso en su brazo que lo obligó a soltar el arma restante.

—¿Sabes? Hay mucha discusión entre los demonios sobre cómo mi padre fue derrotado por un grupo de mortales tan... patético. —comentó Mammón mientras avanzaba. Vincent lanzó algunos puñetazos carentes de la magia del fuego sagrado, que fueron fácilmente esquivados por el Príncipe—. Mis inferiores pueden hablar cuanto quieran, pero solo yo sé la verdad. La pasión fue la perdición de mi padre, lo que lo hizo perder el foco de lo importante y evitó que acabara con ustedes en segundos. Quería divertirse, jugar con ustedes y hacerlos sufrir.

Mammón esquivó una patada, pero aprovechó la oportunidad para pinchar la pierna de Vincent con su espada, haciendo que caiga arrodillado frente a él. El héroe intentó recuperarse, pero el Príncipe atravesó su hoja por su abdomen y lo sujetó por la base de la cabeza para evitar que se alejara.

—Yo no soy mi padre —susurró con frialdad frente a Vincent.

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