21. Pelea de perros (II)
«¿Algún consejo?», pidió Vincent mientras el presentador seguía vendiendo la pelea a un ya convencido público.
«No dejes que te muerda, a no ser que quieras empezar a gastar más dinero en depilarte y en spray anti-pulgas», respondió ella con sarcasmo.
«No se nota, pero te prometo que me estoy riendo debajo del pelaje», agregó él con sequedad antes de volver toda su atención a su oponente.
—... Pero ustedes no están aquí para escucharme gritar —continuaba el presentador desde la cima de la jaula—. Están aquí para ver sangre, y sangre verán. ¡LIBEREN A LAS BESTIAS!
A sus órdenes, el collar de Vincent y las ataduras de Silverfang fueron liberadas. Los demonios se apresuraron a retirarse por las puertas, que se cerraron con un sonoro CLANK a sus espaldas. Vincent esperó que la criatura se abalance sobre él de inmediato, pero, en su lugar, Silverfang se puso en cuatro patas y empezó a moverse en torno a él con lentitud y paciencia, observándolo con aquel ojo amarillo que brillaba con un fulgor sobrenatural. Vincent se movía en torno a la reja sin quitar la mirada de su oponente, esperando su primer ataque, y tratando de no dejarse intimidar por sus poderosos gruñidos.
Silverfang se alzó sobre sus patas y amenazó con saltar, haciendo que Vincent se mueva hacia el frente para intentar adelantarse a su movimiento, pero entonces la criatura se dejó caer una vez más en cuatro patas y se impulsó a toda velocidad hacia el frente, impactando directamente el pecho del detective con su pesado hombro. Vigilante subestimó a su oponente y cayó en su trampa, tenía que reponerse. El héroe dio un paso atrás, intentando alejarse, pero las garras de la bestia lo alcanzaron a la altura del pecho y cortaron su ropa y piel.
«¡Ten más cuidado! Estoy intentando mantener la ilusión, pero es difícil si te siguen golpeando», espetó Marylin con cierta molestia en su voz.
Vincent giró rápidamente, colocándose junto a Silverfang y tomó su monstruoso brazo para luego golpearlo con la rodilla en la articulación del codo, quebrándolo y forzando a su oponente a retroceder entre rugidos de dolor.
«Suena agotador», replicó él mientras se preparaba para volver a atacar. Sin embargo, Silverfang no le dio mayor oportunidad. Frente a los ojos del detective, el monstruo acomodó su brazo y este pareció curarse casi de inmediato. Mostrando los dientes, el hombre lobo volvió a lanzarse al ataque.
Vigilante hacía cuanto podía para esquivar los zarpazos, mientras su mente se apresuraba a intentar elaborar un plan que le permitiera tomar la ventaja. Su oponente lo superaba en fuerza y velocidad, y si bien él contaba con su inteligencia, se veía limitado por su incapacidad para utilizar su equipamiento sin revelar su verdadera identidad.
El héroe logró agacharse y asestar un puñetazo al abdomen de la criatura, seguido de un gancho directo al mentón, pero aun utilizando toda su fuerza le costaba lastimarlo, y Silverfang solo parecía enfurecerse más y más conforme a avanzaba la pelea. Un paso en falso bastó para que el hombre lobo tomara la ventaja y se lanzara sobre él con su boca abierta de par en par. Acorralado y sin alternativas, Vincent se vio forzado a sostener sus manos las fauces de la bestia, que amenazaban con condenarlo a un destino terrible aún si lograba ganar la pelea. La fuerza se le terminaba, y era cuestión de tiempo hasta que los colmillos de la criatura perforaran su carne así que, en un intento desesperado por escapar de la situación, Vincent dio un fuerte rodillazo en la entrepierna de su oponente. Silverfang retrocedió y cerró su enorme boca, y Vincent intentó pasarle por debajo para salir de su encierro, pero la criatura era astuta y reaccionó con rapidez. Teniendo al detective en el suelo, aprovechó para tomarlo por la espalda, enterrando sus filosas garras en la carne de su rival, y arrojándolo con toda su fuerza contra las rejas de la jaula.
El público se levantó, acallando el sonido de Vigilante golpeando el suelo con violencia, y los cánticos empezaron a llenaron el salón poco después:
—¡Mátalo! ¡Mátalo! ¡Mátalo! ¡Mátalo! ¡Mátalo! ¡Mátalo! ¡Mátalo! ¡Mátalo! ¡Mátalo! —vitoreaban de forma incesante los demonios, formando un coro infernal.
Silverfang hizo gala de sus garras ensangrentadas mientras se dirigía al aturdido detective. Tenía intenciones de terminar la pelea, pero en el momento justo, su oponente giró logrando atrapar su brazo y utilizando sus piernas para empujarlo, terminó haciéndolo aterrizar de espaldas sobre el ensangrentado suelo de la arena.
Vincent sabía que tenía que aprovechar el momento, y en cuanto la bestia empezó a alzarse, se apresuró a asestarle un brutal rodillazo bajo el mentón que lo obligó a retroceder. Silverfang, casi instintivamente, se sostuvo de las rejas de la jaula para evitar caerse, pero entonces con un alarido de dolor se soltó y se alejó de ellas. Ese detalle no escapó a la aguda visión del detective, que, de inmediato, adivinó de qué se trataba:
«Plata», pensó, y esa sola palabra avivó una idea en su mente que tal vez podría darle la ventaja... asumiendo que pudiera sobrevivir los próximos minutos de pelea.
Viendo que el monstruo aún estaba desestabilizado, Vincent saltó al frente y le asestó un poderoso puñetazo en el rostro, que bastó para sacar a Silverfang de su aturdimiento y volver a meterlo en la pelea. La bestia gruñó y con sus garras tomó por el cuello al detective, para luego alzarlo algunos centímetros del suelo. Vincent logró dar una patada al hocico del animal, que, furioso, lo arrojó contra el suelo.
Desde esa posición que le daba cobertura frente a la mirada de la audiencia, Vigilante se apresuró a tomar los cuchillos arrojadizos que Marylin le había otorgado y, poniéndolos entre sus nudillos, se levantó lanzando un grito de guerra, que los espectadores oyeron como un poderoso rugido gracias a la magia discreta de la hechicera. Utilizando los cuchillos como garras, el héroe se lanzó al frente, encontrándose con Silverfang a mitad de camino y retomando su encarnizada lucha.
Un zarpazo pasó peligrosamente cerca del rostro de Vigilante, pero el escurridizo enmascarado logró eludirlo y encontrar el espacio justo para cortar el pecho de su oponente con sus "garras". Silverfang retrocedió adolorido, y la confusión en la audiencia fue inmediata. Habían visto a su campeón soportar golpes mucho peores, pero ahora la bestia parecía adolorida y dubitativa. Vincent no cedió un centímetro y, moviéndose velozmente, logró hacer un corte en la parte trasera de la rodilla de su enemigo, que trastabilló teniendo que apoyarse en el suelo para no caer; el detective volvió a arremeter contra él, clavando las cuchillas en su pecho y tumbándolo de forma definitiva. Silverfang intentó reponerse, pero la plata de las cuchillas hacía su trabajo, evitando que se recupere de sus heridas y enviando insoportables oleadas de dolor por todo su cuerpo.
A su vez, la colocación de los cuchillos entre sus dedos había causado al detective profundos cortes que sangraban profusamente sobre el pelaje gris de su oponente. Las manos le dolían como nunca, pero sabía que no podía rendirse ni ceder un solo centímetro. Con esa idea en mente, siguió cortando y golpeando hasta que Silverfang dejó de intentar defenderse, resignándose a su brutal final.
El público, que había caído en un ensordecedor silencio al ver el destino del campeón de la arena, volvió a revivir y vitorear celebrando al vencedor. Pronto, el juicio de los espectadores se hizo saber y los cánticos volvieron a resonar:
—¡Mátalo! ¡Mátalo! ¡Mátalo! ¡Mátalo! ¡Mátalo! ¡Mátalo! ¡Mátalo! ¡Mátalo!
Vincent dio una larga mirada a su derrotado oponente. Su respiración era agitada, la sangre brotaba de distintas heridas, y el dolor invadía todo su cuerpo después de tan ardua pelea. Pero al fin había terminado, solo se le pedía hacer una cosa más...
«¿Qué esperas?», preguntó Marylin en su mente, «acábalo y terminemos con esto».
En los ojos de la bestia, Vincent vio algo muy parecido al alivio, y su corazón se estrujó. Silverfang había encontrado paz en la derrota y, sin embargo, él no podría librarlo de su dolor.... No aún, pues alivio no era lo único que había observado en su brillante ojo amarillo. Vigilante dio un paso atrás y todos en la arena comprendieron sus intenciones. Querían una masacre, y él los había decepcionado. En medio de abucheos y maldiciones, las puertas de la jaula se abrieron y una horda de demonios armados con picanas eléctricas se adentró.
«Asegúrate de mantener la ilusión. Tengo un plan», informó Vincent y se resignó a recibir la seguidilla de golpes y descargas eléctricas proporcionadas por los guardias. Se concentró en mantenerse despierto, en no ceder ante el dolor, y eso le sirvió también para ignorar la catarata de insultos lanzados por la maga en su titánico esfuerzo por sostener el hechizo sin levantar sospechas.
Un puntapié dio de lleno en el rostro animalesco de Vincent, que cayó tumbado de espalda y al borde de la inconsciencia en el sucio suelo de la jaula.
El ridículo presentador de las peleas hizo entonces acto de presencia entre la multitud de demonios que se acumularon a su alrededor, y con un movimiento de su mano, logró ponerlos bajo control, mientras que con otro les indicó a sus secuaces que alcen a los combatientes.
Los fuertes brazos de los demonios pusieron a Vigilante y Silverfang de rodillas, y el presentador se puso en cuclillas junto al primero, quitándose sus innecesarias gafas de sol y revelando sus ojos de brillante escarlata.
—Mi gente vino aquí para recibir un espectáculo, y lo recibirán. Ningún sarnoso con remordimiento va a arruinarnos eso —dijo con una voz tranquila y casi susurrante, que contrastaba de forma evidente con su voz de escenario—. Nos encargaremos de que tú y tu dueña reciban lo que se merecen. Y tú... —Se volvió hacia Silverfang, aún demasiado lastimado como para intentar oponerse a los maltratos de los demonios—. Podrías haber sido algo aquí abajo, finalmente ser esa máquina asesina que estabas destinado a ser, o haber muerto como un guerrero, como un campeón. Pero no, tenías que ir y rendirte. Eres una maldita decepción, y morirás precisamente como eso junto a este fraude. Encierrenlos. —El demonio chasqueó sus dedos y sus adeptos alzaron a Vincent y a Silverfang y empezaron a arrastrarlos fuera de la arena—. Haremos los preparativos adecuados para el sacrificio.
Vincent aún batallaba contra su cuerpo para evitar caer en la inconsciencia. La voz de Marylin, ausente desde hacía algunos minutos, resonó en su cabeza con un mensaje alarmante.
«Espero que estés contento con tu pequeño acto de rebeldía. Zirael está furioso conmigo, dice que seremos ejecutados por esto». La hechicera sonaba razonablemente molesta. «Quieren hacerlo público, así que me están llevando a otro lado a esperar la ejecución, posiblemente a ser torturada. Gracias por eso, por cierto. Perderemos el lazo telepático en breve, la ilusión perdurará tal vez algunas horas más, pero no es seguro. Si logras salir de esta... encuentra a Bruenor, él sabrá cómo sacarte de aquí y volver a casa».
Un ominoso silencio siguió a las últimas palabras de Marylin, y a pesar de sus mejores intentos, Vincent no lograba volver a comunicarse. Se forzó a detenerse antes de darse un dolor de cabeza extra. Tenía que estar concentrando en su situación actual, de lo contrario no habría salvación para él, el enano o la maga.
Vincent permaneció en silencio mientras era arrastrado y arrojado dentro de una de las jaulas que había visto al ingresar al estadio. A su alrededor otros licántropos gruñían contra sus captores, unos pocos eran lo suficientemente atrevidos para intentar atacarlos, pero sus vanos intentos siempre terminaban igual: una seguidilla de descargas eléctricas acompañadas de carcajadas de parte de los demonios al ver a los indefensos animales sacudirse.
Los demonios que lo escoltaron cerraron la puerta de la jaula con llave, lo escupieron, lo insultaron, y luego se retiraron, bromeando sobre cómo las cabezas de Howler y Silverfang harían un lindo decorado en la arena de pelea. El detective aguardó hasta que el sonido de las risas y los pasos se apagaron hasta ser inaudibles, y luego esperó un poco más. Tenía que estudiar los patrones de los guardias, prepararse, y darle a su cuerpo el tiempo suficiente para recuperarse de la pelea.
Un par de demonios habían quedado haciendo patrulla en el sector de los caniles. Se los notaba aburridos y poco interesados por las criaturas que debían vigilar, lo que Vincent agradeció. Sus largas rondas a paso lento también le daban más que el tiempo necesario para llevar adelante su plan.
En la oscuridad, Vincent esperó por lo que le pareció una eternidad, pero cuando el perezoso dúo de demonios pasó frente a su jaula por cuarta vez, esperó a que desaparecieran de su vista y se acercó a la cerradura que pronto empezó a falsear con sus ganzúas. En cuestión de segundos, un sonoro CLIC le hizo saber que era libre, y con sigilo empezó a desplazarse en búsqueda de su objetivo.
Tardó unos cuantos minutos en dar con la jaula indicada, pero una vez que logró divisar aquel particular pelaje gris, no tuvo dudas de que había dado con el lobo que buscaba.
Silverfang se encontraba sentado en el centro de la jaula. Sus orejas se alzaron tan pronto como el detective se pasó frente a su celda, y su ojo amarillo brilló en la oscuridad. Algo muy parecido a una sonrisa se dibujó en el rostro de la criatura, y un escalofrío recorrió la espalda del detective.
—Al fin... dejas... caer la... careta —dijo la bestia con una voz gutural. Se notaba que las palabras salían con dificultad de su garganta, pero aun así eran entendibles en su mayor parte.
—¿Puedes hablar? —preguntó Vincent sorprendido.
—Tú... también —observó el licántropo con suspicacia.
—Sí, pero tú eres...
—¿Un monstruo? —En un abrir y cerrar de ojos, Silverfang desapareció de su vista, y un hombre ocupó su lugar—. No eres el único que viste una máscara.
Impresionado, Vincent se tomó algunos segundos para estudiarlo. Se trataba de un hombre unos cuantos años más grande que él, pero por su increíble estado físico no aparentaba más de cincuenta, aunque podía engañar a los desconocidos gracias a su tupida barba y su sucio y largo cabello, ambos de un color gris similar a su pelaje. Cicatrices y tatuajes recorrían su cuerpo desnudo, y el detective logró observar algunas palabras escritas en ruso que captaron su atención. Sin embargo, no era el momento de realizar deducciones sobre su interlocutor. Era el momento de ponerse en marcha.
—¿Cuándo lo supiste? —preguntó el detective.
—Tan pronto como entraste al estadio. Tú y esa bruja que te trajo, apestan a humano... y a champú de coco —observó Silverfang, tras olfatear un poco el aire.
—Me lo han dicho —replicó Vincent, desestimando el comentario de su oponente—. Escucha, no tenemos mucho tiempo. Volverán por nosotros, intentarán matarnos, pero tenemos una oportunidad de luchar, una oportunidad de liberarnos y hacerles pagar... si me ayudas.
—¿Qué te hace pensar que quiero ayudarte? —preguntó el licántropo con una sonrisa despreocupada en el rostro.
—Lo mismo que me hizo pensar en venir a hablarte: tus ojos. —Silverfang pareció interesarse en el comentario—. Lo vi en la arena. Estabas listo para morir, resignado, había alivio en tu rostro...
—Alivio que tú me quitaste... —gruñó la criatura.
—Pero también había algo más, algo que conozco. Una llama, un deseo de luchar... aunque no conmigo. Con ellos. Quiero darte esa oportunidad.
Un silencio prolongado se instauró entre el hombre y la bestia. Fue esta última la primera en romperlo.
—Me capturaron en Sajá, a algunos kilómetros de Yakutsk... tenía una vida allí, tan pacífica como podía, ¿sabes? Cazaba en el bosque, en la nieve. Animales en su mayoría, mientras más grandes mejores... pero la bestia es poderosa, y a veces reclamaba más... A veces un cazador desaparecía en las montañas, un grupo de excursionistas, una familia que había tenido problemas con el auto. —Silverfang se acercó un poco más a los barrotes de su jaula para poder observar bien a Vincent—. No eres el único que puede ver los ojos de tus enemigos, humano, yo también te veo. Veo oscuridad, dolor y angustia... pero no veo a un asesino ahí dentro. ¿Qué te hace pensar que puedes confiar en mí? ¿En un monstruo?
—Bueno, tú lo dijiste. Sabías que estaba aquí tan pronto como puse un pie en el lugar. Podrías haberles advertido, y no lo hiciste —señaló Vincent—. Confío en tu odio por ellos.
—¿Estás dispuesto a apostar tu vida en ello? —preguntó el hombre lobo.
Vincent respondió agachándose y poniendo sus ganzúas a trabajar en la cerradura que contenía a Silverfang. Era un trabajo sencillo, pero que requería concentración... concentración que no le permitió notar que los guardias habían dado ya la vuelta alrededor de los caniles, y ahora se acercaban a él dispuesto a detenerlo.
El detective reaccionó justo a tiempo para esquivar una patada que iba directamente a su rostro, pero el segundo demonio llegó con su picana para golpearlo y enviarlo una descarga eléctrica por su cuerpo que lo forzó a caer. Vigilante se recuperó con prontitud, y bloqueó un nuevo ataque de uno de los guardias, abriendo el espacio justo para golpearlo en el rostro. Fue entonces que el fulgor turquesa que iluminó el pasillo tras el impacto le recordó las palabras de Marylin. Había mencionado un "fuego sagrado", y no bromeó sobre sus efectos. El rostro de su atacante quedó chamuscado, y el dolor que lo invadía impidió que bloquee un segundo puñetazo que lo alcanzó justo en el mentón, tendiéndolo inconsciente en el suelo.
Vincent se preparaba para avanzar contra el segundo guardia, cuando la jaula de Silverfang se abrió violentamente, y la bestia saltó sobre el desprevenido demonio que gritó e intentó repelerlo, pero todo fue inútil. Las fauces del licántropo se cerraron sobre su cabeza y la arrancaron de su cuerpo, y con una sacudida la alejaron del cuerpo. Silverfang permaneció allí durante algunos segundos, observando al detective con sangre fresca haciendo brillar sus colmillos, y Vincent se temió que había cometido un error. Sin embargo, en este entonces, la bestia volvió a ser hombre y habló:
—No fue precisamente un exorcismo. Se recuperarán, ambos. Tenemos que movernos —apuntó el peliblanco.
—Bien, vamos entonces —coincidió el detective, pero la enorme mano del licántropo se posó en su hombro deteniendo su marcha.
—No tan rápido. ¿Tienes la menor idea de lo que es este lugar? ¿Moontown? —La expresión en el rostro de Vincent le hizo saber que no—. He escuchado a los guardias hablar. No estamos en una ciudad, estamos en una mina. Instalaron este lugar para alimentarse del dolor de la pocilga que está aquí arriba, de la desesperanza, de sus almas en pena. Seguro viste esa torre que va hasta el techo... es allí donde los esclavos trabajan, y desde donde El Príncipe gobierna.
—¿A dónde quieres llegar? —apuró Vigilante, ya perdiendo la paciencia.
—El Príncipe tiene un ejército de demonios a su disposición, y nosotros solo somos dos. —«Tres», pensó Vincent, rogando que Marylin aún estuviera con vida—. No seremos suficiente, necesitamos más ayuda.
En un principio, Vincent no comprendió a lo que se refería, pero entonces notó que Silverfang miraba por encima de su rostro, hacia el resto de los caniles.
—¿Estás loco? ¿Qué te hace pensar que nos seguirán? ¿Qué pelearan con nosotros? —preguntó Vincent, adivinando la idea de su inusual aliado.
—Lo harán... o morirán —sentenció con brusquedad Silverfang.
Vincent se detuvo a evaluar sus opciones, reconociendo que ninguna de ellas era buena, pero considerando la situación en la que se encontraba... algo más de ayuda no le vendría mal. Suspiró con resignación y una sonrisa se dibujó en el rostro del licántropo, revelando unos pronunciados caninos aún en su forma humana.
—Lo dejo en tus manos, Silv...
—Alexios —lo interrumpió—. Silverfang es el nombre que me dieron estos desgraciados. Me llamo Alexios.
Vincent asintió.
—Bien, Alexios... comencemos la revolución.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top