20. Magia en el aire (II)

En un caótico camarín, en la parte trasera del Dazed & Confused, el nuevo bar nocturno que abrió en el corazón de Krimson Hill, Vincent descansaba en un asiento. Cada tanto miraba el techo y resoplaba, aún no convencido de que era el correcto, pero, corto de ideas y con el tiempo en contra, supuso que era hora de recurrir a medidas desesperadas. Mientras el detective reposaba, Tom se movía con nerviosismo de un extremo de la habitación al otro. Vincent intentó ignorarlo durante algunos minutos, pero los bufidos de molestia del muchacho empezaban a agotarlo. Arrepentido de haberlo llevado al encuentro, pero cansado de esa actitud pasivo-agresiva que el adolescente tomó, optó por el diálogo.

—Vas a dejar un camino marcado si sigues así —señaló Vincent. Tom se detuvo al instante—. ¿Se puede saber qué te tiene tan inquieto?

—Estás bromeando, ¿verdad? —La frustración en el rostro del chico era evidente—. ¿Tienes idea de cuántos peces gordos hay en el salón principal? Conté al menos cuatro miembros importantes de los Black Coats, y eso fue solo una mirada.

—Entonces tienes que entrenar tu vista mejor. La mitad de los altos mandos de los Black Coats están allí, por no mencionar algunos jugadores fuertes de The Prodigies.

—¿Y lo dices con esa calma? ¿Por qué diablos estamos escondidos en lugar de estar allí afuera pateándoles el culo?

—Veo que tampoco entrenaste tu oído. Están hablando de una tregua, un acuerdo de paz.

—¿Paz? ¿De qué estás habl...?

—Los asustamos. Pensaron que tenían vía libre para apoderarse de Silent Side, y luego de la ciudad entera, pero los estamos haciendo retroceder poco a poco.

—Y ahora estamos desperdiciando una oportunidad de darles el golpe más grande hasta el momento. —Vincent no se sorprendió al ver lo impulsivo que era Tom, él también lo fue cuando Mirlo lo ayudó a ir tras K-O.

—Contaste algunos peces gordos de los Coats... ¿contaste también cuántos soldados tienen allí? —Tom permaneció en silencio—. Entre las dos bandas registré al menos unos cincuenta miembros de la audiencia armados. Pero entretengamos la idea, para pasar el tiempo. Digamos que vamos allí, desatamos el caos... digamos incluso que logramos sobrevivir a la balacera y que la policía llega y detiene a unos cuantos de ellos. ¿Bajo qué cargos van a retenerlos? Están cenando en un bar, a la vista de todos. Seguro alguno de ellos caerá por portación de arma o tenencia ilegal, ¿pero cuánto tiempo van a pasar en prisión? ¿Siquiera van a llegar a ver el interior de una celda? Lo más probable es que paguen una cuantiosa multa y terminen alejándose con un golpe en la muñeca y un llamado de atención.

—Tú mismo lo dijiste. Los estamos asustando, los estamos alejando.

—Un animal asustado sigue siendo peligroso, y un animal que sabe que está siendo cazado se vuelve aún más cauteloso. Tal vez la paliza que les demos baste para que quieran irse de Krimson Hill por un tiempo, pero los peces gordos seguirán controlando los negocios desde alguna playa en el caribe con su celular, mientras beben un mojito fresco, y nosotros estaremos más lejos de detenerlos.

No contento con la idea, pero reconociendo que el experimentado enmascarado tenía razón, Tom optó por no continuar la discusión y enfocarse en lo que en verdad lo preocupaba esa noche.

—¿Qué estamos haciendo aquí entonces? —preguntó de mala gana.

El sonido de aplausos distantes le hizo saber a Vincent que el espectáculo terminó, así que se puso de pie para recibir a quien fueron a buscar.

—Ya lo verás. Déjame hablar a mí —respondió el detective, y Tom pudo ver en su rostro que no estaba del todo contento con su plan.

Al cabo de unos pocos segundos, los clamores del público acallaron, y la puerta se abrió de par en par. Por el umbral de la puerta apareció una mujer de unos treinta años, de piel particularmente pálida, que contrastaba de forma impactante con su atuendo negro en su mayoría. La desconocida vestía una chaqueta de cuero corta y un top con el logo de The Who que dejaba expuesto parte de su abdomen, el conjunto era completado por un pantalón negro bastante roto y desgastado, sostenido por un cinturón con tachas y unos borcegos altos que la ayudaban a disimular un poco su altura. Lo único que desentonaba con todo su estilo era el pequeño bolso deportivo que llevaba consigo.

—¡Vinnie! —exclamó la mujer con una sonrisa en el rostro, aunque Tom podía notar que no estaba nada contenta con la sorpresiva recibida en su camarín. Con disimulo, ella soltó el bolso y echó traba a la puerta a sus espaldas para luego dar un paso hacia sus "invitados"—. ¿Cómo está mi enmascarado favorito? Llevo algún tiempo en tu ciudad, ¿sabes? Sigue tan asquerosa como siempre, pero la verdad es que me estaba preocupando un poco que no vinieras a darme una visita, pensé que teníamos un vínculo especial.

Tom trataba de dar sentido a las palabras de la desconocida, sin embargo, la mayor parte de su cerebro intentaba inútilmente descifrar dónde vio su rostro antes. Era una mujer hermosa, de eso no cabían dudas. Sus facciones eran definidas y filosas, sus ojos celestes y grandes, y el maquillaje negro a su alrededor tan solo los hacía destacar aún más. Sus labios gruesos y llamativos se encontraban decorados también por un labial negro opaco, que parecía ensanchar aún más su sonrisa.

—Ahórrate el palabrerío, Marylin. Estamos aquí porque necesito tu ayuda. —Vincent notó que la maga estaba agitada, algo ansiosa, y no debido al show que acababa de dar. Algo se traía entre manos, como era usual, solo restaba saber qué tan peligroso era esa vez. Sin embargo, Marylin acomodó un poco su revuelto pelo azabache y dio un paso adelante, tratando de fingir que todo estaba bien.

—¿Quién es el mocoso? —inquirió con las manos en su cintura.

—No es de tu incumbencia —replicó Vincent.

—Vaya, estamos de mal humor hoy, ¿eh? —Marylin marchó hasta ponerse delante del detective, que no pareció inmutarse—. No te sienta bien, ese ceño fruncido te va a dejar arrugas. Permiso. —La maga corrió a Vincent con su mano y empezó a guardar dentro de una valija las cosas que tenía tiradas por todo el camarín—. Vamos, cuéntame qué te tiene preocupado, tenemos unos diez minutos.

—Marylin... Marylin... ¿Marylin, la Magnífica? —preguntó Tom al cabo de unos segundos, tras unir los puntos en su cabeza—. ¿A ella vinimos a ver? —Su tono indicó que no estaba muy contento con la idea.

—Tom, silencio —pidió Vincent, sin éxito.

—¿Me arrastraste aquí para ver a una maga callejera? —continuó Tom sin oír las advertencias de su mentor.

—No me está gustando tu tono, querido —señaló ella, pero el chico continuó.

—Tienes que estar de broma, Vincent. Los chicos de The Shelter me mostraron algunos videos de sus "espectáculos" en internet. Es un fraude, una estafadora y...

Marylin llevó su dedo índice frente a sus labios y chistó al muchacho, sus ojos relampaguearon con un fulgor turquesa y, de repente, el camarín quedó en silencio... aunque no voluntario. Tom intentaba hablar, pero las palabras no lograban escapar de su boca.

—Con un demonio, Marylin, ¿es esto necesario? —preguntó Vincent, exasperado por la situación.

Fue entonces que Tom notó con horror que sus labios parecían haberse fusionado, no lograba despegarlos. Con creciente desesperación llevó sus manos al rostro y descubrió que su boca había desaparecido. Intentó acercarse a un espejo para comprobar que no estaba alucinando, pero Marylin le salió al paso y lo tomó por los cachetes con sus dedos largos.

—Quiero que me escuches con atención, mocoso. En mi presencia vas a aprender a cuidar muy bien tu bocota o me voy a asegurar de que no vuelvas a abrirla por lo que resta de tu vida. —Las uñas largas de la hechicera se clavaban en la piel del chico, que quería gritar, más por el susto que por el dolor, pero no podía hacerlo—. Vamos a dejar las cosas claras. Soy una maga callejera, soy una estafadora, pero no... soy... un fraude, ¿está claro? —Tom miró a los penetrantes ojos de Marylin con creciente miedo, y asintió, lo que volvió a dibujar una enorme sonrisa en el rostro de su atacante—. Buen chico.

Marylin se dio media vuelta y chasqueó los dedos. Acto seguido, una bocanada de aire fresco entró a la boca de Tom, que tardó unos segundos en adaptarse de nuevo a la sensación de poder abrirla.

—Te dije que me dejaras hablar a mí —señaló Vincent.

—¿Dijiste que necesitabas mi ayuda para algo? —Marylin continuó ordenando el caótico camarín. Sin embargo, antes de que el detective pudiera responder, sonidos de pelea empezaron a llegar desde el salón del bar—. Oh, mierda, se dieron cuenta.

—Marylin... ¿qué hiciste ahora? —inquirió Vincent entre dientes.

Sin responder la pregunta, la maga se lanzó sobre el bolso con el que entró a la habitación y vació su contenido en el suelo del camarín. De allí cayeron todos los insumos que Tom esperaba encontrar en el kit de un mago mediocre: una varita mágica, un sombrero de copa aplastado, un pañuelo ridículamente largo, unos cuantos juegos de cartas y otras chucherías. Sin embargo, pronto otros objetos cayeron al suelo: una bola de cristal, una daga de aspecto siniestro, un conejo inusualmente grande, y una paloma salió volando del interior del diminuto bolso ante la mirada atónita de Tom, que no paraba de asombrarse, y el creciente agotamiento de Vincent, que sabía que la encontró justo en medio de una de sus tretas.

—Vamos, vamos, sé que estás ahí —apuró Marylin, mientras que seguía tirando una cantidad imposible de artículos al suelo, hasta que un pesado maletín salió del interior del bolso y se abrió de par en par, revelando una cuantiosa suma de dinero.

—Le estabas robando a los Black Coats y a los Prodigies —dedujo el detective con irritación.

—¿Yo? No, nada por el estilo, tan solo... —El sonido de la pelea se desplazaba cada vez más cerca del camarín y Marylin supo que no tenía tiempo de inventarse una mentira convincente—. Bueno, puede que me haya enterado de que iban a cerrar un trato, y que los Black Coats tenían intenciones de comprar una cantidad importante de drogas de sus oponentes, y pueeeeede que haya transportado el maletín donde estaba el dinero a mi bolso mientras hacía el show, pero difícilmente lo llamaría un robo... diría que les estoy cobrando los honorarios correspondientes al maravilloso espectáculo que acabo de dar, solo que ellos no accedieron, pero, ¡ey! Esos son detalles.

—Por esto mismo odio nuestros encuentros. —Vincent se frotó los ojos con cansancio, mientras que Marylin aprovechaba el momento para arrojarle a Tom uno de los bolsos que armó, que lo recibió con sorpresa, desconfiado del contenido del interior.

—Y, sin embargo, no puedes alejarte de mí, pero ya te lo dije un millón de veces: solo tengo ojos para Mago Universal, ¿sigue soltero, por cierto? —inquirió la curiosa hechicera, pero el momento se vio interrumpido cuando una serie de golpes fuertes resonaron en su puerta—. Me respondes después, tenemos que salir de aquí.

—¿Hay alguna salida escondida en este lugar? —preguntó Tom, mientras miraba a su alrededor.

—Nada tan simple —aseguró ella, y se alejó unos centímetros de la puerta.

—Abre la puta puerta, bruja, sabemos que estás ahí —comandó un hombre furioso desde el otro lado.

En lugar de responder, Marylin hizo una serie de movimientos extraños con su mano libre, y pronto una pequeña cantidad de energía mágica se acumuló en la punta de sus dedos en forma de una diminuta pelota turquesa. Sin dudarlo un segundo, la disparó contra la puerta de madera, que brilló durante algunos segundos y luego volvió a tomar su tono normal.

—Bien, nos vamos de aquí —anunció Marylin, en marcha hacia la puerta, que era sacudida a golpes por los violentos pandilleros que buscaban su dinero.

—¿Estás loca? Vamos a morir si abres esa... —empezó a decir Tom, pero Vincent pronto lo tomó del brazo y lo forzó a seguir a la maga, que abrió la puerta con naturalidad y cruzó el umbral.

Tom cerró los ojos, casi sintiendo la oleada de caos en la que se iba a introducir, pero, para su sorpresa, el sonido de los golpes fue reemplazado por suave murmullo de la lluvia cayendo y la delicada fragancia de velas aromáticas. Cuando abrió los ojos, ya no se encontraba en el camarín del Dazed & Confused, sino que estaba en un departamento espacioso e iluminado por unas tenues luces cálidas.

Marylin se abrió paso por la habitación y dejó el maletín con dinero en el suelo, para luego dirigirse hacia el sillón, donde una chica más joven, posiblemente de la edad de Tom, descansaba mientras leía un libro. Al verla llegar, la muchacha se levantó y abrazó a la maga, que la envolvió con sus brazos y le dio un sonoro beso en la mejilla.

Moviendo sus manos con tranquilidad y precisión, la muchacha preguntó en lenguaje de señas:

«Volviste temprano, ¿vas a quedarte?»

«Solo paso a dejar unas cosas, todavía tengo asuntos pendientes en Krimson Hill», respondió Marylin con la misma fluidez que su joven compañera.

—Ese... ese... ese es el Big Ben... —dijo de repente Tom, que se había acercado a una ventana del departamento desde la que podía observar el icónico reloj a la distancia, alzándose en el cielo nocturno—. ¿Estamos en Londres?

—Si quieres, puedo volver a dejarte en el Dazed & Confused —sugirió Marylin.

Tom tragó saliva.

—No, señora, gracias.

Tom se alejó un poco de la ventana y fue entonces que notó un gato blanco y negro que descansaba cómodamente sobre uno de los muebles del departamento. Sin pensarlo dos veces, el chico estiró sus manos y lo acarició. El animal se movió un poco y ronroneó, sacándole una sonrisa al nervioso adolescente.

—Que lindo, ¿cómo se llama? —preguntó hacia Marylin.

—Quítame tus sucias manos de mono de encima, asqueroso saco de carne —respondió una voz grave y bestial.

Tom apenas y llegó asociar aquella voz con el animal que acariciaba y que ahora lo observaba con unos brillantes ojos amarillos, cuando este le tiró un zarpazo y lo arañó en la mano.

—Su nombre es Merlín —dijo la maga, acercándose al animal con un atomizador en su mano, mientras que Tom retrocedía, aterrado—. Y es un gato muy malo, ¿qué te dije de asustar a las visitas?

Marylin descargó dos disparos de agua sobre la criatura, que siseó y se encrespó, mostrando sus colmillos y garras.

—Mi nombre no es Merlín, bruja. Mi nombre es Baku, heraldo de la tormenta, amanecer de la destrucción, y prometo que algún día escaparé de la prisión peluda en la que me metiste, y, cuando lo haga, te arrepentirás de todas las torturas acuosas a las que me sometiste; juro que... —empezó a quejarse el felino.

—Sí, sí, tendré una eternidad de sufrimiento, me despellejarás y volverás a coser la piel a mi cuerpo para poder arrancármela de nuevo, bla, bla, bla, ya lo escuché todo, aburres —lo interrumpió Marylin—. ¿Vas a querer atún o no?

Merlín parecía listo para lanzar otra tanda de maldiciones contra su dueña, pero esas últimas palabras le dieron pausa. Pronto, sus garras dejaron de ser visibles y sus pelos dejaron de estar erizados.

—Sí.

—Sí, ¿qué? —Marylin volvió a alzar el atomizador.

—Sí quiero atún... por favor —respondió Merlín de mala gana, pero de la forma más educada posible.

Con una sonrisa de satisfacción, y sintiéndose victoriosa, Marylin marchó hasta la cocina con el gato siguiéndola de cerca, abrió una alacena donde tenía unas cuantas latas de atún y vertió el contenido de una en el plato de alimento del animal, que pronto enterró su peludo rostro entre la comida.

—Eso es nuevo —señaló Vincent, ya acostumbrado a las excentricidades de la maga.

—Sí, es una nueva adquisición. Antes de ser esta bola de pelos, Baku era un demonio respetado, pero perdió una partida de póker que no debía perder y terminó en ese cuerpo.

—¡Hiciste trampa y lo sabes! —se quejó la criatura, con restos de atún en sus bigotes, pero, cuando Marylin volvió a apuntarlo con el pulverizador, se concentró en su comida. Ya tendría tiempo para la venganza.

Marylin notó entonces que Tom había palidecido y que se sostenía débilmente contra una pared, observaba con terror en sus ojos a Merlín comer y decidió que lo mejor sería que el chico fuera a despejarse un poco luego de lo que acababa de vivir.

«Sophie, lleva al chico a tu habitación, ponlo a jugar videojuegos o algo, no quiero que esté molestando con preguntas estúpidas o que caiga desmayado mientras hablo con Vincent», indicó Marylin; la chica le respondió con una sonrisa y asintió.

La simpática adolescente marchó hasta donde Tom miraba por la ventana, lo tomó por la mano y lo llevó por el pasillo hasta su habitación.

—Baku, heraldo de la tormenta... —murmuraba el chico, poco a poco asimilando todo lo que había visto en la última hora.

Marylin, por su parte, se acercó a la heladera y sacó dos botellas de cerveza fría, que dejó sobre la mesa antes de sentarse y pedirle a Vincent que se acercara. El detective trataba de reducir su consumo de alcohol desde que volvió a portar el traje, sin embargo, esa noche, y con todo el estrés que cargaba encima, decidió que necesitaba el trago y acompañó a su anfitriona. Con un movimiento de sus manos, Marylin hizo que las tapas de las botellas se desprendieran y aterrizaran en la mesa. Vincent bebió el líquido fresco con gusto.

—Entonces, ¿a qué debo el placer? —preguntó la hechicera, fingiendo una sonrisa.

—¿Estuviste siguiendo las noticias?

—Por supuesto, un grupo de lunáticos siembra el caos en las calles de Krimson Hill. En otras noticias... el agua moja —respondió con sarcasmo la maga. Molesto, Vincent extrajo una bolsa de evidencia y la puso sobre la mesa. Marylin tomó el paquete y lo abrió; descubrió un trozo de tela que inspeccionó con detenimiento, sin encontrar nada de interés—. ¿Me viste cara de sastre? ¿Qué se supone que tengo que hacer con esto?

—Eso pertenece a un miembro de La Muerte Roja, uno que escapó luego del ataque a la estación de televisión —explicó Vincent, con cuanta paciencia pudo reunir—. Necesito tu ayuda para encontrarlo.

Marylin sonrió, sabía que Vincent nunca la contactaría a no ser que estuviera realmente desesperado, y eso la ponía en control de la situación, una posición en la que se sentía muy cómoda. Para sorpresa del detective, la maga olfateó el pedazo de prenda y con los ojos cerrados meditó durante algunos segundos.

—Estás de suerte, querido. Esto apesta a magia —dijo con una sonrisa divertida en su rostro.

—¿Estás diciendo que ese pedazo de tela es mágico de alguna manera?

—No, estoy diciendo que quien estuviera usando esto está impregnado de magia... una magia antigua y primordial —señaló ella, e inspeccionó una vez más el trozo de tela—. Lo que facilita las cosas, a decir verdad. No tendría problemas para dar con esta persona aun si no fuera así, pero esto lo va a hacer particularmente fácil, no me imagino que muchas personas en Krimson Hill desprendan semejante energía.

—Bien, entonces dime qué necesitas y acabemos con esto de una buena vez —apuró Vincent, y dio un largo trago a su cerveza.

—No tan rápido, Vinnie —dijo ella, y con un chasquido de sus dedos hizo desaparecer la bolsa de evidencia—. Verás, no fue coincidencia que estuviera de paseo por Krimson Hill, de hecho, estaba en medio de un viaje de negocios cuando me interrumpiste.

—¿Negocios con los Black Coats y los Prodigies? Está cayendo cada vez más bajo.

—Oh, no, querido, eso fue solo placer —respondió ella con una sonrisa divertida—. Estoy detrás de un pez mucho... mucho más gordo, y creo que podemos ayudarnos mutuamente.

—Esta es la parte en la que me haces arrepentirme de pedirte ayuda, ¿verdad?

Quid pro quo, Clarice —citó ella, con su mejor impresión de Hannibal Lecter—. Tú me rascas la espalda, y yo rasco la tuya, ¿verdad?

—Basta de rodeos, acabemos con esto —dijo él con cansancio.

—Ese es el espíritu. Verás, llevo un tiempo buscando un objeto mágico y todas mis fuentes indican que se encuentra en ese basurero que llamas ciudad. —Con un movimiento de su mano, Marylin conjuró unas luces turquesas que pronto se unieron y dibujaron una especie de aro metálico abierto con algunos detalles en sus extremos—. Este es el Torque de Cernunnos, el dios celta de la naturaleza, los bosques y la fertilidad. Durante siglos, esta baratija no se consideró más que una leyenda, un cuento de niños incluso dentro de los círculos mágicos, pero un cuento que despertaba cierto... interés en jugadores importantes, ya que las historias parecen indicar que dotaría a su portador con la capacidad de controlar la voluntad de ciertas criaturas mágicas, convirtiéndolas prácticamente en esclavas, por lo que te puedes imaginar que es algo que puede ser muy peligroso si termina en las manos equivocadas.

—¿Y quieres mi ayuda para recuperarla antes de que alguien más lo encuentre?

—Oh, no, ya es muy tarde para eso. Todo parece indicar que el torque ya encontró un dueño, y que está siendo utilizado en este mismo momento en Krimson Hill —dijo ella, dándole un largo trago a su cerveza con tranquilidad, la idea revolvía el estómago del detective—. Lo que necesito, es tu ayuda para entrar a la guarida y robarlo.

Vincent contempló sus opciones durante algunos segundos. Por un lado, cada segundo que pasaba, la amenaza de La Muerte Roja y Doctor Plague pendía sobre la ciudad como una guillotina lista para caer y acabar con todo; por otro lado, una amenaza que desconocía parecía estar creciendo en su ciudad, una que, sin duda, no podría afrontar por su cuenta si llegaba a descontrolarse. La decisión parecía obvia y, sin embargo, algo de toda esa situación no terminaba de gustarle al detective.

—¿Qué ganas tú con todo esto? —Tan pronto Vincent formuló la pregunta, el semblante de la hechicera, que desde que llegaron a su departamento se mostró tranquilo y relajado, cambió. Marylin se removió incómoda en su silla.

—¿Hace falta que gane algo? Tal vez solo quiero un adorno más para este hermoso cuerpo —respondió con una sonrisa, al tiempo que alzaba sus manos para destacar todos los anillos que portaba.

—Te conozco, Marylin. Jamás haces algo a no ser que sea en tu propio beneficio —insistió el detective—. ¿De qué se trata esta vez?

La maga dudó un segundo, una expresión que Vincent había visto en cientos de testigos en la sala de interrogatorios a lo largo de sus años como detective. Supo entonces que se acercaba a la verdad.

—No es por mí, es para un... amigo —confesó la bruja.

—¿Un amigo? ¿Tú? —comentó con gracia Vincent, y le dio un trago a su cerveza—. ¿Cómo te las arreglaste para conseguir uno de esos?

—Sí, un amigo, ¿hay algún problema con eso, imbécil? —retrucó ella a la defensiva. Tras su exabrupto, Marylin suspiró y se pasó la mano por la nuca, con la mirada clavada en la mesa—. Bruenor Alebeard. Un herrero enano que tenía... tiene su taller cerca de Stonehenge y que a veces me ayudaba cuando necesitaba un ítem mágico para algún trabajo. Su esposo se contactó conmigo, dice que lleva un mes desaparecido y me pidió su ayuda para buscarlo.

Cientos de preguntas acudieron a la mente de Vincent, pero, si consideraba que tenía a una maga enfrente, supuso que ese tipo de relatos eran la norma. Optó por enfocarse en las preguntas que su mente de detective suscitaba al respecto.

—Tenemos un enano desaparecido y un objeto mágico que necesitas recuperar, ¿cuál es la conexión?

—Según su esposo, antes de desaparecer, Bruenor aceptó un encargo de un cliente misterioso. Debía transformar un torque en un anillo, sin que este perdiera sus propiedades mágicas... —Vincent empezaba a entender—. Una noche, Ulfgar escuchó a su esposo discutir con alguien. Le decía que había descubierto quién era y qué estaba tramando, que sabía qué era aquel objeto y que alertaría al Universal... y luego hubo un grito y un estallido. Cuando Ulfgar llegó al taller y logró apagar las llamas, su esposo y su misterioso visitante ya habían desaparecido; de entre sus notas solo pudo recuperar un papel chamuscado con unas palabras escritas... primer hijo.

—¿Esas palabras deberían significar algo para mí? —preguntó Vincent con ingenuidad, ganándose una mirada de incredulidad de la maga.

—¿Cómo pasaste tanto tiempo con un Universal y con Venatrix y sabes tan poco? ¿Es que no prestas atención? —protestó Marylin—. Seguro piensas que los demonios tienen alas, cuernitos y una cola puntiaguda. —La expresión del detective le hizo saber que era un caso perdido intentar explicarle, así que optó por continuar—. En fin, el primer hijo, primigenio, son nombres que recibe un demonio en particular: Mammón, uno de los hijos de Lucifer.

Al escuchar ese nombre, un escalofrío recorrió la espalda de Vincent, algo que no escapó a la inquisidora mirada de la maga; en sus ojos apareció algo muy parecido a la empatía, algo que el detective no sabía que era capaz de experimentar.

—Sé que tu vida ha sido rozada por el rey del Infierno, las noticias viajan rápido en el mundo mágico. —Marylin se frenó un segundo antes de continuar, como si midiera sus palabras—. También sé del destino de la cazadora... sé que era tu amiga, lo lamento, pero, desde que ella desapareció, los demonios han estado más atrevidos. Algo está ocurriendo entre ellos, el preludio de algo, algo grande, y sin ella para mantenerlos a raya... bueno, creo que solo estamos viendo la punta del iceberg. Verás, Bruenor no fue la primera criatura mágica ni la última en desaparecer. Una vez que Ulfgar llamó mi atención sobre la situación, detecté el patrón: criaturas mágicas desaparecían sin explicación alguna a lo largo de todo el Reino Unido, en pequeñas cantidades primero, pero, desde la desaparición de Bruenor, los números parecen haber aumentado y creo que...

—Mammón está usando el Torque de Cernunnos para someterlos y forzarlos a desaparecer —completó el detective.

Una sonrisa genuina se formó en el rostro de la maga.

—¿Ves como sí puedes prestar atención? —bromeó ella.

—¿Qué te hace pensar que este demonio está en Krimson Hill?

—Rastreé a Bruenor hasta la ciudad, pero, una vez allí, el rastro se pierde. Algo está interfiriendo con mi hechizo, pero, siéndote honesta, sabía que no iba a ser tan sencillo. Nunca lo es cuando están involucrados demonios poderosos, y aquí estamos hablando de uno de los Siete Jerarcas. —Marylin ignoró que muchos de los conceptos mencionados escapaban al conocimiento del detective, pero ya estaba algo cansada y no tenía intenciones de darle demasiadas vueltas al asunto—. La realidad es que esta no va a ser una tarea sencilla, y algo de ayuda no me vendría nada mal, sobre todo si viene de alguien que conoce la ciudad tan bien como tú, así qué... ¿qué dices? ¿Compañeros?

La maga tendió la mano y aguardó mientras el detective se tomaba algunos segundos para procesar toda la información que acababa de recibir. Vincent suspiró. Sus manos se estrecharon sobre la mesa de madera y entre las botellas de cerveza medio vacías.

—¿Cuándo empezamos? —preguntó él.


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