20. Magia en el aire (I)

Vincent dejó caer un pesado archivo sobre el escritorio con cansancio y frustración. Había pasado los últimos tres días en la estación, trabajando codo a codo con Charles y Rebecca para seguir cualquier pista posible que hubiera quedado tras el ataque de Doctor Plague durante el debate, pero, a pesar de todo el caos que tuvo lugar esa noche, todas las piezas de evidencia parecían conducir a callejones sin salida.

Por si eso fuera poco, la rápida identificación de los muchachos de The Shelter como inmigrantes ilegales, sumado al crítico estado en el que se encontraba Norman Hoyle y el hecho de que varios miembros sobrevivientes de la audiencia corroboraban haber escuchado al líder de los terroristas recordarle al comisionado Farrington un supuesto trato que tenían, solo aumentó la tensión en las calles de Krimson Hill; tensión que los medios no dudaban en incrementar con cuanta nota amarillista podían, lo que colmó la paciencia de una atareada Rebecca, que debió ser detenida por Vincent antes de que le diera un puñetazo a un atrevido periodista que se le metió en la cara un día a la salida de la estación, preguntando sobre qué favores le hizo al viejo comisionado para que le otorgaran el puesto de comandante.

Mientras Farrington luchaba contra los alegatos y acusaciones que le llovían encima, el agotado trío trabajaba día y noche para tratar de poner orden al caos; se sentía como si corrieran una carrera contra el tiempo... una que sabían que no podían ganar.

—Encontraron la segunda camioneta de escape quemada a las afueras de la ciudad. —Rebecca llegó a la diminuta habitación donde Charles y Vincent trabajaban sin parar; las ojeras que adornaban los ojos de la comandante atestiguaban cómo se vivían las últimas setenta y dos horas—. Misma situación que la primera. Tenía un sistema de manejo a control remoto, y un explosivo instalado, listo para detonar y eliminar cualquier evidencia que pudiera haber dentro.

Charles se mostró decepcionado frente a las novedades, mientras que Vincent ni siquiera pareció inmutarse. Tan pronto como encontraron el primer vehículo (o lo que quedaba de él), optó por enfocarse en otras pistas, sin embargo, ninguno de los hilos que decidió tirar conducían a un destino cierto: la munición y las armas que portaban los terroristas no eran fabricadas en el país, y diversos grupos terroristas a lo largo del globo adquirieron los mismos modelos en el mercado negro durante los últimos años, los vehículos utilizados para el escape se producían por los miles en el Reino Unido y su destrucción casi total impedía precisar dónde o cuándo fueron adquiridos, y no había sobrevivientes de La Muerte Roja que pudieran atestiguar, Doctor Plague se encargó de ello al instalar píldoras de cianuro en sus dientes, que fueron detonadas de manera remota tan pronto como cayeron en manos de la policía.

—¿Pudieron descubrir algo más respecto a los terroristas? ¿Identidades? ¿Asociaciones a otros grupos criminales? —Rebecca se tomó un segundo para tomar asiento en una de las sillas plásticas que decoraban el lugar. El cansancio de los últimos días pareció caer de pronto sobre sus hombros, lucía más encorvada.

—Tuve que pedir algunos favores a mi contacto en Interpol y logré identificar a cuatro de los diez de ellos que murieron —declaró Vincent, mientras tomaba unas carpetas desprolijas que descansaban en un mar de papeles sobre su escritorio—. Son asesinos a sueldo, mercenarios. Han participado de operaciones a lo largo del globo. Omar DeSantos, originario de Brasil, estuvo trabajando en México para el Cartel de Tijuana hasta el año pasado; Khabib Chimaev, ruso, estuvo activo durante los últimos años en Europa del Este, haciendo el trabajo sucio de diversos grupos paramilitares de extrema derecha; Hao Ling, El Carnicero de Xuanwu, pertenecía a La Tríada de los Leones Blancos hasta que Renegado desbarató casi toda la organización, y por último, Michael Gacy, exmiembro de los Marines de Estados Unidos, pasó sus últimos diez años entrenando milicias en África bajo métodos... poco agradables.

Rebecca intentó seguir la información brindada por Vincent mientras hojeaba los archivos, pero lo cierto era que, por el tono de voz de su excompañero, se notaba que no confiaba en que ninguno de esos datos fuera a servir de mucho al final del día.

—Todavía esperamos confirmación sobre la identidad de los demás, pero sospechamos que va a ser un patrón que se repite —acotó Charles con genuino cansancio.

—Entonces, La Muerte Roja tiene más recursos de los que pensábamos en un principio. Estos... profesionales, no debe ser barato contratarlos, mucho menos convencerlos de portar una píldora de cianuro en caso de ser capturados. La suma debe haber sido cuantiosa, y si hay dinero, hay un rastro —sugirió la comandante, en un intento de animar al dúo.

—Nada de esto tiene sentido —masculló Vincent. Los dos restantes quedaron en silencio, a la espera de que desarrollara su idea—. La Muerte Roja tiene chicos dispuestos a morir de la forma más horrorosa posible, devorados de adentro hacia afuera, ¿pero no para alzar un arma por ellos? ¿Por su causa? ¿Por qué diablos están contratando mercenarios?

—Vincent tiene razón, comandante, algo huele mal en todo esto —concedió Charles.

—En Krimson Hill las cosas rara vez son lo que parecen, Charles, lo aprenderás con el tiempo —respondió Rebecca—. Coincido con ustedes, algo no encaja. Pero no nos basta con la sospecha, tenemos que descubrir de qué se trata, y encontrar a los responsables antes de que vuelvan a atacar. Les daré todo el tiempo que pueda antes de que la gente del MI5 llegue y nos quite el caso de las manos, pero tenemos que movernos rápido y obtener resultados.

Vincent observó a su antigua compañera retirarse mientras atendía el teléfono, que no paraba de sonar en los últimos tres días. Sabía que ella era fuerte, pero aun así se preguntó cuánto tiempo más podía aguantar aquel ritmo de trabajo, y qué tendría que sacrificar para mantenerse a flote. Recordó que la vida personal de la comandante pendía de un hilo y, en un momento de consciencia, miró el reloj y decidió que no quería seguir sus pasos. Vincent apagó la pequeña lámpara plástica que iluminaba su escritorio, se levantó y estiró un poco antes de quitar su abrigo del espaldar de la silla.

—Volveré mañana a ver si hay algo de progreso con la identificación de los miembros de La Muerte Roja restantes, hasta entonces, hay poco que podamos hacer. —Charles ni siquiera pareció escucharlo, hasta que Vincent se acercó y le posó una mano en el hombro—. ¿Cuántas veces planeas leer esas declaraciones en búsqueda de algo nuevo? No vas a encontrar respuestas en las palabras de un rehén asustado, no las que buscas, al menos.

—Tengo que hacerlo, no puedo quedarme de brazos cruzados, no cuando... —Las manos del joven detective apretaron los papeles que sostenía y una lágrima se deslizó por su mejilla. Vincent retiró los archivos y lo obligó a mirarlo antes de continuar.

—¿Cuándo qué? —preguntó el veterano con tanta suavidad como le fue posible.

—Cuando todo esto es mi culpa... —Vincent intentó encontrar sentido en las palabras de su compañero, pero, a pesar de sus mejores intentos, no podía descifrar a qué se refería.

—¿Qué cosa es tu culpa?

—Todo. Los disturbios en las calles, la detención del comisionado. Todo.

—¿Cómo llegó a esa conclusión, detective?

—No te burles de mí. Sabes muy bien que me advertiste sobre informar de Aisha Khaled, pero lo hice igual, y ahora tenemos a una multitud de lunáticos en las calles persiguiendo a chicos... a familias inocentes, porque sospechan que pueden ser terroristas. Norman Hoyles aprovechó el caos para sembrar dudas sobre la lealtad del comisionado, y ahora lo están interrogando en una celda como a un criminal común. —Charles enterró su rostro entre sus manos y, si bien no rompió en llanto, aprovechó el momento para limpiarse un poco la cara y tratar de recobrar la compostura, mientras que Vincent lo observaba con compasión.

—Cometiste un error, Charles. Te iba a pasar tarde o temprano, tal vez la lección que deberías sacar de todo esto es que deberías escuchar a tu compañero con más frecuencia —bromeó Vincent, pero la idea no pareció causar gracia al joven—. Está bien, mal momento, lo reconozco. Pero no tuviste malas intenciones, Charles. Quisiera tener la misma fe en el sistema, en la gente, que has mostrado estos últimos meses. Es un recurso difícil de encontrar y cultivar, en especial en esta ciudad.

—De lo que me ha servido...

—No todos podemos ser unos bastardos cínicos, el mundo necesita gente como tú. Hay días que verás esa fe como una maldición, una carga, pero te prometo que, si logras conservarla, será tu herramienta más poderosa para lidiar con todo esto.

Tras notar cierto alivio en el rostro de su compañero, y consciente de que se le hacía tarde, Vincent procedió a dedicarle una última sonrisa y se dirigió a la puerta. Sin embargo, cuando se encontraba en el umbral, la voz de Charles le llegó una vez más.

—¿Cómo lo haces tú? Lidiar con "todo esto", me refiero... ¿cómo duermes en la noche?

—¿Quién dice que lo hago? —replicó Vincent antes de retirarse.

            Ya afuera de la estación, el veterano detective se tomó un momento para mirar la hora en su reloj. Todavía era temprano, aunque las sombras empezaban a reclamar su reino nocturno. Tomó su teléfono y marcó el número deseado. Antes de que el tercer tono sonara, la voz alegre de Joseph le llegó desde el otro lado de la bocina.

—Vincent, estaba pensando en ti. —Desde que despertó, la voz de Joseph ganaba fuerza y energía día a día, ya volvía a sonar como el hombre que conoció durante su visita a Empresas Byron—. ¿Cómo está todo ahí fuera?

—Es una locura, pero es lo usual en Krimson Hill. ¿Qué te dijeron los médicos?

—Bueno, estoy recuperándome bien. Dicen que no va a haber secuelas de lo que sea que me hicieron esos dementes... —Si bien las noticias eran buenas, se notaba cierto conflicto en la voz del multimillonario.

—¿Cuándo vuelven a Estados Unidos? —Vincent acertó con su pregunta sobre el tema que traía preocupado al anciano.

—Christian dice que tan pronto como los médicos me autoricen... así que pronto, a menos que pueda convencerlo de lo contrario.

—Papá, hablamos de esto...

—Y ninguno quiso escucharme. Estoy bien, ¿qué probabilidad hay de que un rayo caiga dos veces en el mismo lugar?

—Los que te hicieron esto tienen una agenda, planean algo grande... y no sé si podremos detenerlos. Estarás más seguro en Nueva York.

—Hablas como alguien que nunca estuvo en Nueva York —bromeó Joseph, y luego suspiró con cansancio—. ¿Quién diría que reunir a mis hijos haría que se alíen contra mí?

—Te lo buscaste —respondió el detective con una sonrisa en el rostro, mientras se montaba en su motocicleta de civil—. Escucha, iré a despedirlos al aeropuerto cuando se vayan, solo tienen que avisarme, ¿está bien?

—¿Y luego? —preguntó Joseph con ansias en su voz.

—De... de eso quería hablarte. —Vincent se tomó un segundo para respirar antes de comunicar la noticia—. Tomé una decisión, papá. Una vez que termine con este caso... se acabó. Me iré de Krimson Hill de una vez por todas; iré a donde estén ustedes.

Un prolongado silencio se hizo presente. Vincent se preguntó por un segundo si cometió un error al comunicar sus intenciones, después de todo, no sabía si ellos iban a quererlo ahí, tal vez estaba siendo estúpido y... el silencio se interrumpió por una risa ahogada de parte de Joseph.

—Hijo, lo siento, se me atoraron las palabras en la garganta... no tienes idea de cuán feliz me hace escucharte decir eso. Sé que no debe haber sido una decisión fácil, pero...

—La más fácil de mi vida. Ya no hay nada aquí para mí.

—Entonces te estaremos esperando para que encuentres tu nueva vida. ¿Qué dices si celebramos? Una cena con brindis, esta noche.

—No creo que te dejen entrar comida de afuera, mucho menos las bebidas apropiadas para una celebración —contestó Vincent con una sonrisa.

—Compraré el hospital, haré algunos cambios en las reglas —replicó Joseph.

—Ahórrate el dinero, tengo que trabajar esta noche de todas formas. Escucha, tengo que irme, pero asegúrate de seguir las indicaciones de los médicos, nada de tonterías.

—Pronto descubrirás que hacer tonterías corre por las venas de nuestra familia. —«Jamás lo habría adivinado», pensó Vincent con ironía—. Le daré las buenas noticias a Christian en cuanto vuelva. Nos veremos pronto, ¿sí? Te quiero, hijo.

—Hasta pronto, papá. —«Yo también te quiero», añadió en sus pensamientos, pero las palabras no escaparon de su boca. Se sintió culpable por ello, pero supuso que el momento llegaría con el tiempo.

Dirigió su mirada al cielo nocturno y encendió su motocicleta. Tenía trabajo por delante.

Al descender por los escalones metálicos que llevaban a su guarida, Vincent pudo observar a un dormido Tom, recostado sobre el escritorio de la computadora. A pesar de sus mejores intentos, no logró convencer al chico de que tenía que descansar bien si pretendía hacer un buen trabajo, en especial, después de que se enterara de que otros tres exhabitantes de The Shelter estaban involucrados en el ataque al estudio de televisión.

Intentando no hacer mucho ruido, el detective preparó una nueva jarra de café, y sirvió dos tazas; una la colocó junto al trasnochado adolescente, que empezó a abrir los ojos cuando sintió el potente olor del brebaje. Aturdido, con la cabellera roja aplastada de un lado y entornando los ojos para adaptarse a la luz del monitor que parecía atacarlo, Tom miró a su alrededor y, por instinto, tomó la taza de café caliente, que pronto llevó a sus labios.

—¿Tuviste algo de suerte? —preguntó Vincent, sorbiendo de su propia taza.

—¿Tengo cara de haber tenido suerte? —retrucó el molesto adolescente, que luego suspiró con frustración y se frotó un poco los ojos—. Lo siento. Muchas horas despierto.

—Conozco el sentimiento.

—Respecto a la tarea que me dejaste... no pude encontrar nada. —Tom sacó el trozo de tela que Vincent cortó del traje de Jagua durante su último enfrentamiento y lo dejó frente al detective—. Huellas, material del que está hecho, posible fabricante. No pude averiguar nada. Obtuve algunas muestras de ADN por el sudor impregnado, pero la computadora solo supo decirme que era ADN humano... lo que es algo sorprendente considerando de quién se trata.

—¿Pediste ayuda a nuestro amigo del otro lado de la pantalla?

—Sí. Dice que no lo molestemos a no ser que sea algo realmente importante, que es un hacker, no un mago —respondió Tom con clara molestia ante la actitud que había tomado su misterioso ayudante—. En fin... seguimos en el casillero inicial. Supongo que no tuviste más suerte por tu cuenta.

Vincent no dignó la última sugerencia del chico con una respuesta, un hábito que Tom encontraba terriblemente molesto, sobre todo si consideraba cuánto dolía su cuello por la mala posición a la hora de dormir. En lugar de responderle, el detective miró aquel pedazo de tela inconspicuo con curiosidad, como si entre las finas hebras de tejido que lo componían se encontraran los más grandes secretos del universo, y, sin embargo, se vio forzado a reconocer que no contaba con las herramientas para lograr penetrar en ellos. Sin embargo, conocía a alguien que tal vez pudiera ayudarlo, alguien para quien las leyes de la realidad eran solo una sugerencia, alguien que podía acercarlo a las respuestas que buscaba.

«No soy mago», advirtió su misterioso ayudante virtual, y tal vez era justo lo que necesitaban.

Vincent se maldijo por siquiera contemplar la idea.

—Con un demonio... —masculló por lo bajo, sin quitar la mirada del pedazo de traje de la villana.

—¿Qué pasa?

Vincent se tomó unos segundos para sacar su teléfono y escribir algo, Tom esperó con paciencia a que terminara, aunque la expresión de su mentor despertó su curiosidad.

—Vamos a salir —anunció el detective.

—Dame un segundo que me lave la cara y me ponga el traje.

—Búscate un abrigo. No vas a necesitar el traje esta noche.


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