19. El show debe continuar (I)
Superado el shock inicial por la aparición del villano en pantalla, Rebecca, Charles y Vincent comenzaron a moverse, cada uno en su sitio.
Rebecca y Charles buscaron ropa apropiada que vestir, todavía no los habían contactado para asistir al lugar de los hechos, pero era inevitable, y aún si no lo hacían no iban a dejar pasar la oportunidad de capturar al líder de La Muerte Roja. Por su parte, Vincent alistaba su equipamiento con lentitud y precisión. Sus movimientos metódicos contrastaban contra el mejunje de emociones que se arremolinaban en su pecho: furia, ansiedad, adrenalina y, muy en el fondo... miedo. La primera vez que peleó contra Doctor Plague perdió. El villano lo tomó por sorpresa, eso era cierto, y no contaba con todo su equipo, pero aun así... ¿tendría lo suficiente para derrotarlo? Supuso que no tenía sentido darle muchas vueltas al asunto. Encontraría la respuesta a su pregunta en cuestión de minutos.
Vincent se colocó el antifaz que completaba el traje y, cuando se volteó, se encontró de frente a Tom, que aguardaba sus instrucciones con ansiedad.
—De ninguna manera —se adelantó el detective—. Este no es el momento, Tom. Tú viste lo que Doctor Plague me hizo en el puerto.
—¿Y cómo piensas que te va a ir contra él y su pelotón de la muerte entonces? ¿Planeas morir en televisión nacional? —Vincent había esperado que su negativa desanimara al chico; lejos de eso Tom parecía más determinado que nunca—. Tu atraes las balas, yo paso desapercibido, ¿verdad?
Vincent consideró continuar discutiendo con el chico, pero algo en su mirada le hizo saber que sería en vano, y no había más tiempo que perder. Con un suspiro de resignación, dirigió una nueva mirada a su aprendiz.
—Si vamos a hacer esto, no puede haber errores. Voy a ir primero, llevaré a Nocturna, haré ruido. Tú irás a pie por los tejados, encontrarás una forma de entrar en silencio... y no vas a intervenir hasta que todos los ojos estén puestos en mí, ¿está claro? Bajo ningún concepto debes confrontar a Doctor Plague. Enfócate en los soldados, en desarmarlos primero, y luego en dejarlos fuera de combate. Tenemos que salvar a tanta gente como podamos.
—¿Qué estás esperando entonces? —replicó el muchacho, y una sonrisa confiada asomó en su rostro—. Te sigo.
El detective asintió y volteó para dirigirse a su vehículo. Desde que había regresado a vestir el traje, estuvo trabajando en su motocicleta, restaurándola y poniéndola a punto para cuando llegara el momento de volver a sacarla a las calles, y la noche al fin estaba allí. Se sentó en el cómodo y amplio asiento, colocó sus manos en el manubrio y pulsó el botón de encendido. El motor rugió como un león y las luces se encendieron, iluminando parte de la oscura guarida.
Tom observó a Vigilante dirigir la pesada motocicleta hasta la rampa de acceso oculta que llevaba al exterior del edificio, y al observar su majestuosidad se alegró de que el héroe hubiera ignorado sus peticiones de agregarle un sidecar para que pudieran viajar juntos. Ahora sabía que su idea habría arruinado a Nocturna. Ya tendría tiempo de convencer a Vincent de darle un vehículo propio, pero tenía que elegir sus batallas con cuidado. De momento, debía terminar de alistar su equipamiento. La noche lo esperaba.
En las calles de Krimson Hill, Nocturna atraía la atención de todos los transeúntes, aunque algunos apenas y llegaban a percibir las luces traseras alejándose. Vincent la había encendido antes, regocijándose en el ronroneo de su poderoso motor, pero no recordaba cuán satisfactorio era conducirla. Con una velocidad descomunal, Vigilante adelantaba a cuanto vehículo se le cruzaba en el camino, que no atinaban siquiera a tocar bocina frente al brillante destello negro que se atravesaba en su camino durante lo que parecían milésimas de segundo antes de desaparecer en la inmensidad de la ciudad.
«Te extrañaba», tuvo que reconocer el detective, y se lamentó de no haberla sacado a pasear antes.
El comunicador en su oído emitió un sonido. Estaba esperando esa llamada. Con un solo movimiento de su dedo, tocó un botón en el manubrio y la voz de Rebecca aplacó los sonidos emitidos por Nocturna.
—Dime que estas...
—En camino —la interrumpió él—. ¿Cuál es la gravedad de la situación?
—Bueno, asumo que te has perdido los últimos minutos de programa. Intentamos cortar la señal del programa, pero ese lunático acaba de decir al aire que si la policía intentaba silenciarlo iban a detonar una bomba en un hospital de la ciudad... lo que no ayudó a aplacar el caos en las calles.
Un bocinazo se escuchó desde el lado de Rebecca, y luego un insulto por lo bajo. Nocturna le permitía a Vigilante atravesar los bloqueos con facilidad, y aun cuando la calle estaba demasiado congestionada, no tenía problema en escabullirse por los cientos de callejones que atravesaban Krimson Hill. Una ventaja con la que la comandante no contaba, y la frustración de la situación se colaba en su voz.
—¿Qué tan cierto crees que es?
—Es irrelevante. Sabe que no podemos arriesgarnos a que sea cierto.
—Llegaré en unos diez minutos.
—El edificio ya está rodeado por la policía. Están intentando contactarse con alguien adentro para iniciar una negociación por los rehenes.
—Dudo que le interese negociar, Beck. El Doctor tiene una agenda... quiere un espectáculo. Voy a dárselo.
—Ten cuidado... no creo que tu cuerpo soporte una paliza como la de la vez pasada.
—Gracias por recordármelo —masculló Vincent, aunque sabía que la preocupación de su amiga era genuina—. Avísame si pasa algo. Cambio y fuera.
Pulsando un botón más, Vigilante cortó la comunicación y dirigió toda su atención al camino.
Mientras tanto, en el estudio de grabación, las tropas de La Muerte Roja controlaban por completo la situación. Los miembros de la audiencia, junto a los candidatos y parte de su equipo, fueron colocados en el centro del plató, a escasos metros de donde los uniformados apilaron los cuerpos del presentador, los guardaespaldas y de un miembro del staff que intentó escapar y fue acribillado por ello. Por otro lado, los miembros de la producción del programa fueron trasladados a una sala de reuniones aledaña, donde eran vigilados por otro grupo de los peligrosos terroristas. La única excepción era un camarógrafo y un sonidista que, a punta de pistola, mantenían el programa en funcionamiento y acorde a las órdenes que les iban ladrando los intrusos.
De momento, la cámara se mantenía enfocada en los rehenes de la audiencia, pero detrás de escena, Doctor Plague observaba con satisfacción su obra.
—Ya revisamos todo el edificio. Encontramos a algunas personas más escondidas y las llevamos a la sala de reuniones —anunció la misteriosa ladrona, llegando de espaldas del villano, que ni siquiera se volteó para verla—. La policía sigue intentando contactarse, quieren hablar contigo, pero les informamos que pronto emitirás un comunicado, y que solo entonces escucharás sus peticiones. Tenemos patrullas haciendo rondas por el edificio y cuidando todas las entradas.
—Bien, casi todas las piezas están en su lugar —dijo, supervisando con la mirada todo lo que ocurría a su alrededor.
—¿Realmente crees que vendrá? ¿Aún después de lo que le hiciste? —preguntó Jagua.
—Lo hará, no puede detenerse. Esa es su maldición, y mi ventaja... aunque le daremos una motivación más, en caso de que la necesite. —Doctor Plague estaba seguro, y marchó una vez más al frente de la cámara. Era hora de continuar el show—. Damas y caballeros, me presento hoy ante ustedes como un heraldo de cambio, el rostro del futuro. Nuestra gran labor comenzó en el evento que ustedes tan apropiadamente han nombrado "La Gala Escarlata", y hoy les presentamos el segundo acto de nuestra obra, esta vez no sólo para los guardianes de la ciudad, sino para ustedes... los ciudadanos que recorren las calles de Krimson Hill. Pueden ver aquí, sometidos a nuestros pies, a los miembros de la audiencia, y a los candidatos que ustedes eligieron para representarlos durante estas elecciones. —Forzado a punta de pistola, el operario de cámara hizo un paneo breve de los rehenes antes de volver la atención al líder de los terroristas—. Verán, en nuestro primer acto, queríamos dejar en claro que nadie es intocable, que los ricos y poderosos sangrarían; en esta ocasión, queremos dejarles en claro lo siguiente: estamos entre ustedes.
Un manto de silencio sepulcral se instaló tanto en el estudio como en la ciudad entera, que pareció contener el aliento colectivamente al escuchar esas palabras. Pronto, Doctor Plague continuó su discurso.
—Podemos ser sus amigos, sus vecinos, la persona que está escuchando este mensaje junto a ustedes en la calle, en un bar... en su hogar. Y debemos agradecerles a ustedes por dejarnos entrar, por abrirnos las puertas y recibirnos, pero la convivencia pacífica ya no es una opción. —El villano se movió más cerca de la audiencia, para que la cámara pudiera captar la imagen completa—. El legado de este país se construyó sobre la sangre de nuestros ancestros, y durante demasiado tiempo hemos mantenido la cabeza baja... pero ya no más. Hoy volvemos a alzarnos para ejecutar nuestra venganza, para reclamar nuestra libra de carne y hacer temblar al imperio que tanto sufrimiento causó alrededor del mundo. Ahora, álcense mis hermanos.
Tan pronto como Doctor Plague dijo esas palabras, tres miembros de la audiencia se pusieron de pie. Las lágrimas se acumulaban en los ojos de los jóvenes muchachos, que hacían un claro esfuerzo por mantener la compostura.
—Oh, Dios mío... —exclamó Charles a las afuera del edificio, observando la transmisión por un televisor instalado por las fuerzas policiales para mantener un ojo en la situación. El detective novato había llegado a pie hacía apenas cinco minutos, logrando sortear el caos que se acumulaba en torno al edificio de la emisora—. Paul Fassim, Frank Hamed... Emil Brener —dijo, señalando uno a uno a los chicos que reconocía de la investigación sobre los desaparecidos en The Shelter.
—Su sacrificio no será olvidado —sentenció Doctor Plague y extendió su mano hacia ellos, al tiempo que unas líneas rojas se dibujaban en sus guantes—. Que su sangre se convierta en la perdición de sus enemigos.
Inmediatamente expresiones de horror se hicieron presentes en los rostros de los tres muchachos; segundos después la sangre reemplazó sus lágrimas y el líquido escarlata empezó a escapar de sus bocas, narices y oídos. Los tres tiraron su cabeza hacia atrás, mirando al techo con sus bocas abiertas y, por un segundo, todos los espectadores del aterrador espectáculo esperaron escucharlos gritar; la realidad fue mucho, mucho peor. Un humo rojo empezó de los orificios faciales de los tres chicos, disparándose hacia arriba y conformando una gigantesca nube escarlata que se acumulaba sobre los asustados rehenes.
Los cuerpos de los tres chicos se desplomaron al suelo, cascarones vacíos que alguna vez contuvieron vida, mientras que Doctor Plague apuntaba con su mano a la nube roja, manteniéndola en su lugar.
—Sufran —masculló, al tiempo que Farrington abrazaba a su esposa para cubrirla.
Con un movimiento de su mano, el villano comandó al humo que descendiera sobre el resto de los rehenes, y pronto la nube roja fue difuminándose hasta desaparecer y un silencio expectante se instauró entre los miembros de la audiencia.
El suspenso y la tensión creció segundo a segundo, hasta que uno de rehenes vomitó sangre, y todo el infierno se desató. El tembloroso operador de cámara quiso alejar la cámara del terrible espectáculo, y el frío cañón del arma de uno de los criminales le hizo saber que eso no era una opción.
—Krimson Hill, observa tu destino —bramó Doctor Plague.
Frente a la mirada de millones, los rehenes empezaron a caer uno a uno, desangrándose por todos los orificios en el frío suelo. Una de las cautivas no aguantó más y se lanzó a correr intentando alejarse, la cámara captó el momento justo en que su pierna se quebró a la altura de la rodilla y se desprendió del resto de su cuerpo, mientras ella gritaba desesperada.
Regocijándose en el caos, Doctor Plague avanzó hacia los desesperados miembros de la audiencia, la mayoría de ellos retorciéndose en su propia sangre, pero cuando menos lo esperó recibió un gancho directo a la mandíbula que lo hizo retroceder. Farrington, que todavía no exhibía síntomas, pero que se encontraba cubierto de sangre del resto de los rehenes se alzaba frente a él.
—Vas a pagar por esto... —amenazó el comisionado, tomando una posición defensiva.
—¡John, no! —intentó disuadirlo su esposa entre llantos.
Uno de los miembros de La Muerte Roja lo encañonó, pero Doctor Plague le ordenó bajar su arma con un solo gesto de su mano.
—Deberías agradecerme, John, tu mayor opositor yace ahora en el suelo, en un charco de sangre... no creo que llegue a ver el amanecer. —Farrington se lanzó al ataque, pero sus golpes, aunque precisos y fuertes, fueron fácilmente esquivados por el villano que, tras jugar un poco con él, atrapó uno de sus puños en el aire y lo frenó en seco—. Cuando estés en la oficina de la alcaldía, no olvides quién te puso ahí... y cumple tu parte del trato.
Los ojos de Farrington se abrieron de par en par e intentó replicar, pero antes de que cualquier palabra escapar de su boca, Doctor Plague le dio un cabezazo directo en el rostro, quebrando su nariz sin esfuerzo alguno, y lo siguió con un brutal puñetazo que terminó por tumbar al comisionado, que aterrizó una vez más junto a su esposa.
Sumergido entre los gritos desesperados de la audiencia, el villano se tomó un segundo para contemplar su obra. De los 150 miembros de la audiencia, menos de diez permanecían con vida, demasiado conmocionados como para reaccionar, sentados entre los sangrientos cadáveres.
—Dejen a Farrington y a su mujer, acaben con el resto. Es hora de irnos —anunció Doctor Plague con frialdad, y las armas volvieron a alzarse contra los rehenes, que atinaron a lanzar un último grito de horror mientras el pelotón de ejecución se posaba delante de ellos.
El chasquido de los seguros al soltarse retumbó en la sala, sin embargo, antes de que los tiradores pudieran posar sus dedos, un silbido cortó el aire y al segundo fue acompañado por el estruendo de cables cortándose sobre sus cabezas. Antes de que pudieran moverse, un juego de luces que colgaba sobre el techo del escenario se desprendió y cayó sobre los asesinos, que acabaron tendidos en el suelo, la mayoría de ellos inconscientes o demasiado adoloridos como para intentar responder.
La caída del equipamiento causó un estallido de chispazos que forzó a los presentes a desviar la mirada; cuando los destellos se detuvieron, todos pudieron observar la silueta de Vigilante parado frente a los rehenes con sus tonfas en mano.
Tres miembros de La Muerte Roja alzaron sus armas y se lanzaron al frente, listos para acabar con el héroe, pero Vigilante también pasó a la ofensiva. Un golpe preciso en una de las armas desvió los disparos hacia la pierna de otro de los tirados, que cayó arrodillado y llorando de dolor. El tercero alzaba su arma, dispuesto a abrir fuego, más Vigilante arrojó una de sus tonfas, que impactó en la cabeza del soldado, ganando unos vitales segundos que usó para terminar de desarmar al primero, que terminó tendido en el suelo con un brazo roto.
El que recibió los disparos en la pierna se encontraba reuniendo fuerzas para ponerse de pie cuando la bota de Vigilante impactó con fuerza contra su casco, terminando de tumbarlo al suelo, y el héroe siguió avanzando contra el tirador restante, que ya empezaba a recuperarse del golpe recibido y volvía a apuntar su arma contra el enmascarado. Vigilante no le dio oportunidad. Tomó el arma por el cañón y jaló de ella al tiempo que daba una patada en el pecho de su dueño, que retrocedió un poco y se apresuró a desenfundar un afilado cuchillo. El guerrero se lanzó contra el héroe, que se agachó en el momento justo, abriendo el espacio justo para calzar el brazo de su oponente sobre su hombro. Sus manos se envolvieron sobre su muñeca y tiraron hacia abajo, al tiempo que él subía rápidamente, quebrando el brazo de su enemigo en al menos tres partes, y dejándolo en el suelo gritando desesperado.
Cinco soldados más alzaron sus armas contra él desde distintos puntos del estudio, pero antes de que pudieran jalar sus gatillos, Doctor Plague alzó su mano deteniéndolos. Vincent volvió a quedar una vez más cara a cara con el misterioso enmascarado. Trató de disimular cuán asustado se encontraba realmente.
—Empezaba a pensar que no vendrías —soltó el villano; la frialdad en su voz casi lo hace temblar—. ¿Estás disfrutando el espectáculo?
Vigilante, en un intento por callarlo, arrojó un cuchillo arrojadizo que pasó a centímetros de la cara del doctor de la peste y terminó por destruir la única cámara que seguía funcionando en el estudio. El camarógrafo, asustado, la dejó caer al suelo y aprovechó que la atención del soldado que lo retenía anteriormente estaba puesta en Vigilante para poder escabullirse, rogando que no fueran a dispararle por la espalda.
—El show terminó, Plague. Me querías aquí, acabemos con esto de una vez —replicó Vincent, desafiante.
—Es cierto que quería traerte aquí, pero estás equivocado en algo... el show acaba de comenzar.
Vigilante iba a responder, cuando una presión en sus piernas lo hizo bajar la mirada. Allí, entre sus piernas, una serpiente reptaba. El héroe no tuvo tiempo de procesar su confusión ante la presencia del animal, ya que el reptil cambió de forma, dejando ver los rasgos de su misteriosa ladrona durante unos segundos, antes de transformarse en una gigantesca gorila que lo tomó por el cuello y lo azotó contra el suelo. Vincent intentó luchar, pero la fuerza ejercida por la bestia era muy superior a la que él podía generar.
—Creo que ya habías conocido a Jagua, pero no sé si llegaron a tener una presentación formal. —Doctor Plague se puso en cuclillas a su lado, regodeándose—. Jagua, te presento a Vigilante... Vigilante, Jagua. —La ladrona gruñó fastidiada—. Ahora, Vigilante, presta atención, es importante. Quiero que entiendas de una vez por todas, que esta no es una pelea que puedas ganar, que, si sigues interfiriendo con mis planes, solo vas a lograr que mucha gente más muera. ¿Cuánta sangre crees que puedes soportar antes de quebrarte?
—Ya lo han intentado. Sigo aquí —desafió Vincent, aun luchando por liberarse—. Haz tu mejor intento.
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