18. Cae el telón (II)

En Silent Side, Vincent estudiaba con atención los detalles de su pelea con la ladrona, grabados por los visores en su máscara. Pudo superarla durante su primer encuentro, no sin evidente dificultad, pero no podía dejar de reconocer que no había intención asesina en los ataques de su enemiga.

La primera revisión del video reveló al menos tres oportunidades en las que ella podría haber acabado con su vida de haberlo deseado; en la segunda observó al menos dos más, y en el tercer repaso tan solo le quedó agradecer la amabilidad de su oponente y reprocharse. Era más lento, problema que no resaltaba al combatir contra sus oponentes humanos, los típicos pandilleros, mafiosos y criminales que representaban la mayor parte de los peligros en Krimson Hill, pero que se hacía cada vez más evidente a la hora de enfrentarse a neohumanos. No dependería de la suerte y la clemencia de sus oponentes en un futuro. Debía volverse más fuerte, debía estar más preparado, debía...

—¿No estaría más cómodo en ropa de entrenamiento? —preguntó Tom a sus espaldas, interrumpiendo sus rítmicos golpes contra el muñeco de entrenamiento.

—¿Vas a salir a pelear con ropa de entrenamiento? —repreguntó Vincent, que pausó el video y se volteó a ver al adolescente, que vestía el traje de Mirlo. —No, pero...

—Tienes que acostumbrarte al traje, volverte uno con él, que sea una segunda piel. Una de estas noches, el hecho de que te sientas cómodo para moverte en él podría significar la diferencia entre...

—La vida y la muerte. Sí, eso me sigues diciendo, y, sin embargo, noche tras noche me dejas entrenando aquí abajo, o me haces observar a la distancia cómo apaleas a alguien. —Vincent tan solo respondió alzando una ceja, y Thomas empezó a reconsiderar sus palabras—. Lo sé, lo sé. Cuando esté listo podré participar... solo digo que tal vez me quejaría menos si el traje me quedara bien, y podría mejorar aún más.

—Estoy trabajando en ello —respondió el detective antes de volver su mirada a la pantalla.

—¿Sí? Porque yo te veo muy ocupado repasando tu primera cita con la bola de pelos. —Vincent se giró una vez más para enfrentar al chico; él, consciente de que metió la mata, retomó su entrenamiento sin chistar.

Vincent no pudo evitar sonreír ante el atrevimiento del chico. Observó sus movimientos, cada vez más fuertes, cada vez más precisos, cada vez más fluidos. Mirlo le permitió salir al campo cuando él era mucho más débil e imprudente que Tom. Se preguntó si aquello era algo bueno o malo. ¿Mirlo confiaba tanto en él o tan solo era descuidado? ¿Tom no estaba listo para la acción o él temía exponerlo? Jamás quiso tener un sidekick, él mismo luchaba contra la idea de que Mirlo lo consideró uno. Seguro, no era la primera vez que contaba con un aliado, un compañero con quien ir a la batalla, pero los miembros del Escuadrón de Héroes eligieron poner sus vidas en la línea por su cuenta y eran infinitamente más capaces que Tom, y aun así...

El espectro de Venatrix amenazó con aparecer una vez más en su mente, recordándole sus errores, sus fracasos, cuando la voz de John Farrington captó su atención desde una de las pantallas de la base. Casi olvidó por completo que el debate se estaba en vivo, hasta que las palabras del comisionado captaron su atención.

—... y por eso es nuestro objetivo construir un hospital de última tecnología en New Bridge, y facilitar el acceso a salud de calidad a las miles de familias que habitan el barrio.

Una ronda de aplausos se escuchó. John sonrió complacido y asintió con la cabeza al público. Conforme los minutos del programa fueron pasando, el comisionado fue ganando confianza y comodidad para expresar sus puntos, mientras que su oponente, sulfurado y bocón, se ponía colorado al desarrollar sus ideas, que eran recibidas con tibios aplausos de parte de la audiencia en vivo, en claro desacuerdo.

En la pausa, los asistentes de Norman se acercaron para asegurarle que, según las redes sociales, estaba ganando el debate por una amplia diferencia, pero también sabía que su equipo de publicidad había gastado una cantidad ridícula de dinero para comprar bots que generaran un engagement positivo alrededor de su campaña y, a su vez, trollearan a la oposición y ahogaran cualquier crítica hacia él. El sexagenario no entendió una sola palabra de lo que esos treintañeros intentaban explicarle, pero asesores de su confianza le aseguraron que ese tipo de prácticas eran vitales para su triunfo, así que accedió. Sin embargo, Norman no era estúpido, y sus años en política le enseñaron que las calles eran la única medida real. Tenía la certeza de que allí, donde importaba, estaba perdiendo frente al novato de la política, y la idea le daba ganas de acogotar a sus asesores en vivo.

Su única esperanza estaba en lograr meterse bajo la piel de su oponente, irritarlo, hacerlo perder su norte. Confiaba en que podía hacerlo, tenía las armas para ello, y tras una larga espera, el momento llegó.

—Muy bien, señor Farrington, muchas gracias por atenerse a los tiempos pautados —dijo Dylan con alivio. La primera parte del debate fue más difícil de controlar de lo que esperaba. Entre la inexperiencia del comisionado en asuntos políticos y las constantes faltas de Norman, lo cierto era que esa noche estaba siendo una de las más estresantes de su carrera—. Con eso, cerramos el temario de salud y nos introducimos de lleno en uno de los puntos de preocupación más importantes para los votantes: la seguridad. Tiene la palabra el consejero, Norman Hoyle.

Norman dio un largo trago a la copa con agua. Era la quinta que se tomaba en lo que iba de programa, pero su garganta reclamaba más.

—Señores, me temo que me van a sobrar algunos minutos antes de que termine de hablar sobre este tema. Lo cierto es que mi propuesta es simple y clara: mano dura. Los criminales deben estar asustados de nosotros, no al revés. Lamentablemente, mi oponente no ve las cosas como yo. Él quiere desmantelar a nuestras fuerzas de seguridad, proteger al criminal, ayudarlo, darle una palmadita en la espalda y darle otra oportunidad... otra oportunidad de robar, matar o violar. Este es mi compromiso con ustedes: si ustedes me eligen para ser el alcalde de esta bendita ciudad, le daré a los policías las herramientas necesarias para hacer el trabajo, para limpiar las calles y destruir al elemento criminal que asedia a la ciudad sin cesar y que nuestro querido comisionado nunca pudo solucionar en su laaaaaaarga carrera en las fuerzas de seguridad. Lo cierto es que nuestro querido John ha estado viviendo de sus impuestos durante años, y no ha logrado cambiar nada. —Aquellas palabras afectaron el humor del comisionado, que cambió su sonrisa confiada por un ceño fruncido. Norman sonrió; sabía que estaba a punto de soltar la bomba—. O debería decir que no ha querido cambiar nada, después de todo, no es la primera vez que la familia Farrington se beneficia del crimen en la ciudad, ¿verdad, Johnny?

—Hijo de puta... —A pesar de que su micrófono estaba apagado, las palabras del comisionado resonaron por el estudio y se escucharon con claridad en cada hogar de Krimson Hill que sintonizaba el debate. John sabía a dónde iba, de lo que no estaba del todo seguro era si resistiría la tentación de asestarle un puñetazo frente a todas las cámaras.

—Te has tomado mucho trabajo para enterrar los archivos, y puedo ver por qué, digo... la gente de Krimson Hill miraría de otra manera a su heroico comisionado si supieran que su padre fue una basura criminal, un policía corrupto que ayudó a la familia Farrell a construir uno de los mayores imperios criminales de Inglaterra en el siglo XX. —El revuelo en el estudio de grabación frente a las declaraciones era claro, y se hacía sentir a través de la televisión; la situación no hizo más que empeorar cuando John abandonó su atril y se dirigió hacia el de Norman, dispuesto a zanjar esa conversación en ese mismo momento. Los guardaespaldas de ambos candidatos debieron entrometerse para evitar una confrontación física. Dylan Morrison no paraba de gritar; reclamaba orden, mientras que Norman sonreía de forma burlona al visiblemente enojado comisionado.

El caos se extendió durante algunos tensos minutos, al punto que los televidentes empezaban a cuestionarse cuánto tiempo más tardarían en ir a una pausa hasta que las aguas se calmaran. Sin embargo, Dylan hizo una leve señal a su equipo de que mantuvieran las cámaras encendidas. El caos era rating y, en su mundo, el rating era poder. Si no estuviera tan nervioso por la posibilidad de quedar en medio del altercado, el presentador habría sonreído de oreja a oreja mientras observaba la escena desarrollarse.

Fue la intervención de Sonya Farrington la que calmó las aguas y permitió que el comisionado detuviera su marcha. La mujer rubia, entrada en años, elegante pero sencilla, se había abierto paso entre la muchedumbre y con unas pocas palabras logró calmar a su esposo. Ambos candidatos volvieron entonces a sus puestos al cabo de un rato, pero era evidente que el ambiente cordial presente hasta entonces era cosa del pasado. Norman volvía a sentirse en control, a tener las riendas de la situación, mientras que John Farrington luchaba contra su impulso de abandonar el estudio en ese mismo instante. En un momento de relativo silencio, Dylan volvió a dirigirse a la cámara y a su audiencia.

—Lamento mucho que hayan tenido que ver eso. Sepan que este programa no avala el uso de la violencia para la resolución de conflictos. Creemos en el poder de la palabra, en el poder de la conversación y en que, mediante ella, podremos resolver nuestras diferencias y trabajar juntos por un mejor mañana. —Las palabras sensibles y aparentemente sinceras del anfitrión fueron recibidas con aprobación de parte del público, que con sus aplausos acalló poco a poco el caos anterior. Por dentro, Dylan se preguntaba qué imagen usarían de él en la primera página de los periódicos del día siguiente, cuánto tardaría la BBC en pedirle metraje de su programa. No dejó que esas ideas lo distraigan, y con la misma intensidad y tono se dirigió a los candidatos—. Señores, sepan que no volveré a tolerar que se falten el respeto de esta manera. Si alguno de ustedes vuelve a dejar sus atriles, cancelaremos el debate sin más, ¿está claro? —Ambos asintieron—. Bien, dicho sea eso... señor Hoyle, su tiempo de exposición acabó. Comisionado Farrington, tiene derecho a réplica. Solo... mida sus palabras.

Un momento de silencio incómodo se generó mientras John acomodaba algunos papeles en su atril y se aclaraba la garganta. Intentó empezar a leer, pero las palabras se nublaban frente a sus ojos, un nudo trababa su garganta y en su pecho las emociones todavía no se calmaban. Tras bambalinas, su equipo rogaba que hablara, que se apegara al guion, pero John supo que no podía dejarlo pasar, que no iba a poder enterrarlo. Dejó las palabras a un lado y dedicó una intensa mirada al público allí presente.

—Cuando tenía trece años, mi padre me sentó una noche en la cocina, me abrazó, me besó en la frente y me dijo que me amaba antes de dirigirse a la puerta. Antes de salir me dijo unas palabras que me llevó mucho tiempo comprender. Él me dijo que los únicos buenos policías... no eran policías. Más tarde, esa noche, su compañero estaba en mi puerta diciéndome que había muerto. —Todo el estudio se encontraba en vilo atento a las palabras del comisionado. Algo en su voz, en la cadencia de sus palabras, comandaba a escucharlo, algo que tomó por sorpresa a la audiencia acostumbrada a oírlo hablar prolijamente sobre sus propuestas. Sin embargo, esa voz era sumamente familiar para Vincent y Rebecca, que habían escuchado a Farrington dirigirse a sus subordinados con ese mismo tono en momentos de gran crisis para la ciudad—. Durante mucho tiempo estuve enojado con él, ¿cómo no hacerlo? Después de todo, murió en una balacera contra sus mismos compañeros, que lo atraparon negociando con los Farrell por unas monedas. Fue por él que me uní a la policía, quería limpiar el nombre Farrington, quería... —La voz del comisionado se quebró un poco—, quería enmendar el mal que habíamos causado a esta ciudad. Pero algo siempre me molestó de toda esa situación... sus últimas palabras. Pasé más de una noche en vela, intentando descifrar qué quiso decir con eso... "los únicos policías buenos no son policías".

El tiempo de exposición corría, pero nadie prestaba atención a cuánto restaba, ni siquiera Dylan Morrison, que estaba seguro de que la historia del comisionado bastaría para asegurarse de que su programa fuera de lo único que se hablara en los medios al menos durante un mes.

»Entendí el sentido de aquellas palabras la primera vez que me ofrecieron un soborno. —Un nuevo silencio se instaló en el estudio, pero John no lo dejó perdurar y continuó—. No tardaron mucho, fue apenas dos meses después de que dejé la academia, y me enorgullece decir que no tomé ese sobre, aunque eso resultó en que una semana después me agarraran en un callejón y me reventaran una rodilla con un bate. Sin embargo, lo que mis compañeros no comprendieron es que ese día me liberaron, me dieron sentido. Verán, lo que mi padre me quiso decir aquel día no fue que no había buenos policías, como muchas veces lo interpreté, sino más bien que un buen policía... el que se apega a las reglas, el que no abusa de su poder y lucha contra la corrupción siempre presente, tiende a no llegar muy lejos en la fuerza, mi padre, siendo un ejemplo de ello. Verán, los informes que Norman ha conseguido respecto a mi padre son reales, pero lo que figura en ellos dista mucho de la verdad. Lo cierto es que él estaba listo para destapar una olla de corrupción en la policía de Krimson Hill que habría terminado con la mitad de la fuerza tras las rejas, y fue por eso que lo mataron y arrastraron su nombre por el barro.

»Los únicos policías buenos no son policías... —recitó John, y una sonrisa asomó en su rostro—, porque la institución que es la policía está tan corrupta por dentro que corrompe o expulsa a los policías que quieren hacer el bien, o bien fuerza a mirar a otro lado cuando ve la corrupción a su alrededor, y así, el buen policía pasa a ser un mal policía. Hice el trabajo de mi vida convertir a mi padre en un mentiroso, en despojar de sentido sus últimas palabras hacia mí... trabajé día y noche para enfrentar a la corrupción que carcome el alma de esta ciudad, esa misma corrupción que mató a mi padre, y que se cobró la vida de mi hijo. —Alzó la mirada y notó que Sonya lloraba, él mismo tuvo que contener las lágrimas—. Y creo que hoy estoy más cerca que nunca de cumplir mi objetivo. Kurt Walker y sus Profetas de la Furia cayeron, y con ellos pudimos arrasar gran parte de los problemas de corrupción que aquejaron a Krimson Hill durante toda su existencia. La comandante Rebecca Miller es el nombre en que deben pensar, ella y todo su equipo me hace enorgullecerme día a día de haber luchado, de haber resistido y de seguir haciéndolo...

—Comisionado, el tiempo... considerando los excesos de su contrincante, voy a darle unos minutos más para exponer sus propuestas en materia de seguridad, pero no abuse de él. —Dylan habló para intentar redirigir la conversación, Norman se quejó por aquella cortesía, pero sus palabras quedaron mudas gracias a que la producción cortó su micrófono.

—Mis propuestas en materia de seguridad son mis propuestas en todas las otras áreas. Quiero que Krimson Hill sea un lugar que la gente elija para vivir, donde pueda acceder a una vivienda digna, a un sistema de salud y educativo de calidad, donde cada ciudadano pueda, en libertad, elegir su camino, crecer y vivir. No es mi intención "desmantelar" a las fuerzas de seguridad, como sugirió Norman, sino redirigir los millones que invertimos en seguridad hacia otras áreas para así reducir los índices de criminalidad, y a su vez convertir a la policía de Krimson Hill en un ejemplo a seguir, no solo en Inglaterra o el Reino Unido, sino en el mundo.

Las propuestas de John fueron recibidas con un aplauso moderado, no porque no sonaran bien en principio, sino porque el ambiente en el estudio seguía tenso.

Dylan, ya un poco más relajado y en control, asintió y agradeció al comisionado su contribución, antes de dirigir la mirada a Norman, que todavía parecía regodearse en la situación vivida hacía unos momentos.

—Concejal, la palabra es suya para la réplica —informó el presentador.

—Mi pregunta para mi contrincante es evidente. Digamos que podemos tragarnos toda esta historia lastimera sobre su padre y su hijo... ¿cómo pueden los ciudadanos de Krimson Hill confiar en la persona que lleva años en la fuerza sin poder resolver el problema de la inseguridad que asola la ciudad? Desde que John trabaja para la policía, hemos tenido no uno, ni dos, sino hasta tres enmascarados distintos actuando por encima de la ley en la ciudad, ¿y cómo pueden los ciudadanos sentirse protegidos cuando el único de estos que parecía dispuesto a limpiar las calles de la ciudad, el comandante Kurt Walker, es tratado como un simple criminal y lanzado a pudrirse en un agujero?

—La respuesta a su pregunta es simple, señor concejal... los ciudadanos de esta ciudad no van a ser protegidos. —Una nueva voz resonó en el estudio, desconocida para la mayoría de los televidentes, pero tan pronto como la oyeron, Charles, Rebecca y Vincent casi saltan de sus asientos.

Antes de que alguien pudiera reaccionar, los gritos de horror se dispararon entre la audiencia, y la cámara, que enfocaba a los candidatos, apuntó a la tribuna, donde hombres armados y con atuendo militar tenían en la mira a la audiencia y les gritaba que permanecieran quietos. Por las escaleras que conducían desde la tribuna al escenario, la misma por la que Dylan solía pasar en determinados momentos de su programa para acercar su micrófono y escuchar las opiniones de los miembros de su audiencia, ahora el doctor de la peste bajaba de forma imponente, en dirección a los candidatos.

Los guardaespaldas de Norman y John unieron fuerzas y se lanzaron contra él; su mera presencia comprometía la seguridad de sus empleadores. Cuando los primeros tres cayeron al suelo con cortes en sus cuellos, el cuarto desenfundó su pistola y disparó unas cinco veces contra el doctor de la peste, pero él esquivó los proyectiles con tal facilidad que el tirador no pudo hacer otra cosa que quedarse helado. Antes de que pudiera reaccionar, uno de los kukris del villano voló y se clavó en la frente del último guardaespaldas en pie, que cayó desplomado en cuestión de segundos.

El doctor de la peste apenas y se agachó para recuperar su arma antes de alcanzar a Dylan Morrison, que, tembloroso, trató de mantener su terreno. Había aprendido una lección en su primer día como conductor: nunca mostrar miedo. Sin embargo, en ese momento le resultaba particularmente difícil, mirando a los relucientes cristales rojos que adornaban la máscara del villano, que ahora se encontraba a escasos pasos de él.

—¿Qué... qué es todo esto? ¿Qué quieren de nosotros?

Todo. —Sin más, el enmascarado tomó a Dylan del cuello y lo levantó con facilidad unos cuantos centímetros del suelo.

John quiso reaccionar, pero ya se encontraba rodeado por otra tropa de sujetos armados que evitaban que avanzara.

Dylan podía sentir la presión creciente en su cuello, la sangre acumularse en su cabeza, su respiración interrumpida y desesperada. Supo entonces que iba a morir en el estudio. Con su último pensamiento, se preguntó cuánta gente lo estaba viendo en ese momento... seguro serían millones. Casi sonríe.

Con un movimiento leve de su mano, el enmascarado rompió el cuello del presentador, cuyo cuerpo se desplomó en el suelo con un sonido seco. La cámara se mantenía encima del asesino, que pronto se volteó a verla y respiró.

—Damas y caballeros... vengo en nombre de La Muerte Roja, para traerles un mensaje: Krimson Hill pronto se teñirá en rojo con la sangre de sus ciudadanos y luego... toda la nación. Mi nombre es Doctor Plague, y les prometo un espectáculo como nunca han visto... así que no cambien de canal. Acomódense en su asiento, suban el volumen y presten atención. La noche no ha hecho más que empezar.


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