17. Desconocidos en la noche

Vigilante apuntaba con sus binoculares al lujoso edificio de Diamond Communications. El neón del cartel del frente bañaba la calle y al héroe con una tenue luz turquesa, que se mezclaba con los reflejos provenientes de las luces de la calle. A esa hora, no era un lugar muy transitado; fuera del sonido de algún auto al pasar, no había mucho que escuchar u observar. Todo parecía tranquilo, lo que, irónicamente, hizo sentir más ansioso al detective. No había ventanas rotas, alarmas sonando o guardias desmayados. Nada parecía indicar que un robo se llevaba a cabo, pero ese parecía ser precisamente el modus operandi del escurridizo ladrón que rastreaban.

El sonido de la cuerda de la pistola de garfios de Tom lo hizo bajar los binoculares y esperar al muchacho, que en un santiamén se encontró en el tejado junto a él, vestido con el traje de Mirlo. Debía hacer algo para arreglar el atuendo del pobre chico. Los puntos débiles de la prenda eran evidentes, y el tamaño del mismo hacía que se viera incómodo a pesar de los claros intentos del adolescente por ajustarlo a su cuerpo. Si cualquiera de esos problemas salían a relucir en batalla, podía significar la muerte para ambos.

—Lamento decirlo, pero creo que vinimos aquí por nada —confesó con algo de decepción el chico—. Revisé los alrededores, y no hay ningún movimiento sospechoso.

—¿Qué hay de lo que te dijeron tus amigos?

—Los imbéciles no saben bien lo que vieron. —El joven sonaba frustrado—. Carl me dice que vio un... ¿pájaro? No sé, algo grande, que volaba. Otto que vio a alguien saltar de un edificio a otro en dirección a esta torre. Ah, y Mary me dijo que vio a un grupo de guardias corriendo hace un rato, como si siguieran a alguien, pero que tras un rato se frenaron, se miraron las caras un poco y se dispersaron sin más.

—Mmmm. —Fue la única respuesta de Vincent, que volvió a alzar los binoculares para apuntar al edificio.

Tom lo observó trabajar durante algunos segundos, no del todo convencido de que Vincent se tomara en serio sus observaciones. De todas formas, optó por no cuestionarlo. Había sido una noche de emociones fuertes, no quería generar más roces y, si debía ser honesto, le alegraba que lo hubiera invitado a salir del sótano de la fábrica donde pasó tanto tiempo durante las últimas semanas.

—Voy a entrar —declaró Vincent al cabo de algunos minutos de silenciosa contemplación, y tendió los binoculares a Tom, que los agarró instintivamente.

—Espera, ¿qué? ¿viste algo?

—No.

—¿Entonces? —preguntó Tom, confundido.

—Ya estamos aquí. Más vale prevenir que curar.

—Bien, supongo que no perdemos nada. Vam...

—Tú te quedas aquí. —Tom alzó la mirada, preparado para protestar, pero Vincent lo detuvo antes de que pudiera siquiera pronunciar una palabra—. Voy a necesitar ojos en el exterior. Si alguien entra o sale del lugar mientras yo lo investigo necesito que me informes, lo mismo que si me encuentro con nuestro misterioso ladrón y se me escapa. Vas a ser mi última línea de defensa.... por no mencionar que aún te corresponde un castigo mínimo, considerando lo que hiciste más temprano.

Al chico no le gustaba nada la idea de quedarse atrás, y aunque sabía que las explicaciones de su mentor, si era que podía llamarlo así, tenían sentido, no dejaban de ser excusas para poner un poco de distancia entre ambos y dejarlo fuera de la acción. Una sola conversación sincera y un abrazo no bastarían para limar las asperezas que aún quedaban entre ambos, y era evidente que Vincent consideraba que aún no estaba listo, y si debía ser honesto, lo más probable era que tuviera razón. Odiaba tener que admitirlo, pero era probable que aprendería más si observaba al veterano trabajar que echándose a recorrer los pasillos oscuros y vacíos del edificio que tenían enfrente.

Aun así, el chico fingió su mejor cara de desacuerdo. Agradeció en su fuero interno tener un tiempo de descanso después de una noche difícil y vio a Vigilante lanzarse a la noche una vez más en dirección al edificio de Diamond Communications.

El edificio de la megacorporación era chato y redondo, con fachada de vidrio y metal. Por suerte, también era muy consciente de su función. Vincent, que en su carrera había irrumpido incluso en prisiones de máxima seguridad, no tuvo problemas para encontrar un hueco por el cual escabullirse dentro y eludir a los aburridos guardias de seguridad que recorrían los pasillos.

Corría con ventaja. Hawk Security había brindado sus servicios a la empresa antes de su disolución posterior al escándalo con Los Profetas de la Furia, y entre los archivos que descargó la noche que se infiltró en el nido de los halcones se encontraban las esquemáticas de seguridad del edificio. Vincent las estudió con detalle, junto a su aprendiz (odiaba aquel término, pero no encontraba una mejor manera de definir su relación con Tom), y memorizó cada entrada, salida, ducto de ventilación, escalera de incendios... todo lo que pudiera darle ventaja para entrar al lugar, o escapar en un apuro. Sabía también que los planos y esquemas con los detalles sobre los recorridos de los guardias de seguridad y la ubicación de las cámaras estaban desactualizados, pero no pudo dejar de notar que la junta directiva de Diamond Communications optó por el plan más barato de Hawk Security, y confiaba en que los tacaños directivos de la empresa no habrían invertido mucho más cuando les tocó hacer el cambio de compañía.

Con seguridad y sigilo, Vincent se abrió paso hacia el tercer piso, donde sabía que se encontraba el laboratorio. Allí, los empleados de la empresa trabajaban en el prototipo de antena del que les advirtió su misterioso "aliado".

El trayecto fue directo y bastante aburrido, al punto que deseó haber traído a Tom para poder explicarle las mejores maneras de desactivar cámaras de seguridad a distancia, detectar alarmas escondidas o eludir a los guardias que recorrían el sector. Sería trabajo liviano, pues los aburridos agentes de seguridad estaban bastante adormilados y, en lugar de llevar armas de fuego, cargaban pistolas taser, lo que evitaba que presentaran un riesgo demasiado grande para el chico en caso de que diera un paso en falso. En su aburrimiento, la mente del detective divagó hacia el pasado.


—Ellos no te estarán buscando, esa es tu ventaja. Recuerda lo que aprendiste. Conviértete en una sombra entre las sombras —le dijo Mirlo con su voz profunda y calmada, mientras observaban un depósito de armamento de K.O a la distancia—. Controla tu respiración y controlarás tu corazón, controla tu corazón y controlarás tu mente. Mantente enfocado en el momento, observa todo lo que está pasando y podrás ver sus debilidades aún antes de que ellos hayan notado que estás ahí.

—¿Y si me ven? —preguntó Vincent, con temor en su voz.

—Entonces luchas hasta el final —replicó con serenidad Mirlo—. Yo estaré justo aquí. Si algo llegara a ocurrir, intervendré, pero sé que lo harás bien, ¿sí? ¿Estás listo? —Vincent asintió y se lanzó al peligro.


Aquella fue la primera noche, después de meses de entrenamiento, en que Mirlo lo dejó adentrarse en solitario a un sitio hostil, como él solía llamar a los lugares en donde se encontraban sus enemigos. Su objetivo era entrar y colocar rastreadores en las cajas de armamento sin que lo detectaran, para luego ver hacia dónde eran distribuidas, y ambos convinieron que un chico pequeño vestido de negro pasaría mucho más desapercibido que un gigante disfrazado de pájaro.

Vincent recordó lo difícil que fue cumplir con el encargo de Mirlo. Ahora, mientras recorría los pasillos de Diamond Communications, se preguntaba si Mirlo alguna vez habría sabido por qué estaba tan asustado esa noche. No era por el peligro que la misión en sí representaba, se enfrentó a los secuaces de K.O. en otras ocasiones y había logrado salir airoso (a duras penas). No, lo que en verdad aterraba al joven Vincent Hardy era la idea de fallarle a Mirlo, de decepcionar a su héroe... de volver a quedarse solo.

Esperó que Tom no hubiera depositado semejantes esperanzas en él, que entendiera que no podía ser el héroe que quería, que necesitaba, que estaba destinado a fallarle y a alejarse tarde o temprano. Pero también se hacía la idea de que Tom tampoco lo respetaba tanto como él respetó a su mentor, ¿y por qué debía hacerlo? Le falló incluso antes de tomarlo bajo su ala, el día que se alejó de Krimson Hill y lo obligó a usar aquel traje. Y, sin embargo, debía admitir que Tom no era como él en su juventud. Seguro, tenían algunos puntos en común, pero el chico era mucho más rebelde de lo que él alguna vez lo fue, mucho más valiente e independiente. Aun si después de su travesura nocturna hubiera optado por quitarle el traje y retirarse, tenía la certeza de que Tom no tardaría más de una semana en construirse un atuendo improvisado y continuar su labor donde la dejó.

El chico había tomado su decisión... como él lo hizo en su momento. Y sin embargo, pasó casi dos años vagando alrededor del mundo, peleando contra culpables fantasmas de su situación: Darksaber, Lucifer, Lady Morpheus, Mirlo, el padre Esteban, Ryan, Mago Universal. Todos esos nombres se agolpaban en su mente borracha y confundida, tratando de justificarse, tratando de darle algo de sentido a sus fracasos, a su propia debilidad. Ese día llegaba a la terrible realización de que él era el único responsable de su destino, y de la situación en la que se encontraba. Él mismo se metió en el abismo... y solo él podía salir.

Respiró. Sus pensamientos habían acelerado su corazón, tenía que enfocarse.

Su mente divagó tanto, que apenas y se dio cuenta de que alcanzó su objetivo. Se encontraba en la puerta que daba al tercer piso, solo restaba abrirse camino hasta el laboratorio, comprobar que todo estuviera en orden y emprender su retirada. Tras dejar sus cavilaciones en el umbral, Vigilante se adentró en los oscuros pasillos que lo esperaban, y en solo unos minutos dio con el pasillo que conducía al laboratorio.

El sonido de unas puertas automáticas abriéndose más adelante lo forzó a detenerse. Se apoyó contra la pared y se ocultó tras una columna, sumiéndose en la oscuridad.

—Dos y quince de la madrugada. Cuarto piso. Laboratorio este. Despejado —anunció el guardia que acababa de abandonar la habitación, y procedió a bostezar—. Mierda, tengan el café listo en la sala de descanso, necesito una dosis.

Vincent vio la linterna dirigirse en su dirección y retrocedió un poco más. Redujo su respiración para quedarse totalmente quieto.

«Una sombra en las sombras», recordó las palabras de su mentor.

El despistado guardia pasó justo al lado de él, sin siquiera percatarse de su presencia, y cuando se hubo alejado lo suficiente, Vigilante volvió a respirar. Se movió con ligereza para colocarse al otro lado de la columna, y lo hizo en el momento justo. El guardia pareció percibir algo y se dio vuelta, alumbrando el pasillo vacío con su linterna una vez más antes de encogerse de hombros y continuar su marcha.

«Las sombras no hacen ruido», se reprochó con fastidio.

Parecía que, a pesar de todo el tiempo que pasó usando el traje en las últimas semanas, no podía volver a su mejor versión.

Vincent aguardó algunos segundos más. Cuando dejó de escuchar las pisadas del guardia de seguridad, se alejó de la columna y continuó su camino. Sabía que tendría unos veinte o treinta minutos antes de que la próxima ronda de vigilancia pasara por el lugar. Tiempo más que suficiente para que comprobara con sus propios ojos la situación y partiera, tal vez incluso podría ir a patrullar con Tom durante algunas horas, si el chico estaba dispuesto...

El tren de pensamientos se detuvo en seco cuando la puerta automática del laboratorio se abrió frente a él, y una intensa luz verde lo sorprendió. Chocó con un cuerpo, una mano se apoyó en su pecho y la suya se deslizó por coincidencia alrededor de la cintura de quien estuviera frente a él. Una milésima de segundo después, Vigilante lograba distinguir que aquel fulgor verde provenía de unos visores de visión nocturna... y que quien estaba frente a él sostenía en sus manos la antena que él buscaba. Había dado con su ladrona.

La mujer, tan sorprendida como él, al darse cuenta de la situación en la que se encontraba, intentó alejarse, pero el agarre del enmascarado se volvió más fuerte y se le impidió. Sin embargo, antes de que él pudiera intentar algo, la ladrona se le adelantó con un cabezazo directo al rostro, que lo forzó a reducir su agarre y darle el espacio justo para zafarse de sus manos.

Vincent sintió el sabor metálico de la sangre en su boca; la ladrona permanecía quieta en el laboratorio, estudiaba a su oponente en búsqueda de vías de escape. Desde esa distancia, el detective pudo observar un poco mejor a su rival. Ella era apenas un poco más baja que él, pero podía notar por su contextura y su ajustado traje que su cuerpo estaba bien entrenado; de su rostro, el detective solo le apreciaba el cabello oscuro sostenido por una ajustada trenza que evitaba que la interrumpiera mientras llevaba adelante su labor, el resto de su cara estaba cubierta, en parte por los visores nocturnos, y el resto por un pañuelo negro. En la limitada luz del laboratorio, Vincent logró distinguir que el resto de su atuendo se componía de un entero cuyo color central era el naranja, con detalles negros en sus brazos y piernas, guantes que resguardaban sus manos y unas sofisticadas botas que evitaban que emitiera sonido al moverse.

La tensión entre ambos era palpable, pero al observar la quietud de la ladrona, Vincent optó por intentar razonar.

—Tienes una sola oportunidad para dejar la antena y rendirte. —La ladrona tomó una postura defensiva, y Vincent hizo lo propio alzando sus manos, listo para dar batalla—. O podemos hacer esto por las malas.

Vigilante amagó un movimiento y eso bastó para que la ladrona cambiara su estrategia y se lanzara al combate. Él esquivó puñetazos y bloqueó patadas tan rápido como pudo. Entendió entonces que el hecho de que todos los robos hasta ese entonces se hubieran realizado sin alzar alarmas o batirse a duelo contra los guardias de seguridad no fue por falta de habilidades, sino que se trató de una muestra de cortesía (y piedad) hacia los empleados.

«Muay Thai, karate, capoeira, krav maga», reconoció Vincent los estilos de pelea de su oponente, mientras su cuerpo absorbía los golpes, algunos con gracia, otros con pena.

Sin embargo, a pesar del creciente dolor que lo invadía, el héroe estaba concentrado en el combate, y bastó un solo paso en falso de la ladrona para que pudiera responderle con una patada bien colocada, que impactó en la antena que aún sostenía y la envió a rodar por el suelo del laboratorio. Fue entonces que soltó sus manos y comenzó a responder los ataques, forzándola a retroceder. Sin embargo, la defensa de ella era feroz, agresiva y ansiosa. No estaba acostumbrada a estar en esa posición, acorralada, y Vincent supo que podía utilizar eso a su favor.

En su apuro por deshacerse del molesto enmascarado, la ladrona giró todo su cuerpo e intentó asestar un brutal codazo al rostro de su oponente, pero él giró en el momento justo para colocarse a sus espaldas. Antes de que pudiera reaccionar, él ya la había tomado por el brazo y se lo había doblado hacia su espalda, ejerciendo una presión que amenazaba con quebrarla. Intentó moverse, pero el veloz héroe la tomó por el cuello y la trajo contra él; evitó que se moviera, pero alivió a su vez el dolor en el brazo.

—Intentemos esto de nuevo, ¿te parece? —le susurró en el oído—. Puedo ser más gentil si lo prefieres.

Ella gruñó con molestia, y procedió a dar un fuerte pisotón al pie de Vigilante, que no pudo evitar retroceder un poco, dándole espacio a su enemiga para liberarse. En un intento por mantener el control de la situación, Vincent se estiró para sujetarla, y ella aprovechó la oportunidad para tomarlo del brazo y arrojarlo al suelo con un solo movimiento. Al recuperarse de la dolorosa caída, el detective intentó ponerse de pie, pero la ladrona se posó por encima de él y lo tomó con fuerza por el cuello con una sola mano.

—Usualmente me invitan una copa antes de esto —señaló Vigilante desde la incómoda posición en que se encontraba.

—¿Alguna vez te callas? —masculló la ladrona con fastidio, su voz era distorsionada por el pañuelo que le cubría la boca.

—Debiste conocerme en mi mejor momento. Una vez hice llorar a uno de los secuaces de Cronos frente a él, fue triste y divertido a la vez.

La broma no causó gracia a la ladrona que, para sorpresa del detective, incrementó la fuerza de su agarre muy por encima de lo que él hubiera pensado posible para alguien de su contextura. Aquel súbito incremento en su fuerza cobró sentido cuando pudo sentir las manos de la ladrona cambiar lentamente, se transformaban en garras que amenazaban con cortarle el cuello de un solo zarpazo. Su enemiga alzó su brazo libre, ahora también coronado por una garra, pero justo cuando estuvo por golpearlo en el rostro, Vincent levantó sus caderas y logró desestabilizarla. En el choque, ambos cambiaron de posiciones; él quedó por encima, la sujetaba de las manos para evitar que se moviera.

—¿Tienes alguna sorpresa más que me quieras mostrar? —tentó Vincent, que luchaba para mantenerla quieta.

—No te das una idea —amenazó ella; su voz sonó más profunda, casi animalesca.

La fuerza de la ladrona aumentaba segundo a segundo, haciéndole saber que sería solo cuestión de tiempo hasta que se liberara y volviera a tomar el control de la pelea. Vigilante optó por poner algo de distancia entre ambos y, tras soltarla de repente, giró hacia atrás y sacó sus tonfas de la funda, preparado para continuar la batalla.

La ladrona se puso de pie con una agilidad increíble, y con un rugido animal se lanzó contra él, que debió reaccionar velozmente para evitar los primeros zarpazos y poder estabilizarse. Vincent siguió bloqueando los violentos ataques de su enemiga, retrocedió más y más hasta quedar con la espalda apoyada contra el gigantesco ventanal del laboratorio. Vigilante se agachó justo a tiempo; las garras de la ladrona impactaron contra el vidrio y se arrastraron contra él, provocando un chirrido espantoso que retrasó levemente sus movimientos y abrió una oportunidad al héroe para contraatacar. Desde esa posición, Vincent asestó un preciso puñetazo en el abdomen de la ladrona y, casi al mismo tiempo, utilizó su tonfa izquierda para golpearla en la rodilla, forzándola a agacharse. Sin dudarlo un segundo, Vincent giró ambas tonfas en sus manos y subió con un brutal golpe que impactó directo en el mentón de su enemiga. El impacto fue tal que la neohumana cayó de espaldas, y aunque con rapidez logró ponerse de pie, el leve tambaleo de su cuerpo delataba que el golpe le causó daño.

Vincent aprovechó el momento para lanzarse hacia adelante y ser él quien marcara el paso del combate. Su oponente tomó un monitor cercano de uno de los tantos escritorios que ocupaban el laboratorio y lo lanzó a toda velocidad contra él, pero supo responder y lo desvió de un solo golpe contra el suelo antes de trabar combate con ella una vez más.

La frustración de la ladrona se volvía evidente cada segundo que la pelea se extendía, y Vincent observó entonces que más cambios comenzaban a ocurrir en su cuerpo. Sus piernas, antes humanas, ahora se habían deformado en ángulos animalescos, más similares a las patas traseras de un gran felino que a las de una persona, y sus orejas, que antes sobresalían levemente por los costados de la máscara, ahora eran puntiagudas.

«Sus emociones afectan su control sobre sus poderes», dedujo el detective. Era un patrón que notó en sus enfrentamientos con otros neohumanos. Si perdían el control de sus emociones, perdían el control de sus poderes, y si perdían el control de sus poderes... él tendría una ventaja.

Redobló sus esfuerzos, con un especial hincapié en fastidiar a la ladrona de cuantas formas pudiera. A veces bastaba con utilizar las sillas y mesas del laboratorio como obstáculos para ganar algo de distancia, otras dar golpes ligeros, pero molestos, en diversas partes de su cuerpo, y a veces se contentaba con trabar batalla y asegurarse de que lo viera sonreír estúpidamente como si la pelea fuera lo más divertido del mundo. Sin embargo, la sonrisa ocultaba una realidad preocupante: se estaba cansando, su cuerpo empezaba a ceder frente a la incansable energía y ferocidad de los ataques de su enemiga, y sería solo cuestión de tiempo hasta que cometiera un error, y entonces todo se acabaría.

Sin embargo, debía reconocer que su estrategia estaba funcionando. Los ataques se volvían más poderosos, difíciles de bloquear por su fuerza bruta. La ladrona llegó a provocarle unos profundos cortes en el pecho con sus garras, pero más predecibles y descuidados, lo que abrió nuevas oportunidades para que Vincent respondiera. Con esa ventaja, el héroe asestó un brutal golpe de revés al rostro de su oponente con una de sus tonfas, y lo siguió con una patada al pecho que la volvió a lanzar hacia la oscuridad del laboratorio.

La ladrona aterrizó en cuatro patas y Vigilante la vio intentar contener sus poderes sin demasiado éxito. Una cola creció a sus espaldas, su cuerpo pareció volverse más muscular, animal, y, sin poder contenerse, sus garras, ahora cubiertas de un pelaje fino, arrancaron la máscara y los visores que le cubrían el rostro, convirtiéndolos en jirones esparcidos por el suelo del laboratorio. Las sombras ocultaban la mayoría de sus facciones, pero Vincent podía notar que se tornaron felinas, similares a las de un puma o un león. Los ojos amarillentos de la ladrona brillaban en la oscuridad con una intensidad sobrenatural, atrayendo la atención de Vincent, hasta que abrió la boca y mostró sus afilados colmillos.

Vigilante se preparó para enfrentarse a la bestia, cuando un sonido a su derecha llamó su atención. La puerta automática del laboratorio se había abierto, y un guardia de seguridad apareció en el umbral, con un café en mano y cara de sueño. El trío quedó congelado por un segundo. Vincent notó que los ojos amarillentos de la ladrona se clavaron en el recién llegado, y supo qué iba a ocurrir a continuación.

Con un rugido bestial, ella se lanzó en cuatro patas hacia el guardia de seguridad, que dejó caer el café al suelo e intentó inútilmente alcanzar su pistola taser, con sus dedos resbalando contra la funda. Sin hesitar, Vigilante se interpuso entre los dos y empujó al asustado guardia hacia el pasillo, pero quedó expuesto al ataque de la criatura.

Apenas y llegó a entender lo que ocurría. El peso completo de la bestia cayó sobre él y lo lanzó al suelo. Los colmillos no tardaron en perforar su carne y clavarse a la altura de su hombro. Habría hecho añicos sus huesos si con su mano libre no la hubiera sujetado del cuello con toda su fuerza para intentar alejarla.

Vincent gruñó en el suelo, intentaba luchar contra la ladrona, que parecía haber perdido el control por completo, pero entonces lo notó... sus ojos, amarillentos y felinos, expresaban una duda muy humana. Vincent la vio luchar contra la bestia, intentar liberarse sin éxito en un principio, hasta que, poco a poco, su agarre empezó a volverse más suave. La ladrona parecía estar a punto de soltarlo, cuando entonces el guardia, que aún no había logrado ponerse de pie tras el empujón de Vigilante, alcanzó su pistola taser y la disparó contra el animal que yacía sobre su salvador.

La corriente eléctrica le recorrió el cuerpo; la forzó a soltar al héroe y alejarse para recuperarse. Vincent luchó por ponerse de pie, sujetándose la herida abierta, aún interpuesto entre el guardia y la depredadora, que, en las sombras del laboratorio, se contorsionaba, y poco a poco recuperaba su aspecto humano. En esas condiciones, Vincent solo pudo observar que los ojos de su oponente seguían brillando con aquel fulgor amarillento... y una cosa más: en medio de ambos se encontraba la tan codiciada antena que buscaban.

Vincent supo que iba a ir por ella y, sin perder el tiempo, disparó su pistola de garfios contra el dispositivo, atrayéndolo hacia él para ponerla a resguardo. La ladrona respondió con un gruñido de frustración.

El guardia de seguridad que los interrumpió ya contactaba por radio a sus compañeros en búsqueda de apoyo, y ordenaba llamar a la policía. Consciente de que fue superada, la intrusa buscó algo en su cinturón y, al cabo de un segundo, arrojó un diminuto explosivo contra la ventana a sus espaldas. El vidrio se hizo añicos y dejó entrar una potente correntada de viento.

Ante la mirada atónita de Vigilante, ella corrió y se lanzó al vacío. Tan pronto como se encontró en el exterior, giró en el aire y su cuerpo tomó la forma de una gigantesca ave, que, por la distancia y la oscuridad, el detective no pudo distinguir con claridad suficiente para identificarla. En cuestión de segundos, la misteriosa ladrona se perdió en la distancia, y solo quedaron el guardia y Vigilante mirando el horizonte.

—¿Qué mierda fue todo eso? —preguntó el seguridad.

—Ojalá pudiera responder —replicó Vincent.

Intentó moverse, pero desde la mordida en su hombro se desprendió una descarga de dolor que lo obligó a detenerse. Soltó un quejido en el proceso.

—Oye... ¿estás bien? —preguntó el guardia—. Me... me salvaste... —dijo sin esperar respuesta, dándose cuenta de lo cerca que estuvo de ser aparentemente devorado por la inexplicable criatura.

—Escucha, tengo que llevarme esto —dijo Vincent, alzando la antena tan alto como pudo con sus heridas—. Venían por ella, y no se detendrán hasta tenerla.

—Hermano, no me pagan lo suficiente para cuidar los juguetes de estos ñoños. Llévate lo que quieras, solo... —El guardia respiró con profundidad—. Deberíamos hacerlo ver real... —Vigilante asintió, entendiendo a lo que se refería, y se preparó para asestarle un golpe, cuando el guardia alzó las manos—. ¡Espera, espera, espera! Mis compañeros están subiendo por las escaleras, y el protocolo indica que debemos interrumpir el funcionamiento del elevador... si logras abrir la puerta desde afuera, el ducto del ascensor va a ser seguro para que bajes y desaparezcas antes de que te encuentren. Ah, y gracias por lo de antes...

—No es nada —respondió el héroe, y asestó un poderoso golpe con su tonfa al amable guardia que se encontró, dejándolo inconsciente en el suelo.

Para cuando sus compañeros llegaron, el lugar era un caos absoluto, y solo el guardia permanecía tendido en el suelo, como único testigo de la batalla que se libró allí esa noche.

La ladrona se arrastró por las calles de Krimson Hill hasta dar con una pesada puerta de metal en un olvidado callejón. Un rápido escaneo de retina desbloqueó la entrada y le permitió ingresar. Fue recibida la calidez de su guarida, que contrastaba agradablemente con el frío de las calles. Sin embargo, no continuó su marcha de inmediato. Estaba agotada. Esa noche usó sus poderes hasta el límite de su capacidad física, y su cuerpo se lo hacía saber. Se transformó en un águila para llegar al edificio, un gato para eludir a los guardias, un ratón para moverse por el interior del bloque, un puma para enfrentar al molesto héroe de la ciudad, y luego un cóndor para escapar. Tantas transformaciones distintas en solo unas pocas horas la dejaron adolorida.

Sin embargo, no era lo que más le preocupaba. Perdió el control de sus poderes. Tenía años que algo como eso no le pasaba, pero siempre le quedaba una terrible sensación de confusión cada vez que el espíritu animal superaba al humano. Sentía aún el sabor de la sangre en su boca, y su estómago se revolvió. Podría haber destrozado a su oponente sin problemas, lo tuvo entre sus fauces... y la idea la aterraba. Había cometido muchos errores en su vida, más de los que podía contar, pero era un límite que no había cruzado... todavía.

Logró recomponerse y avanzó por las instalaciones. Su noche, lamentablemente, todavía no terminaba. Tenía algo más con lo que ocuparse, una conversación poco placentera antes de poder retirarse a su cama y desplomarse en el colchón.

Se colocó frente a la gigantesca pantalla de ordenador que tenía en la sala principal y, tras apretar un par de teclas, la imagen del doctor de la plaga apareció en la pantalla.

Jagua... regresas con las manos vacías —dijo con decepción y furia el líder de La Muerte Roja, observaba el delicado estado en que se encontraba la ladrona.

—No del todo —replicó ella, y sacó una memoria USB de su cinturón—. Copié los archivos que detallan el desarrollo de la antena antes de que me interrumpieran... ahora podemos...

—No te envié a robar un montón de archivos, te envié a robar el prototipo —remarcó él—. ¿Qué fue lo que pasó?

—Vigilante estaba allí —replicó ella, y un silencio se instauró entre ambos.

La noticia molestó enormemente a su jefe. El traje lo ocultaba bastante bien, pero ella podía notarlo. Los hombros del doctor se ensancharon, su respiración se volvió más profunda y sus puños se apretaron. Ella optó por darle un momento para recuperarse. Sabía cómo se ponía cuando se enfadaba, y nunca era agradable.

—Y supongo que consideras que eso justifica tu fracaso —protestó el villano.

—Todas las veces anteriores pude entrar y salir sin problemas. Solo nosotros sabíamos del robo de hoy, y yo... —empezó a protestar ella.

—¡Silencio! —ordenó con voz demandante, y ella obedeció de inmediato, sabía lo que ocurriría si no lo hacía—. Fallaste, y has comprometido nuestros planes... aunque coincido contigo en algo. Vigilante no tendría que haber estado allí esta noche. Alguien habló... y voy a encontrarlo y asegurarme de que pague por ello.

—Señor... ¿cuál será nuestro próximo paso? —se atrevió a preguntar ella. Odiaba tener que dirigirse a él de esa manera.

—Esto es un problema. Envía esos planos en cuanto puedas, tal vez no seas una total incompetente... —dijo, buscando herirla, pero poco le importaba lo que él opinara al respecto—. En tanto a Vigilante... el bastardo se ha entrometido en nuestros asuntos por última vez. Vamos a golpearlo donde le duele. Lo haremos arrepentirse del día que decidió volver a Krimson Hill.


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