16. Hermanos (II)

Ellie y Mia subieron las escaleras del lugar corriendo. El edificio abandonado era enorme, y Ellie lo conocía casi a la perfección lo que, de momento, les había permitido eludir a sus perseguidores metiéndose en cuanto escondite encontraban, o poniendo diversos obstáculos en su camino. Pero la suerte se les acabaría tarde o temprano, y el lugar donde solía jugar con su hermano a las escondidas podía convertirse en la tumba de ella y su amiga. Pasaron ya unos cuantos minutos desde que llamó a Tom, no podía decir cuánto y se maldecía internamente por haber dejado caer el teléfono en una de sus escapadas, pero sabía que ya había pasado un rato, y mientras lo esperaban, pudieron comprobar que sus perseguidores, los lunáticos enmascarados, dejaron un guardia en la puerta principal, y que la puerta trasera del edificio estaba bloqueada desde afuera. No tenían escapatoria, solo les restaba rezar y esperar que su hermano llegara a tiempo, o bien que los enmascarados se cansaran de buscarlas y se alejaran, pero sabían que eso no iba a pasar.

Tratando de ser lo más silenciosas posible, las quinceañeras se adentraron en lo que alguna vez habría sido la oficina del dueño. El lugar apestaba a humedad y encierro, pero ese era el menor de sus problemas, pues podían sentir el rechinar de los escalones cediendo bajo el peso de uno de sus perseguidores. Con delicadeza, Ellie empujó la puerta y esta se cerró con un pequeño chasquido, rezó que no alertara a la siniestra figura que estaba tras ellas.

—Quiero irme a casa, Ellie, por favor... solo quiero irme a casa —murmuró Mia, aferrándose al brazo de su amiga; las lágrimas ardiendo en sus ojos.

—Lo sé, lo sé —replicó Ellie, acariciando la oscura cabellera de Mia—. Lo haremos, te lo prometo... solo tenemos que aguantar un poco más, ¿sí?

—Ya no... ya no lo soporto... quiero que esto termine de una vez, solo quiero que termine... —Los ojos de Mia brillaron en la oscuridad y se encontraron con los de Ellie—. Me quieren a mí, lo sé, los otros chicos en The Shelter intentaron advertirme que la calle era peligrosa estos días, que mejor debía quedarme adentro, pero no hice caso, y te puse a ti también en el peligro... Hh, Dios. Perdóname, El, te juro que no quería... te juro que...

—Shhh, está bien, ¿sí? Está bien, saldremos de esto juntas. Saldremos de esta y...

Antes de que la pelirroja pudiera terminar la frase, parte de la madera vieja y podrida estalló en mil pedazos, y una mano grande y tosca empezó a tantear el interior de la habitación, logrando tomar a Mia del pelo. La chiquilla soltó un alarido de terror y dolor mientras se sacudía en un desesperado intento por liberarse de su captor, y Ellie miraba alrededor en búsqueda de algo que le permitiera ayudar a su amiga.

—¡Las tengo! ¡Encontré a las pequeñas zorras! —gritó el hombre al otro lado de la puerta, tratando de advertir a sus amigos— ¡Quédate quieta, rata asquerosa, o te juro que...! ¡HIJA DE PUTA!

Ellie había tomado una vieja lapicera que reposaba sobre el escritorio del lugar y, sin dudarlo un segundo, la clavó con toda su fuerza en el brazo del atacante, que chilló y profirió obscenidades que ninguna de las dos chicas había escuchado en su vida. Mia logró escapar del agarre en aquel momento, no sin antes perder un mechón de su lacio pelo negro, y Ellie se apresuró a tomarla de la mano para ayudarla a ponerse de pie.

—¡Vamos! —exclamó la adolescente, al tiempo que abría la puerta de la oficina y empujaba al regordete encapuchado que las había encontrado; él, maldiciendo y tratando de quitarse la lapicera del brazo, trastabilló y aterrizó sobre su trasero, abriendo un espacio para que lograran pasarle por encima y echarse a la carrera.

Sin embargo, cuando iban a mitad del pasillo, vieron que dos encapuchados más llegaban por la escalera, impidiéndoles continuar su camino. Ellie tomó a Mia de la mano y, sin dudarlo, giró sobre sus talones para adentrarse en la antigua sala de recreación de los empleados. Sus perseguidores iban apenas a unos pasos detrás de ellas, esquivando ágilmente la mesa que se encontraba en medio de la sala, mientras que el dúo no pudo evitar chocar torpemente entre sí intentando eludir. Eran cuatro dentro del edificio, o al menos esa era la cantidad que Ellie había contado, y tres de ellos se encontraban en el primer piso con ellas. Debían encontrar la manera de eludirlos y dirigirse escaleras abajo, tal vez así tendrían una oportunidad. Tal vez.

Aquellas ideaciones se vieron interrumpidas de inmediato cuando Mia, gritando desesperada, sintió que la tomaban del brazo libre y la tironeaban. La pelirroja intentó resistir, pero los hombres eran más fuertes que ella y en cuestión de segundos lograron llevar a su amiga hacia la oscuridad. Ellie no se detuvo, siguió corriendo y atravesando cuanta puerta encontraba, hasta que llegó a un pasillo que daba al frente del edificio. Las ventanas, viejas y deterioradas, se encontraban rotas en muchas partes, pero eran demasiado pequeñas para que pudiera pasar. De todas formas, y sabiendo que no tenía escapatoria, aceleró y se pegó contra los vidrios, asomando su rostro juvenil por uno de los agujeros y gritando a todo pulmón hacia la poblada calle que se abría frente a ella.

—¡AYUDENNOS! ¡POR FAVOR, NOS QUIEREN MATAR! ¡POR FAVOR, AYU...!

—Te tengo, pequeña zorra —masculló uno de sus captores a sus espaldas.

La joven empezó a darse vuelta, pero fue golpeada por algo en la base de su nuca, lo que la forzó a caer de rodillas al suelo, demasiado aturdida para gritar o intentar defenderse. Logró arrastrarse un poco, pero las manos sudadas de su perseguidor se enredaron en sus cabellos cobrizos y la golpearon con violencia contra la pared. De repente, fue traslada a sus tiernos 13 años, al maloliente hotel de Barnes y Todd, siendo arrastrada por los pasillos hacia aquella habitación, hacia Steelblock. Sabía lo que ocurría en el siniestro lugar, lo que les había ocurrido a sus amigas, y sabía también que, tarde o temprano, ese monstruo iba a posar su mirada en ella. Recordó también cómo Vigilante había llegado en el momento justo para batallar contra la bestia antes de que pudieran ponerle un dedo encima y, a pesar de eso, de saber que había sido una de las pocas afortunadas en evitar aquel destino, el terror permanecía y se incrementaba al darse cuenta de que esa noche Vigilante no estaría para salvarla.

Su vista, nublada por las lágrimas y la contusión, se fue ajustando hasta devolverla a su terrible realidad. Estaba siendo arrastrada por los pasillos del arcade abandonado, podía escuchar los llantos y las súplicas de Mia, pero no podía verla. Dos de sus captores iban a su lado, arrastrándola, y un tercero llegó para darle un puntapié en el estómago y lanzarle un escupitajo.

—Bien merecido te lo tienes por lo de la lapicera —gimoteó el redondo sujeto, mientras ella trataba de recuperar el aire que había escapado de sus pulmones por el golpe.

—¡Tráiganlas aquí! —solicitó una voz profunda desde planta baja.

Mía seguía gritando y sacudiéndose mientras la llevaban escaleras abajo. Ellie, por su parte, estaba demasiado aturdida para luchar a pesar del terror que inundaba su cuerpo, demasiado cansada y adolorida. Cuando finalmente llegaron al final de las escaleras, sus captores las arrojaron de forma que quedaron tendidas una junto a la otra. Con las pocas luces que entraban desde la calle a través de los ventanales tapiados del local, pudieron observar un poco mejor a los criminales que las rodeaban. Vestían negro en su mayoría, todos estaban encapuchados y vistiendo unas máscaras rojas que cubrían desde su nariz a su mentón, pero lo que más destacaba eran las bandas rojas con la "R" negra rodeada de un círculo.

«Profetas de la Furia», pensó Ellie, que ya podía respirar normalmente, pero que seguía sintiendo un terrible dolor donde había recibido la patada.

—¿De verdad pensaron que podían escapar? —dijo la misma voz que comandaba a sus captores; un tipo alto y musculoso apareció de atrás de una de las viejas y polvorientas máquinas de videojuegos del lugar. Marchó hacia ellas arrastrando un bate metálico por el suelo, y cuando estuvo a la distancia apropiada lo alzó y lo colocó junto a la mejilla de Mia—. Nunca escaparan, no de nosotros... no de la Furia.

—¿Qué... qué quieren de no-nosotras? —logró gimotear Mia.

—¿No es obvio, basura? —respondió el del bate—. Queremos recuperar nuestro país, y el primer paso es eliminar la peste que la está infestando.

—Oh, Dios mío, soy in... Soy inglesa, na-nací en Manchester... —dijo Mia entre lágrimas.

De repente, los cuatro hombres que las rodeaban quedaron en silencio, tratando de decidir cómo proceder.

—¿Qué hacemos, Ala...? —empezó a preguntar uno.

—¡Sin nombres, idiota! —protestó el del bate, levantándolo y llevándolo al rostro del más gordo de ellos.

—¡L-Lo siento! —se arrepintió, levantando las manos y dando un paso atrás—. ¿Qué hacemos, Rampage?

—Esta zorra está mintiendo... —sugirió otro, y los restantes dos se unieron en asentimiento, mientras que "Rampage" parecía seguir evaluando la situación.

—¡No! ¡No! ¡No! ¡Por favor! ¡Lo juro! —Mia intentó levantarse, pero sus captores volvieron a lanzarla al suelo, aunque no dejó de sacudirse y gritar su verdad—. ¡Nací en Manchester! ¡Mis padres se mudaron aquí! ¡Pero murieron hace unos años y no tenía a nadie... escapé de... escapé de los orfanatos del Estado! ¡Por favor! ¡Tienen que creerme!

—Rampage... —murmuró uno de ellos, cada vez más inseguro.

—¡Silencio! —vociferó el del bate, imponiéndose sobre sus pares y empezando a alzar el bate nuevamente en dirección a Mia—. No lo entienden. No importa dónde nació ella. Esta crisis no empezó ahora, ¿o creen que sus padres llegaron al país en regla? ¿Quién sabe qué cosas le metieron en su pequeña cabecita a esta zorra? ¿Cuánto tardará en volverse contra nosotros... contra el país que le dio todo, en favor de su gente?

—Tiene razón —coincidió el gordo, volviendo su mirada hacia las chicas—. Tienen que pagar, tenemos que limpiar nuestras calles.

—¡Ese es el espíritu, muchachos! —estalló en éxtasis Rampage—. Ahora bien, ¿quién tiene la cámara? Tenemos que grabar cómo convertimos en un ejemplo a estas perras.

Los tres restantes se miraron con una mezcla de confusión y vergüenza.

—Creo que la tiene Nei... Fury Prime —sugirió uno de ellos.

—Ese hijo de puta —masculló el del bate y sus compañeros parecieron confundidos—. El bastardo nos abandonó, fui a buscarlo y había dejado su puesto. No importa, ya lo encontraremos y le haremos pagar su traición... concentrémonos en esto y disfrutemos el momento. —Tras decir esas palabras, alzó el bate y se preparó para golpear—. Disfruten el espectáculo, muchac...

Antes de que Rampage pudiera descargar sus golpes sobre las indefensas muchachas, unos proyectiles cortaron el aire con un silbido y fueron a clavarse en el antebrazo del atacante, que profirió un grito de dolor y dejó caer su arma que retumbó con metálico esperpento contra el suelo.

—¡Rampage! ¿¡Estas bien!? —preguntó el regordete miembro del grupo.

Antes de que aquel pobre imitador pudiera articular respuesta, el lugar estalló en un sinfín de luces y sonidos que aturdieron a los Profetas de la Furia, y abrieron el momento justo para que Ellie se levantara a toda prisa y, tomando a Mia por la mano, se lanzara corriendo por el lugar.

—¿¡Qué mierda está pasando!? —preguntó Rampage, que todavía se cubría los ojos con las manos en un intento por bloquear el súbito estallido de luz.

Alguien volvió a conectar la energía del lugar y todas las viejas máquinas de videojuegos cobraron vida al mismo tiempo. Los Profetas de la Furia miraban en todas las direcciones, intentando descifrar qué ocurría, dónde estaban las chicas y quién los atacaba, pero no hubo respuesta. Mientras tanto, el imitador de Rampage observaba las filosas cuchillas en forma de plumas negras clavadas en su brazo, y con dolor fue quitando una a una, dejando manchones de sangre a sus pies.

—¡Busquen a esas zorras! —ordenó, furioso—. ¡AHORA!

Sobresaltados, y obedeciendo las órdenes de su líder, los tres hombres salieron en direcciones distintas, moviéndose con nerviosismo y duda. Sabían que alguien más ahí estaba dentro con ellos, alguien que aparentemente estaba muy enojado, y la mera idea los hacía temblar. Salieron a las oscuras calles de Krimson Hill como cazadores, lo planificaron toda la semana, y de un segundo a otro se vieron convertidos en presas de un enemigo invisible.

Ellie y Mia se acercaron tanto como pudieron a la puerta de salida, pero un tropezón de la segunda había cortado su desesperada carrera y las había forzado a esconderse al ver pasar a uno de los encapuchados que las perseguían. De repente, la luz se cortó una vez más y casi instantáneamente un grito de dolor resonó dentro del local. La luz volvió tan pronto como el grito se interrumpió.

—Oh, mierda... golpearon a Tommy... —dijo uno de sus perseguidores, que las chicas no pudieron ver, pero que sabían que se encontraba cerca.

—¡SIN NOMBRES! —comandó una vez más el imitador de Rampage.

—Olvídate de esta estupidez, Alan, tenemos que irnos de aquí antes de que... —La luz volvió a irse y la voz se interrumpió al mismo instante. Un encapuchado más había caído.

—¿Kaiser? —preguntó el del bate que se negaba a soltar su papel a pesar del miedo que lo invadía. Las luces volvieron a encenderse, pero la única respuesta que obtuvo fue la frenética voz de Robert Plant entonando las estrofas de Communication Breakdown a través de los viejos y deteriorados altoparlantes del lugar.

—¡Me voy de aquí, Alan! ¡Estás por tu cuenta! —exclamó otro que se echó a correr por los pasillos.

Las chicas, aún agazapadas, lo vieron pasar a toda velocidad en dirección a la puerta de salida, pero entonces las luces volvieron a irse y una sombra pasó volando por encima de ellas, envolvió en su manto al encapuchado antes de estrellarlo de lleno contra una de las máquinas de videojuegos para luego desaparecer de su vista. Sin embargo, aquel golpe sobresaltó a Ellie que dejó escapar un grito de su boca, alertando al líder del grupo de cazadores, el último en pie.

—¡Ahí están!

Sabiendo que serían descubiertas, las chicas se echaron a correr justo a tiempo para evitar el primer bateo del encapuchado, que pasó por encima de su cabeza con tanta violencia que destruyó el vidrio de uno de los viejos arcades y terminó por tumbarlo al suelo. Las luces del lugar volvieron a encenderse, pero esta vez no bastaron para distraer a Rampage. Tenía a sus presas en la mira y no las dejaría escapar.

El bate iba y venía de un lado al otro, causando una lluvia de cristal que amenazaba con alcanzar a las chicas. Pero allí, al final del pasillo, ya podían verla: la puerta de salida, ya estaban cerca, podían lograrlo.

—¡Cuidado! —gritó Mia de repente y empujó a su amiga que aterrizó sobre una de las máquinas de juegos.

El bate plateado silbó cortando el aire e impactó de lleno en el cráneo de la chica, que cayó al suelo a los tumbos, totalmente inconsciente.

—Te tengo... —masculló Rampage, dirigiendo su mirada a Ellie que aún intentaba levantarse y le apuntó con el bate.

Su perseguidor se preparaba para golpearla con toda su fuerza, cuando la misma sombra que había atacado a su secuaz apareció de la nada, lo envolvió y lo tumbó al suelo. Ellie, que cerró los ojos esperando el golpe, los abrió al cabo de unos segundos para observar una bestia oscura, descargando una serie de brutales golpes sobre el rostro ensangrentado del líder del patético grupo que parecía intentar suplicar entre puñetazo y puñetazo, pero las palabras nunca salían con la suficiente velocidad.

Ellie se levantó temblando, sin poder quitar la mirada del infernal espectáculo. Al cabo de unos segundos los golpes se detuvieron, y su sonido fue reemplazado por la respiración agitada del oscuro monstruo alado que tenía frente a ella. Lentamente, la bestia se fue levantando para que Ellie la observara en todo su esplendor. Era alto, podía verlo, pero la capa de plumas que cubría su espalda le impedía distinguir su porte. Cuando el encapotado giró la cabeza, el susto de la pelirroja fue tal que se giró sobre sus talones y empezó a echarse a correr. Entonces, lo escuchó.

—Ellie... —la palabra, pronunciada con suavidad y en un tono más que conocido, la hizo detenerse en seco.

Tenía miedo de voltearse, de ver al monstruo persiguiéndola, pero no podía huir. Tenía que saberlo con seguridad. Temblando, la colorada se volteó para encontrar allí a su hermano, parado en medio del pasillo, vistiendo ese extraño traje, pero habiéndose quitado la capucha que ocultaba su identidad.

—¿T-Tom? —dijo ella con voz dubitativa, aún incapaz de creer lo que veían sus ojos.

Los hermanos se encontraron a medio camino y se envolvieron en un sentido abrazo. Luego Ellie se separó un poco y observó a su hermano mayor. Tom estaba sudado, agitado, con sus pelos colorados revueltos y tenía algunas manchas de sangre en su rostro, indudablemente salpicaduras producto de la paliza que había propinado al líder del siniestro grupo.

—¿Cómo...? ¿Qué...?

—¿Estás bien? ¿Te hicieron algo? —Las manos de Tom tomaron a Ellie por el rostro y sus ojos se dedicaron a inspeccionarla. Su hermana lucía mal, pero considerando lo que les había tocado vivir sabía que podría haber sido mucho peor.

—Yo... no... ¿Qué haces vestido así? —se atrevió a preguntar la quinceañera.

Tom se vio incómodo por la pregunta, recién entonces se dio cuenta que no tenía una buena respuesta para ella. Notó entonces que algo vibraba en su cinturón de utilidades, su hermana observó mientras de uno de aquellos discretos bolsillos sacaba su teléfono celular. La cara de su hermano al ver la pantalla se volvió pálida y, como para acentuar su preocupación, tragó saliva.

—¿Tom? —preguntó ella.

—Escucha, tengo que irme... —dijo él mientras guardaba el teléfono—. Lleva a tu amiga a un hospital, seguro tendrá una contusión después de ese golpe, va a necesitar atención, y cuando terminen vuelven a The Shelter de inmediato, ¿sí?

Antes de que ella pudiera responder, su hermano ya se había calzado la capucha una vez más, ocultando perfectamente su identidad, y se marchó, dejándola entre aquel regadero de cuerpos inconscientes. Ellie se apresuró a levantar a Mia, quien empezaba a abrir los ojos, pero que seguía estando aturdida.

—Te vi... te vi hablar con un ángel —murmuró la chica, y una leve sonrisa se dibujó en el rostro de Ellie.

—Si... el ángel de Silent Side —respondió ella antes de volver a las frías calles de Krimson Hill.

Tom llegó a la entrada de la fábrica escuchando las campanadas de la torre del reloj que marcaban la medianoche. Respondió el mensaje de Vincent para avisarle que ya estaba en camino, y durante todo el trayecto se la pasó pensando qué iba a decirle al detective para que la reprimenda no fuera tan severa. Al cabo de un rato, cayó en la cuenta de que no existían palabras que pudiera decir para convencer a Vincent si estaba determinado a echarlo. No se arrepentía de lo que había hecho. Si Vigilante volvía a irse, él continuaría buscando a sus amigos, equipado o no, hasta que diera con ellos o muriera. Así de sencillo.

Aún con esa decisión clara en su mente, su corazón latía a mil por hora a medida que se habría paso por la fábrica y se acercaba a la puerta secreta que daba al sótano. Cuando finalmente llegó a ella, esta se abrió con un chirrido que lo hizo cerrar los ojos y apretar los dientes. El silencio sepulcral en el lugar solo lo hacía peor. Desde la punta de la escalera, pudo ver que Vincent lo esperaba de brazos cruzados junto a la metálica mesa que ocupaba un lugar central en la guarida.

Tom bajó las escaleras en silencio, sintiendo el peso de la mirada de Vincent sobre él. Cuando llegó junto a la mesa, se quitó la capucha y alzó la vista. Pensaba recibir su sentencia con la frente en alto.

—Dos semanas. Eso fue todo el tiempo que lograste cumplir mis órdenes —protestó Vincent, observando al muchacho desprolijo que tenía frente a sí.

—Vincent... intenté llamarte, lo siento, pero...

—¿Y tú primer instinto cuando no respondo una sola de las llamadas fue calzarte el traje y salir a la calle?

—Sabía que estabas con tu familia, no quería molestar y...

—Me equivoqué contigo. Pensé que tenías la madera para llevar ese traje, pero resultaste ser solo un niño incapaz de ver más allá de...

—¡TENÍAN A MI HERMANA! —vociferó el chico, estallando al fin. Su cara se volvió roja como un tomate, sus ojos se llenaron de lágrimas y su labio inferior temblaba, pero había una seriedad innegable en sus palabras—. La habían acorralado, a ella y a una amiga, y cuando intenté pedirte ayuda, no estuviste ahí. Así que hice lo que tenía que hacer, me puse el traje y acabé con ellos. Ellie está viva porque estuve ahí, Mia también, y si tienes un problema con eso entonces no quiero este estúpido traje, puedes quedártelo.

Tom se volvió sin más y empezó a dirigirse hacia las vitrinas para comenzar a quitarse la incómoda vestimenta. Vincent permaneció en silencio algunos segundos, procesando lo que había escuchado, eligiendo sus palabras con cuidado.

—Tom... —lo llamó, pero el chico fingió no escucharlo— ¡Tom!

—¿¡Qué!? —rugió el chico.

Tom se volteó para enfrentar al detective y se sorprendió al darse cuenta que lo tenía justo detrás de él. Vincent se movía con la ligereza y el sigilo de un gato, lo que más de una vez había hecho al joven sobresaltarse al encontrarlo, y aquella vez no fue diferente.

Esperando que Vincent empezara a reclamarle por todas las cosas que había hecho mal, el chico trató de poner su mejor cara de póker, pero el intento fracasó tan pronto como el detective posó una mano en su hombro con suavidad y lo miró a los ojos.

—Todo esto empezó porque mataron a mi hermano. Era un poco más joven que tú cuando ocurrió. Se llamaba Ryan y su muerte... su muerte me quebró. Empecé a salir a la calle a pelear, a intentar atrapar los bastardos que lo habían lastimado, y fue Mirlo el que me enseñó el camino, el que me dio las herramientas para encontrar justicia sin perder la vida en el intento. —Tom no esperaba escuchar aquella historia, la fragilidad en los ojos de Vincent hizo que su enojo fuera mutando, y en cuestión de segundos los dos se encontraron al borde del llanto—. Si pudiera volver el tiempo atrás y usar todo lo que sé ahora para salvar a Ryan de su destino... lo haría, sin dudarlo, y hoy tengo otro hermano, no uno de la vida, uno de sangre y creo que se me está dando una nueva oportunidad para hacer las cosas de una manera distinta... de cuidar de él y de mi familia, y no voy a dejar que nada se interponga en mi camino para hacerlo. No puedo castigarte por lo que hiciste. Salvaste a tu hermana, niño, tienes que estar orgulloso de lo que lograste... y si en algún momento te hice sentir que no era así yo lo... lo siento.

Incapaz de poder contenerse un segundo más, Tom envolvió en un abrazo a Vincent y este, aunque sorprendido por la reacción del chico, correspondió el gesto envolviendo al chico entre sus brazos. Con lágrimas derramándose por sus mejillas, los dos permanecieron así durante algún tiempo. Al principio Tom pensó que el detective lo estaba conteniendo a él, pero conforme pasaba el tiempo la línea se volvió más borrosa, y empezó a pensar que tal vez Vincent también necesitaba aquel momento.

Cuando lograron despegarse, Vincent escuchó con atención el relato del chico sobre cómo había acabado con los improvisados Profetas de la Furia, haciendo comentarios sobre lo que podía mejorar y lo que había hecho bien, comparándolo con otras peleas que él mismo había debido dar, historias que capturaron inmediatamente la imaginación del adolescente, que escuchó embobado, tomando registro de hasta el más mínimo detalle.

Tom repitió su juramento de no actuar unilateralmente, y Vincent hizo uno propio de estar más atento a ese tipo de situaciones. Buscarían la manera de tener una línea de comunicación directa para aquellos momentos, aunque estaban seguros de que sería lo de menos.

Vincent y Tom se encontraban en plena conversación cuando, de repente, el teléfono del segundo sonó y él, pensando que sería Ellie, lo sacó para responder. Sin embargo, su rostro se llenó de sorpresa al descubrir que no se trataba de su hermana, sino de uno de los guardias apostado cerca de Diamonds Communications, informando que algo raro estaba ocurriendo en el lugar. Tom mostró el mensaje a Vincent y una pequeña mueca de sonrisa apareció en su rostro.

—La noche es joven... ¿estás listo para volver ahí afuera? —preguntó Vincent y no hizo falta que Tom respondiera.

Saldrían de cacería.

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