14. El gato y el ratón (II)
La oscuridad era absoluta. Todo su cuerpo dolía como si lo hubiera exigido al máximo. Sintió un sonido lejano, apenas un susurro. El sueño... el sueño era mejor, debía descansar, recuperarse, debía... un estallido de dolor agudo se esparció a través de su rostro, lo sacudió y lo arrancó de la nebulosa ensoñación. Su vista fue lo primero en volver. Tom Davis, desenmascarado, lo sacudía y le gritaba algunas palabras que para él bien podrían haber sido un idioma alienígena. Pronto, la sordera se convirtió en un estallido de sonidos y sensaciones, coronada por un nuevo bofetón de parte del muchacho.
—¡Despierta de una puta vez! —le gritó el chico. El sopapo resonó por toda la habitación—. ¡D-Tox está escapando!
—¡Tom! ¡TOM! —gritó Vincent, y detuvo un nuevo golpe dirigido a su rostro—. Estoy bien, yo... oh, Dios, no... —La voz del héroe se quebró al ver las marcas en el cuello del muchacho y recordar todo lo que sucedió—. Yo no quise...
—Lo sé, puedes llorar luego, ahora tenemos que detener a ese bastardo —lo interrumpió Tom, tendiéndole una mano ahora para ayudarlo a ponerse en pie.
El detective asintió con determinación y tomó la mano del chico. En segundos, ambos estuvieron en marcha. Sin embargo, antes de cruzar el umbral de la puerta, Vincent se detuvo a ver al criminal que golpeó antes. Las manos todavía le dolían por la trifulca y las imágenes de su rostro hundiéndose con cada nuevo puñetazo eran difíciles de sacudir.
—¿Está...? —empezó a preguntar él, cuando notó el movimiento sutil de su pecho.
—Respira... —fue lo único que se atrevió a decir el chico.
Vincent tragó saliva. Apretó el botón en su comunicador que llamaba a los números de emergencia y les enviaba su localización. En apenas unos minutos, ambulancias y policías se congregarían en el lugar para atender a los heridos y arrestar a los criminales restantes. Sin embargo, todavía necesitaba capturar e interrogar a D-Tox, por lo que aquello sería una complicación. Debían actuar rápido.
—Vamos —dijo Vigilante antes de cruzar el umbral de la puerta.
La pierna derecha de D-Tox ardía como mil demonios. Su cojera, leve por lo general, se volvía más notoria con cada segundo que pasaba. Otro de las pequeñas consecuencias de su trágico "accidente". A menudo, no era un problema, pero, en ese momento, maldecía el día que mató al pobre chico que le sugirió usar un bastón.
El pesado maletín metálico con sus notas se sacudía a su lado mientras cruzaba la fábrica. Siempre dejaba los autos de escape cerca de su laboratorio personal, pero, en aquel condenado lugar, no encontraron una forma buena de hacerlo funcionar, se vio resignado a dejarlos más lejos.
«Estúpido, tendrías que haberlo hecho funcionar», se reprochó.
Sabía que podía hacerlo, si tan solo le hubiera dedicado unas pocas horas a pensar una solución. Pero la ausencia de Vigilante y la siempre presente corrupción de Krimson Hill le dieron una confianza ciega en su capacidad de convertirse en el dueño de la ciudad. Un sueño ahora destruido y reemplazado por un sencillo objetivo: escapar.
Tras mirar hacia todos lados, comprobó que se encontraba prácticamente solo. Algunos de sus científicos contratados se recluían junto a sus mesas de trabajo, temblorosos, a la espera de su cierto final.
«Cobardes, indignos de la posición privilegiada que les otorgué», sentenció con bronca para sus adentros.
Por otro lado, la gran mayoría de sus "soldados" se encontraban tendidos en el suelo o habían escapado hacía ya largo tiempo.
«Débiles, traidores. Encontraré a la gente adecuada, tendré mi venganza del idiota enmascarado. Y de todos ellos, todos los que me abandonaron».
Pero primero debía huir... ya podía ver la puerta que daba al inmenso garaje.
Empujó la pesada puerta metálica con su hombro y se abrió de par en par, aunque no sin dejar un dolor ciego en su brazo derecho. El aire lo alcanzó con una ráfaga helada, las ratas que abandonaron el barco también se robaron unos cuantos de los autos que tenían allí almacenados y dejaron abierto el portón que daba al exterior. No importaba, tenía lo necesario para escapar.
Arrojó su maletín en el asiento del acompañante de un destartalado Toyota Corolla del 2000 y se sentó al volante. Las llaves del vehículo reposaban sobre el torpedo y el tanque se encontraba lleno, justo como ordenó que todos los autos estuvieran siempre que se estacionaban en el garaje. Al menos, en eso lo habían obedecido. Giró la llave y el motor ronroneó como un gatito a pesar del frío que invadía el lugar. Sin embargo, el agradable sonido fue interrumpido por el ruido de la puerta del garaje tras abrirse de nuevo. Al volver la vista atrás, encontró a Vigilante y a aquella otra... sombra, se adentraban en el garaje y se dirigían hacia él a toda velocidad.
Sin perder el tiempo, D-Tox pisó el acelerador, dejando marcas en el suelo, y se impulsó hacia adelante. No tardó en sentir una resistencia de parte del auto. Al regresar la mirada, descubrió que los dos enmascarados habían disparado al unísono sus pistolas de garfios, enganchadas en la parte trasera de su vehículo, y que ahora se deslizaban por las calles de Krimson Hill mientras él los tiraba hacia adelante.
Maldijo entre dientes y estiró su mano libre hacia la guantera, sacó la pistola reglamentaria que pidió que estuviera en todos los vehículos y, tan pronto como el trasto metálico estuvo entre sus manos, comenzó a disparar hacia atrás, mientras hacía lo posible por no desviarse del camino.
Las balas silbaban al pasar junto a los enmascarados, que no parecían haber pensado el plan en demasía, pero que no se rendirían en ese momento. Los dos sentían el calor en la suela de sus pies al ser arrastrados, no resistirían mucho más. En un momento de desesperación, Tom activó el propulsor de su pistola, se disparó hacia el frente y quedó colgado de la parte trasera del vehículo, pero también redujo la resistencia de su marcha y le permitió acelerar más, dejando a Vigilante colgado como si de un barrilete se tratara, a la merced de los caprichos del viento.
No del todo seguro sobre qué hacía, pero consciente de que era demasiado tarde para echarse atrás, Tom se agarró más al automóvil y logró arrastrarse hasta el techo. D-Tox, al percibir el movimiento del entrometido enmascarado, alzó su pistola y disparó al techo probando suerte, pero solo logró hacer algunos agujeros en la capa del joven héroe. Cuando el chasquido del arma vacía se hizo evidente, Tom se colocó frente al parabrisas del automóvil, y él y su capa taparon toda la visión del camino. D-Tox observó aquellos ojos anaranjados en la máscara, la sonrisa que se le burlaba mientras el daba volantazos en un intento de quitárselo de encima, y se le antojó que su perseguidor no era un héroe... era un demonio.
En la sacudida, Vigilante impactó contra un auto estacionado en la calle y se vio obligado a soltarse. Se arrastró durante varios metros por el frío asfalto, haciéndose unos raspones que serían difíciles de justificar al otro día. Aún rodaba por el suelo cuando escuchó el estruendo del impacto, y se forzó a utilizar sus manos para frenar. El Corolla se encontraba estrellado contra un poste de luz a más o menos una cuadra de distancia, y empezaba a soltar un humo que dificultaba bastante la visión.
—Tom... no... —Sin pensárselo dos veces, Vincent se puso de pie y echó a correr, ignoraba todo el dolor y el cansancio que lo invadía—. No. No. No. No, por favor, no me hagas esto —repetía sin cesar en su desesperada carrera.
Al llegar al lugar, se encontró con D-Tox tendido sobre la bolsa de aire, sangraba profusamente por un corte en su frente, pero no había señales del valiente muchacho. Tuvo que contener las ganas de gritar su nombre, no sabía si Dorian se encontraba consciente o no, pero sí sabía que el científico era lo suficiente astuto como para convertir el pequeño dato en una verdadera amenaza.
Entonces, entre todo el humo y el caos, una tos resonó, acompañada por el sonido de algunas bolsas de basura al moverse. Vincent volvió la mirada y pudo ver cómo el chico se alzaba y cojeaba en su dirección, se sostenía el hombro golpeado por el impacto. Sin pensarlo, el veterano avanzó hasta él y lo envolvió en un abrazo que lo hizo quejarse del dolor.
—¿Estás bien? —preguntó mientras lo sujetaba de los hombros y lo miraba directo a los ojos.
—Eso es una manera de decirlo —respondió el chico, con un hilo de sangre colgando de su boca, pero terminó la frase con una genuina sonrisa que casi hizo sonreír a su compañero. En su lugar, la expresión de Vigilante se volvió seria y atemorizante.
—Es la última vez que haces algo así de estúpido, ¿me escuchaste? —sentenció con severidad el héroe, pero la sonrisa del rostro del chico no se borró.
—¿Quieres decir que esto se va a repetir? —replicó. Vincent no contestó y, en su lugar, se acercó al destruido vehículo, donde D-Tox aún permanecía. El sonido de las sirenas empezó a escucharse a la distancia y supieron que no podían quedarse allí—. ¿Qué hacemos con él?
—Tengo algunas ideas... —respondió Vigilante, y arrancó al inconsciente científico del vehículo.
Para cuando Dorian Johns despertó, entre quejas de dolor y una sequedad particular, los primeros rayos de sol empezaban a asomar por encima de los edificios. ¿Cuánto tiempo estuvo inconsciente? ¿Qué le ocurrió...? El choque. Aquel bastardo lo obligó a chocar y, desde entonces, no supo más nada. Su visión se ajustó poco a poco, y los dos bultos oscuros que se encontraban frente a él pronto se transformaron en los enmascarados que desbarataron su fábrica. Los dos lo observaban con seriedad, expectantes, de brazos cruzados.
En un principio, intentó moverse, levantarse, hasta que notó que estaba atado del torso al tanque de agua, en la azotea de algún edificio vaya a saber dónde. El cuerpo le dolía descomunalmente y sabía que no iba a poder escapar de las ataduras, sin embargo, sonrió, algo que desconcertó a Tom, pero que pareció no perturbar a Vincent.
—¿Qué hacemos aquí, Vigilante? ¿Estás intentando intimidarme? ¿Asustarme? —preguntó el científico—. ¿Quieres torturarme hasta que responda cualquier estúpida pregunta que haya hecho que me traigas hasta aquí? Hemos jugado este juego el tiempo suficiente para que ambos sepamos cómo termina esto. Tú no vas a matarme, y yo no voy a hablar, así que por qué no nos saltamos esta farsa, me entregas a las autoridades y cada uno se va a...
Antes de que pudiera terminar la frase, Vigilante dio un paso al frente y le asestó un puñetazo con la fuerza justa para sacudirlo sin noquearlo. Luego, lo tomó del cabello y lo obligó a mirarlo a los ojos. Su compañero se volteó, poniéndose de espaldas.
—Tuve una noche muy, muy mala, así que te voy a pedir que no me tientes. Sin embargo, Dorian, coincido contigo... no estoy de humor para torturarte y sé que no obtendría nada, así que sencillamente voy a preguntarte... ¿qué sabes sobre La Gala Escarlata?
El ojo verde de D-Tox brilló y una sonrisa maliciosa se formó en su rostro. La persecución del químico fue una corazonada... pero sus corazonadas solían traer resultados, y ahora estaba convencido de que el químico sabía algo. También sabía que Dorian no iba a ceder tan fácil. Nunca lo hacía.
—Nunca oí hablar al respecto.
Vincent suspiró con frustración.
—Bien, bien, me imaginé que ibas a decir eso.
A sus espaldas, se escuchó un sonoro clic. La mirada del científico cambió de la soberbia a la preocupación.
—¿Qué está haciendo ese imbécil? —preguntó, refiriéndose a Tom.
Vigilante lo tomó por el cuello y lo forzó a mantener su mirada fija en él.
—No te distraigas, Dorian, te estoy haciendo una pregunta. ¿Qué sabes de La Gala Escarlata?
El sonido de unas bisagras abriéndose llegó a los oídos del científico, que se revolvió con incomodidad.
—¿Por qué mierda sabría yo algo al respecto? —replicó D-Tox, e intentó volver la mirada hacia Tom—. ¡EY, TÚ! ¡DEJA ESO!
—¿Qué cosa? ¿Esto? —dijo Tom, volteándose para mostrarles el maletín con el que el científico intentó escapar del lugar.
—Ese montón de papeles es importante para ti, ¿verdad? —preguntó Vigilante, que ya sabía la respuesta—. Me pregunto cuánto tiempo te llevaría recuperar toda esa información, volver a reconstruir esas notas... y el tiempo se te está acabando, ¿verdad?
Vigilante llevó su mano hacia su cinturón de utilidades y de uno de los bolsillos retiró un pequeño vial, que se aseguró de que D-Tox viera en detalle.
—Un poco de alcohol, para acelerar las cosas.
El héroe pasó el vial a su compañero.
—Está bien, está bien... con un demonio, deja mi trabajo en paz... —dijo el científico—. Hay nuevos jugadores en la ciudad. Gente con recursos, bien organizados y con un plan que llevar adelante. Me contactaron hace algunos meses, cuando empezaba a armar el laboratorio que ustedes, hijos de puta, destruyeron. Estaban buscando algo... específico. Por la reacción de los polis a lo que les pasó a esos bastardos ricachones en la gala me imagino que lo consiguieron. —D-Tox sonrió con malicia, pero cuando Vincent volvió a apretar su cuello, optó por continuar su relato—. Pero lo que me pedían... era difícil, sencillamente imposible en el tiempo que me dieron, así que no hicimos negocios. No te molestes en pedir nombres, un tipo con máscara de pájaro y unos idiotas con pasamontañas y equipamiento militar se presentaron a la reunión que habíamos pactado en nombre de Los Muertos... No, La Muerte Roja, pero desde ese día no volví a saber de ellos. Eso es todo, lo juro.
—Viértelo —dijo Vigilante, aún con la mirada clavada en los ojos de D-Tox, que empezó a sacudirse y patalear mientras veía el líquido derramarse sobre sus notas—. El chico ama incendiar cosas, te recomiendo que no lo pongas a prueba.
Tom sacó de su propio cinturón un encendedor y lo accionó justo encima del maletín.
—¡POR FAVOR, BASTA! —lloró D-Tox—. Cuando les dije lo que podía lograr con la química... no les gustó. Dijeron que era muy volátil, muy impredecible, caótico... idiotas sin visión, no saben apreciar la belleza de la naturaleza... —masculló—. Buscaban algo que pudieran controlar y dirigir con precisión. Mis chicos oyeron hace algunos meses que estos mismos imbéciles estaban buscando a alguien en el rubro de la tecnología.
El brillo en los ojos de Dorian pasó de la furia y la desesperación a la súplica, y así Vincent supo que había dicho todo cuanto sabía al respecto del asunto.
Tecnología. Era un paso pequeño, pero un paso, al fin y al cabo, y se alegraba de no haber terminado la noche con las manos vacías.
—Te agradezco la charla, Dorian, me aseguraré de que alguien pase a recogerte tan pronto como sea posible... aunque este suele ser un horario atareado en las comisarías, te recomendaría que te pongas cómodo, pueden pasar algunas horas. —Vincent le dedicó una última sonrisa burlona y se dio vuelta para retirarse.
—¿Y mis notas? —preguntó Dorian.
Vincent se frenó en seco, sopesaba sus opciones.
—Te las cuidaré. Si te comportas, te haré llegar unas copias para que te entretengas mientras cumples tu condena en el agujero al que vayan a tirarte esta vez.
—¿Lo prometes?
Vincent asintió. A Tom se le antojó que nunca vio tanto alivio en el rostro de una persona como el expresado por el científico esa madrugada.
El dúo se alejó y dejó al científico en la soledad del tejado. Vincent sabía que no iría a ningún lado. Incluso si pudiera soltar los nudos, Dorian tenía demasiado que perder como para arriesgarse.
Ya estaban a más de dos cuadras de distancia, cuando Tom se atrevió a romper el silencio para quitarse las dudas que lo carcomían.
—Vinc... Vigilante, ¿puedo preguntarte algo? —Vincent respondió apenas con un gruñido de asentimiento—. ¿Cómo supiste que podíamos hacerlo hablar con lo del maletín?
—Lo único que Dorian ama más que a sí mismo es a su trabajo, no toleraría verlo destruido —respondió Vincent, a la espera de que el muchacho no fuera lo suficiente perspicaz para detectar aquella verdad a medias.
Lo cierto era que había algo que D-Tox amaba aún más, y que al revisar el contenido del maletín mientras su dueño estaba inconsciente, se sorprendió al no encontrar las fórmulas químicas de sus narcóticos más conocidos, o aquellos que estaba desarrollando. Lo que había allí adentro eran sus intentos por desarrollar el medicamento para su hija, con todos los avances que logró a lo largo de los años. Omitió esa información cuando le explicó su plan a Tom, no necesitaba cuestionamientos morales en ese momento, y de todas formas jamás hubiera ido tan lejos como para incendiar esa información... ¿verdad?
El dúo saltó a otro edificio y aterrizaron con una increíble gracia a pesar del dolor que se filtraba de manera insidiosa en sus cuerpos. Si mantenían el ritmo, llegarían a Silent Side en más o menos treinta minutos. Estaba seguro de que Tom tendría muchas otras preguntas cuando llegaran, y Vincent haría lo posible por hacerle entender sus acciones al muchacho. Sin embargo, sospechaba que ese sería el menor de sus problemas. Tardaría mucho más en convencerse a sí mismo de que no había necesitado la ayuda del chico esa noche... de que no habían hecho un buen equipo.
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