14. El gato y el ratón (I)
Tom no supo en qué momento ocurrió, pero, cuando se dio cuenta, tenía a Vincent encima; lo cubría con su cuerpo de la lluvia de balas y cristales que se precipitaron sobre ellos tan pronto como D-Tox dio el anuncio y los guardias los identificaron. Por algunos segundos, permanecieron allí, tendidos en el suelo, a la espera del momento justo, que se dio a la brevedad con un silencio sepulcral, tan solo interrumpido por el leve roce de los cuerpos y las armas que producían sus oponentes al recargar.
Vincent tomó al muchacho por los hombros, él lo miró con una mezcla de pánico y alivio. Los vidrios que llovieron sobre ellos habrían producido un leve corte en la mejilla del héroe, pero, fuera de eso, se encontraba intacto. Sin embargo, las siguientes palabras que salieron de su boca lo hicieron recordar su enojo inicial.
—Te vas. Ahora.
Sin esperar respuesta, Vigilante se levantó y se alejó hacia la puerta. Parecía no tener ningún apuro, y haber recuperado aquella confianza en sí mismo que tanto aterraba a los criminales de Krimson Hill.
Superado el shock inicial de la situación, Tom se levantó y se echó a correr detrás de él. No tardó en encontrarlo en el largo pasillo, golpeaba a uno de los criminales con sus tonfas, hasta que lo dejó inconsciente.
—Ni hablar. No me voy a ir hasta que me digas por qué estás aquí, en lugar de ayudarme a buscar a mis amigos.
—Este no es el momento —porfió Vigilante, que bloqueaba un batazo proveniente de un nuevo oponente para luego tomarlo por la cabeza y estrellarlo contra la pared con toda su fuerza.
Tom pasó por encima de los dos cuerpos que Vigilante dejó en el camino con la gracia de un bailarín ebrio. Hacía rato que no usaba el traje, había olvidado lo incómodo que era, aunque no tenía a nadie más que culpar que a él mismo y los improvisados arreglos que le hizo para poder portarlo. Sin embargo, alcanzó al héroe que se alejaba y lo tomó con toda su fuerza por el brazo. Vincent se dio vuelta de inmediato, quitándoselo de encima, y Tom no pudo evitar retroceder un paso al ver la furia apenas contenida en su rostro. No era el Vigilante al que estaba acostumbrado... pero era el Vigilante que estaba allí, y al único que podía recurrir en ese momento.
Sin pensar en las consecuencias, y aún escuchando el alboroto causado por los secuaces de D-Tox a medida que se movían por la fábrica, Tom tomó valor y se quitó la capucha del traje que salvaguardaba su identidad. Fue entonces el héroe quien retrocedió al ver los ojos vidriosos del adolescente, sus rojizos cabellos alborotados y el sudor pegado en la frente. La expresión en el rostro del muchacho no era de enojo... era de dolor, un dolor que Vincent conocía muy bien.
—¿Cuánto más tenemos que sufrir? ¿Cuántos más tienen que desaparecer? —preguntó el chico a viva voz, pero luchaba para lograr que las palabras escaparan de su garganta.
El detective consideró sus opciones. Podía noquearlo y continuar su trabajo en relativa paz, pero se arriesgaba a que alguno de los secuaces de D-Tox lo encontrara. Tal vez podía asustarlo lo suficiente para que se fuera por su cuenta, pero implicaría utilizar tiempo, que no tenía, además, sabía que Tom no se asustaría con facilidad y que tampoco entraría en razón mediante las palabras, por lo que una conversación también estaba descartada. Optó entonces por la que parecía la peor de las opciones, pero la única que le permitía seguir adelante.
Vincent dio un paso al frente. El chico era un poco más bajo que él, así que se inclinó levemente hacia adelante para poder verlo a los ojos, mientras su mano se posaba sobre su hombro. Tom dudó por un segundo, desconocía las intenciones de Vigilante y eso lo aterraba, quería quitárselo de encima cuanto antes, pero él empezó a hablar antes de que pudiera reaccionar.
—Ni uno más. —Vincent vio el rostro de Tom cambiar de repente, y supo que esas palabras lograron su cometido, le compraron algo de tiempo—. Escucha, voy a explicarte todo, pero estamos en una situación delicada, así que tendrás que confiar en que no me olvidé de ustedes. Ahora, tengo que llegar a D-Tox antes de que abandone el edificio. Puedo verlo en tus ojos, sé que va a ser una pérdida de tiempo pedirte que te retires... ¿cómo estás de equipamiento?
Tom se secó las lágrimas que corrían por su rostro y llevó la mirada a su cinturón de utilidades. No había mucho allí: unas pocas canicas de humo, el último tubo de gas pimienta, dos granadas de aturdimiento y su pistola de garfios. Al ver aquello, Vincent se dirigió a su bolsillo y le dio unas cuantas cosas más de las que llevaba encima. El chico las guardó y esperó más instrucciones.
—El lugar está repleto de enemigos, la gran mayoría de ellos armados. Si quieres salir vivo de esta, vas a tener que quedarte cerca... pero necesito que seas una sombra. Yo seré su blanco, atraeré las balas para que tú puedas pasar desapercibido y atacar cuando sea el momento justo, ¿entendido? —Tom asintió y Vincent se esforzó por esbozar una sonrisa tranquilizadora para el muchacho, antes de levantarse y echarse a caminar por el pasillo—. Bien, sígueme y que no te maten... y ponte la capucha, nadie me va a tomar en serio si llevo a un muchachito de quince años conmigo.
Tom sonrió y se colocó la capucha. Aún quedaba algo del héroe de Krimson Hill, ese que los ayudó a enfrentarse a Steelblock y a Los Profetas de la Furia, aquel que le dio esperanza en su momento más oscuro.
Su tren de pensamientos se vio súbitamente interrumpido cuando el sonido de una ráfaga de disparos resonó más adelante, recordándole dónde se encontraba y cuál era su tarea.
El dúo avanzó una habitación a la vez.
La secuencia se repetía, a veces con mayor o menor velocidad, pero siempre tenía la misma estructura: los malos abrían fuego contra las sombras que se adentraban en sus dominios y, segundos después, los sonidos de golpes, gritos de dolor y gruñidos quejosos llenaban el aire. Mientras Vigilante acababa con ellos, Tom hacía lo posible por mantener la distancia, ocultarse y acabar de forma rápida y eficiente con potenciales amenazas para la vida de su compañero. A veces bastaba con un golpe certero y potente por la espalda, la mayoría de ellos con alguna tabla o herramienta que encontraba tirada en medio de todo el caos, otras veces debía ponerse creativo y hacía trabadas a los oponentes, les pateaba las armas lejos de sus manos mientras intentaban recuperarlas, o incluso con la maltratada capa de su traje para taparles los ojos a los maleantes, que, de inmediato, empezaban a sacudirse para intentar librarse de su agarre. El trabajo se hacía más fácil con cada habitación, más ágil, más silencioso, más preciso, y lo denotaban las caras de sus enemigos cuando se percataban con sorpresa que había otro enmascarado en la habitación, como así también los leves gestos de asentimiento de Vigilante en las breves pausas que tenían entre batalla y batalla.
Tom perdió la cuenta de los oponentes que derrotaron en cuestión de minutos, cuántas habitaciones limpiaron y cuánto avanzaron dentro de la fábrica. Vigilante a veces hacía observaciones en voz alta sobre la situación; en una ocasión mencionó cómo el piso de la fábrica fue convertido en un centro de almacenaje de la materia prima que luego se convertiría en los narcóticos con los que D-Tox inundaría las calles. Otras veces, el veterano enmascarado se detenía para preguntar y "pedir" indicaciones a alguno de los pocos secuaces que no habían caído en la pelea, la mayoría estaban muy aturdidos para responder algo que tuviera sentido; otros, demasiado asustados, y a otros les faltaba algo de... motivación para hablar, que Vigilante no tardaba en dispensar, entonces, soltaban su lengua entre gritos de dolor. Los que hablaron coincidían en una cosa: D-Tox estaba en la planta baja, posiblemente en una habitación que antes funcionó como una oficina administrativa para los trabajadores de la fábrica.
Siguiendo las ambiguas indicaciones, Vigilante y Tom bajaron las metálicas escaleras de la fábrica y se adentraron de lleno en el área de producción general, donde muchos "cocineros" se encontraban arrodillados junto a sus mesas de trabajo, mientras que otros aún corrían de aquí hacia allá tratando de escapar del caos y de evitar los disparos. El desastre era perfecto para el dúo, que avanzaba sin parar por los pasillos de la fábrica; acababan con tanto oponente como se les cruzaba.
Tom sonrió al notar que algunos de ellos, los más inteligentes, abandonaban la idea de pelear y huían tan pronto como veían al musculoso enmascarado abrirse paso para acabar con sus amigos con la sutileza de un toro en una tienda china. El muchacho podía entender por qué. Nunca había visto a Vigilante pelear de cerca antes, fuera de alguno de los tantos videos borrosos que se difundían en ocasiones cuando alguien lograba captarlo con su teléfono en medio de la desesperación, pero, aun así, podía notar que había algo distinto. Antes, el héroe solía juguetear un poco con sus presas, saltaba hacia todos lados con intrincadas piruetas y los provocaba con insultos (más o menos) divertidos; ahora, solo se abría paso uno a la vez, casi sin pronunciar palabra y con una brutalidad apenas disimulada, que hacía que las peleas terminaran mucho más rápido.
Tras unos pocos minutos, en los que encontraron algo de paz, Vigilante y Tom dieron finalmente con la puerta de la oficina que buscaban. Un cartel torcido de «no molestar» colgaba de la oxidada puerta metálica, pero ellos no tenían intención de respetar la indicación. El mayor acercó su oreja a la puerta y percibió apenas unos murmullos apagados de alguien que gritaba a otros que se preparan. Reconoció la voz del científico y supo que habían dado en el blanco.
Vigilante se preparaba para irrumpir en la habitación, cuando recordó al chico a sus espaldas, que esperaba ansioso por lanzarse a la acción. Se dio pausa. Él podía hacerse cargo de sus enemigos, pero un descuido significaría el final para Tom. Cruzar la puerta en conjunto era una mala idea. Estudió el entorno en búsqueda de alternativas, y dio con un respiradero que debía ser lo suficiente amplio para permitir a su "ayudante" acercarse sin ser visto. Una sola indicación con el dedo bastó para que el adolescente entendiera lo que quería, y tras darle impulso con sus manos, pronto quitó la reja y desapareció por la abertura que daba a los ductos de ventilación. Pensó en decirle que aguardara su señal, que sabría cuándo actuar, pero, para ese entonces, le parecía redundante: a Thomas Davis esa vocación parecía venirle con naturalidad, y la idea aterraba al detective terriblemente.
Vigilante sacudió su cabeza y la despejó de dudas. No era el momento de hacerse ideas, era momento de actuar.
Volvió a enfocarse en la puerta, tomó una bocanada de aire para recuperar el aliento y golpeó tres veces. Hubo un momento de silencio expectante, seguido de unos murmullos y luego un chirrido metálico espantoso que se intensificaba a medida que la oxidada puerta se abría. Vigilante movió sus hombros, relajando los músculos de su espalda y cuello, y se adentró a la habitación. Antes de que pudiera dar el segundo paso en ella, el frío cañón de un arma se apoyó contra su sien, acompañado por un batallón completo. Dio un paso más. Si hubieran querido dispararle, lo habrían hecho tan pronto como abrió la puerta. Alguien quería verlo.
—¡Wow! De verdad que no puedo creerlo... Vigilante, en carne y hueso... —La voz estridente del científico a cargo de la operación le llegó desde atrás de la muralla de sujetos que se le plantaron alrededor—. Tengo que ser honesto. Cuando me dijeron que habías vuelto, tuve mis dudas. Nunca habías estado inactivo tanto tiempo, así que supuse que alguien tuvo suerte y te había hecho un agujero en el cráneo y ahora te estabas pudriendo en alguna tumba sin nombre... tal es el destino que a veces les toca a los héroes.
D-Tox se abrió paso entre sus hombres y se paró justo delante del enmascarado. El científico apenas y le llegaba al pecho a Vigilante, era delgado y siempre estuvo algo encorvado; su pelo, sucio, grasoso y tan negro como el alquitrán, estaba peinado hacia atrás, le caía casi hasta los hombros y le pasaba por detrás de las orejas, enmarcando así su rostro desfigurado y su penetrante ojo verde. A Vincent le hubiera gustado decir que se había olvidado de cuán grotesco era el aspecto del científico, pero esa era una visión difícil de sacudir, aun cuando hacía tiempo que no se encontraban cara a cara. Dorian había perdido la mitad de los labios del lado derecho, lo que lo hacía mantener una perpetua mueca de sonrisa burlona; su ojo derecho, por efecto de algún químico que lo alcanzó durante la explosión, perdió su tono verde y ahora el iris era totalmente negro, mientras que la pupila parecía brillar en una tonalidad blanca, con un párpado chamuscado y decaído; las arrugas de quemaduras lo recorrían desde la frente hasta poco más de la mitad de la barbilla, y su oreja derecha y su nariz habían desaparecido por completo, dejando un agujero negro en su lugar.
El escuálido científico estuvo trabajando hasta la irrupción de Vigilante. Apestaba a químicos que quemaban el interior de la nariz del detective, llevaba su máscara de gas colgada del cuello y vestía su típica bata de laboratorio negra que hacía juego con su pantalón, y una remera verde debajo que hacía juego con su único ojo sano, sus guantes y las ridículas zapatillas que llevaba.
—Cuando escuché a mis guardias correr, maldecir y gritar y llorar... bueno, tenía que saberlo... —D-Tox pasó su asquerosa lengua por lo que quedaba de sus labios, gesto que debía hacer con frecuencia para mantenerlos hidratados, pero que no por eso era menos vomitivo—. Tenía que saber si realmente eras tú... después de todos estos años, de todas las heridas que me dejaste, de todos mis colegas que intentaron y fallaron una y otra vez, voy a tener el honor de ser yo quien te entierre de una vez y para siempre. No te preocupes, tu cabeza irá a mi pared, tal vez cobre una entrada a todos los criminales de la ciudad que quieran venir a escupirla, sería un negocio de lo más lucrativo.
El científico alzó su mano para dar la señal de disparo a sus secuaces. Entre el martilleo de las armas, Vigilante pudo distinguir el sonido de las canicas de humo golpear el suelo y deslizarse hacia ellos. Una sonrisa se dibujó en su rostro, y el deformado rostro de D-Tox se retorció de miedo. Antes de que se dieran cuenta de lo que ocurría, la sala se llenó de humo y el sonido de los disparos no tardó en hacerse oír. Vigilante ya se había agachado para entonces, las balas de los criminales fueron a parar contra las paredes y el techo en el mejor de los casos, o directo hacia sus compañeros en el peor. Desde las sombras, Tom lanzó un cuchillo arrojadizo que detonó el único foco que iluminaba la habitación y aumentó el caos que se había adueñado de ella, luego, activó la visión nocturna del traje y disparó dardos tranquilizantes con la cerbatana que Vincent le dio minutos antes. Sin embargo, apenas y llegó a alcanzar a tres, mientras que el veterano enmascarado despachó a los cinco restantes solo con sus puños.
Una luz iluminó de pronto la habitación. D-Tox se había escurrido entre sus hombres en medio del caos y alcanzó la puerta que se encontraba al otro lado de la habitación. Con todos sus enemigos caídos, Vigilante se lanzó a la caza y Tom no tardó en encontrarse a su lado para asistirlo. El pasillo los llevó a una escalera, y esa escalera a un subsuelo de la fábrica, pobremente iluminado, pero limpio en extremo y repleto de equipamiento de laboratorio que haría estallar de envidia a más de un científico bien financiado. Habían dado con el laboratorio privado de D-Tox, el corazón de su fortaleza y el lugar donde se urdían sus invenciones más novedosas.
El dúo descendió la velocidad de su marcha. Percibían el sonido de algunas máquinas en funcionamiento, el agua que corría por las cañerías que pasaban por el techo y el zumbido de los focos fluorescentes que iluminaban la habitación, pero no había rastro de D-Tox por ningún lado. Vincent indicó a su acompañante que mantuviera los ojos abiertos y la boca cerrada con tan solo unos pocos gestos de sus manos. El joven obedeció al pie de la letra mientras se adentraban en la gigantesca sala.
Con cautela, los dos marcharon casi en paralelo por entre las mesas, buscaban cualquier indicio del escurridizo científico. Vincent, en particular, trataba de dar con cualquier pista que lo vinculara con La Muerte Roja. Fue así que su atención se dirigió a un escritorio metálico ubicado casi al final de la sala, en el que reposaban los cuadernos de notas de D-Tox, con fórmulas químicas que el cerebro de Vincent apenas y podía procesar, pero hubo otra cosa que el detective notó. Allí, en medio de todo el caos de cálculos, notas pegadizas y balances de cuentas, Dorian Johns conservaba una fotografía chamuscada de su hija, Francine. En la imagen, el científico miraba a la niña rubia de no más de cuatro o cinco años con una ternura inigualable. Casi inconscientemente, Vincent tendió su mano para tocarla, como si de una ilusión se tratara. Algo del viejo Dorian permanecía en algún lugar, debajo de ese cuerpo destruido y su mente insana... algo quedaba. ¿Habría entonces esperanzas para él? ¿Una luz al final del camino?
Sin embargo, la breve distracción impidió al héroe notar la falsa pared junto al escritorio, que se abrió con sigilo. De repente, los brillantes lentes verdes de la máscara de gas de D-Tox se hicieron presentes. Antes de que Vigilante pudiera reaccionar, el científico loco ya lo había rociado con un químico en el rostro. El héroe trastabilló y logró apoyarse en una mesa de trabajo mientras tocía. Fuera lo que fuera, ardía como mil demonios, en su piel, pero también por dentro. Cada vez que respiraba sentía un fuego inundar su cuerpo, lo invadía, lo consumía. En medio de todo el caos y con la visión borrosa, Vigilante vio que un musculoso guardia había atrapado a Tom, que luchaba con desespero por liberarse, pero no podía hacer nada para ayudarlo.
—¿Te gusta? Es algo nuevo que estoy cocinando a pedido de un dictador al otro lado del mundo. —D-Tox pateó al enmascarado, haciéndolo caer al suelo y gatear en búsqueda de algo con lo que defenderse, pero el fuego en su interior era cada vez más fuerte y le impedía concentrarse—. Quiere usarlo contra un grupito de insurgentes que le están dando problemas. Su pedido exacto fue "quiero que se destruyan desde adentro" y bueno... su pasión al pronunciar esas palabras fue lo que me inspiró en este proyecto. Deberías estar contento, Vigilante, pasarás a la historia como la primera víctima en una nueva etapa de la guerra química... la primera víctima de R4GE.
Al otro lado de la sala, Tom luchaba incansablemente para liberarse del agarre de su captor. Fue descuidado, un error que, cuando actuaba en soledad, sabía que le habría costado la vida, pero se confió por tener a Vincent a su lado, se permitió bajar la guardia. Ahora estaba allí, pataleando para intentar dar con algo que le permitiera obtener una oportunidad de pelea.
—Quédate quieto, mierdecilla... —masculló el gigante que lo retenía, mientras él se sacudía de lado a lado—. Te juro que te voy a estrellar contra el...
Antes de que pudiera terminar la frase, una sombra surgió de su lado izquierdo y lo embistió a toda velocidad, lanzándolos a ambos al suelo. Tom se deslizó unos pocos metros y terminó chocando contra una pared cercana. Estaba aturdido, agitado, y la máscara del traje le impedía ver con claridad hasta que logró acomodarla un poco. Allí estaba Vigilante, montaba a su captor y le asestaba brutales puñetazos en el rostro que resonaban en el sótano; primero, secos como una piedra que golpeaba el asfalto, pero, a medida que se sucedían, el sonido se volvía más y más húmedo. Pronto, Tom notó la sangre saltar a chorros con cada golpe, y el gigante, que en un principio luchó por liberarse, ahora se limitaba a gimotear y sacudirse con cada nuevo golpe.
Vigilante lo veía, sus dientes rotos, su nariz destrozada, sus pómulos cortados y sus ojos hinchados. Estaba derrotado y, sin embargo, no podía detenerse. En su pecho, la furia ardía con la fuerza de mil soles, quería destruir, quería consumir, quería matar... y lo habría hecho si no fuera porque un golpe contundente lo alcanzó de lleno en la base del cráneo. Vincent cayó al suelo, lejos de su pobre víctima. Gruñó como un animal herido y se llevó la mano al lugar del golpe, para descubrir casi con sorpresa que estaba sangrando. Hecho una fiera, se volvió y se encontró a aquel chiquillo disfrazado con un caño entre sus manos, amenazaba con golpearlo de nuevo, asustado, mientras retrocedía.
El miedo paralizaba a Tom, el rostro de Vincent estaba desencajado, nunca había visto nada igual. Sentía sus piernas temblar, sus manos sudar y sus dientes tiritar. Intentó conjurar alguna palabra, pero todos sus intentos se transformaron en patéticos balbuceos o se atoraron en su garganta.
—Buena suerte con tu compañerito... la necesitarás —se burló D-Tox desde la puerta, antes de abandonar la sala y cerrar la puerta a sus espaldas.
Tom terminó una vez más acorralado contra la pared, sin lugar hacia donde escapar, mientras que Vincent seguía acercándose a él con lentitud, como un depredador que acechaba a su presa, estudiaba sus movimientos. El joven enmascarado se sacudió y se plantó. Aquel no sería su final... no podía serlo, lucharía para evitarlo.
—¡Vincent! ¡Tienes que detenerte! —logró gritar—. Po-por favor... no quiero hacerte daño.
La aterradora mueca de una sonrisa se dibujó en el rostro del corrompido héroe y Tom supo que iba a atacar. En el último momento, se agachó y pasó por debajo del furioso puñetazo que lanzó, que logró agrietar levemente la pared. Sin embargo, Tom no escapó por completo del peligro, y cuando quiso dar otro paso, se encontró con que Vigilante logró agarrarlo por la capa. Con un movimiento rápido, el muchacho giró y golpeó a su amigo en el rostro con la pieza de metal que encontró en el laboratorio. Aunque se zafó del agarre, perdió su arma, que fue tomada por Vigilante y arrojada lejos en un ataque de furia.
«Necesito que seas una sombra», le había dicho Vincent, y pensando en esas palabras, el chico soltó una granada aturdidora en su escape, que estalló justo frente a su perseguidor, cegándolo y dejándolo arrodillado en el suelo durante unos vitales segundos que Tom aprovechó con sabiduría para esconderse entre las múltiples mesas de trabajo que ocupaban el laboratorio. Vigilante, por su parte, ya parecía haberse recuperado y miraba hacia todos lados en un intento por dar con su presa.
Lo que D-Tox le hizo a Vigilante, había nublado su mente, y Tom casi que se lo agradecía. De lo contrario, estaba seguro de que la pelea ya habría terminado. Sin embargo, contra aquella bestia de pura furia tal vez, solo tal vez, tendría una oportunidad si jugaba bien sus cartas.
Moviéndose con sigilo, el aterrado adolescente preparó una trampa rudimentaria y precaria, pero esperaba que fuera efectiva si lograba hacer caer a Vigilante a ella. Caso contrario, la muerte lo llamaría a su puerta una vez más.
«No. No puedes pensar así», se reprochó el chico mientras instalaba uno de los aparatos que Vincent le prestó. Su plan iba a funcionar, tenía que hacerlo.
Los últimos preparativos del chico estaban siendo colocados cuando, con un solo mal movimiento, su pie hizo deslizar uno de los taburetes que se encontraban junto a las mesas. El chirrido metálico resonó en la sala y Tom supo que su destino había sido sellado. Con cautela, el muchacho alzó la vista y comprobó con pavor que veía a Vigilante por ningún lado. Sintió un escalofrío recorrer su espalda, el sudor frío deslizarse por su frente y, entonces, casi por milagro, sus ojos notaron en el reflejo de un matraz al enmascarado colgado de los caños del techo justo encima de él, como si de un murciélago se tratara.
Tom reaccionó tan rápido como pudo, se quitó de su camino y se echó a correr. Midió sus sus movimientos, sabía que un solo paso en falso significaba su final. Así fue como el chico dio un salto casi imperceptible y dejó que Vigilante chocara con el hilo que ató a los pequeños cañones ultrasónicos colocados a ambos lados del pasillo. Al activarse, un ensordecedor sonido llenó la sala y paralizó durante algunos segundos al enmascarado, que se tapó los oídos y, sintiendo ya la sangre brotar por sus encías debido a las vibraciones, se apresuró a pisotear los molestos dispositivos.
Con la máscara de gas somnífero en sus manos, Tom saltó desde una mesa, se colgó de la robusta espalda de Vigilante y empezó a luchar por colocarla en el lugar correcto. El veterano todavía no se recuperaba del todo, de forma que logró unos buenos dos segundos de dosis directa.
Vigilante se tambaleó, sentía las piernas más pesadas y su ritmo cardiaco bajar, pero no por eso iba a dejar de luchar. La bestia estiró sus manos y tomó al chico por su traje, para luego arrojarlo con una fuerza brutal. Tom sintió la totalidad del impacto en su espalda. La sangre llegó a su boca con su típico sabor metálico y su temperatura tibia antes de caer al suelo. Sin embargo, no tuvo tiempo de levantarse, Vigilante se apresuró a echársele encima y colocarle sus grandes manos alrededor del cuello. La presión era insoportable, aun cuando Tom percibía que el cansancio le impedía a Vincent utilizar toda su fuerza. No tardó mucho en empezar a sentir la falta de aire y como el mundo se oscurecía a su alrededor. El chico extendió sus manos; en un principio, para intentar luchar, luego, parecía suplicar a medida que sus dedos recorrían torpemente las facciones duras y furiosas de aquel monstruo, y finalmente, terminaron por rendirse. Tom Davis supo que había llegado su final y, en la resignación, terminó llevando sus manos hacia su máscara y tirándola hacia atrás.
El rostro del muchacho recibió una oleada de aire fresco que lo alivió un poco, y supuso que aquello sería lo último que sentiría... pero entonces, casi de forma imperceptible, el aire comenzó a fluir por su cuerpo. Sus ojos inyectados de sangre se clavaron en el rostro de su asesino y vieron un atisbo de duda que lo llenó de esperanza. El agarre se volvía más leve, el aire entró con más fuerza en su garganta, casi atragantándolo, pero luchó contra ello y, en su lugar, tomó a Vigilante por el traje para evitar que se alejara.
—Vi-Vincent... —murmuró.
Aquellas palabras surtieron el efecto deseado, el agarre se volvió aún más flojo.
—¿To-Tom? —preguntó Vincent, empezaba a darse cuenta de lo que hacía—. Oh, Dios mi...
Antes de que pudiera terminar la frase, el muchacho colocó su picana eléctrica justo debajo del mentón de Vigilante y jaló el gatillo. Una poderosa corriente le fue enviada a través de todo el cuerpo y, en cuestión de segundos, el veterano enmascarado quedó fuera de combate.
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