11. Noche de gala
La noche ya cubría el cielo de Krimson Hill, nubes de tormenta se divisaban en el horizonte, y Vincent Hardy ajustaba el moño del smoking que había desempolvado y llevado a la lavandería express de su barrio durante la tarde. Su pelo, aún largo, había sido peinado con un cuidado inexistente durante el último año y medio, y su barba, aún presente, había sido recortada prolijamente para asemejarse más a una barba de dos semanas que a una de dos meses.
—¿Podemos recapitular para ver si entendí todo bien? —preguntó Rebecca sentada en el sillón a sus espaldas con una botella de cerveza en la mano—. Resulta que no eres un huérfano pobre de los barrios bajos de Krimson Hill, sino que eres el heredero de una empresa multimillonaria y tu padre apareció repentinamente para invitarte a su imperio... ¿Esa no es la trama de El Diario de la Princesa?
—Es un poco más complicado qué eso...
—Y cómo olvidar a tu nuevo medio hermano, el que te invita a su cena de gala, ¿sabes que la gente dona dinero en esas cosas? ¿ya pensaste qué vas a decir cuando se acerquen a pedirte una donación? ¿Les vas a decir que te dejaste la chequera en tu otra mansión?
—Confío en que sus narices puedan detectar que mi perfume es de imitación y me dejen en paz .—Dándole los últimos ajustes a su atuendo, Vincent se giró para ver a Rebecca—. ¿Y bien?
Rebecca que tenía la mirada fija en el suelo mientras intentaba procesar toda la información que Vincent le había dado en el espacio de la última hora, alzó la vista para volver a observarlo, dio un sorbo a su cerveza y lo escaneó de arriba a abajo.
—¿Cómo mierda pasas un año arruinando tu cuerpo y aún así logras entrar en el smoking?
—Tengo un buen metabolismo.
De repente, el teléfono de la comandante comenzó a sonar y al mirar la pantalla, su rostro pasó del terror, a la frustración y luego aterrizó en una profunda tristeza y decepción al tiempo que daba un largo trago a la botella casi vacía.
—¿Pasó algo? —inquirió Vincent.
—La cagué, de nuevo, para variar —dijo ella mientras se tiraba resignada en el sillón—. Tenía una cita con Karen, la olvidé...
—Tranquila, dile que tenía que darte una información nueva sobre el caso y por eso te demoraste, que su ira caiga en mí.
—La cita era hace dos horas, ella ya está en casa —replicó Rebecca mordiéndose el labio con bronca—. Me pidió que busque otro lugar para quedarme esta noche.
—Mierda, Beck, lo lamento.
—No lo lamentes, ella tiene razón, no es la primera cita que me pierdo. Desde que todo esto empezó yo no he sido... suficiente.
Por primera vez en mucho tiempo, Vincent vio los ojos de Rebecca ponerse vidriosos. Estaba a punto de acercarse a ella, tratar de transmitirle algún tipo de paz, cuando un bocinazo de la calle le anunció que su transporte había llegado a buscarlo.
—Al carajo con la fiesta, vamos a...
—Te voy a volver a disparar si intentas escapar de esto, Vincent —lo interrumpió ella, secándose las incipientes lágrimas con su antebrazo—. Voy a estar bien. Ve, disfruta esta noche con tu familia, te lo mereces.
—¿Estás segura?
—Es una orden, detective.
—Bien, solo si prometes quedarte aquí.
—¿Hay más cerveza en la heladera?
—Más de la que podrías necesitar.
—No sé si eso es posible en este momento, pero me convenciste —respondió ella con una sonrisa fingida—. Ahora ve, deja de perder el tiempo aquí, Amelia Mignonette Thermópolis Renaldi.
Vincent recordó con nostalgia como solía ser él quien usaba el humor con su compañera para alivianar el ambiente y hacerle sentir que todo estaría bien, y si bien no estaba del todo convencido, sabía que lo mejor que podía hacer era regalarle una sonrisa y seguir su camino. Beck, necesitaba tiempo sola y él tenía un compromiso con su familia.
El viaje al Centro Cultural Dickens fue corto, silencioso e incómodo. Jamás había estado en una limusina, y el conductor mantuvo el vidrio que los comunicaba cerrado durante todo el viaje, de hecho solo intercambiaron palabras cuando le dijo un seco "buenas noches, señor Byron" antes de abrirle la puerta y hacerle un gesto para que se subiera. La música, suave y tranquila, fue su única compañía mientras se abrían paso hacia el centro de la ciudad y, por primera vez en mucho tiempo, Vincent Hardy se atrevió a mirar a otra cara de la ciudad.
Las veredas, iluminadas por las farolas y las luces de neón de los anuncios, estaban abarrotadas de personas que salían a disfrutar la noche. No faltaban las sonrientes parejas que marchaban de la mano, los inocentes niños que imitaban a los héroes de la película que acababan de ver en el cine, los amigos que reían carcajadas con algunas copas de más, y una larga fila de gente esperaba afuera de un bar para acceder al nuevo show de magia de Marylin, la magnífica. Todos ellos ajenos a los oscuros callejones que los rodeaban, ajenos a la maldad que albergaba la ciudad, maldad que, en ese preciso momento... Vincent no podía ver. Fue entonces cuando se dio cuenta de un detalle que se le había escapado desde hacía años: había pasado tanto tiempo luchando por Krimson Hill, manteniendo a raya su oscuridad, que había olvidado por qué peleaba realmente y aquella noche lo veía con claridad por primera vez en mucho tiempo. Había estado peleando contra la ciudad, en lugar de pelear por ella.
Con aquella epifanía en mente, Vincent finalmente pudo relajarse un poco en el lujoso asiento de la limusina. Se sentía como si alguien hubiera quitado una venda de sus ojos, se sentía bien, y no iba a dejarlo pasar. Así que mientras Sinatra anunciaba que lo mejor estaba por venir por los parlantes del vehículo, el detective sonrió y se dejó llevar por las circunstancias hasta su destino.
Al cabo de algunos minutos, el movimiento se detuvo. Vincent ajustó un poco su traje y aguardó a que el chofer abriera la puerta. Tan pronto como puso un pie fuera del vehículo, los flashes de las cámaras de los reporteros y paparazzis no se hicieron esperar, aturdiéndolo un poco, pero tan sorpresivamente como comenzaron también se terminaron. Los fotógrafos no tardaron en darse cuenta de que no tenían la menor idea de a quien estaban fotografiando, y los disparos de luces fueron reemplazados por un constante murmullo que sirvió de recordatorio al detective de que aquel no era su mundo.
Vincent tomó una bocanada de aire, saludó con la cabeza al chofer que seguía esperando que avanzara, y comenzó a marchar por los escalones que conducían hacia el interior del CCD.
—¿Nombre? —preguntó el morrudo seguridad de la puerta.
—Vincent Hardy, estoy con...
—Los Byron, si, nos avisaron que vendría. —El seguridad marcó algo en la tablet que sostenía entre sus grandes manos y le dedicó una amable sonrisa al recién llegado—. Adelante, señor.
Haciéndose a un lado y abriendo las puertas de cristal, Vincent Hardy entró por primera vez en un nuevo universo, desconocido para él, un universo que había observado desde que era un joven huérfano recorriendo las calles de Krimson Hill, pero siempre se le antojó tan lejano como las estrellas. Dentro del enorme edificio de cristal, todo parecía brillar con una luz especial, etérea, que hacía destacar cada detalle; las conversaciones se mantenían en una voz tranquila y animada, exceptuando la eventual carcajada causada por algún chiste o comentario ocurrente; Vincent sentía que podría haber pasado toda la noche escaneando el suelo con las más precisas herramientas y no habría encontrado una sola mota de polvo reposando en el piso blanco. Todo parecía correcto, demasiado correcto, a un punto incomodante para quien solía pasar sus noches entre charcos de sangre y olfateando el olor de la pólvora que impregnaba el aire.
Vincent paseó sin un rumbo claro durante algunos minutos, observando a los trajeados personajes que poblaban el gigantesco salón, disfrutando la suave música jazz que los músicos tocaban y observando como, por fuera de las paredes de vidrio, las nubes que se arremolinaban empezaban a anunciar una pronta tormenta. Su padre y su hermano seguro ya estarían allí, solo debía dar con ellos, aunque eso implicara dar algunas vueltas en soledad por el lujoso edificio, pero supuso que aquello le serviría para adaptarse un poco más al ambiente.
Sin embargo, aquel tranquilo paseo se vio interrumpido cuando, por el rabillo del ojo, percibió un movimiento repentino. Con una reacción precisa, el detective giró y su brazo se envolvió alrededor de la cintura de una mujer, evitando que cayera al suelo. La copa que ella llevaba en su mano cayó al suelo con un sonoro estallido, pero ninguno de los dos se quitó los ojos de encima.
Al detective le costó bajar la mirada de aquellos grandes ojos avellana, pero pronto su vista siguió deslizándose hacia abajo, pasando por su boca decorada con un fino labial carmesí, el pendiente que colgaba de su cuello, y el brillante vestido rojo que contrastaba con su suave piel trigueña.
—Vaya... gracias —dijo ella con un extraño acento al cabo de un segundo, tomándose de la espalda de su salvador para levantarse y estabilizarse, acercándose un poco más a su cuerpo—. No te ensucié, ¿verdad?
La chica había quedado a la altura de su pecho y lo miraba con una sonrisa que Vincent sentía que podía iluminar hasta el rincón más oscuro de la ciudad.
—¿Cómo? —preguntó el detective, casi aturdido.
—Con el champán —respondió ella riendo y dirigiendo una mirada a la copa destrozada en el suelo, que unos mozos ya se acercaban a limpiar.
—Oh, no... eso... estoy bien. ¿Tú estás bien?
—Sí, fueron estos malditos tacones, todavía no me acostumbro. —La sonrisa de ella volvió a ensancharse—. De hecho, creo que ya puedo tenerme sola, gracias.
—¿Qué? Oh, mierda, disculpa. —Vincent quitó la mano de su cintura, sintiendo el roce de la fina seda del vestido contra su piel, el embriagante aroma de su perfume en el aire—. Y disculpa el lenguaje.
—Estás perdonado, ¿cómo podría enojarme con mi héroe? —bromeó ella—. No asistes a muchos de estos eventos, ¿verdad?
—¿Tan evidente es? —replicó el detective con creciente incomodidad.
—Creo que puedo ayudarte con eso, acompáñame.
Sin esperar respuesta, la hermosa mujer se volteó y empezó a alejarse. Vincent pasó un segundo observando su marcha, la manera en que su cabello castaño, liso con algunas ondas en sus puntas, parecía danzar con cada movimiento. Casi como hipnotizado, la siguió.
El recorrido fue breve, demasiado breve, y aun así su guía llegó a perderse entre la muchedumbre. Sin embargo, alguien como ella no suele escapar a la vista por demasiado tiempo, y el detective no tardó en encontrarla en la barra, con dos copas de champán en sus manos. Cuando Vincent llegó ella le tendió una, y él accedió sin dudarlo. Sus manos se rozaron al recibir la bebida. Sin mediar palabras, brindaron y tomaron hasta vaciar las copas.
—Después del tercero o cuarto de estos te acostumbras al ambiente —dijo ella sin perder su perfecta sonrisa.
—Creo que voy a necesitar unos cuantos más, o bien algo más fuerte... —respondió el detective.
—La noche es joven, seguro que podrás encontrar algo que sea de tu agrado. —Los dos se sonrieron, pero antes de que Vincent pudiera acotar algo, el barman acercó dos copas más de champán, que ella tomó con sus delicadas manos—. Ahora, si me disculpas, tengo que continuar mi camino. Fue un placer conocerte.
—El placer fue mío, señorita...
—Herrera —respondió ella con una sonrisa, y luego con un gesto educado procedió a retirarse, desapareciendo pronto entre los invitados.
—Señorita Herrera —repitió Vincent para sí mismo, aún con una estúpida sonrisa en los labios.
El detective saboreó aquellas palabras algunos segundos más, y luego se sonrió con gracia. Por primera vez en mucho tiempo, se permitía actuar como un idiota, libre de preocupaciones, libre de culpas, y lo estaba disfrutando como nunca. Por supuesto, la presencia de aquella hermosa mujer había ayudado. Se preguntó si volvería a verla esa noche, mientras se volvía para pedirle un whisky al barman. Antes de alejarse de la barra, dejó que la bebida se deslice por su garganta, y se relajó.
Sin querer seguir dilatando el motivo de su visita, Vincent se dio media vuelta y reemprendió su búsqueda. El CCD ocupaba gran parte de la manzana en la que se ubicaba y contaba con tres pisos que servían durante la mayor parte del tiempo para exponer obras de artistas locales e internacionales, de forma que sabía que no iba a ser una tarea particularmente fácil.
El largo recorrido a través de los invitados estuvo lleno de miradas, como si algunos de ellos intentaran reconocerlo sin éxito. Vincent se preguntó si ellos también podían notar que él no pertenecía a aquel lugar, como lo había hecho la Señorita Herrera, y se respondió que poco le importaba. Tenía que admitir que estaba disfrutando la velada.
Al cabo de unos cuantos minutos, ya en el segundo piso, el detective pudo distinguir la voz de Joseph Byron a la distancia. Tuvo que abrirse paso por entre varios grupos de personas, pero no tardó en encontrarse a escasos pasos de su padre que al verlo acercarse cortó la conversación en la que se encontraba enfrascado y se abrió a un lado para saludarlo.
—Disculpen —dijo mientras daba un paso al costado—. ¡Vincent! No sabes cuánto me alegra verte. Christian dijo que estabas invitado, pero no pensé que vendrías.
—Dijeron "barra libre" y no pude resistirme —bromeó Vincent, pero pronto recordó las palabras de su hermano y decidió continuar—. Parecía un evento importante para Christian, me alegra estar aquí para compartirlo con ustedes. —Joseph sonrió con orgullo y posó su mano sobre el brazo de su hijo—. Hablando de Christian, ¿sabes dónde está? Estuve tratando de encontrarlos un buen rato.
—Lo perdí de vista hace un tiempo. El tipo es un tiburón y este lugar está repleto de posibles inversores y nuevas oportunidades para Empresas Byron. Debe andar cortejando a algún pez gordo, no tengo dudas al respecto —respondió Joseph tratando de ubicar a Christian con la mirada—. Pero estoy seguro que un par de ojos más te ayudarán a dar con él, vamos a buscarlo.
Padre e hijo se lanzaron a la búsqueda una vez más, abriéndose paso entre la gente. Al verlos pasar juntos, muchas cabezas se daban vuelta para saludar a Joseph con una sonrisa amistosa, gesto que el anciano empresario correspondía, al tiempo que iba informando a Vincent de los nombres y relevancia de aquellas personas. Algunos nombres resonaban en la mente del detective, siendo gente influyente de Krimson Hill que había caído en el radar alguna de sus investigaciones, ya sea con o sin la máscara; otros rostros y nombres, misteriosos y desconocidos para él, instintivamente eran almacenados para futuras referencias, un hábito molesto y difícil de abandonar que llenó la mente del detective de detalles aparentemente insignificantes durante su tiempo de ausencia, pero no podía negar que era un hábito que lo había llevado a resolver más de un caso difícil o incluso a salvar su vida en más de una ocasión.
El salón se iluminó de repente, y al dirigir su mirada al techo, Vincent descubrió que los relámpagos ya adornaban el cielo nocturno, y pronto el sonido rítmico y amortiguado de la lluvia se hizo presente. El efecto de las gotas de lluvia contra el edificio de cristal, sumado a las luces y la música interior, daban al lugar un aura aún más mágica de lo que el detective había percibido en un principio, sin embargo, pronto su atención se dirigió a la familiar voz cercana que indicaba que habían encontrado su objetivo.
—No se preocupe, señor Inoue, me aseguraré de que mi secretaria se ponga en contacto con su gente a primera hora mañana —dijo con aire jovial Christian y un anciano de aspecto asiático respondió con una firmeza respetuosa, los indicadores de un negocio bien encaminado.
—Te lo dije —señaló por lo bajo Joseph, al tiempo que Christian notaba su presencia y se despedía de su "presa" con un fuerte apretón de manos.
—Vincent, qué placer volver a verte, me alegra que hayas aceptado la invitación, ¿cómo estuvo la limusina?
—Espaciosa —bromeó el detective, sacándoles una buena risa a sus dos acompañantes.
—¿Dónde está Mara? —consultó Joseph, mirando alrededor—. Vincent debería conocerla.
—No quiso quedarse a escuchar mi conversación con el señor Inoue, y no la culpo, el tipo puede ser aburridoramente inexpresivo, pero logré convencerlo de que acordemos una reunión en la semana para charlar más tranquilos —respondió él, desviándose un poco del tema—. En fin, creo que mencionó que iba a buscarnos unas copas, así que... ah, hablando del diablo.
El trío se volteó para ver a la recién llegada, y Vincent no pudo ocultar su sorpresiva reacción al ver llegar a la hermosa mujer con quien se había cruzado al llegar. Mara también clavó su mirada en él con confusión, y no la despegó hasta llegar junto a Christian, que notó aquella extraña interacción entre ambos.
—¿Se conocían? —preguntó al cabo de unos segundos de silencio.
—No... —respondió Vincent.
—Sí... —dijo ella al unísono, sembrando aún más confusión. Vincent se notaba incómodo, pero ella sonreía divertida ante la situación, ya habiendo superado su propia sorpresa inicial—. Es el héroe que me salvó de caer y humillarme hace un rato. Seguro que más de una aquí no habría podido esperar a hablar de lo borracha que estaba, así que gracias por salvar mi reputación.
—No hay de qué... —respondió Vincent sonriéndole, casi olvidando dónde y con quiénes se encontraba.
—Eh... bien. —Christian carraspeó—. Vincent, te presento a Mara Herrera, mi prometida —dijo su medio hermano tomando a la bella mujer a su lado por la cintura y sonriéndole con ternura, al tiempo que con la otra mano tomaba uno de las copas—. Mara, te presento a Vincent, mi hermano.
—Vaya, mierda, un gusto —dijo Vincent, tendiéndole una mano, que ella tomó con educación, pero aún divertida por toda la situación. El detective se sintió como un idiota por no haber notado el hermoso y claramente caro anillo que decoraba la fina mano de la mujer—. ¿Prometida? No tenía idea...
—Es algo bastante reciente —acotó Mara, sonriendo a Christian.
—Sí, y privado. Tratamos de evitar la prensa, ya sabes cómo se ponen los paparazis —continuó su hermano.
—No, no realmente —señaló con razón Vincent, sacando una sonrisa a los presentes.
—En seguida empiezan a especular e inventar teorías sobre una posible fusión entre nuestras empresas, lo que afecta a los números de los inversores, que luego vienen a quejarse a nuestras puertas —explicó ella—. Así que estamos tratando de mantenerlo bajo el radar de momento.
—¿También eres empresaria? —inquirió el detective.
—Directora Ejecutiva de Aguará S.A. —confirmó Mara—. Somos la segunda empresa de medios de comunicación más grande de Argentina, pero estamos buscando ampliar nuestros horizontes.
—Eso explica el acento, me estaba costando ubicarlo.
—No serías el primero —dijo ella con una sonrisa—. Mi familia es originaria de Misiones, en el noreste del país, pero yo me crié en Buenos Aires, así que tengo un poco de cada lado.
—De hecho, fue en Buenos Aires que nos conocimos, e inmediatamente quedé impactado con su belleza —acotó Christian, acercando un poco más a Mara hacia él y dándole un suave beso en los labios, que los dejó a ambos sonrientes—. Supe desde el primer momento que íbamos a estar juntos.
De repente el teléfono de Vincent empezó a sonar a todo volumen, interrumpiendo el romance entre los enamorados y llamando la atención de su padre hacia él.
—Disculpen —se excusó el detective, al tiempo que tomaba el dispositivo. Un mensaje saltó a la pantalla del celular tan pronto como lo tuvo en sus manos:
Sal de ahí.
Aquellas palabras pusieron los pelos de punta al detective que, incómodo, tragó saliva. Intentó visualizar el número desde el que había sido enviado aquel ominoso mensaje, pero pronto descubrió que no había tal número, lo que solo contribuyó a avivar su incipiente paranoia,
—¿Todo bien, hijo? —inquirió Joseph al notar la inquietud en el detective.
—Sí, tan solo una alarma que me olvidé de apagar —mintió, pasando el teléfono a silencio y volviéndolo a guardar.
—¿Alguna novedad de Luke? —preguntó Mara a su prometido—. Había jurado que iba a acompañarnos al próximo evento.
—Sabes cómo es —respondió Christian con una sonrisa, dándole un trago a su copa—, podrían ofrecerle dinero por asistir y aun así se nos dificultaría convencerlo. Estaba preparando todo para regresar a la central en Nueva York, pero aun así creí que esta vez vendría.
—¿No es muy fan de este tipo de eventos? —preguntó Vincent, tratando de sacudirse los escalofríos de encima y sonar natural.
—En lo más mínimo, Luke viviría en su oficina si de él dependiera. Es dedicado y tal vez demasiado responsable, pero es el mejor en lo que hace —contestó Christian.
—Tal vez deberíamos haberle dicho que iba a venir Doctor Who, eso habría hecho que trajera su trasero hasta aquí —acotó Mara, sacando una sonrisa a su prometido.
Vincent estaba a punto de preguntar si era cierto que una de las encarnaciones del Doctor se encontraba caminando entre ellos, cuando su teléfono volvió a sonar a todo volumen, interrumpiendo una vez más la conversación. Otra vez, un críptico mensaje sin remitente aparente ocupaba su pantalla:
Se acaba el tiempo, sal de ahí.
Vincent intentó quitar el mensaje, bloquear el teléfono o al menos volver a ponerlo en silencio, pero parecía haber perdido el control sobre el dispositivo, de forma que se apresuró a apretar las teclas de emergencia para apagarlo y eso pareció funcionar. Sin embargo, al levantar la vista se encontró con miradas de preocupación de su padre, su hermano y Mara.
—¿Estás seguro de que todo está bien, Vincent? —repreguntó Joseph.
—Sí, disculpen, ya apagué el teléfono —respondió él, tratando de transmitir una fingida tranquilidad con su voz, pero lo cierto era que aquellos mensajes empezaban a preocuparlo de sobremanera—. Estaban diciendo...
Justo en ese momento, las luces del lugar parecieron cortarse al igual que la música, sobresaltando al detective que, casi de inmediato, se movió para pararse frente a Joseph y protegerlo de cualquier amenaza.
—Hijo, tranquilo, es parte de la velada, mira... —dijo su padre, señalando un haz de luz que ahora apuntaba a un escenario, donde una mujer subía para dar un discurso.
Al notar esto, Vincent suspiró con alivio, pero ya no podía ocultar que la situación lo estaba afectando. Habían aparecido perlas de transpiración en su frente, sus manos temblaban ansiosamente, su respiración se había vuelto entrecortada y había empalidecido.
—Disculpen, debo ir al baño... —dijo y giró torpemente sobre sus talones antes de que alguno de sus familiares pudiera siquiera emitir palabra.
Desbordado de emociones, el detective se tambaleó hasta el primer piso, donde había visto los tocadores en la búsqueda por su padre al llegar. La oscuridad, sumada al sonido de la creciente tormenta, con sus estallidos de luz y truenos ocasionales, generaban un ambiente siniestro y opresivo para su mente. Sentía que enloquecía, que no podía respirar, pero finalmente logró llegar a su destino. Sin demasiado cuidado, Vincent abrió la canilla y tiró agua fría sobre su rostro, empapando parte del traje en el proceso, pero aquel choque de temperatura sirvió para ayudarlo a relajarse un poco. Se miró en el espejo y apenas reconoció a la persona que le devolvía la mirada, esa persona débil, cobarde... asustada.
Supo entonces que tenía que retirarse. Volvió a rociar su cara con agua fría y tomó una gran bocanada de aire.
—Les dirás que estás enfermo, te disculparas y te retirarás, y eso será todo —se dijo a sí mismo, tratando de recuperar la compostura—. Vamos, puedes hacerlo... puedes hacerlo.
Haciéndose de valor, Vincent se dio media vuelta y salió del baño con la cabeza a gachas. Aquellas horribles sensaciones que invadieron su cuerpo se fueron dilatando hasta convertirse en una molestia menor, volvía a tener el control, volvía a ser él, solo tenía que mantener la fachada durante unos pocos minutos y luego sería libre... Sin embargo, la velada aún estaba lejos de terminar para él. La mirada clavada en el suelo le impidió ver que Christian estaba delante de él, y se lo terminó chocando de frente a unos pocos metros del baño.
—Vincent... ¿Qué mierda te pasó? Estás todo mojado...
—Chris, sí, mira, lo lamento, pero tengo que irme... no me estoy sintiendo bien y no quiero arruinar su velada —respondió Vincent tratando de sonar convincente, pero podía ver en la cara de su hermano que no estaba logrando el objetivo deseado—. No es nada grave, tal vez solo una gripe, ya les escribiré mañana para contarles cómo estoy, ahora si me disculpas...
Vincent trató de avanzar, pero la mano grande y fuerte de Christian se posó sobre su hombro, deteniéndolo en seco y forzándolo a cruzar miradas una vez más.
—Sé que no nos conocemos mucho, pero te agradecería que no me tomes por idiota. Algo te está pasando, eso es evidente por tu aspecto, pero no es una gripe. —El teléfono de Vincent comenzó a sonar una vez más—. No sé qué te pasa, si es un problema con las drogas o qué, pero este tipo de escenas no pueden suceder en frente de papá, ¿me entiendes?
—Christian, te prometo que no son drogas, pero tengo que... —El teléfono continuaba sonando.
—Pero sí entiendes que nos dejaste a todos preocupados, ¿verdad? Ya no estás solo, y es importante que empieces a entenderlo, y si necesitas ayuda... —El timbre del celular parecía sonar con más intensidad segundo a segundo.
—¡NO NECESITO TU AYUDA! —rugió Vincent con bronca, haciendo que Christian de un paso atrás y atrayendo algunas miradas curiosas en medio de la relativa calma que reinaba en el lugar.
Sintiéndose como un animal enjaulado, el detective desvió la mirada y en su lugar sacó el teléfono una vez más para silenciarlo. Pensaba que lo había apagado, no... sabía que lo había apagado, y también sabía que una nueva advertencia o amenaza lo estaría esperando cuando mirara la pantalla y así fue. El mensaje alertaba:
Corres peligro, sal de ahí ahora.
Vincent alzó la mirada, Christian estaba hablándole, parecía enojado, pero él no podía escucharlo, sus palabras parecían llegar desde lo profundo de un túnel. Sin embargo, sus ojos podían ver y distinguieron, a la distancia, entre los cientos de personas elegantemente trajeadas, una figura oscura y encapuchada paseándose entre la gente. En aquel instante, todos los miedos, dudas y malestares que Vincent estuviera sintiendo fueron reemplazados por una ira primigenia, ira que lo impulsó hacia adelante, dejando atrás a su confundido hermano, para internarse entre la gente. Aquel espectro, al notar esta reacción del detective, también comenzó a moverse y pronto ambos se vieron enfrascados en un juego del gato y el ratón.
Vincent se abrió paso por el edificio mediante codazos y empujones, derramando más de una copa sobre su fino traje, pero aquello no le importaba, su mente solo estaba puesta en perseguir a aquella sombra. Su recorrido lo llevó a una puerta trasera del lugar, que pronto lo dejó en el exterior, bajo la lluvia que ya azotaba el suelo sin piedad. En la abarrotada calle, con los sonidos de la gente y los autos a su alrededor, Vincent tuvo que tomarse un segundo para volver a enfocarse y finalmente pudo ver a aquella sombra metiéndose en un oscuro callejón en la vereda de enfrente. Sin dudarlo un segundo, el detective se lanzó a continuar su persecución, haciendo que la calle estalle en bocinazos y sonidos de frenadas, pero cuando parecía que ya estaba a punto de ponerse a salvo, un auto a su derecha derrapó con la lluvia y pronto se encontró tendido sobre su capó.
Aturdido y dolorido, Vincent se deslizó hasta caer al suelo mojado. El conductor había salido del auto y gritaba con una mezcla de furia y preocupación al peatón que ahora luchaba por ponerse de pie. Vincent atinó a sacar la placa que guardaba en un bolsillo interno del traje y a mostrársela al conductor, que acalló sus reclamos de inmediato, mientras que el detective avanzaba trastabillando hacia el callejón, tratando de ignorar el dolor. Sin embargo, una sola mirada a la oscuridad de aquel callejón vacío le bastó para entender que jamás podría alcanzar a su presa, no en su estado actual, de forma que se dejó caer resignado contra la pared más cercana, sintiendo cómo las frías gotas de lluvia caían sobre él.
Por algunos segundos, el detective dejó que toda aquella ira acumulada en él se fuera arrastrando por la misma lluvia, empezando poco a poco a ver con mayor claridad la situación en la que se encontraba. Iba a tener que dar muchas explicaciones a su familia, ninguna de las cuales era buena, pero sabía que si quería conservarlos aquellos estallidos de emociones tendrían que ser controlados, no podían volver a verlo así. Tal vez sí necesitaba ayuda, tal vez...
Sus pensamientos se vieron interrumpidos de forma abrupta por unos atronadores gritos que se alzaron por encima de los ruidos de la calle y la tormenta. El detective se volvió abruptamente para ver cómo cientos de personas salían a los tropezones del interior del CCD y se lanzaban desesperados a la calle. La escena se convirtió en un absoluto caos, a medida que los refinados habitantes de la gala se pisaban unos a otros en un intento de ponerse a salvo de un enemigo invisible, se tiraban a la calle para ser impactados por los autos, otros se detenían para vomitar sobre las húmedas veredas y, aun así, destacaban las personas cubiertas de sangre, ya sea corriendo o bien trastabillando y cayendo al suelo.
Sin dudarlo un segundo, Vincent se lanzó corriendo una vez más hacia el interior del edificio, ignorando a las desesperadas personas que rogaban ayuda en el suelo.
En el interior del CCD, la escena era dantesca: la sangre cubría casi la totalidad del suelo, y aún más caía de los pisos superiores creando unas tétricas cascadas escarlata; como en el exterior, cientos de personas se encontraban tendidas en el suelo, con hilos de sangre cayendo de su boca, pero también escapando por sus narices, oídos y ojos; algunos se habían quedado a asistir a los pobres diablos que, a simple vista, se podía ver que habían pasado a mejor vida, de forma que lo único que podían hacer era sujetar los cuerpos inertes mientras lloraban y suplicaban por ayuda.
Impactado por la brutalidad de aquella imagen, Vincent avanzó por el CCD con lentitud, tratando de evitar la terrible certeza que crecía en su mente a medida que se acercaba a las distantes siluetas apenas iluminadas por las luces de emergencia rojas. Sin embargo, solo bastaron unos pocos pasos más para que pudiera distinguir las facciones de Mara Herrera, que se sujetaba la cabeza y lloraba mientras miraba a su prometido arrodillado en el suelo, sujetando el cuerpo de Joseph Byron entre sus brazos. Vincent se detuvo frente a ellos, sin saber que decir, observando con claridad cómo lágrimas de sangre escapaban de los ojos de su padre. Haciendo un esfuerzo sobrehumano, Christian alzó la mirada y gimoteó:
—Ayúdanos...
Vincent sentía como si sus piernas se hubieran vuelto de plomo. Era incapaz de moverse, de articular palabra o pensamiento. Se sentía aturdido, los oídos le zumbaban, la garganta se sentía seca y el sudor frío recorría su cuerpo sin piedad alguna. Sin embargo, hubo algo que lo despertó de aquel trance, algo que, poco a poco fue encendiendo una llama que suponía apagada hacía ya largo tiempo. Su teléfono sonaba en su bolsillo una vez más. Lo sacó y leyó con atención el mensaje que lo aguardaba:
Nos volveremos a ver.
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