10. La familia
Sentado en aquella apacible sala de espera, Vincent no pudo evitar sentirse incómodo, desencajado en un ambiente que le era ajeno. Jóvenes de traje corrían de aquí para allá, siguiendo a personas más viejas y experimentadas que hacían las veces de mentores, pero que siempre terminaban ladrando órdenes a los pobres diablos que los perseguían por los pasillos con una mezcla de admiración y miedo. La realización de que alguna vez fue como ellos lo golpeó como un ladrillo y lo hizo sonreír; la única diferencia era que él había seguido a su mentor saltando por los tejados de la ciudad, y el traje que vestía éste tenía una capa, en lugar de una corbata. Pero todo aquello quedó atrás, por primera vez, desde el día que cayó en las garras de Mirlo y había empezado su viaje de pesadillas, sentía que estaba tomando una decisión por su cuenta, que el verdadero Vincent Hardy podía empezar a florecer de entre los escombros.
La espera se le hizo eterna, y cada dos o tres minutos dedicaba una incómoda sonrisa a la secretaria que lo había recibido y que se negó a quitarle la mirada de encima desde el momento que anunció su llegada y se identificó como "el hijo de Joseph Byron". Llamó a sus superiores y le informaron de que se ocuparían de la situación, pero lo cierto es que no sabía si de la puerta de aquel ascensor saldría el dueño de la compañía o una cuadrilla de guardias de seguridad dispuestos a echar a patadas al lunático que se había adentrado en el edificio. El suspenso la estaba matando, pero entonces el pitido del ascensor marcó la caída del telón y el rostro de los dos, la secretaria y el "hijo", se iluminó con expectativa.
—Es un placer volver a verte, hijo —dijo Joseph saliendo del ascensor y marchando hacia el detective con una amplia sonrisa en su rostro—. Lamento haberte hecho esperar. A pesar de lo que dice la tarjeta que te dejé, ya no soy el jefe de la compañía, pero a algunas personas le cuesta entenderlo más que a otras y a veces tengo que pasar horas resolviendo situaciones que ya no me atañen.
—No es ningún problema, lamento haber venido a molestar, es solo que...
—Voy a detenerte ahí mismo. Eres más que un invitado, eres mi hijo, y jamás podrías molestarme. Acompáñame, por favor, déjame darte el tour. Hay gente que muere por conocerte —lo interrumpió Joseph, posando sus manos suavemente sobre los hombros de Vincent—. Lucille, despeja mi agenda por el día de hoy, por favor.
—S-sí, señor Byron —respondió la secretaria que observaba la escena como en trance.
Vincent y Joseph subieron al ascensor y, tras insertar un código de seguridad en un tablero, este marcó el último piso. Desde la parte trasera del ascensor podía verse la ciudad, y poco a poco los dos fueron subiendo hasta ubicarse por encima de gran parte de los edificios de la zona céntrica.
Durante algunos segundos ambos permanecieron en silencio, Joseph observando a su hijo con curiosidad, Vincent con la mirada clavada en el firmamento de la ciudad. La tensión entre ambos era palpable, así que el mayor decidió tomar la posta y cortarla en seco.
—Sabes, pude escucharlo en tu voz cuando llamaste para preguntar si podías venir. La duda, la incertidumbre de si estabas haciendo lo correcto o no, y creo que puedo entender por qué... —dijo Joseph volviendo la mirada hacia él, que ahora había cambiado la curiosidad por una determinación incisiva propia de un empresario de alto rango—. Cuando te investigué me di cuenta por tu carrera que tienes un perfil claro en tu trabajo. Como detective, por ejemplo, no te detienes en el asesinato por una disputa por drogas... sigues el camino cuesta arriba hasta que tienes al jefe de la operación. No te conformas con migajas, tomas un hueso y no lo sueltas hasta que obtienes, y eso muchas veces te llevó directamente a la puerta de gente mala, gente adinerada y poderosa, gente como mi padre... tu abuelo. Me imagino que investigaste cómo fue construida Empresas Byron, ¿verdad?
—Sí —respondió Vincent, sorprendido por la lucidez del hombre.
—Estaría decepcionado si no lo hubieras hecho —sonrió amablemente Joseph—. Si hiciste una buena investigación, como sospecho que habrás hecho, te habrás dado cuenta de que nuestro apellido lleva un legado de sangre. Todos y cada uno de los ladrillos que levantaron este edificio están manchado por sangre inocente, y no solo de Inglaterra, alrededor del globo.
—También sé que elegiste un camino distinto —replicó Vincent, saliendo de su encandilamiento.
—Me alegra que pienses eso, pero la verdad es que todavía queda mucho por redimir. Tuve que tomar... decisiones difíciles para llegar hasta aquí, para ocupar la silla grande. A veces era tan "fácil" como mirar para otro lado, otras... bueno, fueron más complejas. No te confundas, mis manos ya están manchadas y no reniego de ello; fue lo que me permitió convertir a esta empresa en un ejemplo a seguir en el mundo y, más importante aún, de asegurarme de que ustedes no tuvieran que pasar lo mismo que yo. Hoy por hoy me enorgullece decir que lo logré, que corregimos el rumbo y que vamos a seguir luchando para mejorar.
El pitido del ascensor anunció que habían llegado a destino y ambos se sonrieron, sabiendo los dos que cualquier duda que el detective albergara había sido disipada en aquel instante. Estaba en el lugar correcto, había encontrado a su gente. Al salir del ascensor se encontraron con una amplia antesala, con cómodos sillones y algunas pinturas adornando las paredes. Allí una solitaria secretaria cuidaba de su puesto detrás de un lujoso escritorio y una computadora de última tecnología.
—¿Puedo acercarle algo, señor Byron? —preguntó ella alzando la mirada hacia al dúo que se acercaba tranquilamente a ella. En comparación con la joven que habían visto en recepción, aquella mujer rebosaba de confianza y no se dejaba intimidar por la presencia del magnate. Era una secretaria de carrera, y sus dedos acostumbrados a años de tipear la delataban frente a la perspicaz mirada del detective.
—Nada de momento, señorita Kapplan, le agradezco —contestó Joseph, asintiendo y dedicándole una leve sonrisa.
—¿Y para usted, señor...?
—Hardy, Vincent Hardy. Pero no hace falta, gracias —sumó él con amabilidad.
—¿Christian ya terminó con la videollamada? —preguntó Joseph, deteniéndose frente a la enorme puerta de madera.
—Tan pronto como se enteró de que tenían visitas la cortó para prepararse, creo que está algo nervioso —se sonrió la secretaria—. Es algo tierno, a decir verdad.
—Recuerde que está hablando de su jefe —bromeó Joseph antes de empujar la pesada puerta de madera.
Con cierta incomodidad, Vincent dirigió una última mirada nerviosa a la secretaria, le sonrió y siguió a su padre a través del umbral. Se encontraba ahora en la oficina más grande que jamás haya visto, pero aun así sencilla en su diseño. Un gigantesco escritorio se posicionaba frente a ellos, con un ventanal a sus espaldas que ocupaba la totalidad de la pared y que tenía un pequeño balcón desde el cual salir a observar Krimson Hill. A su derecha pudo llegar a ver un sector dedicado a las reuniones, con una lujosa mesa y algunas sillas cómodas a su alrededor.
Vincent empezó a volver la mirada hacia el lado contrario de la habitación y fue entonces que se encontró con una brillante sonrisa y un apretón de mano firme que lo tomó por sorpresa. Antes de que pudiera siquiera procesar aquello, aquel hombre de traje lo había envuelto en un abrazo fuerte y sentido.
—Chris, no lo asustes, déjalo respirar —comentó Joseph, mientras Vincent seguía intentando procesar lo que había pasado.
—Oh, sí, por supuesto —dijo el hombre y se alejó un poco para que el detective pudiera observarlo. Ese sujeto, alto y fornido, apenas unos pocos años mayor que él, lo miraba con sus brillantes ojos grises y aun sonriendo con aquellas perlas blancas que destacaban entre su tupida barba, acompañada por su prolijo pelo castaño. Vincent lo reconoció de inmediato, pero no tenía palabras. Christian se había alejado un poco, pero aún sostenía al detective por los hombros—. Tantos años buscándote, y ahora estás aquí... perdón, es que casi no puedo creerlo... al fin puedo decirlo: bienvenido a casa, hermano, es un placer conocerte.
—El gusto es mío... —respondió Vincent de forma honesta, aun tratando de adaptarse a aquella idea. Tenía un hermano.
Ya separados de aquel sorpresivo abrazo, Joseph miró a los dos hermanos reunidos al fin, y sonrió al reconocer algunos rasgos familiares en ambos. Era todo lo que siempre había querido, pero se imaginaba que Vincent estaba teniendo un momento fuerte en término de emociones, así que optó por no avivar el fuego y mantener la templanza. Aclarándose la garganta procedió a realizar las introducciones formales.
—Detective Hardy, le presento al Director Ejecutivo de Empresas Byron: Christian Byron; Señor Director, le presento al detective Vincent Hardy —comentó en un tono entre amoroso y bromista. Por supuesto, Vincent sabía exactamente quién era aquella persona. Christian Byron también había caído dentro del paraguas de su investigación. El primogénito de Joseph había tenido una vida alejada de los medios hasta que comenzó a perfilarse como su claro sucesor. Los artículos de revistas y los blogs de negocios lo describían como alguien inteligente y audaz, que había sido clave para impulsar a Empresas Byron hacia el futuro y que, de continuar con aquella brillante trayectoria, seguro traería mucho de lo qué hablar en el mundo empresarial. Ya a un nivel más personal, Vincent siguió los pasos de Christian desde su más tierna infancia, habiendo nacido y crecido en los Estados Unidos, pero eligiendo Oxford como su casa de estudios superiores, de donde se recibió con honores en un tiempo récord. Desde entonces, el "chico de oro" (como solían nombrarlo los medios) había cosechado éxitos en todos los campos en los que había incursionado, y no había señales de que fuera a detenerse pronto—. Seguro tienen mucho de lo que hablar.
—No te das una idea —dijo Chris, aun sonriendo—. Por favor, acompáñame.
Dicho esto, el ejecutivo se volteó y comenzó a caminar hacia el otro extremo de la habitación, donde unos cómodos sillones, que seguro servían para alivianar el ambiente y realizar pactos un poco más relajados, se posicionaban alrededor de una mesa ratona. En la pared había tres vitrinas: una biblioteca con grandes tomos; una vitrina con reconocimientos, tanto de la empresa como personales de Christian y Joseph (entre ellos una foto con la reina del día en que le otorgaron el título de "Sir" junto a la correspondiente insignia), y finalmente una con exóticas y caras bebidas alcohólicas provenientes de todas partes del mundo. Joseph se acomodó tranquilamente en uno de los sillones y Vincent lo siguió, aunque Christian optó por acercarse al bar.
—Si has estado haciendo tu tarea, sabrás que ya hace algunos años me he retirado y he dejado la compañía en manos de Christian, quien ahora se encarga de mantener Empresas Byron en la cima. Es esto de lo que hablaba cuando veníamos de camino aquí. Él jamás tuvo que ensuciarse las manos, nunca lo tendrá que hacer, podrá siempre tener la frente en alto y construir desde la honestidad y el compromiso. Eso es lo que quiero también para ti, Vincent, que tus manos no se ensucien. —El detective tragó saliva—. Que siempre puedas tener la frente en alto.
—Si me permiten —interrumpió Christian, colocando tres vasos de whisky en la mesa y una botella de The Macallan, que prontamente abrió y sirvió antes de sentarse, con su vaso entre manos, y dedicando una mirada a Vincent—. Después de todo este tiempo, del sufrimiento, de las esperanzas y de las lágrimas, finalmente estamos los tres juntos. No quiero dejar pasar la oportunidad para recalcar cuánto trabajó mi padre... nuestro padre —sonrió—, para hacer que esto pase, y cuán agradecido estoy con él por jamás rendirse; y contigo, Vincent, por supuesto que contigo, por permitirme mirarte a los ojos después de todo este tiempo. Nadie nos va a devolver los años perdidos, pero quiero que este momento sea el cierre de un ciclo de dolor, y el comienzo de un ciclo nuevo para los tres. 30 años... 30 años. Elegí esta bebida a propósito, añejada apropiadamente durante 30 años, para que cerremos el trato. Amarga, pero que deja una sensación agradable al pasar. Así que, si no les parece mal... —Christian alzó el vaso proponiendo un brindis—. Por la familia.
Vincent dudó un segundo en tomar el vaso, y Joseph no hizo ningún movimiento hasta verlo levantarlo. De alguna manera, todo aquello se sentía irreal, como una historia de fantasía, una broma pesada que pronto acabaría con algunos tipos saliendo de atrás de una cámara oculta gritando "¡te lo creíste!" y burlándose de él por haber caído en la trampa. Se obligó a tocar la fría superficie del vaso de vidrio, y al intentar levantarlo se le antojó que pesaba una tonelada... pero una tonelada que se volvía más liviana mientras más lo alzaba, mientras más cómodo se sentía. Finalmente, los tres chocaron sus bebidas por encima de la mesa ratona.
—Por la familia —dijeron Vincent y Joseph al unísono antes de dar un largo trago al brebaje.
Tan amargo y delicioso como mencionó Christian, e infinitamente superior en calidad a toda la basura que había estado metiendo en su cuerpo durante los últimos meses, Vincent recibió el trago con gracia, sintiendo con claridad cómo lo quemaba, casi cariñosamente, al bajar por su garganta. En ese momento, el teléfono de Joseph sonó y la mirada en su rostro indicaba que no era una llamada que pudiera posponer.
—Debo atender esto. Nada serio, pero iré al otro lado de la sala para dejarlos hablar en paz.
Los dos observaron al anciano ponerse de pie y retirarse a la otra punta de la habitación, donde su voz se volvió prácticamente inaudible. Vincent pensó que aquella no solo era la oficina más grande que jamás había visto, sin duda debía ser una de las más grandes existentes en el mundo, aunque probablemente su recién encontrada familia no se tomaría muy bien si traía un metro y empezaba a tomar medidas para enviar al libro de los récord Guinness.
—No estaba exagerando, ¿sabes? Aquel hombre sacrificó mucho para encontrarte, y no hablo solo de dinero, hablo de lágrimas, hablo de noches sin dormir, hablo de soledad. No te conozco, Vincent y estoy seguro de que eres un buen tipo, pero... ¿me permites pedirte algo honestamente? —El detective asintió—. No rompas el corazón del viejo. Nosotros vamos a tener años para conocernos, para crecer y adaptarnos a esto... él no tendrá tanta suerte.
—¿Hay algo que no...?
—No está enfermo, ni nada. Hasta donde sé, está sano como un toro. Pero también es cierto que está entrando en sus 70 años, no tiene nada de malo aceptar que está entrando al ocaso de su vida... tan solo deseo que sean los años más felices que tenga, que verdaderamente disfrute esto, ¿sabes? Perdimos a mi madre hace dos años, y eso lo afectó bastante... a ambos. —Por primera vez el detective vio un dejo de tristeza asomar en los ojos de su medio-hermano, pero con la misma velocidad se disipó—. Pero desde que te encontró volvió a ser el de antes, a tener esa energía que lo caracteriza, y quiero que eso dure tanto como sea posible. —Vincent asintió y Christian sonrió—. De verdad me alegra que estés aquí, perdón por el show que monté para el anciano.
Vincent le devolvió la sonrisa y se relajó al reconocer a un ser humano detrás de toda esa grandilocuencia y gestos. Más relajados, volvieron a llenar los vasos y a beber.
—¿Cuánto tiempo van a quedarse? —preguntó Vincent y Christian pareció no entenderlo—. Entiendo que tienen sus oficinas centrales en Nueva York.
—Oh, eso... —Chris sonrió y clavó la mirada en el vaso ya medio vacío—. Supongo que papá aún no te lo dijo. Tiene planes de mover la operación central a Krimson Hill. Después de todo, tenemos este bonito edificio, con una maravillosa vista... ni hablar de mi querido medio-hermano —bromeó.
—Bueno, debería hablar con él en ese caso...
—¿A qué te refieres?
—No tengo intención de quedarme en la ciudad. Volví por un... caso pendiente. Tan pronto como lo termine planeo volver a moverme.
—¿Qué hay de tu trabajo?
—No sé si sigue siendo para mí. Esa vida... ser detective, me refiero... ya no lo siento como antes.
—¿Estás considerando un cambio de rubro? Tal vez podamos ayudarte con eso. —Vincent alzó la mirada al empresario que ahora reposaba relajadamente sobre el sillón—. Tenemos sucursales a lo largo de todo el globo. Puedes llevar el apellido Hardy... pero tienes sangre Byron, eres familia. Una palabra y todo esto puede ser tuyo. En un sentido figurativo, claro. A lo que me refiero es que... ¿quieres un puesto como jefe de seguridad en nuestra sucursal en Beijing? Está hecho. ¿Te apetece un cambio de escenario con vista al mar? Nuestras oficinas en Sídney tendrán la puerta abierta para tí. ¿O tal vez buscas algo tranquilo para poder descansar y relajarte? Oslo está a una llamada de distancia.
—Suena a que me estás ofreciendo un trabajo —señaló Vincent, volviendo a tomar.
—Tu apellido está en la puerta, viejo, tu verdadero apellido. Solamente te lo recuerdo. Estas a una llamada de distancia de un sueldo anual de siete cifras. Entiendo que es una posición fuerte en la cual encontrarse tan de repente... solo tenlo en mente.
Vincent digirió esa idea a medida que terminaba el vaso de la lujosa bebida. Tanto él como su medio-hermano permanecieron en silencio durante algunos segundos, casi como acostumbrándose a su presencia. Por supuesto, el detective sabía de la existencia de Christian desde antes de llegar al edificio, y la idea de conocerlo lo intrigaba naturalmente, pero no podía decir que era el encuentro que él esperaba. Por algún motivo, se había imaginado a un medio-hermano mayor más bien indiferente, o al menos demasiado enfocado en el negocio como para dedicarle más que un saludo amistoso y un apretón de manos; en su lugar, parecía haber una persona profundamente preocupada por el bienestar de su padre, amigable y, una vez que dejaba de actuar, bastante sencillo y directo. Vincent se preguntaba qué impresión había causado en el joven empresario, y le dirigió una fugaz mirada mientras deslizaba el vaso vacío sobre la mesa de cristal. Christian por su parte, había volteado la mirada hacia su espalda.
—Bueno, ya conociste la cima, ¿estás listo para ver el resto? —preguntó Joseph, volviendo a acercarse a los hermanos.
Vincent se volteó y asintió. Si debía ser honesto, poco le importaba el funcionamiento interno de Empresas Byron, pero, en aquel momento, se sentía correcto seguirle la corriente a su padre y conocer un poco más sobre su legado. Los hermanos se levantaron del sillón y partieron una vez más en dirección al ascensor, dejando atrás a la señorita Kapplan que seguía sin moverse de su escritorio.
—Como seguramente sabes, Empresas Byron nació como una empresa metalúrgica en 1868. Durante años, fuimos pioneros y uno de los pilares fundamentales para el desarrollo del país. No nos quedaríamos cortos si decimos que Inglaterra como la conocemos, no sería la misma sin nuestro apellido —relataba Joseph, mientras las puertas del ascensor se abrían y el trío se adentraba en un espacio de oficinas ocupado por cientos de personas en traje—. Si bien, la empresa creció bastante durante este periodo, no fue sino hasta el siglo XX que hubo un cambio rotundo en la producción. Las dos guerras mundiales giraron todos los esfuerzos de la empresa al desarrollo de armamento para abastecer al ejército de lo que fuera que necesitara: vehículos, munición, ropa, blindaje. Fue durante estos conflictos que las riquezas de nuestra familia aumentan de verdad, y nos hicieron poner el ojo en otros negocios.
—Lo que empezó como una metalúrgica creció hasta convertirse en un titán del mundo empresarial, y no tardamos en involucrarnos en todo tipo de negocios: minería, comunicación, transporte, construcción, farmacología e incluso entretenimiento. Como podrás imaginarte, este edificio es principalmente administrativo, el trabajo duro se realiza en sitios secundarios. Tenemos fábricas importantes a lo largo del mundo, incluso algunas en la zona industrial de Krimson Hill, pero eso no impide que aprovechemos este espacio para desarrollar importantes investigaciones que buscan cambiar la forma en que vivimos para siempre. —Esta vez era Christian el que hablaba, mientras avanzaban ahora por otro piso, que en esta ocasión se encontraba habitado por personas en atuendos más casuales, algunos de ellos vistiendo batas de laboratorio—. Y aquí está la persona que estábamos buscando...
Con una sonrisa en el rostro, Christian avanzó hasta un hombre afroamericano, aproximadamente de su edad, que se encontraba junto a uno de los científicos observando una planilla llena de datos. Al encontrarse, ambos se dieron un fuerte apretón de manos e intercambiaron unas palabras que resultaron inaudibles para el detective, pero pronto ambos volvieron la mirada hacia él y comenzaron a caminar en su dirección con una sonrisa en el rostro.
—Detective Hardy, un gusto conocerlo al fin —dijo el hombre con un marcado acento americano, dándole un apretón de manos—. Luke Wright, jefe del área de investigación y desarrollo de la Empresa.
—Y mi mano derecha —agregó Christian, poniendo su mano alrededor del hombro de Luke—. Nos conocimos cuando estuve trabajando en la seccional de Chicago, hace unos, ¿qué? ¿10 o 15 años? Luke era un oficinista como los que vimos antes, pero pronto pudimos ver su valor; creo que no me quedo corto cuando digo que es un hechicero con las computadoras, y honestamente me sería imposible manejar todo esto sin él.
—Christian exagera —aseguró Luke aún sonriente y acomodándose los lentes redondos—, pero me paga como si fuera cierto, que es lo que importa. —El chiste causó un estallido de risa en los tres ejecutivos, mientras que Vincent tan solo acertó a sonreír incómodamente—. Pero dígame, detective...
—Vincent... puedes llamarme Vincent —corrigió.
—Oh sí, disculpa, Vincent —se apresuró a continuar Luke—. Sé que es tu primer día, y tal vez no debería ser yo quien haga la pregunta, pero, ¿qué te está pareciendo el lugar?
Vincent se quedó algunos segundos en silencio, mientras que las sonrientes caras de su padre, hermano y Luke se le antojaban como espadas que lo empujaban contra la pared. El detective se aclaró la garganta un poco para pasar el momento incómodo, y se apresuró a responder:
—Bueno, es... grande —atinó a decir tras mirar un poco alrededor—. Y hay menos sangre en el suelo que en mis lugares de trabajo habituales.
El silencio se prolongó por lo que pareció una infinitud, hasta que Joseph estalló en risas y Luke y Christian lo siguieron. Pronto Vincent estaba recibiendo palmadas en los hombros mientras ellos seguían riéndose y a pesar de todo se sintió un poco más cómodo en la situación.
—Me alegra saber que tienes sentido del humor, me tenías un poco preocupado allá arriba —agregó Christian.
—Me ha salvado la vida en más de una ocasión —acotó Vincent sin entrar demasiado en detalle.
—Bueno, ha sido un gusto conocerte Vincent, espero que volvamos a vernos pronto. Por mi parte, debo volver al trabajo —dijo Luke y volvió a darle un apretón de manos—. Si me disculpan, caballeros.
Luke se dio media vuelta y caminó con paso apurado por el blanco pasillo en el que se encontraban, perdiéndose a la distancia al girar en una de las esquinas. Los tres reencontrados familiares lo observaron partir, pero pronto volvieron a dirigir la atención a la situación presente.
—Mierda, mira la hora que es —señaló Christian mirando el lujoso reloj en su muñeca—. Tengo una reunión con la gente de Konnect Corp en 15 minutos.
—Oh, perdón si distraje. —Vincent sintió su teléfono vibrar en su pantalón y al sacarlo pudo ver una llamada perdida de Rebecca—. De hecho, parece que yo también tengo que partir. Les agradezco el tiempo y el tour, realmente me ha encantado conocerlos un poco mejor.
—No es nada, deja que... —empezó a decir Joseph, pero para ese momento el detective ya les estaba dando un apretón de manos.
—No se preocupen, creo que sé dónde queda la salida —interrumpió con una sonrisa—. Estaremos en contacto.
Sin más, Vincent se dio media vuelta y no tardó en encontrarse dentro del ascensor, volviendo a planta baja. La visita a la empresa había estado bien, pero la llamada de Rebecca despertaba su interés y, casi inconscientemente, su mente empezó a alejarse de los pulcros pasillos del edificio y adentrarse en los oscuros callejones de Krimson Hill. Rogaba internamente que no hubiera otro chico desaparecido, no después de cómo reaccionó la última vez, pero la realidad era que en su estado anterior no hubiera sido de mucha ayuda. Ahora, con la cabeza más despejada y con algunas de las tantas dudas que lo invadían desde el día que Joseph se apareció en su puerta, podía enfocarse en encontrarlos y terminar con toda aquella locura.
Vincent abandonó el edificio dedicando solo una mirada breve a la secretaría que lo había recibido, que seguía observándolo boquiabierta con esa expresión de incredulidad, a la que él respondió con una leve sonrisa. Afuera la calle seguía tan bulliciosa como siempre, y el frío lo obligó a subir el cierre de la campera de cuero que vestía entonces. El detective estaba a punto de cruzar la calle para volver a montarse en su motocicleta que lo esperaba con paciencia, pero entonces una fuerte mano lo tomó por el hombro. Reaccionando con una velocidad casi instintiva, Vincent se quitó aquel agarre y se volvió listo para un enfrentamiento, pero terminó encontrándose a Christian, con las manos en alto y cara de susto, retrocediendo con celeridad.
—Ey, tranquilo, oficial —intentó disimular sus nervios.
—Christian, mierda, lo siento...
—No te disculpes, probablemente debí saber mejor que tratar de sorprender a un policía de Krimson Hill —dijo al tiempo que se acomodaba la ropa que se había arrugado un poco en el apuro por alejarse del peligro—. Escucha, el viejo no te va a decir nada, no quiere entrometerse ni presionarte, pero cuando te fuiste así...
—Oh, lo lamento, no quería descortés o irrespetuoso, tan solo no quería hacerles perder más tiempo del día.
—Y sé que tú lo ves así, pero él va a pasar el día sentado ahí arriba pensando en qué hizo mal, si te hizo sentir incómodo, si dijo algo de más o si dijo algo de menos. Entiendo que esto es nuevo para ti, Vincent, lo es para todos, tan solo te pido que tengas un poco más de tacto en este tipo de situaciones.
—Mira, sí, lo siento, de veras... ¿Hay algo que pueda hacer para compensarlo?
—De hecho, sí, lo hay —respondió Christian y su cara de preocupación fue reemplazada por una amplia sonrisa, fue entonces que Vincent se dio cuenta que había caído en el juego del astuto empresario—. Hay un evento de caridad en tres días en el Centro Cultural Dickens al que fuimos invitados a asistir, a papá le haría muy bien verte ahí.
Vincent pensó en qué excusa podía decir para intentar eludir la situación, pero su mente permaneció en blanco y supo que, ya pasado tanto tiempo en silencio, Christian percibiría que estaba mintiendo si se inventaba algo, así que, resignado, asintió y fingió una sonrisa.
—Bien, supongo que me hará bien salir un poco —contestó el detective.
—¡Excelente! —exclamó con emoción su medio-hermano—. Será una noche de gala, así que espero que tengas un smoking guardado por ahí, de lo contrario escríbeme por aquí y me aseguraré que la limusina tenga uno de tu talla cuando te pase a buscar.
Antes de que Vincent pudiera objetar, Christian ya había puesto un papel con su número escrito en su mano, y se había dado media vuelta para volver al interior del edificio.
—¡Nos vemos en unos días, hermano! —dijo Christian antes de desaparecer tras la puerta de cristal.
—Sí, supongo que sí —murmuró Vincent mirando el número de teléfono en sus manos.
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