Pick to are you (Parte final)
Aclaraciones: Universo alterno | Iguro: Músico, Mitsuri: Maestra de artes | Rated K+ | Romance-drama | Iguro es dos años mayor que Mitsuri | Two-shot-Parte final
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Día 4: Instrumento musical / Misterio
La mujer enfrente suyo desvió la mirada con nerviosismos a la par que sus mejillas se coloreaban bastante. La vio morder sus labios y volver a verlo, como si estuviera esperando algo realmente desagradable ¿por su rostro daba una apariencia de querer hacerle algo malo?
― ¿Cómo sabes mi nombre? ―La escuchó susurrar mientras la mirada jade volvía posarse encima suyo.
―Está escrito aquí ―Él señalo el último dibujo que tenía en las manos.
El rojo intensó inundó el rostro femenino, mientras lo ocultaba entre sus manos, incapaz de poder verlo ¿acaso era consciente de lo absolutamente adorable que se veía de esa forma? Ella estiró la mano, tomando el dibujo e intentando jalarlo, con el miedo aun presente en sus orbes jade que huían de él.
―Es un dibujo muy bueno, tienes mucho talento.
La mujer miró a verlo con incredibilidad ante lo que estaba escuchando mientras el color en su rostro se esfumaba.
― ¿No te...asusta?
Él la miró confundido mientras parpadeaba varias veces pensando si había escuchado bien.
― ¿Qué cosa?
―El que te haya dibujado...tanto. ―Su voz salió impulsivamente de sus labios hasta que finalmente se apagó en la penúltima silaba.
―De saber que una mujer como tú estaba pintándome, hubiera posado mejor. ―Sonrió ligeramente, con la intensión de relajar el ambiente entre ellos.
Ahí estaba, su temor era que él considerara extraño que había sido el blanco de los dibujos de aquella mujer. La vio transformar su rostro temeroso y despreocupado en una sonrisa radiante que palideció cualquier pintura preciosa que pudiera haber en los museos.
―Soy Mitsuri Kanroji, por cierto ―Ella inclinó la cabeza un poco.
―Iguro Obanai, a tus órdenes.
La chica soltó una ligera sonrisa mientras su mirada se desviaba nerviosa hasta que finalmente se despidió y se fue, caminando con rapidez, destacando con aquella falda rosada estridente y el suéter naranja que dejaba ver uno de sus hombros.
Obanai suspiró mientras no despegaba la mirada de la figura femenina alejándose ¿sabía que su frase de "a tus órdenes" estaba siendo literal? Él estaba dispuesto a hacer cualquier cosa que ella le pidiera, hasta tocar música para ella en cada una de sus clases.
Y era algo que había hecho desde hace meses.
La había visto tiempo atrás por primera vez en el colegio de bellas artes, hablando con su amigo de la infancia, Rengoku. Se había paralizado aquella vez, incapaz de pensar o moverse ante la mujer más majestuosa que había visto en su vida. Su corazón casi salía de su sitio al verla sonreír y escuchar su melodiosa risa.
Todo su mundo se había agitado y había tomado un rumbo distinto, necesitaba hablar con ella. Por lo que un par de días después había hablado con Rengoku para sacarle toda la información que pudiera de la forma más discreta. No es que no confiara en su amigo, solo no quería que fuera partidario de involucrarse en su interés por la fémina. Él era más directo, sin miedos. Pero Obanai necesitaba tiempo, pensar en alguna forma para acercarse a ella sin que las piernas le temblaran.
La música era la única forma por la que él podría externar lo que sentía o como se sentía con total claridad. Desde temprana edad había tomado el saxofón como una extensión de sí mismo, entregándose a las melodías que lo envolvían y la sensación que ese instrumento despertaba. Por lo que usar lo que más conocía como una manera de acercarse a ella era la mejor opción. A fin de cuentas era un prodigio con el saxofón.
Por parte de Rengoku averiguó que era una nueva maestra de la escuela. Al ser una alumna destacable la escuela la había acogido y ella daría clases en el parque cercano como un método de experimentación con sus enseñanzas. Iguro no lo había dudado y se había presentado ese mismo día con su instrumento musical en mano y tocando la canción más bella que la misma presencia femenina le evocaba. Mirándola a la distancia impartir su clase.
Esa había sido su táctica para acercarse a ella. Aunque luego de un par de semanas en eso, comenzó a preguntarse cómo podría eso provocar un acercamiento. Los avances fueron claros, ella se había acercado a escucharlo tocar y eso lo había emocionado, esforzándose aún más en cada melodía. Se ponía nervioso, sintiendo su estómago agitado y su pecho caliente ante la idea de que esa mujer lo estuviera viendo.
Dejaba su alma en cada nota dedicándole cada una de ellas a Kanroji.
Hasta que en algún tiempo dejó de verla entre la gente que lo rodeaba al tocar, extrañado ante eso había mirado a su alrededor ¿acaso se había aburrido de escucharlo tocar? La idea de que sus esfuerzos habían fracasado lo aturdió. Hasta que la vio sentada en una banca alejada, con una libreta entre las manos, había decidido dibujar mientras lo escuchaba tocar. Razón por la cual él se esforzaba aún más, para servir de inspiración en cada uno de sus trazos.
Aún recordaba aquella ocasión donde al levantar la mirada en media melodía, la había visto sentada en la banca de enfrente a su posición y sus miradas se habían encontrado. Su pecho golpeaba con una fuerza abrumadora, detallando cada detalle de ella. Los ojos más absolutamente hermosos que había visto, verdes como esmeralda, la gema más preciosa, que resaltaban por los lunares encantadores debajo de sus ojos y esos labios absolutamente rosados e inocentes, invitándolo a cada oportunidad a tomarlos. Aquel cabello peculiar rosado con las puntas verdes pero que solo lograba resaltar su mirada. Y su forma de vestir que te obligaba a verla. Sin embargo, él no necesitaba la ropa, con su sola presencia era atraída por completo a contemplarla por el resto de su vida.
Todo en ella era una obra de arte, ¿Cómo podía animarse a hablarle?
Hasta que ese dibujo había caído cerca de su estuche y todo su mundo se paralizó, explotando ante los latidos incontrolables de su corazón ¿Acaso ella lo había dibujado? Era él en papel, sus dedos sobresalientes y su mirada como si estuviera observándola. Todo su organismo colapsó al verla venir corriendo hacia él con la preocupación vigente en su rostro.
Y la carpeta cayendo al suelo, viendo muchas, muchos bocetos de él. ¿Ella se había fijado él? Sus piernas habían franqueado ante ese hecho que jamás pensó que fuera lo suficiente digno de vivir. El ser la inspiración o al menos ser el objeto favorito para la artista para dibujarlo.
Su interior se había derretido y tuvo que contenerse para no atravesar el espacio entre ellos y besarla en ese momento. Era la primera vez que hablaban, no podía hacerlo pero ¿Qué era lo que tenía que hacer con el huracán de sentimientos despiertos en su interior al tenerla por fin frente a él? Y más aún ¿porque lo miraba de esa forma tan cálida y envolvente que le impedía pensar con claridad?
La figura se perdió en el horizonte y Obanai ocultó su rostro con su mano libre, lo había estado dibujando todo ese tiempo...
Tomó el estuche de su saxofón e introdujo el instrumento musical ahí. Pensó en que aquella abertura al hablar era el momento adecuado para tomar la iniciativa y buscar lo que había querido desde que la había visto. Sin embargo, todos sus planes se habían esfumado cuando ella no se presentó al parque en su siguiente clase programada. Ni a la siguiente ni a la siguiente. Eso sucedió durante una semana y las ideas no dejaban de rondar su caber ¿acaso había hecho algo mal? ¿Ella se sentía incomoda a su alrededor y por eso lo evitaba, evitando el parque? La impaciencia lo atacó dispuesto a ir a ver a su amigo Rengoku para salir de dudas, aunque no sabía si eso fuera lo más indicado.
Si ella no quería verlo, debía respetarlo ¿cierto?
Había tocado un par de piezas en el parque por costumbre más que por ganas, hasta que finalmente se dejó caer en una banca cercana. Guardó el dinero que no necesitaba en su bolsillo. Solo había sido la excusa perfecta para poder hablar con ella.
Con los codos en sus piernas ocultó su rostro entre sus manos ¿Qué era lo que debía hacer?
―Iguro-san
Súbitamente alzó el rostro al escuchar aquella voz inconfundible. La vio de pie enfrente de él, recuperando el aliento y las mejillas sonrosadas por el esfuerzo.
― ¿Kanroji? ―Su pecho se agitó al sentir sus labios pronunciar su nombre.
―Yo...esto... necesito que me ayudes con algo. ―La vio mover los ojos inquietos, como si considerara lo que iba a decir a continuación. ― ¿Puedes posar para mí?
El calor acudió a sus mejillas al escuchar esa petición y su voz se atoró en su garganta ¿acaso había escuchado bien? Sonrió sin darse cuenta y asintió con la cabeza.
La fémina sonrió mientras lo esperaba a que terminara de empacar sus cosas y a seguirla entre las calles del centro de la ciudad. Esquivando a la gente que se atravesaba en su camino. Él no le preguntó a donde iban porque no le interesaba, podría seguirla al mismísimo infierno y no lo dudaría ni un momento.
Ella se detuvo luego de un par de minutos y sus mejillas seguían coloradas.
―He entrado a un concurso de pintura, el tema es algo bastante general, un retrato, de temática libre. Las mejores piezas serán exhibidas en la galería de arte de un profesor, le había pedido a una amiga que sea mi modelo pero le ha surgido algo y no podrá ayudarme, al verme sin modelo solo pude pensar en ti. ―En todo momento que había hablado había jugueteado con la punta de las trenzas que tenía. ―Puedes negarte si quieres, no tienes que hacerlo solo por compromiso.
―Lo haré encantado.
Ella sonrió mientras abría una pequeña puerta junto a una librería que dejaban ver unas escaleras. Subieron por ellas hasta que otra puerta se hizo visible, Mitsuri la abrió revelando un departamento pequeño, con muchos cuadros por ahí y por allá. Pintura en el suelo, periódicos y un mural enorme en la pared más alejada.
―Esto es...― Su pecho golpeó con fuerza ante la idea de lo que implicaba.
―Mi departamento, debí mencionarlo, pero es el lugar donde más me siento a gusto pintando. ―Se movió por toda la sala acomodando el sillón amplio de terciopelo rojo que estaba contra la pared y colocó un tri-pie con un cuadro en blanco.
Kanroji se movía como si estuviera bailando por toda la sala, colocándose un mandil encima y tomando su tabla para combinar los colores. Obanai la contempló con fascinación ante todo el proceso que realizaba para pintar. Pensó en sus propias rutinas. Él era muy meticuloso y no podía tocar si encontraba algo en desorden en su departamento. Ella tenía su propio orden y eso le gustaba, porque era exactamente como era ella.
― ¿Qué necesitas que haga?
Mitsuri regresó de sus ensoñaciones y lo guió hacia el sillón de terciopelo, mirándolo con gran detenimiento.
― ¿Te molestaría usar unas vendas en el rostro?
Él se extrañó ante ese comentario pero dejó en claro que no le molestaba. Ella se esfumó hacia la parte más retirada del departamento y regresó con un par de cosas entre las manos, acercándose hacia él. Se inclinó, lo cual hizo que Obanai se sobresaltara pero se contuvo al ver como se acercaba aún más y comenzaba a colocar las vendas en sus labios, cubriéndolos totalmente.
Tal acercamiento lo había puesto en extremo nervioso, sin poder quitar sus ojos de los labios rosados que estaban tan cerca y el olor floral que por la cercanía pudo detectar. Posteriormente le colocó un tipo de bata de líneas blancas y negras encima de la playera negra que solía usar con regularidad. Era algo bastante extraño pero decidió no decir nada, pensando que ella tenía una imagen mental presente de lo que quería hacer.
Lo ayudó a colocarse en la posición deseada, dio un par de pasos hacia atrás visualizando el escenario en totalidad. Se colocó por detrás del cuadro en blanco.
―Podrías mover tu mano... si así, un poco más inclinado el codo....
― ¿Estoy bien así?
― ¡Estas perfecto! Solo necesito que te quedes quieto.
El silencio llenó el departamento algo que para nada era incómodo para el músico. No era un problema para él quedarse quieto durante tanto tiempo. Se maravilló contemplando aquella otra faceta de la fémina, con el rostro tan serio, casi como si fuera a fruncir el ceño. No había una manera donde se viera mal.
Estaba tan perdido contemplando lo larga de sus pestañas y como la luz se filtraba entre ellas que no la había escuchado hablar hasta ese momento. La vio acercarse con un vaso de agua para ofrecerle.
―Puedes moverte, sé que al inicio puede ser difícil si no estás familiarizado, tomaremos descansos.
―No te preocupes, no me he cansado, puedes seguir.
― ¿Estás seguro? ―El asintió en respuesta. ―Avísame cuando estés cansado.
El silencio volvió a inundar la sala. No sabía si podría hablar, tal parecía que hacerlo podría desconcertarla y era lo que menos buscaba. Aunque se aventuró luego de un largo rato.
―Vives muy cerca de la escuela.
Escucharlo pareció sacarla de su ensoñación. Sonrió mientras veía el papel enfrente de ella, perdida en los trazos.
―Sí, una gran ventaja, aunque aún así nunca llegaba a tiempo. ―Se quedó callada hasta que volteó a verlo. ―Siento mucho haberte pedido esto, sé que apenas nos conocemos y...
―Lo hago con gusto, y más si esto te ayudará a exhibir tu pieza.
Ella sonrió ante la idea y sumergió el pincel que tenía entre sus dedos mientras consideraba su respuesta.
―Espero que sí, es una oportunidad importante, al ser recién graduada necesito conseguir reconocimiento pero hay tanta competencia de por medio...
―Dudo mucho que sean tan buenos como tú.
Las mejillas femeninas se sonrojaron y se sumergió en la pintura nuevamente. Hasta que luego de un tiempo comenzó a hablar sobre los de su generación que sabía que terminarían participando. Explicó la técnica que se especializaban y que ella misma quería salir de su zona de confort.
Luego de un par de horas Mitsuri dejó el pincel a un lado y estiró la espalda dejando salir un suspiro.
―Sé que no lo he mencionado, debí hacerlo antes pero... no puedo terminar un cuadro en un día... ¿te molestaría seguir siendo mi modelo? Será cuando tú tengas tiempos, me adaptaré a tus horarios libres...
―No te preocupes, solo dime cuando necesitas que venga y aquí estaré.
Mitsuri sonrió y quedaron en que al finalizar sus clases de la tarde, podrían dedicar un par de horas, esto durante una o dos semanas. Al aceptar Obanai tenía muy presente que una pintura no era algo que sería de un solo día, solo que no lo había mencionado. Se había aferrado a la idea de extender su tiempo juntos. Aunque fuera solo por materia de trabajo, aunque luego tendría que seguir tocando para ella en cada clase, valía la pena.
Al terminar ella lo invitó a cenar, dejando en claro que ya había pedido algo para comer antes de que pudiera negarse. Iguro se sorprendió al ver el gran apetito que la fémina tenía y como disfrutaba cada bocado como si fuera el mejor del mundo. La escuchó sin interrumpir, hablar sobre la idea que tenía con la pintura y el concepto que manejaba. Era mucho más fascinante de lo que pensaba, su forma pasional de hablar y los gestos que hacia ante cada idea y la sonrisa que iluminaba por completo la habitación...
―Lo siento... he hablado demasiado... ―Ella se cayó de golpe luego de unos minutos y miró el plato de comida que tenía enfrente.
―No, no, me gusta escucharte...―No se había dado cuenta que se había quedado mirándola fijamente, pero si había escuchado cada palabra.
Mitsuri se quedó de piedra al escuchar esas palabras y sus mejillas se colorearon sin poder evitarlo. Casi podía sentir sus ojos picar por las ganas de llorar al escuchar eso. Tenía bastante claro que el que hablara tanto terminaba fastidiando a todo el que la escuchara pero... ¿él disfrutaba escucharla hablar de incoherencias?
La noche resultó bastante corta, por lo que él se retiró luego de terminar de comer, prometiendo verse de nuevo esa semana. Y la rutina se desarrolló de esa forma varias noches. Una vez que ella terminaba con sus clases ambos asistían al departamento de Kanroji, donde él posaba alrededor de tres horas. Hasta que suspendían la sesión y en cada ocasión terminaban cenando, hablando durante largas horas hasta que él terminaba partiendo. Su partida dejaba en ambos la sensación de que no había sido suficiente.
Cada vez que él llegaba a su departamento le llevaba algún detalle. Sea aun dije de gatos, que ella había dejado en claro que amaba, y sobre todo, bocadillos, los que más le gustaban. Ella terminaba sintiendo su estómago removerse cálidamente, ante cada uno de los detalles que el hombre tenía con ella.
―No tienes que molestarte en traerme nada, de verdad. ―Ella siempre solía decirle con las mejillas sonrojadas.
―Haría lo que fuera por ti ―Él había estirado la mano y se había armado de valor para acariciar con el pulgar la mejilla femenina.
Mitsuri se había sonrojado tanto aquella ocasión que la tensión en el departamento, a pesar de la distancia, entre ellos fue tan latente que le impidió avanzar lo suficiente. Y más cuando ese día se dedicó a pintar los ojos masculinos ¿Cómo podía hacerles justicia? Eran tan intensos, cálidos y encantadores que sería un trabajo difícil.
A pesar de estar el suficiente tiempo juntos ella necesitaba detallar más sus ojos. Por lo que presa por el aire pesado que los rodeaba, aun si se atrevió a dejar el pincel a un lado.
―Iguro-san... yo necesito acercarme un poco ¿te molestaría?
―Has lo que creas necesario conmigo.
Mitsuri había sentido como su corazón se salía ante esas palabras que en su mente jugaron de una manera. Su rostro estaba por completo rojo y sentía que el aire le faltaba. Aún así, una vez que recuperó la compostura, se acercó hasta él y finalmente se inclinó.
La luz del cuarto era tenue pero había un foco encima del masculino, por lo que tenía la iluminación correcta para lo que pretendía. Se inclinó un poco más, tanto que sus labios casi tocaban las mejillas del hombre. Contempló con gran fascinación y por primera vez tan de cerca los orbes heterocromáticos.
Eran tan diferentes uno del otro, con matices distintos de color. Más claros en la periferia y más profundos en la parte central de la pupila. Esos ojos que tanto la habían cautivado, estaban tan cerca que sintió como era arrastrada en la intensidad que los conformaba.
Fue en ese momento que notó como estaba tan cerca, que si se movía un poco más podría besarlo... aunque agradeció que él tuviera una venda en los labios. Se alejó sintiendo como el corazón casi se salía de su lugar y demoró varios minutos en recuperarse. Todo en él la alteraba cada partícula de su ser.
Obanai había muerto y renacido al tenerla tan cerca. Aquel aroma dulce adentrándose a sus fosas nasales y sobre todo el aliento femenino golpeando su rostro. De tal forma que le hizo perder la consciencia misma. Estaba tan cerca que solo debía atraerla y gozaría del fruto más dulce, de aquellos labios rosados y carnosos. Su corazón latía tan ruidosamente que era seguro que ella lo había escuchado y como con solo un simple acto lo tenía a sus pies. Todo en ella era una adicción de la cual jamás quería dejar ir. Su corazón se detuvo y latio estrepitosamente al verla acercarse por un momento, hasta que finalmente dejó salir una sonrisa y se alejó.
Maldijo enormemente aquellas vendas que tenía y que habían servido de barrera para limitarse. No iba a besarla con ellas ahí, sin disfrutar del verdadero éxtasis de sus labios.
A partir de ese momento la tensión en el cuarto cuando sus miradas se encontraban, o ella lo miraba más de la cuenta mientras pintaba, era evidente. Razón por la cual Mitsuri demoró más tiempo del necesario en acabar, algo que no le molestó a ninguno de los dos. Disfrutaban el tiempo juntos aunque la tensión era tan palpable y más cuando comían juntos y se miraban a los ojos en los momentos en silencio.
Eso no hacia las cosas más fáciles para Kanroji. Le costaba concentrarse al pintarlo cuando la miraba de esa forma tan intensa, profunda y extremadamente cálida. Aún así se resistía y ponía todo de su parte para avanzar.
Antes de que Mitsuri se diera cuenta, esperaba ansiosa el momento en el cual Obanai llegara a su departamento. Cuando sus horarios no coincidían o él verlo acercarse luego de su clase oprimía su pecho con fuerza. Y más aún cuando le dedicaba esa sonrisa torcida que derretía todo su interior. ¿Él sería capaz de imaginar lo que le hacía sentir con solo escucharla con esos ojos fascinados? Pensaba que tal vez estallaría de amor en algún momento, pero la duda que más le atacaba ¿acaso Iguro en algún momento podría corresponder un poco lo que ella sentía? Temía que sus anteriores experiencias amorosas se repitieran, aunque algo le decía que él, era diferente a cualquier otra persona que conocía.
La incertidumbre de que pasaría una vez que terminara el cuadro la asustaba. De que la magia que parecía flotar a su alrededor se esfumara.
Iguro se quedó por completo inmóvil cuando vio a la fémina tomar su paleta de colores y sumergir por completo su atención en el cuadro. Él se fascinó por el aroma que flotaba en el departamento con el que se había familiarizado y que le pertenecía a ella. Cuando llegaba a su propio departamento su ropa olía a ella, que era un placebo efectivo para soportar el tiempo lejos de la fémina.
¿Cuánto más le quedaba en esa fantasía que giraba en torno a Kanroji? ¿Cuánto más tenia junto a ella? No estaba dispuesto a qué, después de todos esos momentos, su relación volviera a ser a la distancia. Había estado pensando en sus opciones, lo que debía hacer a continuación. El miedo lo había paralizado la primera vez que la había visto, sobre cómo hablarle o cómo comportarse para poder estar a su lado.
No estaba dispuesto a que se le escapara de los dedos por cobardía.
La vio deslizar el pincel por el cuadro, dar unos pequeños golpes y finalmente quedarse viendo la pintura un par de minutos. La música resonaba ligeramente por todo el departamento, la forma en la cual habían ambientado todas sus sesiones de pintura.
―He terminado ―Soltó más que nada en un suspiro y con una sonrisa al ver su trabajo.
La vio estirarse con aquel vestido con pinceladas de diferentes colores y el cabello suelto que bajaba por toda su espalda. Sin las trenzas se veía su longitud en totalidad. Kanroji se acercó hasta donde estaba él, inclinándose para ayudarle con las vendas que tenía en los labios. Se perdió por un instante en los labios entreabiertos masculinos, sonrojada desvió la mirada riendo con nerviosismo.
― ¿Eso es todo? ―Habló Iguro en un intento de llenar el silencio que había entre ellos.
―Sí, ya he terminado, de verdad de nuevo muchas gracias por ayudarme Iguro-san, te lo pagaré...
―Me invitaste a cenar cada vez, no es necesario.
Mitsuri levantó la mirada irónicamente, porque la realidad es que la mayoría de las veces que comían en su casa, Iguro es el que terminaba pagando la comida. A pesar de que ella insistía muchas veces y le pedía ocuparse de la cuenta en cada ocasión. Y en algunas veces solía salirse con la suya.
Iguro era dos años mayor que ella, por lo tanto tenía una mayor experiencia laboral al destacar por completo su talento. Varias instituciones mostraban su gran interés de tenerlo entre ellos. Por lo que el trabajo no le hacía falta y su situación economía no era un problema. Era mucho mejor que la suya, que apenas estaba iniciando en bellas artes.
Tal vez Obanai se refería a que ella sugería que comieran algo, invitándolo aunque la realidad era otra. Lo vio sentado en el sillón con una postura más relajada.
―No me refiero a eso, has gastado tu tiempo para ayudarme, dejaste a un lado tus compromisos, tengo que retribuirte con algo, solo dime tu precio... ―Soltó inclinándose un poco sobre él.
Esperaba que no fuera tanto dinero, aún no le pagaban ese mes. Podría pedirle que le esperaba un poco de tiempo, necesitaba hacer cuentas y podría darle un número. A menos que él estipulara un monto. Aunque eso no es lo que le preocupaba. Sino el hecho de que al pagarle, podría ser el último contacto que podrían tener.
―No me interesa el dinero y me ofende que lo menciones ―Levantó una ceja, con un aire un poco juguetón en sus palabras, algo que alteró el interior de Mitsuri.
―Lo siento...―Mencionó con un aire arrepentido. ―Bien, dime que es lo que quieres.
Iguro la contempló enfrente suyo, de pie inclinada ligeramente para quedar a su altura. Con una curvatura en los labios que la hacían ver más encantadora, con cierto aire coqueto ¿o lo estaba imaginando? Su pecho se presionó con fuerza, ¿su delirio por esa mujer era tanto que estaba viendo cosas por donde no había? No lo sabía, no estaba seguro de nada. Solo sabía una cosa.
No podría vivir sin ella en su vida.
Ambos orbes se encontraron, él mirándola con gran fascinación y ella derritiéndose ante la intensidad de la mirada heterocromática. Sin dudar más Obanai tomó su muñeca y tiró de ella con cierta fuerza, la suficiente para atraerla hacia él, haciéndola apoyarse en su cuerpo y apresando sus labios con los suyos. Su organismo colapsó al sentir por primera vez la suavidad de los labios femeninos, en contraste con los suyos, haciéndolo estremecer hasta la médula. Estaba en el paraíso mismo.
Y su alma se quebró cuando los labios femeninos le correspondieron con gran intensidad, sentándose en su regazo y rodeando su cuello en respuesta. Iguro dejó de contenerse, besándola como había querido desde la primera vez que la había visto. Deleitándose del dulce elixir que Mitsuri Kanroji representaba.
Mitsuri se paralizó al sentir como era tirada por él y sin preveerlo, él presionó sus labios con los suyos. Sentir los labios que la habían obsesionado cada vez que lo pintaba sobre los suyos la hizo colapsar. Su interior reaccionó a cada beso, erizándole toda la piel y devolviéndole el beso con gran intensidad, al comprender que sus sentimientos eran correspondidos. Todo su cuerpo vibraba contra los labios masculinos y su pecho se agitaba con gran intensidad.
Iguro Obanai tenía en claro que aquella recompensa era mucho mejor que cualquier cosa del mundo y mucho más de lo que él merecía.
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