XXXIX

Te amo.

TW: está medio fuerte.

Han pasado dos días, las cosas están bien... pero son distintas. Todo es distinto ahora que sé lo que hay, al mismo tiempo siento que no sé nada. Barró con la mirada la habitación, sigo aquí, en la Mafia, incapaz de moverme por toda la pérdida de sangre. El doctor dijo que podría hacerlo si me esforzaba.

Es un hombre extraño... sabe quién soy y sé quién es. Él y yo nos aliamos para que Oda Sakunosuke muriera.

Hay cosas inconclusas y contradictorias.

¿Por qué hice esto?

¿Varvara no podía hacer explotar cosas con tocarlas? ¿Entonces porque también es capaz de anular? Dazai me dijo que cuando la conoció... le dijo que no tenía ninguna habilidad. Soy su hermana, pero no sé cuál es su habilidad real y eso me asusta.

El libro... lo tenía desde chica. Sí. Hubo un tiempo en el que lo extravíe... supe que un tal Natsume se lo regaló a Sakunosuke y cuando me enteré de que era amigo de Dazai Osamu, la pareja de mi hermana, no tuve otra opción... Escribí lo que había que escribir y luego lo quemé. Lo quemé porque no quería que mis hermanos lo tuvieran en su posesión, yo quería ser la única. Siempre quise ser la única, sin embargo, utilicé a mis hermanos... Aun lo hago, involuntariamente.

Y yo, yo estoy muerta.

O debería.

Suspiró agobiada por la fatiga. Tampoco me dejan salir de aquí, Chuuya y Mori son los únicos con acceso además de una que otra enfermera. Es imposible abrir la puerta por fuera y esta custodiada por varios de los hombres de Chuuya además de cámaras en cada esquina de la habitación. Chuuya me ha traído libros y ropa de mi hogar. No quiero que haga esfuerzo.

Él está mal.

Lucha por intentarlo, por verse bien. No funciona.

Él no...

Hay un toquido en la puerta, me levantó con cuidado, no hay nada de que temer. Supongo. Es decir, sé que estoy segura pero siento que en cualquier momento podrían derribar estas paredes de papel y hacer ver como si las cámaras fueran de juguete, a los hombres de la mafia como niños. Siento que esto no es suficiente para mantenerme segura y todo es un cuento de mi mente, paranoia.

—Soy Chuuya —canta la voz, observó por la ventanilla hasta toparme con sus ojos celestes. Eso provoca una sonrisa imborrable hasta que le abro la puerta.

Él no está bien.

Mueve su cuerpo hasta pasar el marco, de manera lenta y pausada, como si le doliera caminar. Trago sintiendo un dolor mental al verlo en ese estado. Esta tan pálido, su cabello ha perdido el peculiar brillo solaceo que adoraba ver, está más delgado incluso si no puedo verlo debajo de su ropa.

Está muriendo.

Si no encuentras tu alma gemela, mueres.

Es así.

Porque yo así lo quise.

—Tengo buenas noticias —sonríe. Tira de sus labios hasta sus mejillas, tan quebradizos que al estirarse pedazos de piel se rompen y empapan sus belfos.

No creo que haya algo que pueda alegrarme.

Me acerco cogiendo una servilleta en mano, él se gira tapando su boca con su mano. Me molesta. Arrastro su hombro, tensando mi brazo alrededor de este y obligándolo a girarse. Con un deje de molestia aparto su mano e ignoro la expresión de su rostro. Limpió sus labios sangrantes y rotos y deshidratados.

Encierro su rostro en mis manos, veo que un escalofrío lo recorre. Por mi temperatura o los nervios, no lo sé. Dejo un beso en la comisura de sus labios tras inclinarme, no lo suelto hasta que siento que es suficiente para dejar la marca de mis labios allí aunque me sea imposible. Mis ojos se traban en su expresión.

Tan cansada. Sollozo antes de notar las lágrimas y el nudo en mi pecho. Quito mis manos de sus mejillas, temo hacerle un daño que no puedo infringir.

—Perdón. Perdón, perdón, perdón —llevo mis manos a mi cabeza, intento callar aquello que no puedo. Porque está en mi cabeza—. Yo no quería. Es mi culpa. Chuuya, no me perdones. No me merezco algo así.

En algún punto termino en el suelo, con mis manos presionando mi cabeza. Lagrimas rodando hasta el suelo en un triste canto que no puedo detener. Quiero ayudar, quiero hacer algo. Quiero que todos estén bien. Profiero un grito. Los pensamientos se me entremezclan y soy incapaz de detenerlos. Mis manos pican.

Yo no quería, no quería. Yo de verdad lo siento. Ojalá todas las personas lo supieran. Ojalá Kunikida lo supiera, no me miren como si fuera un monstruo. Lo soy, lo sé. Basta por favor. Sigo llorando, sigo gritando, de pronto hay una chispa de dolor en mi piel.

Mis uñas arañando la carne.

Chuuya me coge las manos, ya no siento su calidez. Porque él está muriendo. Y es mi culpa.

—________ basta —lo oigo murmurar. Se oye tan lejos. Intento zafarme, el dolor físico me alivia.

Hace su trabajo como calmante. Acalla mis emociones.

—Mírame, mírame —jala mi barbilla, mis ojos desorbitados atrapan los suyos. Tan oscurecidos. Parece estarse pudriendo—. Estoy aquí.

» Estoy aquí, no me iré. No voy a morir. No es tu culpa, no lo es —logra jalarme toda, me atrapa y me abraza. Y está bien—. Tú no eres ella, tú eres tú, aquí y ahora y mucho después. No te culpes por esto.

Me calmo, lo intento y minutos que parecen horas después, me calmo. Lo logro. Pero siento mi pecho roto, la cabeza hundida, mis piernas temblorosas, mis brazos arden, mis uñas pican con sangre, mi cabeza un desastre.

—Estoy bien —murmuro y es mentira. La primera mentira que me permito decir. Estoy bien y por favor, vete, vete. No quiero hacerte más daño. Ódiame. Ódiame. No tiene sentido que me ames.

—Sí, lo estas —susurra contra mi oreja.

Me carga, no peso mucho, pero él está muriendo. Enredo mis piernas en su cintura haciéndome una bolita de tamaño pequeño. Aterrizamos en la cama, él abrazándome. Yo no lo entiendo... y quiero hacerlo. Duele.

—La página viene en camino —me suelta. Eso alivia un poco mi destrozada persona. Asiento.

No puedo ver su rostro, soy incapaz. Inhalo su aroma, se siente como casa. Frota círculos en mi espalda con sus dedos y juguetea con mi cabello mientras susurra palabras tranquilizadoras en mi oído.

—Estaré bien.

Por un momento decido creerle.

Todo está bien.

Hasta que no lo está.




—¡Esta llegandoooo! —Dazai da saltitos por la habitación—. La página pronto estará aquí.

Asiento. Según el plan original, Fyodor y Varvara no saben de esto, porque la página para este punto debe estar en mi posesión, sin embargo, no lo está y como ellos asumen que no tengo memoria todavía, deben estar buscándola. Hay posibilidades de ataque, por eso Dazai está aquí y Chuuya y Gereth están fuera, no sé dónde exactamente.

—Los aviones de la Mafia son una joya —canturrea el castaño, me levanto para ver la pantalla. Hay cámaras en los aviones grabando. Le arrebato el audífono a Dazai.

—¿Chuuya? —murmuro. Una ligera interferencia antes de que conteste.

—¿Umh? ¿_______? ¿qué pasa?

—Yo solo... quería saber si estas bien —escucho su risa.

—Lo estoy. Estamos llegando al aeropuerto.

—Oh. Está bien...

Dazai vuele a quitarme el audífono, lo miro con recelo antes de apartar la mirada invadida por los recuerdos de la noche en la que me drogo. Supongo que nunca podre acostumbrarme. Sigo viendo la pantalla, cámaras de seguridad y de los aviones intercalándose.

—Parece que todo marcha bien... —murmura—. Si mal no me equivoco tuvieron que haber detenido ya al payaso y, umh, sí.

—¿Qué? —pregunto, expectante.

—Él es el único del que deberíamos preocuparnos.

—Bien.

Sin embargo, las cosas en el aeropuerto se ponen mal. Suelto un jadeo al ver a mis hermanos aparecer en uno de los aviones de la mafia. Incluso Dazai parece sorprendido.

—¡Chuuya! —grita—. ¡El modelo seis! ¡Ellos van allí!

Es tarde. Debí saberlo, debí hacerlo.

Dazai se arranca el audífono cuando se oye un horrible estruendo y luego un montón de interferencia, yo lo atrapo y me lo pongo, espero oír algo mientras Dazai mueve las cámaras de todos los aviones... rotas. Todas rotas. Nos vemos con horror, al menos es lo que creo que hay en la cara de Dazai. Una sonrisa turbada y sus pupilas e iris tan pequeñas que asusta.

—¡Chuuya! —grito—. ¿¡Estas allí!? ¡Responde!

De pronto la computadora está mostrándonos las cámaras de seguridad del lugar donde cayeron los aviones, nosotros no lo movimos, sabemos que es Gereth. La computadora emite ruido.

—No sé cómo lo hicieron, se metieron en los sistemas e hicieron fallar todo. Intente estabilizarlos, pero cayeron... —habla la computadora. Es Gereth.

Enfoco mis ojos en los aviones, mis ojos lo captan, un sombrero. Profiero un grito llamándolo.

Dazai se queda sentado. Espera que Chuuya se levante.

No lo hace.

Algo se quiebra dentro mío. Hay mil cosas gritando en mi cabeza, no soy capaz de entender ni una. Mis lagrimas se expanden por mi rostro, está allí y me niego a decirlo.

Sé que está vivo.

Debería estarlo.

No lo pienso. Me llevo el audífono a la par que abro la puerta y salgo corriendo, un segundo después veo a Dazai venir detrás de mí.

—Detente —brama—. Él va a levantarse.

—¡No lo hará! —grito girando los pasillos hasta encontrar un elevador. Pico todos los botones—. ¡Está muriendo Dazai!

—Lo sé —llega a mi lado, atrapa mi cuerpo y lo presiona contra el suyo.

—No, no lo sabes —espeto, forzando mi cuerpo a hacer fuerza por liberarme—. Es humano, es humano Dazai. No es un dios.

—Tiene uno —suelta.

—¿Qué?

—Él va a levantarse —exclama, no le creo—. Pero no como tú lo conoces.

No entiendo a qué se refiere. Afloja su agarre, solo un poco. Lo miro a los ojos, desde que lo conocí trate de evitar esos ojos oscuros que embargaban mi cuerpo de emociones vacías y nefastas imposibles de ver y procesar. Me sentía rota cada vez que los veía y sabía que algo estaba mal con él. Siempre lo supe por lo visto, porque se lo arrebaté a mi hermana.

—Tengo que estar allí para detenerlo —me dice. Empuja mi cuerpo levemente, choco con la espalda de alguien. Alzo la cabeza para ver a Kunikida. Parpadeo, atónita, no creí verlo dentro de la mafia—. Pero tú no puedes acompañarme.

Giro mi vista. Se aleja. Grito.

Kunikida me aferra con fuerza, ni siquiera soy capaz de mover mis brazos, suelto patadas. Bramo gritos hasta que siento mis cuerdas vocales pidiendo clemencia.

—¡Detenlo! —grito—. ¡No lo dejes morir!

No me escucha.

—Lo hará —me dice la voz encima mía. Vuelvo a verlo—. Dazai nunca dejaría morir a Nakahara.

Intento creerle.

Y me quedo donde estoy. Porque soy inútil para ellos.




MAL. MAL. MAL. Es todo lo que pienso. Kunikida no se ha ido, yo no paro de dar vueltas en la habitación, siento que voy a cavar un hoyo.

Han pasado semanas.

No sé nada de nadie.

Faltan trece días para que Yokohama muera.

¿No se supone que esta es mi lucha? ¿Por qué estoy aquí encerrada?

—Dime —vuelvo a suplicar—. Por favor, dime que están bien, o como están. Dímelo.

Hay silencio.

—Kunikida —gimoteo. Él no flaquea.

Los primeros días me negué a comer hasta no saber de ellos, no funciono. Nadie mi dijo nada. Tuve que comer porque me moriría de no ser el caso. Tuve ataques de pánico que Kunikida aprendió a controlar, evito que me arañara y me arrancara los cabellos de la frustración. Me ha traído libros y las veces que no esta o que duerme, trato de escapar, nunca lo consigo.

Siento que estoy muriendo.

Me tumbo sobre la cama. Mi vista se pierde en el techo blanco, marco las figuras que veo con mis dedos, creo que son alucinaciones. Kunikida no las ve. Creo que me estoy volviendo loca.

Probablemente ya lo esté.

Tocan la puerta.

Me levanto de golpe al igual que Kunikida, él interpone una mano para que yo no avance. MAL. MAL. MAL. Vuelo a pensar. Corro a tropezones y empujo a Kunikida cuando la puerta se abre.

Hay una mano sobre mi hombro.

Sus ojos morados me miran.

Kunikida suelta mi nombre en un grito, yo espero morir. No lo hago.

Y Fyodor parece tan sorprendido como Kunikida y yo.

Un montón de hombres desparramados en charcos de sangre son el escenario detrás de él, pierdo la cabeza. Dejo de pensar.

Cierra la puerta dejando a Kunikida dentro. La trabo con un arma.

Atrapo su cuello en mis manos y lo empujo, nos caemos al suelo, Fyodor lleva sus manos a mis hombros para apartarme o matarme, lo que sea. No lo logra. No puede matarme.

Sueltos risas de histeria.

—¿Vas a matarme? —mi cara podría romperse con la sonrisa desencajada en mi rostro—. A tu hermana. Vas a matarla.

Aprieto el agarre en su cuello.

—A mí —llevo mi rodilla a su entrepierna y la encajo, él suelta un bramido y se contrae—. Mate a nuestros hermanos, a nuestros padres ¿Qué te hace pensar que no lo hare contigo?

No obtengo una respuesta pronta.

—Varvara está muerta —muge, su rostro rojo. Sigo riéndome.

—Me alegro.

—Eran monstruos —apenas puede respirar—. Por- por eso los mataste.

—¡Protegía a los que amaba! —grito, fuera de mis cabales. No siento mis manos. No siento mis piernas. No siento nada.

—Nos amabas... —me retuerzo al sentir puro dolor en mi costado. Fyodor acaba de apuñalarme.

En mi distracción me golpea. Caigo contra la pared, deslizándome. No siento.

Mi cabeza se perdió.

Me levanto, risas descontroladas e inhumanas. Sabor a sangre en mi boca.

Intento formas esquirlas de hielo, no lo consigo. Frunzo el ceño, lo comprendo rápido.

Crimen y castigo.

Me tiro sobre él, vuelve a apuñalarme, predigo sus movimientos y me aparto, apenas un roce. Lo tacleo. Caemos al suelo.

Rodamos mientras el otro intenta golpear, o apuñalar. Ninguno da un tiro certero.

—Destruiste mi vida —suelto con furia.

—No, tú lo hiciste —se impulsa en la pared para levantarse. Su bota se entierra profundo en mi estómago y me lanza al suelo. Suelto un grito de dolor—. Querías esto.

» Querías esto porque nos amabas. Nos amabas de manera enfermiza. ¿Tengo que recordarte cuando nos besábamos? Me juraste amor eterno. A mí y a Varvara. Nos amabas, te amábamos.

Su voz se quiebra.

» ¿Por qué...? ¿Por qué lo hiciste? Teníamos todo. ¡Lo teníamos! —cada vez más cerca de mí—. Te pusiste celosa por Varvara. Ella podía tener una relación publica ¡Pero tú y yo no! ¡Estaba mal y lo sabíamos!

Fyodor se pone de cuclillas frente a mí. Me arrastro hacía atrás, mi espalda contra la pared.

—Somos hermanos —parece que encajo una daga en él, su expresión es puro dolor.

—No importaba, no te importaba. Aleksa, me amabas.

—¡No soy Aleksa!

Cierro los ojos con fuerza cuando su mano acaricia mi rostro con gentiliza, me dan náuseas. Doy un manotazo que él detiene con su otra mano, me niego a abrir los ojos.

—Hicimos esto por ti. Lo hice por ti —su aliento golpea mi nariz—. Ámame. Ámame como antes.

—Vete a la mierda —suelto un escupitajo. Abro los ojos, él limpia su rostro con un pañuelo y una sonrisa.

—Vas a destruir el mundo por nosotros —murmura, toma mi mano, aquella con la que debería tener el hilo.

El suyo se expande hasta tomar mi meñique. Soy puro horror.

—¿Lo ves? Somos nosotros. Los únicos.

¿POR QUÉ? ¿POR QUÉ SU HILO? ¡ES IMPOSIBLE!

Lo empujo, no se aparta.

—¡No somos nada! —grito, horrorizada—. ¡Suéltame!

Lo hace, suelta mi mano. Miro con brutalidad al hilo estirarse, no me suelta. Estoy en shock.

—Nosotros... nosotros... es imposible.

—Siempre fuimos tú y yo —canta él, mis ojos con los suyos. Un profundo amor que me produce arcadas—. Me besabas con tanto cariño, tomabas mi mano y era tan precioso. Tú, tú y solo tú. _________ tus besos, tus manos, tus ojos, tu cuerpo. Por favor, ámame. Ámame con locura, como yo.

—No... —mi voz se ahoga.

—Bésame —exige, me niego. Giro mi rostro apretando mis labios.

No puedo negar nada de lo que dice. Lo recuerdo. A veces no puedo dormir en la noche por eso. Nadie debería saber de esto.

—Hare lo que quieras —gime él—. Vuelve conmigo, no estoy completo sin ti.

—Bien—farfullo un minuto después. Giro mi rostro a él. Me inclino.

Mi mano roza su mejilla, cierra sus ojos al tacto e inclina la cabeza en busca de más. Trago seco. Cierro los ojos y me meto las arcadas en el estómago. Por fin mis labios tocan los suyos, siento como se inclina y los mueve, vuelvo a tragarme la bilis. Correspondo abriendo la boca, su lengua se mete y toma el mando, me dejo hacer. Sus manos bajan a mi cintura y se apoderan de ella, dando caricias y debiéndose allí donde está la puñalada. Me remuevo, siento que suelta una risa en medio del beso. Abro los ojos.

Los suyos continúan cerrados.

Me inclino entonces, echándolo al suelo. Él se queja un poco antes de hacerse de mi cintura otra vez. Aumenta el ritmo del beso.

Y sé que es mi momento de actuar.

—Te amo Aleksa.

Mi mano toca su cuello.

La sangre se esparce por el suelo.

Sus manos caen de mis costados. Me quito de golpe y vomito.

Vomito con lágrimas en mis ojos.

Su hilo suelta el mío lentamente hasta desaparecer en la cúspide de su meñique. Pasan minutos antes de me pueda mover.

Le hecho una última vista.

Permanece con los ojos cerrados y una sonrisa en su rostro.

Murió diciendo que me ama.






sorprais ¿se lo esperaban? sé que no:)

le faltan algunos capítulos para terminar, tengo planeado algo de kunikida but idk.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top