XXXII
Azul y hielo
Lo primero que me repito, es que estoy sola en esto y que, si esto lo planee así, si yo soy lo que creo que soy, no debo temer de ellos.
El resto debería temer de mí.
Dazai.
Chuuya.
Kunikida.
Todos ellos.
Porque entonces yo soy el monstruo del que tanto temen, Dazai tenía razón al no confiar en mí, en decir que soy peligrosa, que deben alejarse de mí. Por mucho que me lastime, por mucho que duela y sienta que me ahogue en este mar de pesar, aplastando mi respiración hasta casi sentirme un minúsculo animal, él tiene razón. Para ellos no importa lo que soy ahora, sino lo que fui, sea lo que sea que haya sido, es incluso más poderoso que mi persona actual.
Y no importa lo que haga para cambiar eso, porque el pasado es nuestra ventana al presente y futuro y la gente siempre va a mirar más allá de ti por su propia seguridad. Si has lastimado a otros, creerán que lo harás con ellos. Si has matado, lo harás con ellos. Porque la sociedad funciona así y no puedo hacer nada para cambiarlo.
Sin embargo, me rehusó a aceptarme, soy una persona nueva y si tengo que quedarme sola por mi pasado, lo hare sin dudarlo. Tengo miedo del futuro, pero entre quedarme con personas que me tienen miedo a recluirme, prefiero recluirme el resto de mi vida.
Tengo un pasado incierto, un futuro incierto y lo único de lo que puedo sostenerme es de mi presente, el cual no es muy favorable. Estoy abandonada por la vida y quiero desaparecer en un pequeño cubículo de la basura hasta volverme una masa inservible y morir triturada por el basurero para no sentir la maraña de sentimientos que estoy sintiendo. No sé si estoy enojada o triste, porque puedo confundir esos sentimientos con facilidad.
Nunca sé como debería sentirme por algo, es como si todo fuera azul frente a mis ojos. No sé como reaccionar a algo o si tengo que seguir mi corazón o mi mente, o cual es mejor. ¿Debería llorar cuando alguien muere? ¿Arrepentirme de matar incluso si esa persona me estorbaba? Mi mente dice que no, pero de pronto lloro de la nada, y ni siquiera puedo saber si así se siente la tristeza, o si lloro de enojo. Hay tanto que no entiendo, que es color azul y me aterra. Me vuelve loca pensar que soy un espectro vacío, que tengo la necesidad de auto mutilarme para sentir algo.
A veces, hay tanta emoción contenida en una persona, que pronto la consume y entonces, deja de sentir.
Reprimimos el llanto tanto que al momento de llorar no sabemos como hacerlo.
—Aleksa —me llama una voz profunda y rasposa.
Levantó la cabeza con lentitud, estoy tan cansada de esto. Quiero dormir.
Hay unas manos frente a mí, sus dedos son largos y delgados, delgadas venas se marcan en sus dorsos pero no es eso lo que llama mi atención, lo primero que miro es la cosa que sostiene entre sus manos.
Es una foto.
Él me la acerca, toma mis cabellos azules y encrespados con cuidado y los aparta de mi cara, poniéndomelos detrás de las orejas, luego jala un lazo negro de su cuello con los dientes y se inclina sobre mí. Observo subir y bajar su pecho, así como la vestimenta tan pulcra que lleva, parece tan suave que podría dormir sobre ella. Siento sus manos moverse sobre mi nuca.
Amarra mi cabello con suave lentitud, a pesar de todo siento su tacto como la suave felpa de un cojín, y me estremezco luego de recordar sus ojos tan fríos y pensar que me puede estar tratando con delicadeza. Deja caer mi cabello y regresa a su posición. Sus ojos me miran, afilados y su boca parece tener levantada una comisura, en un asomo de sonrisa, tan letal como la hoja de una daga, pero tan fina como un alfiler.
Fyodor me muestra la foto, veo a Varvara en ella.
—Varvara —pronunció.
El pelinegro niega con la cabeza y su sonrisa se hace presente, sonriendo porque ya sabía lo que iba a decir.
—Eres tú.
Lo miro consternada. ¿Qué? No puede ser que haya cambiado tanto. Yo ni siquiera considere que haya cambiando físicamente. Abro y cierro la boca con deliberada calma, todavía sin creerlo. Debe estar mintiéndome, para algo. Todos me han mentido y han visto sobre mi hombro para cuidarse de mí ¿Cómo podría confiar en ellos que me tienen secuestrada?
Confié en la Agencia porque jamás dude que fueran buenas personas —y lo siguen siendo—, confió en Chuuya porque nunca hizo nada que me hiciera dudar de su lealtad, confié en Gereth porque parecía tan amable conmigo y fue el primero en demostrarme amor que me enganche tanto, jamás note sus malas intenciones. Pero ellos no tienen la culpa.
La tengo yo.
—Es Varvara —repito—. Yo soy así. Cabello azul, ojos azules.
—Así eras tú —corrige, algo se mueve en su meñique izquierdo y veo el hilo rojo aparecer. Abro la boca de la impresión.
Entonces su hilo se estira y se encoge con movimientos arrastrados por el aire. No despegó mi mirada de el hasta que Fyodor habla. Su hilo brilla y parece llevar las mismísimas perlas del diablo. Rojas como la sangre que solo se notan si miras atentamente.
—Aleksa —repite—. Di algo.
—No sé que decir.
En la foto, una mujer de pálida piel, tan pálida que sus venas podían verse. Es como papel y su cabello, en cambio, como el mismo petróleo, cayéndole en rectas líneas negras por los hombros y perdiéndose en la oscuridad de su traje. Morados, los ojos, algo tan intenso que parecía brillar en la misma foto. Era igual a Varvara.
—No soy yo.
—Oh vamos —Fyodor se pasa una mano por el cabello—. ¿Por qué no serías tú?
—Me estas mintiendo. Me quieres de tu lado, te aprovechas de mi falta de memoria para algo. ¿Qué quieres de mí? ¿Para que te soy útil?
—Debes entender que estamos dándote pequeños fragmentos. Así lo quisiste, así será.
—Pues no te creo.
Él suspira y retira la foto, guardándosela. Se encoge de hombros y da la vuelta, solo que no se va, sino que va detrás de la silla. Siento su imponente presencia detrás de mí y hace algo que me deja helada. Me besa la cabeza.
Aparto el cuerpo lo mejor que puedo y giro mi cabeza con horror.
—¿¡Qué te pasa!?
Fyodor ríe.
—Extrañaba hacerlo —exclama y veo por el rabillo de mi ojo que se agacha.
La presión en mis muñecas desaparece, siento un alivio inmenso llegar a mi pecho y parece como si pudiera respirar mejor. Mis manos caen a mis costados y recupero la movilidad rápido, me las sobo y alzó las mangas de mi camiseta para observar mis cicatrices. Algunas están frescas pero no sangran las otras parecen marcas de guerra
Fyodor regresa al frente mío y se agacha en cuclillas. Toma mis manos entre las suyas y estira mis manos, observa mis cicatrices con calma, acercándose para verlas por completo y pasando sus dedos largos por ellas, como si quisiera grabarse en la memoria cada textura de ellas, para recordarlas en la oscuridad o algo así. De repente me entra el miedo de que de la nada pueda sacar un arma y apuñalarme, me pueden querer viva, pero eso no implica que vaya o no herida. Intento soltarme. Él aprieta el agarre y me mira amenazadoramente, me encojo y lo dejo hacer lo que sea que intenta hacer.
—Setenta y uno —murmura y luego se pasa a la otra muñeca—. Noventa y cuatro.
Fyodor alza la cabeza, se acerca a mi cara, retrocedo pero él sigue acercándose hasta que siento su respiración.
—¿Cómo pudiste? Te has hecho tanto daño —Fyodor acaricia mis muñecas y se las lleva al corazón—. No me lastimes así Aleksa.
Me atrapa los brazos con una mano y con la fuerza del agarre hace que me levante, siento su otra mano viajar por mi cintura y apretarme contra él. Me abraza y hunde su cabeza en mi clavícula aspirando el olor a perro que debo traer encima, pero eso no parece importarle mucho porque me apega más a él. Por más que intento alejarme, su agarre es fuerte, por lo que opto a usar mis pies.
Meto uno de mis pies por detrás de uno suyo y jalo, la pierna de Fyodor se dobla y casi se cae. Se sostiene de mí y me mira con una sonrisa.
—Mataste el momento.
—Momento mis calzones —ladro, jalándome—. Suéltame maldito loco.
—Aleksa —murmura y hay algo en su mirada que me atrapa y también me hace querer huir.
—¡Me llamo ________ saco de mierda de cabello mal envuelto!
Fyodor sonríe y me abraza de vuelta. No siento nada más que asco, a pesar de eso, él parece abrazarme con fervor, como si de alguna manera al tenerme entre sus brazos evitara que yo me evaporase entre sus dedos como agua. Lo dejo hacerlo porque no tengo nada mejor que hacer, ni siquiera huir cuando ya sé a qué altura están mis enemigos.
Incluso si quiere manipularme al tratarme con cariño, no lo hará. Dazai me drogo, Gereth lo permitió, Kunikida me ve como un enemigo. Dagna y Luca están amenazados por mí. ¿Cree que puede manipularme con eso? Al menos en eso, estoy un paso delante de él. No tengo hilo y no sé que es amar o como sentir. No lograra nada porque soy superior.
Como el hielo y el color azul.
—Vamos a cambiarte. ¿Qué te gusta comer?
La oscuridad se tragaba el lugar, y cualquiera que no conociera el apartamento se hubiera tropezado con el hilo que reposa a un centímetro del suelo. Hilo que los zapatos cafés de Dazai esquivaron, al igual que los zapatos de Gereth. El suicida lanzó su gabardina al perchero y le quitó el abrigo negro en un acto de amistad a Gereth. Ambos se introdujeron a la oscuridad, oscuridad que se vio reducida a nada cuando la luz fue encendida.
—¿Puedo entrar a tu baño?
Dazai señaló con un largo dedo blanco la puerta café, Gereth asintió y entró. El castaño miró la puerta antes de quitarse el hilo rojo del destino.
Su meñique quedo libre, y una marca donde había estado el hilo antes apareció. Él la miro con vehemencia antes de sobarse el dedo y guardarse el hilo en su pantalón. Solo alguien en el mundo sabía de eso y ese era Chuuya, que lo había encontrado en un bar de mala muerte bebiendo hasta vomitar y lo había llevado hasta su casa, donde le había visto el meñique y preguntado porque demonios no tenía hilo.
Dazai le había explicado amablemente que todo se trataba del libro. Aquel objeto por el que tantos problemas tenían, ese mismo. Como las habilidades no lo afectaban, el hilo no existía en su meñique, pero se había puesto uno de mentira para guardar las apariencias. Cualquiera que lo viera atentamente descubriría que era falso, por eso Dazai siempre andaba con las manos en los bolsillos o jugueteando con ellas.
Además, nadie se detenía a mirar a un chico vendado que pedía suicidio doble.
Dazai suspiró, echándose en el sillón y observó los múltiples vasos apilados en su mesita, recordando así la noche que había llevado a _________ a su apartamento para drogarla y hacer que se alejara de él. Mientras más lejos de la verdad estuviera, mejor para todos, pero sobre todo para ella.
Todo era por su seguridad.
Y Dazai podía vivir con su odio o su miedo para siempre mientras él estuviera seguro de que _______ se encontraba a salvo.
Por supuesto, no era lo que precisamente pasaba en esos momentos.
Y por eso Gereth estaba allí.
Obvio que se había enterado de los acontecimientos de la prisión, fue de los primeros en saberlo, y no fue una sorpresa que Chuuya apareciera una hora después a tumbar su puerta —que ya estaba reparada— y pedirle que le explicara donde mierda estaba ________, porque entre la lista de criminales atrapadas no estaba. Dazai le pidió que se tranquilizara, cosa que no logro y Chuuya casi lo muele a golpes del estrés, Dazai había terminado con un dolor de cabeza increíble esa noche.
Y en la misma que había salido a investigar por sus propios medios, claro, a sabiendas de que la verdad le vendría pronto a la cabeza en cuanto atara cabos, solo que no quería, porque tenía miedo de saber la verdad. Pero de todos modos lo hizo y luego de revisar las ultimas grabaciones de la prisión y observar a Varvara quemar la cocina y a Sigma estrellar un auto y destronar todos los semáforos para que hubiera una colisión, no tuvo duda de que Fyodor la tenía.
Y tampoco tuvo duda de que ________ se resistiría a cooperar, porque por mucho que quisiera recuperar sus recuerdos, si eso ponía a sus seres queridos en peligro, entonces ella aceptaría morir sin saber nada. Desgraciadamente, eso el asustaba infinitamente a Dazai y también se tenía un odio profundo por todo lo que le estaba haciendo.
¿Podía hacer mierda la vida de una persona que amo por su seguridad? Podía y lo haría. Porque no solo era una persona, era toda Yokohama.
—¿Qué haremos?
Gereth emergió del baño y se tumbó al lado de Dazai.
—_________ esta muerta.
—¿Qué? —murmuró el otro.
—Se suicido.
Dazai se llevó una mano al cabello y se los tiró en señal de frustración.
—Yo la vi —susurró, hundiendo la cabeza en su pecho—. La vi hacerlo luego de terminar con su pareja. No pudo más y lo hizo, lo hizo frente a mis ojos.
» No sé como esta viva, no sé ni siquiera si es ella de verdad, pero esta viva y quiero protegerla. Tengo que sacarla de allí y necesito tu ayuda y la de Chuuya.
—No puedes meterte con la mafia —chistó el otro.
—Luego de que sepan lo que pasara el catorce, sé que me apoyaran. Y de alguna u otra manera, _________ saldrá de allí. Si esta viva es por obra del libro y tu no lo puedes ver, pero yo sí. Es un cadáver.
—¿Un... un cadáver?
—¿Por qué crees que es fría al tacto y que no puede sentir temperatura o emociones con mucha intensidad? Porque esta muerta físicamente. Algo hicieron para revivirla y tengo que salvarla, hacer que se quede conmigo... con nosotros.
Algo trono fuera del apartamento de Dazai. Ambos chicos giraron la cabeza y vieron la puerta abrirse. Rodeándolo un aura roja, apareció el ejecutivo de la mafia, con el sombrero en alto y el semblante seco.
—Muy bien pedazo de mierda, ya estoy aquí. Ahora dime que vamos a hacer.
MUAJAJAJAJA.
Estoy dispuesta leer sus teorías y ver si sin verdad o reírme de ellas.
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