XLIII
un buen principio para un buen final.
ᴰᵒˢ ᵃñᵒˢ, ᶜⁱᵉⁿᵗᵒ ᶜᵘᵃʳᵉⁿᵗᵃ ʸ ⁿᵘᵉᵛᵉ ᵈíᵃˢ ᵈᵉˢᵖᵘᵉˢ.
Dejo escapar un latido, y un suspiro también se va con él. Me hinco frente a las tumbas —justo en medio de ellas— y observo la piedra polvosa donde sus nombres son lo único que descansa, y sus apellidos, claro. Podría reconocerlos donde sea e incluso si perdiese de nuevo la memoria, una parte de mi lo haría, porque están grabados hasta la saciedad en mi corazón. Jamás podría olvidarlos.
El aire es frío a esta hora, y no hay nadie por aquí. Esta zona del cementerio es exclusiva para los que murieron durante esos largos años del hilo rojo. No sé porque la Mafia trajo hasta acá el cuerpo de mis hermanos, pero sé que yo no querría tenerlos, yo también los hubiera traído.
Se ha hecho tarde, pero he mirado cada tumba y escrito cada nombre en mi diario. No sé exactamente porque, supongo que solo quiero tenerlos para brindarles un correcto homenaje, aunque dudo que estas personas quisieran que quien lo provoco les brindase una despedida justa. Están en toda su libertad si sus espíritus quieren atormentarme el resto de sus eternas vida, pero creo que con darse cuenta de lo que soy hoy, se darán por bien servidos.
Habría llorado una vida entera por ellos, y aun no sería suficiente.
Me pongo de pie, me recubro la corta blusa que traigo con el abrigo que me dieron. Es mío, lo use cuando ingrese allí. Miró de nuevo las tumbas vacías, ni una sola flor y nadie las ha limpiado. No seré esa persona. Me ciño bien en diario maltratado entre los dedos agarrotados por el frío, es encantador.
A la mayoría de la gente no le gusta estar fuera cuando empieza a arreciar el frío, hoy lo adoro. Puedo sentirlo, puedo sentir que me cala en los huesos más profundo de lo que mi propio dolor podía hacerlo. Es casi reconfortante como me aplasta los pulmones al entrar a mi cuerpo, poder sentirlo en lugar de hacerlo es una maravilla.
Lastima que lo que lo haya reemplazado no sea igual de maravilloso.
Pongo un pie delante del otro al caminar, mirando por todos lados de nuevo. Admirándome del color luego de años entre blanco, me pregunto si la gente que veía gris también se maravilló como yo. Sería muy agradable si fuera así, suspiró, echando el vapor por la boca y bajando la cabeza para pisar una hoja con la bota.
El cabello largo y oscuro me cae lacio por la espalda y mis hombros, no lo corte. Dicen que el cabello guarda memorias, así que me quede con ellas y las supere, como me enseñaron. Y, según me enseñó una vieja amiga, cortarse el cabello es símbolo de derrota y perdida. Yo no podía perder, no lo he hecho. Y no creo que pueda rendirme nunca más.
Sigo caminando, mirando a mis alrededores como una niña pequeña. No tengo a donde ir. Cuando salí todo lo que me recibió fue el aire de la mañana y un guardia que me acompañó a la salida muy amablemente. Luego vine al cementerio y ahora iré a vete a saber tu. El estómago me cruje de golpe, recordándome que he recobrado todo lo que antes no era, y ahora me muero de hambre. Me encantaría cruzar la calle a esa panadería y comprar el pan más dulce del mundo, comérmelo de un bocado y seguir con mi vida, pero no tengo dinero.
Me detengo y me planteo cruzarme la calle, no sé para qué. Y he decidido hacerlo cuando un auto negro se frena de golpe en el pavimento y se echa de reversa unos metros hasta donde estoy yo. Ni siquiera me preocupa que me quieran secuestrar, ¿qué podrían hacer? Solo Dazai podría detenerme y si es él, que quiere entregarme a la muerte, no me quejare.
Pero la persona que baja del auto no es un secuestrador ni Dazai. Y no había pensado en él desde que dejo de visitarme después del primer año y medio, así que en general no lo recordaba. No como antes y es una grata sorpresa verlo de nuevo.
Nakahara Chuuya.
Un hombre que ya ni siquiera reconozco.
En la oscuridad aun puedo notar cada rasgo familiar y cada cosa distinta. Tiene el cabello más largo, atado en una coleta alta que hace bucles pequeños en su caída, no hay sombrero, pero si un abrigo largo y oscuro cerrado en su pecho y una bufanda roja cayendo por sus hombros. Sus pantalones son los mismos, eso creo y sus zapatos oscuros y de piel siguen resonando a donde sea que vaya.
Tampoco tiene sus guantes.
La gargantilla ha desaparecido.
No sé quien es el hombre que tengo aquí en frente, pero reconozco al jefe de la Port Mafia fácilmente. Ya he dado tumbos con el otro y no tenía idea de que estaba muerto, se había tardado ya.
Miro atentamente al hombre, repasando cada nuevo rasgo para sustituirlo con el que tenía enterrado en lo profundo de mis entrañas. Grabado en el corazón como el segundo hombre al que amé, y el primero con el que quise permanecer. Pero él no, y yo respete esa decisión, así que no entiendo que hace aquí, parado, completamente turbado y mirándome como si hubiera encontrado a su perro muerto al llegar de trabajar.
Carraspeo la garganta, llevándome una mano enguantada al cabello y echándole para atrás. De repente el aire se ha puesto denso y mi cuello necesita aire.
—Perdón, ¿se te ofrece algo?
Nakahara, que tenía la boca abierta para hablar, la ha cerrado de golpe y me pregunto que quería decirme. Ladeo la cabeza, sintiendo el peso de unos aretes de gema morada caer conmigo. Dazai me los trajo la única vez que vino a verme, vete a saber como hizo para pasarlos. Debí agradecerle, pero me quede estática en ese instante, era la primera visita que recibía en meses, así que me dejo anonadada.
Él no me pidió que le agradeciera, de todos modos.
—No pude ir por ti, estaba en una reunión y no quise que nadie más fuera por ti. Perdón, sé que debí priorizarte y hasta ahora te encuentro. ¿Estás bien?
Me habla con una familiaridad que no comparto, frunzo el ceño. Retrocedo un paso, palpando mi distancia con esta persona y me relamo los labios secos. Parece como si hubiera dejado sus sentimientos por mi en pausa y justo ahora acabara de volver a hacer girar la cinta, me fijo en sus manos impacientes contra su pantalón negro. Recuerdo el calor que me transmitía y la lejanía con la que mis sentimientos se fueron.
Cuando dejo de visitarme, lo llamé con la única llamada a la que tenía derecho a hacer y no contesto. Asumí que fui abandonada, bueno, es una palabra muy fuerte ahora, pero así fue. Pensé que, tal vez había decidido que no podía seguir amándome, estando yo así. Lo entendí, no lo culpe. No puedo. Pero hice lo que cualquier persona ligeramente sensata haría, lo deje ir.
Y me caí como mil veces en el camino, porque no quería y no podía. Dejar lo único que tenía estable era para mí, perder un cacho de mi vida o mi vida entera. Y así fue, lo perdí todo y salí sin nada. Solo un diario y un bolígrafo casi sin tinta en la mano, tengo todo para construirlo por delante. Él ya no estaba en mis planes.
—Estoy bien —respondo a secas, juntando mis manos en el diario sobre el regazo.
Chuuya se rasca la nariz y baja la cabeza, luego vuelve a subirla mientras yo me debato si es correcto cortar la conversación aquí e irme a meter a un hotel de manera totalmente ilegal para pasar la noche. O debería dormir en la calle e ir mañana al banco a reabrir mis cuentas del banco y pudrirme en dinero sucio.
Paso mi mirada a otro lado, juego con mi lengua en mi mejilla en medio del silencio incomodo. No entiendo que debería decirle, o si debería decirle algo para empezar. ¿Reclamarle por dejarme botada durante otro año y medio de pura lucha? ¿Abrazarlo sin medir palabra porque pese a que ya no lo amo con la misma intensidad es aun el único hombre que quiero en mi vida y lo extrañe como si me hubieran sacado el corazón una noche y estuviera caminando cual muerto viviente? No tengo idea.
—Yo eh... ¿quieres subir? Creo que te debo muchas explicaciones.
Y pese a que quiero salir corriendo, también quiero mis explicaciones tardías y un lugar para dormir, por lo que asiento. Chuuya da un paso atrás, se cruza la calle y me abre la puerta del copiloto como el caballero que ha sido desde que lo conocí. Me muerdo la lengua y avanzo rodeando el carro, Chuuya espera pacientemente a que entre allí y yo me tardo un poquito más en subir solo para dejarlo allí parado más tiempo. Se lo merece, creo.
Entro al auto, que huele a él. Pero al mismo tiempo, ya no. No es el olor que recuerdo, es más intenso, más almizclado. O puede que sea el mismo, solo que pase tanto tiempo sin él que me resulta nuevo. Me tenso cuando se sube y arranca.
Tengo la mirada clavada al frente, el diario en el regazo y nada más que cero ganas de seguir con este intento fracasado de retomar las riendas de una vida que ya no me pertenece. Le pertenece a él, lo que era yo ha quedado aplastado en el peso del pasado, pero parece que él sigue queriéndome del mismo modo. Como si yo pudiera seguir siendo la misma, me pregunto si le gustara la yo nueva también, o seré botada de su hogar y su corazón también.
Nakahara Chuuya no dice ni una sola palabra durante el camino a su casa enorme en las montañas, tiene la mano tensa en torno al volante de cuero negro y la otra se mueve casi mecánicamente en la pantalla digital que indica las velocidades y ese tipo de cosas. Yo estoy bastante entretenida jugando con el collar que hace juego con los aretes, en silencio.
—¿Quién te los dio? Son bonitos y se ven caros —pregunta, girando el volante en una curva abierta. Me detengo a mirar del otro lado, a la ciudad, antes de responder.
—Dazai.
Casi puedo sentir que el carro se sale de la carretera con un crepitar sordo, me aferro al asiento y miro entre el susto y el reclamo a Chuuya, que acaba de retomar el control del auto pero no de sus expresiones. Parece genuinamente sorprendido y otra cosa, no puedo descifrar que es, tal vez algo muy relacionado a su extraña relación con Dazai y lo que Dazai sentía por mi hermana que idiotamente confundió conmigo.
—Perdón, me agarro de bajada —suelta, soplando aire y sigue recto por la carretera.
—Está bien —susurro, volviendo a mi habitual estado de incomodidad.
—Debes tener un montón de preguntas —dice, y veo que emprendemos la ultima curva antes de la subida.
—No —contesto. No las tengo. Empecé a vivir con la duda de sus acciones como una amiga más hace tiempo, asumí que nunca más me daría explicaciones.
Asumí que no lo vería cuando saliera de aquí. Pensé en irme, en realidad, marcharme de este lugar que ya no reconozco y que nunca fue mío. Tal vez lo haga, no hay nada que me retenga.
—¿En serio? Pensé que te había dejado desolada ese día, te debo muchas disculpas también —suena culpable, pero sigo sin sentir nada.
—Me dejaste desolada —exclamo—, y lo sobrelleve. No pasa nada, razones tuviste que haber tenido y no te culpo de nada. De hecho, pensé que no volvería a verte y pensé en irme de Japón para siempre, de todos modos ¿qué hago aquí?
Se queda tanto tiempo sin responder que temo que le haya dado el patatús a medio viaje y enseguida el auto nos eche colina abajo. Giro el rostro con media preocupación pintada en la cara solo para encontrar al jefe de la Port Mafia mirarme como si lo hubiera sentenciado a muerte en medio de la guerra gélida y cruel, yo también lo miró extrañada. Es raro que me mire así.
—¿Irte? —susurra, y yo asiento secamente.
Hay un instante de lucida culpabilidad en mí, ya que suena como que le he metido un puñetazo en el estomago y ha vomitado sus entrañas sobre mí, eso claro, si yo tuviera la fuerza para darle ese tipo de puñetazos. Pero sé que lo he herido con mis palabras, lo que él ve en mi no se parece en nada a lo que soy ahora, ni mis propios sentimientos; aprieto los labios y me estremezco.
—Sí —intento no sonar tan fría—. Esté lugar no es mío, y solo le cause daño...
—Tú no lo hiciste —me refuta de inmediato.
Y también me recuerda a su trato antes de dejarme en el psiquiátrico, cuidándome como una mariposa herida y sopesando todas las palabras que iban a salir antes de decírmelas porque temía dañarme más. No hay nada que pueda herirme ahora, no como él piensa. Levantó una mano.
—Si lo hice. Fui yo quien lo provoco, la yo de antes es la misma que la yo de ahora. Somos lo mismo, solo necesitaba aceptarlo —respondo con la voz cortante.
No deseando que vuelva a tratarme como un animal herido. No soy más de eso. Aprendí a reconciliarme conmigo misma, con mis recuerdos y la parte de mi que aun ama y desea a Fyodor y que me sigue dando asco. Y es normal, también tengo derecho a despreciar algunas partes de mí.
Se queda callado, yo también. Subimos la colina y ya puedo ver los arboles que rodean su casa y las enormes ventanas que rodean el lugar que sigue igual de hermoso e igual de vacío. Nada parece haber cambiado desde que me fui.
—Pensé en irme, no hay nada que me retenga —continuo—. Asumí que jamás te volvería a ver, aprendí a dejar de quererte y quererme a mí, así que pensaba irme de aquí. No sé, empezar mi vida en un pueblo al otro lado del mundo, podría regresar a Rusia, no lo sé.
Chuuya se queda callado durante el trayecto que nos falta, mientras estaciona el auto dentro de la cochera con otros dos carros y dos motocicletas y una camioneta, yo no recordaba tantos autos. También se queda callado cuando baja del auto, yo también lo hago y él se queda de piedra cuando me bajo y le dejo la mano estirando para abrirme la puerta. Me encojo y le pido un discreto perdón, pero él sigue sin hablar. No lo hace al abrir la puerta, tampoco cuando se quita el abrigo, la bufanda y los zapatos.
Yo por mi parte, no hago amago de quitarme mi ropa, aunque si me desabrocho el abrigo. Camina silenciosamente hasta la cocina, un camino que ya me conozco y que de todos modos me parece nuevo. Su espalda parece más ancha ahora, un poco más cansada quizá o es mi imaginación porque llevo minutos sin una contestación y el ambiente se está poniendo tenso y más incómodo.
Me planto en la entrada y no me muevo mientras él se pasea por el lugar.
—¿Quieres agua? —pregunta sin voltear a verme.
—Sí —respondo.
Asiente y me sirve, luego la deja en la mesa donde se supone que será mi asiento y se sienta al lado. Sin embargo, yo me muevo al otro lado de la isla y arrastro mi vaso conmigo. No es que lo esté rechazando y no sé si él lo interpreta así, pero no me siento cómoda con la cercanía familiar que cree que tenemos.
Envuelvo mis manos alrededor del vaso y él las señala.
—¿Por qué los guantes?
—Es simbólico —contesto—, no es agradable tener las manos descubiertas cuando puedes matar a alguien con el tacto.
—Pero puedes matarlos, aunque uses los guantes —replica, y asiento.
—Por eso es simbólico.
Asiente, y vuelve a quedarse callado. No digo nada, no es a mí a quien corresponde hablar así de que solo espero a que ordene el revoltijo de pensamientos que deben estar cruzando por su mente.
—Perdón —dice entonces—. Perdón por haberte dejado de visitar y por no responder esa única llamada. Asesinaron a Mori, y tuve que sustituirlo de golpe. No tenía chance de verte sin presentir que me estaban siguiendo, no quería ponerte en peligro.
Abro la boca para replicar, pero entonces me calla con más palabras.
» Sé que debí recogerte hoy, pero tenía otra reunión y no quería que nadie más te recogiera. Fue egoísta y sé que debí procurar tu seguridad sobre otra cosa, pero quería ser yo quien te fuera a buscar. Y perdón, de verdad, te abandone y hasta parece que deje de amarte.
Bebe de su agua, que ahora me fijo no es agua, es vino. Y, de hecho, tuve que haber puesto más atención a la sala porque había como dos botellas de vino vacías en la mesa. Aprovechó para hablar mientras él se pierde en las garras de la bebida, me pregunto hace cuanto tiene este habito.
—Intentabas protegerme, lo entiendo, ¿pero no te paraste a pensar que yo no necesitaba protección? Mira lo que soy, Chuuya —levanto mis manos enguantadas entonces—. Solo Dazai podría detenerme y no lo hizo, me entrego el juego de aretes y estos guantes. Y dios, si tuvieras una sola idea de lo horrible que lo pase.
Se remueve incomodo en su asiento de piedra, posiblemente cara, como todo aquí. No es capaz de mirarme a los ojos, lo he notado desde que llegamos pues mira fijamente el vaso con vino que va bajando trago con trago. Tengo ganas de arrancárselo de las manos.
—Perdón, no me imagino como te sentiste. Entiendo que me odies, o que no quieras volver a verme, pero por favor, solo necesitaba que me dejaras explicarte. Que me dejaras verte, estás tan... cambiada.
Eso es cierto. No solo he sanado mentalmente. De repente, con el tiempo y las lavadas mi cabello chino y azul fue desapareciendo, sustituido con el negro carbón que llevó encima y lo mismo paso con mis ojos, cambiaron poco a poco de un azul pálido y frío a un morado vibrante. Idéntica a mi gemela, otro punto que me costó aceptar.
—No te odio —es lo que digo, y por primera vez me levanta la vista del vaso y clava su mirada en mí—. No te culpe, en ningún momento. Asumí que era demasiado para ti amar a alguien en ese estado, nunca te guardé resentimiento, Chuuya. Solo deje de quererte, porque iba a morirme por dentro si no te superaba.
En sus belfos pálidos surca una línea recta, aprieta los labios, dejándoselos blancos por breves instantes Aparta sus ojos brillantes de mí, que ahora parecen cargados de una tristeza insospechable y tal vez insostenible por si misma. Esa puede ser la razón por la que se ve tan cansado, pues sé que ahora debe estar acostumbrado a ser el jefe, pero las penas siempre van a pesar más que un desvarío físico.
—Mierda... yo —la oración muere cuando se muerde el labio y entierra la cabeza entre sus brazos sobre la isla.
Dejo el vaso allí, sin beber un trago, y me pongo de pie. Los sollozos mueren amortiguados por su brazo y la coleta cae desparramada en su espalda, su cabello brilla tanto como siempre. Me dirijo hacía él y mis manos enguantadas vacilan una fracción de segundo antes de tomarlo por los hombros y obligarlo a mirarme. En su lugar, me abraza, cosa que me toma por sorpresa.
Su cabeza se hunde en mi pecho, que se estremece y se repliega sobre si mismo para protegerme de la avalancha de sentimientos que me golpean en un instante. Dejo que poco a poco se filtren en mí y mis ojos no tardan en bañarse de lágrimas también.
Recuerdo todo el dolor que pase cuando no llegó al mes siguiente, lo llore muchas otras veces y puedo volver a llorarlo durante mi vida completa. Retengo un sollozo mientras mis manos inertes a mis lados se desparalizan poco a poco y suben para ponerse en su habitual lugar entre los omoplatos de Chuuya. Esa sensación de familiaridad si que me aborda, pues no he olvidado como se sentían mis brazos alrededor de él ni como cada uno de mis dedos tenía un lugar predisposicionado en su cuerpo.
—No importa si ya no me amas —susurra con la voz gruesa del llanto acallada por mi pecho. Siento las vibraciones—, pero maldita sea, cuanto te extrañe.
Me aprieta más contra sí, quizá aplicando un poquito de su fuerza sobrehumana porque siento que casi me deja sin aire. No doy amparo de queja y también lo aprieto, dejando caer mi cabeza contra su cuello porque estoy cansada.
Podre haber perdido mis sentimientos por él, si así lo quiero pensar, pero la sensación de dejarme caer sobre sus brazos sigue siendo el mismo consuelo silencioso al que tanto tiempo me entregué cuando sentí que ya no podía más o cuando quería sentir la calidez en mi pecho que nunca pude experimentar. A la fecha aun no puedo, solo aprendí a no sentirme absolutamente vacía sin su calidez.
—Chuuya —lo llamo, con la lengua llena de tristezas.
Él alza la cabeza cuando yo quito la mía y me mira, sus ojos azules cristalizados con el llanto y sus mejillas pecosas con el cruel reflejo de las lagrimas danzando con la luz todavía. Su nariz roja, y aun con el dolor reflejado en su mar, luce guapo, hermoso. Como el hombre que me vio la última vez.
Quiero hacerle saber que no soy la misma, que tal vez esta yo no le guste como la de antes, quiero que lo sepa antes de querer volver a jurarle amor eterno o que al menos, no me iré de Yokohama porque puede que aun lo conserve a él. Y vale toda la jodida pena.
—Umh —murmura.
—Entiendo tu cariño —susurro, y mis manos viajan a esa coleta alta que ahora parece demasiado apretada—, pero no soy la que conocías. No me parezco.
Desató el listón rojo sangre de su cabello, el cual cae en ondas hasta asentarse en su espalda y sus hombros y es largo, muchísimo más de lo que recuerdo. Aunque no más largo que el mío.
Nakahara Chuuya asiente, traga saliva y veo su manzana de Adán danzar de arriaba abajo. Me temo por un instante que su agarre se afloje y me deje, pero solo vuelve a abrazarme segundos después. Mis brazos suben y lo abrazan.
—Entonces permíteme conocerte de nuevo, ______, por favor, déjame amar cada versión de ti —exclama.
Me quedo pasmada, con la vista cristalizada clavada en las puertas de su alacena sin palabras para decir. Todo lo que siento aun soy incapaz de ponerlo en palabras, tal vez pueda escribirlo más tarde, cuando ya haya digerido toda la información y mi cabeza no este trabajando a mil por hora en esta nueva ola de sentimientos atados hasta lo profundo en mi alma.
—Sí —farfullo y agacho la cabeza para verlo.
Alza la cabeza, y sus manos, que siento por primera vez en un año, estás frías y tiemblan y no pienso en que no deberían hacerlo considerando que es el jefe de la Mafia, pero a quien tengo en frente es a Chuuya, no al hombre que siempre debe ser. Acuno mi rostro en sus manos, me complazco con el frío que contrarresta mi rostro caliente y bañada por lágrimas.
Me agacho, tan solo un poco porque de repente, Chuuya tira de mi con poco fuerza y me besa. Y es apenas un roce tímido, una presión que casi ni siento, pero es más que suficiente luego de tanto tiempo.
El calor se enciende en mi pecho de nuevo, y le doy la bienvenida con un cálido abrazo. Lo extrañaba.
—Te extrañe —murmuro contra su boca.
—También te extrañe, amor mío.
Y eso es todo. Nunca necesite más, pues me fundo en sus brazos como había hecho antes, como tanto anhelaba desde el fondo hacía tanto maldito tiempo, cuando todo lo que me dejo fue el fantasma de su presencia flotando en mi espalda.
El fuego ha vuelto a avivar en mi alma, y el vacío con el que aprendí a vivir se va.
Pego mi frente a la de él, como si de alguna manera eso pudiera transmitirlo los sentimientos que no puedo poner en palabras todavía.
El calor que me azora es solo el amor renaciendo. Y ya no le tengo miedo.
¡feliz final!
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