XLII
No te puedo culpar.
Sentí una presión en la cabeza cuando me levanté, el cuarto está vacío, y es demasiado grande para mí. Pero no estoy sola así que no lamentó no utilizar todo el espacio. Siempre intente abarcar todo lo que podía, a lo mejor así alguien ponía sus ojos en mí y me ayudaba. Creí que podía conseguir ayuda sin un costo, e incluso no me molestaba pagar lo que fuera por un poco de soporte, porque me estaba hundiendo. No me estoy hundiendo ahora.
Tampoco puedo decir que estoy pisando suelo firme, es un baile constante en una tierra de sueños —pesadillas— en la que un paso en falso me hará caer de nuevo. No volveré al lugar donde estaba antes, y no quiero volver a caerme con el temor de que no pueda levantarme de nuevo, que finalmente haya tocado fondo. Y ni siquiera todos mis esfuerzos o la mano de Chuuya me alcanzaran.
Intento no pensar en eso a menudo, prefiero voltear la vista.
Me baño con agua caliente, y es la primera vez que puedo saborear la quemazón en mi cuerpo por lo que permanezco más tiempo en la tina de lo que contemplaba. Oigo que tocan la puerta.
—¿_____? Ya está el desayuno —dice. Suena tranquilo, como siempre. Sus palabras no son más que eso, yo las siento como el nuevo comienzo de algo.
Estoy intentándolo con fuerza, me lo prometí anoche, y se lo prometí a él. Daré todo cuanto pueda para mantenerme a flote, sin embargo, existe una espina rasguñando un muro detrás de mi mente. Es la que me temo cause estragos en la vida que estoy intentando formar, tengo mucho miedo de seguir adelante.
—Voooy —respondo, me enjuago el cabello azul y salgo de la tina. Seco mi cabello y me hago mi tratamiento para que no parezca un nido de pájaros demencial.
Creo que iré a pintármelo, tal vez de rubio, o café.
Abro la puerta y encuentro a Chuuya haciendo la cama. Giro el rostro como un cachorro, la imagen es nueva y me dan ganas de llorar. Se siente tan natural, y pacífica.
—Oh, aquí estás —sonríe, se acerca a mí. Sus brazos me envuelven en un abrazo, importándole muy poco que siga en toalla.
Me estruja, quitándome el aire, no me quejo. Siento su calor subirme al cuerpo, toda su energía, su amor y su vida fluyendo a través de él con tanta intensidad que quema. Llama la atención a donde vaya esa vitalidad tan ferviente, y esas ganas de vivir. Se que lo hace, pero es opacado por esa imagen de mafioso que debe presentar.
Me alegra tener al Chuuya verdadero. No a Nakahara Chuuya, el ejecutivo de la Mafia, ni a Chuuya, el hombre lejano y solitario que parecía ser antes.
—Aquí estoy —susurro. Recorro su espalda de arriba abajo, intento que se relaje, pues siempre esta tenso.
—Hice crepas —me separa de él por los hombros mostrando una gran sonrisa en sus labios secos y pálidos.
Desde esta distancia puedo ver las pequitas esparcidas en su rostro moteado y una cicatriz que tiene en la ceja. Sonrío y acarició su rostro con mi palma, parece sorprenderse un instante y luego recarga su mejilla. Cierra los ojos y sonríe. Estoy feliz, inmensamente feliz.
—Gracias, vamos —lo arrastro fuera de la habitación y me visto rápido.
Al salir caminamos hasta la cocina. Paso mis manos por las paredes bañadas en caoba con un olor a pino delicioso. Las paredes son largas y están todas vacías, los techos son altos y me pregunto para que si él es bastante pequeño. No lo digo en voz alta porque sé que me mirara mal.
Recorro mi vista hasta la sala. Hay una televisión pegada a la pared, una mesa baja y sillones por todos lados, pero lo que llama mi atención son los retratos arriba de los sillones. Esta Akutagawa, Kouyo, Mori, hay varios donde salen juntos. Incluso tiene uno con el niño Q que era de Dazai. No hay nada más aparte de ellos, leí el archivo de Chuuya hace tiempo.
Sé el tipo de vida que tuvo antes de la mafia, me duele en el alma que haya tenido que pasar por todo eso y lo admiro. Admiro la fuerza con la que vive hoy, como un enorme roble. Es completamente lo contrario a mí, que parezco una hoja seca y frágil, que se cayó de su árbol y pisaron varias veces. Me gustaría tener su fortaleza mental.
—¿Son bonitas? —dice él a mi lado. No me di cuenta cuando eso paso. Asiento—. Mande a hacer los marcos con un artesano chino. Es un material muy bueno.
Comenta antes de dar media vuelta y meterse a la cocina. Me siento en una de las sillas de la isla mientras Chuuya hace flotar los platos y condimentos hasta nosotros. Devoró la crepa, una comida que no había tenido la oportunidad de probar en mucho tiempo. En la cárcel no había sabores así de dulces, y el mafia me ofrecían un menú que apenas probaba.
Hay un destello de blanco en la puerta aledaña que da a la sala. Me levanto como un rayo, la silla cae al piso y siento mi respiración en la punta de mi garganta. Reconozco la figura que se movió a la sala, y una parte de mi grita que está muerto y que no puede estar allí. Pero ¿Y si no lo está? ¿Qué pasa si no lo mate? Chuuya me ve y se levanta, abre la boca para hablar, no lo oigo porque me encuentro corriendo hasta la sala.
No hay nada, no hay nadie. Analizo todo el lugar, buscando, aunque sea la más mínima huella con el corazón atorado en la boca. Veo entonces una señal. Uno de los cuadros se ha movido, solo un poco, pero lo ha hecho. Corro para acomodarlo, girando sobre mi propio eje para encontrarlo. No hay nadie, mis ojos no ven nada.
¿Por qué siento como si estuviera escondido en la casa? ¿Me está mirando?
—_______, _______, mírame por favor —Chuuya toma mis manos, siento su calor, pero no lo veo.
Necesito encontrarlo, necesito sacarlo de la casa. Matarlo, arrancarle los ojos y las manos, no le volveré a permitir ocasionarme ningún daño más, ni a Chuuya.
—No hay nada —dice su voz—. Estás teniendo un delirio. Ven conmigo, vamos afuera.
Dejo que me saque a la calle, o al patio. No reconozco el lugar a donde me lleva, no me importa siempre y cuando sea lejos de él. Porque esta en la casa, Chuuya no esta haciendo nada para sacarlo.
—Ey —me llama, toma mi rostro que mira para los ventanales, intentando verlo de nuevo.
Mis ojos encuentran los suyos, parpadeó solo para darme cuenta de que he estado llorando. Respiro agitadamente, las palabras no me salen de la boca. Señalo la casa con desesperación, Chuuya asiente, como si lo entendiera.
—Lo sé, pero no hay nadie allí, _____ —susurra, pega su frente a la mía—. Estás sufriendo un delirio. Déjame llevármelo.
Mi peso cae sobre él, llorando a caudales. No puedo con esto, sinceramente. No puedo con esto yo sola y Chuuya no tiene porque cargar esto, no importa si dice que puede con esto y más, yo no puedo con que él cargue una piedra que no le corresponde. ¿Dónde queda mi fuerza? Es que no hay una, nunca hubo una. Estoy rota, deshilachada por las orillas y el centro de mi ya no existe. Se lo robaron.
Sollozo y aprieto la playera de Chuuya. Estoy cansada.
Sin importar a donde vaya, con quien este. No importa si estoy intentando rehacer mi vida con tanto empeño, no podre mientras mi propia mente siga atormentándome, me hare daño.
Le hare daño a él.
Esta casa enorme es hermosa, es magnífica, como un castillo. Y podría estar aquí para siempre, convertirla en mi hogar, como Chuuya quiere. Yo lo haría, pero no así. O convirtiere estas paredes en mi prisión personal y será justo lo que ninguno quiere que sea. No puedo vivir con Chuuya.
No hasta que me haya ayudado a mi misma.
Él no merece estar con alguien tan inestable, que lo destruirá sin darse cuenta y que consumirá toda su energía. Yo no creo que lo merezca.
Paso el resto del día dentro de la casa, Chuuya esta conmigo. Miramos películas y nos reímos con la comida al intentar lanzarla en la boca del otro, todo parece estar bien, pero mis ojos siguen pegados a la sala, donde en cualquier momento siento que aparecerá.
Se reirá en mi cara y me dirá que jamás me podre deshacer de él, y yo le creeré. Intento que no se note, trato de estar presente en el momento con Chuuya, disfrutar. Mi mente está rodeando una idea que apareció tan pronto como me calme un poco, algo se forma en mí, una idea, un plan. Tomando forma y uniendo las piezas, así que cuando me voy a dormir finalmente, espero pacientemente hasta que Chuuya se duerma.
Me escabullo al baño, me paso horas revisando páginas de ayuda psicológica, de psiquiatras que pueden atenderme, o al menos, que se especialicen en personas con habilidades. Me encuentro tan pocos que mi ansiedad se dispara por todos lados, ¿y si ninguno puede conmigo? ¿qué pasa si no tengo arreglo?
Dejo caer mi celular a mi regazo y echo mi cabeza para atrás, suspirando con tanta fuerza que siento mi cuerpo liberarse, solo un poco. Yo también estoy tensa todo el tiempo, no puedo culpar a Chuuya. Estoy tan jodidamente abrumada por todo que no me queda más que irme a dormir y esperar al día de mañana para decirle a Chuuya, me tiemblan las manos de solo pensarlo.
Mi idea de decirle a Chuuya se filtra hasta mis sueños. Estoy sentada en el piso, es acolchado y no hay nada a mi alrededor más que blanco. Sé donde estoy sin siquiera haber pisando uno en toda mi vida.
Un hospital psiquiátrico.
Me sentiría bien en él, de no ser por la abrumante sensación que colma el aire de peligro. Estoy en una pesadilla, de nuevo. Veo cosas horribles que ni siquiera quiero relatar, me da tanto asco solo volver a pensarlas que quiero arrancarme la piel por completo para sentirme limpia de nuevo.
Me despierto gritando y llorando, las manos de Chuuya sobre mis brazos y sus piernas apretando las mías para evitar que siga pataleando. El pecho se me agita al intentar jalar más aire del que puedo con la mente colmada de imágenes horridas. Encuentro los magníficos orbes de Chuuya y me aterra verlos en ese estado.
Brillosos, preocupados y profundamente asustados. No sé si teme por mi o por lo que pueda hacerle a él. No sé que es lo que le causa el terror que veo en lo profundo de su azul, que sin luz se ve opaco, oscuro, como el mar en las noches, con sus olas rompiendo contra la orilla y su canto profuso que reclama la vida. Me da miedo la forma en que me ve.
Me trago todo mi miedo, mi terror, mi desesperación y mis lágrimas. No quiero hacerlo pasar más por esto. Recojo aire de donde puedo, trago saliva y me disculpo. Pido perdón con la voz más seca que tengo, él lo nota. Nota el modo en el que me alejo de él y pego la espalda a la cabecera de la cama, la forma en que mis ojos se alejan de él junto con mi alma.
El acto más grande que puedo hacer por él es alejarme hasta que me encuentre a mi misma de nuevo.
Chuuya no encuentra que quiera recibir atención psiquiátrica como la idea más loca y descabellada que ha oído, no entiendo porque pude pensar que sería así. Supongo que era mi miedo enterrando su veneno adentro mí. Se muestra muy amable cuando le presento todas las opciones que tengo en mente, las evalúa asintiendo con la cabeza de a poco.
Pude pensar que estaba bien, de hecho, lo hice, creí que las cosas ya estaban poniéndose en orden hasta que vi su rostro cuando él creyó que no estaba viéndolo. Dolor. No más que puro dolor, de un modo que me pareció casi cruel cruzando sus hermosos ojos. Vi la mueca en su boca, como si estuviera aguándose el llanto, junto con la forma en que sus cejas se fruncían. Chuuya parecía estar muy lejos como para rodearlo con mis brazos, y lo entendí. Había levantado un muro entre nosotros, para protegerse.
La idea de molestarme con él no se me pasa por la cabeza, ¿qué derecho tengo yo? Es por su bien, a fin de cuentas. Cuando decidí esto supe que si él me llegaba a odiar o buscaba a alguien más mientras yo me buscaba a mí misma, no iba a poder odiarlo. Él es libre, nunca ha estado atado a mí. Es su decisión, si alguien más llega y lo toma, solo puedo esperar que de verdad lo ame con locura y lo haga feliz.
Suspiro cuando él se levanta y va a la cocina por agua. Tiene un vaso de agua justo en la mesa, no reniego. Necesita procesar las cosas, y yo acepte decírselo en lugar de huir. Se supone que eso hacen las parejas, aunque pronto ya no seremos una.
Los ojos se me humedecen, y hundo mi cabeza entre mis manos, sintiendo que los hombros me pesan todavía más. No me permito llorar, basta de llantos. Oigo sus pasos viniendo hacía acá y me recupero, lo miro entrar con el celular en la mano.
—Hable con Ango, mañana podremos ir a que te vea un psiquiatra —dice. Su voz es seria, no cortante, solo apagada, de igual forma me corta como lo haría una cuchilla.
Asiento, mirando el piso. Me pongo de pie y lo abrazo sin mirar la expresión en su rostro. No quiero verlo, solo quiero sentirlo un poco más.
Tarda en devolverme el abrazo, al final solo puedo sentir sus palmas apoyadas en mi espalda, sin presión, sin más. Lejano, cada segundo más lejano. Me resisto ante la idea de apretarlo y rogarle que no se comporte así conmigo. Miro la pared vacía de cuadros, cierro los ojos y me rindo. Chuuya es un hombre duro, si ha hecho esto por su protección, la de su corazón. Y yo también hago esto por él, por mí. No puedo pedirle nada.
Me separo, mis manos resbalan por sus brazos casi como si me negara a soltarlos. Lo hago de igual modo.
Los días pasan largos y lentos, las citas son bastante seguidas pues Chuuya paga demasiado porque me den la mejor atención. Nos pasamos casi todos los días separados, él va a el trabajo y yo recorro la casa y me acostumbro a mis delirios, a mis pesadillas, a las alucinaciones. A mi comportamiento que cada vez es más difícil, no puedo culpar a Chuuya por alejarse.
Nunca lo hice.
Aprieto el bolígrafo en mi mano y comienzo a escribir.
"La ultima vez que vi la tristeza en los de Chuuya fue cuando me dijeron que tenía Trastorno de Estrés postraumático severo, que iban a procesarme de inmediato. No lloro como pensé que lo haría, yo si lo hice. Llore por los dos. Gire mi cabeza con lagrimas en los ojos, esperando encontrarlo para recibir apoyo, pero me encontró una mascara de piedra.
Un rostro vacío y unos ojos lejanos a mí. Un hombre que ya no puedo alcanzar. Hice una mueca, lo recuerdo, y llore más por todo el dolor que sentía, pero no lo culpe. Nunca lo hice. Aun no lo hago.
Me procesaron al día siguiente, yo no tenía demasiado y no podía entrar al psiquiátrico más que con algunas pertenencias, entre ellas este diario.
Chuuya estaba parado en el vestíbulo, vestido de su traje con una expresión lúgubre y seca. Pero me abrazo, yo no volví a llorar, no he vuelto a llorar desde el día en que se cerró la puerta y la cara de Chuuya desapareció. No recuerdo porque llore tanto, pero estoy segura de que fue porque nuestro vinculo sufrió un corte abrupto en ese instante, uno que él ya venía desgastando desde que le dije.
Por él, por su corazón.
No sentí nada cuando me abrazo, solo su despida. Ni calidez, ni cariño. El suspiro lejano de su despedida, algo más profundo, una despedida. Como si también se hubiera rendido. Yo también me hubiera rendido conmigo.
Pero no puedo decir con certeza si es así como paso. No estaba en la cabeza de Chuuya, tampoco puedo hacerme ilusiones.
He aprendido a vivir aquí, con las pastillas psiquiátricas, con mis compañeros, soy amiga de algunos que comparten algunos problemas como los míos, me siento recibida aquí, pero no es mi hogar. No tengo uno.
Recibo visitas mensuales de Chuuya, nos ponemos al día. A veces no viene, es el trabajo, dice. Y a veces yo no entiendo la forma en que sus ojos me miran, puedo ver preocupación flotando por todos lados, un rastro casi invisible de pena, he tratado de encontrar el amor con el que me miraba antes, a veces lo encuentro. Pero casi siempre esta aquí con su mascara. No es mi Chuuya. Es solo Nakahara Chuuya. Un hombre que conozco, y que no me pertenece. Intento mantenerme optimista.
Veo atisbos de él por algún lado, lo sé, los veo a veces en risas naturales que se le escapan, en sus mechones despeinados o en sus ojeras cansadas y hundidas. Aun está allí, escondido en algún lugar.
No me importa si ha hecho esto sabiendo o no que me iba a lastimar, es malo para mí, lo sé. ¿Qué más me queda? Quiero abrazar sus miedos, las dudas escondidas bajo sus dedos cuando toma mi mano, probablemente teme la idea de que nunca salga de aquí y él habrá dejado todo su amor en mí. Yo tampoco estaría segura de seguir con alguien que esta así de roto.
Pero si fuera Chuuya no me importaría.
Solo que Chuuya y yo somos personas distintas.
No sé si me ama igual o no, me duele. Con toda mi alma, pero no es un dolor que me corte. Es solo un peso sobre mis hombros, un sabor de boca amargo con el que aprendí a dormir, podría derramar lagrimas si lo veo con alguien más, pero ni siquiera me acercaría. Por que lo acepte, acepte que tal vez cuando salga de aquí su amor solo sea un recuerdo que abrazare cuando sienta frío.
Aprendí a abrazar ese dolor. Es frío, pero no cruel. Solo está allí, acompañándome con la pena.
Espero pronto salir de aquí."
Cierro mi diario, observo el techo blanco y trazo sus ojos azules en mi mente. Mirándome desde lejos, con la misma adoración que antes. Cierro mis ojos y me giro, tapándome con las cobijas.
Ojalá pronto consiga que me den de alta.
HEY HEY HEY. solo queda un capítulo, pero ¿y si les dijera que este es el final? JAJAJA, sería muy bueno. nos vemos pronto con el final!
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