XLI
Te otorgo el perdón, pero otorgate tu propio perdón.
canción recomendada: unfair - the neighbourhood.
Pienso que es una broma, lo pienso con todas mis fuerzas para ver si de alguna manera se vuelve real. Sé que no funcionara, nunca lo hace y me pudre por dentro. Cuanto más sé peor se vuelve y me pregunto si lo que dije aquellas veces era solo mi coraje e ira o de verdad creí que podría soportar saber los recuadros de mi pasado.
Intento no aferrarme a esos pensamientos mientras Chuuya conduce a la Agencia. Su mano enguantada descansa sobre el volante de cuero negro, no dice nada, probablemente no tenga nada que decir o tenga que decirlo todo, pero no sabe cómo. No lo sé. Puede que tenga mucho que procesar ahora que Yokohama no va a perecer. Y él esta bien, y la Agencia esta bien, la Mafia y todos y cada uno de ellos.
Pero yo no.
Yo no sé como estarlo. Quisiera poder hablarlo, exteriorizar los horrores que tiemblan en las paredes de mi mente, pero también sé que nunca podría escupir esas palabras sin sentir que el esófago me hace quemarme por dentro. Me da tanto asco que jamás le permitiría a Chuuya saber lo que sé.
¿Quién fui yo para permitirme tener una relación incestuosa con mi hermano? ¿Es que alguna vez deje de ser el ser horripilante y enfermo? ¿He cambiado, o mi mente se volverá a romper? Esta en mis genes, después de todo.
—________, llegamos.
—¿Eh? ¿Qué? ¿Ya? —giro la cabeza e identifico las calles. Y curiosamente mi corazón late como si fuera un tambor.
Chuuya desbloquea las puertas, mi mano cae a la manija, y no se mueve. No puedo moverme.
—Antes de ir, ¿qué quieres hacer allí?
Me quedo en silencio.
—Creo que... quiero disculparme.
Frunce el ceño pelirrojo, se pregunta porque me debo disculpar si nada de eso fue mi culpa —figurativamente—, yo también me lo pregunto. Es por mí, por mi consciencia y por mi hermanos. Por el miedo y el odio que les hice pasar, porque ellos necesitan una figura para odiar y me permito serla.
No creo que haya peor castigo que el odio de a quien le diste tu confianza. Necesito ser odiada para castigarme, de otra manera la vida es un regalo que no merezco.
Inhalo aire frio, lo siento en los huesos, en la piel. Siento mi propio miedo y odio crecer dentro de mí. Tanto que he dejado de sentirme dueña de mi cuerpo porque mis huesos reventarían sobre un alma que tampoco me pertenece. Soy un cascaron vacío en una mente podrida y lejana, en un cuerpo que está lejos de pertenecerme.
Doy un paso a las escalaras, se convierten en dos pasos y luego en una pesadilla. Me tiemblan las manos y las piernas. Tocó la puerta, el sonido es lejano, no abrirán, o lo harán, me mirarán y sentiré su pesar, su odio. Cargare con él, con las almas de mis hermanos sobre mis hombros y continuare caminando hasta que mis plantas queden en carne viva y mi cuerpo ceda.
La puerta se abre y observo al presidente. Imponente y ancho. Oh vaya.
—Pasa —murmura. Pongo toda mi fuerza en las piernas y paso.
Me permito verlos unos segundos, advierto la ausencia de Dazai. No lo culpo, yo tampoco podría verme a la cara. Inhalo, no les permito hablar antes de que yo porque no estoy lista para oír lo que tienen que decir sin descargarme yo antes.
—Lo siento. Perdón por lo que hice, por lo que hicieron mis hermanos, perdón por orillarlos a situaciones de vida o muerte, perdón por aterrar a su ciudad durante tanto tiempo —me hinco, me pongo de rodillas y bajo mi cabeza al piso—. No necesitan perdonarme, solo les pido, por favor, que no intenten ser la imagen de Agencia que siempre han sido. Por favor.
—Yo no te perdono —escucho la voz de Kyouka.
—Yo tampoco —Ranpo silba, molesto—. No puedo perdonar a alguien de tu apellido.
—Quisiera poder perdonarte, pero una parte de mi odia lo que hiciste —la voz de Kunikida es dura, severa.
No me encojo en mi lugar, esto es lo que necesito.
—Ninguno de nosotros te perdona —suelta Yosano, sincera, aunque con voz amable. Estoy a punto de ponerme de pie cuando otra voz interrumpe.
—Yo si —es Atsushi—. Te perdono.
El llanto se me escapa, no entiendo por qué. Pues parece ser que estaba esperando compasión. Quizás esperaba tener la compasión de alguien más para permitirme la mía, solo un poco.
—¿Presidente?
—Yo también te perdono —murmura. Sus pies acaban frente a mi cabeza, me pregunto que hace cuando su mano descansa sobre mi cabello enmarañado—. Pero otórgate tu propio perdón. Es lo primero que se les otorga a los hombres en la guerra.
Respiro, es demasiado difícil. Parece que hay manos aplastando mi espalda, el peso de mis brazos cede y mi frente cae al piso frío mientras lloro. Lo hago en silencio, ya no me salen los gritos, los sollozos, como si hubiera un grito silencioso atorado en mi garganta.
Y no puedo recordar el momento en que las manos de Chuuya me pusieron de pie, no recuerdo haber sentido su tacto. Recuerdo apenas un céntimo de las caras ajenas, mirándome. Serias, taciturnas. ¿Qué pensaran de mí? No lo sé, tampoco sé si quiero saberlo. Sorbí mi nariz, respiro por lo bajo. No dirán nada, por la forma en que sus mandíbulas se aprietan y la sensible mirada del tigre, puedo comprobarlo.
Me giro hacía el presidente.
—Gracias por escucharme, han sido muy amables.
Retrocedí, Chuuya me tomó por los hombros y me sostuvo.
—Hasta siempre, y gracias.
Moviendo la mano me despedí, un poco más ligera sobre el peso en mí. Fui silenciosa al bajar y subir al carro y durante todo el camino a quien sabe dónde.
—¿A dónde vamos? —pregunto, estirando el cuello por la ventana. ¿Por qué estamos saliendo de la ciudad?
—A mi casa, mi verdadera casa —dice. Me quedo quieta, procesando la información. Se refiere a esa enorme casa en las montañas que solo él habita y donde pretende formar una familia.
El miedo me asalta. ¿Qué si él quiere formar una familia conmigo? Yo no puedo, no puedo hacerlo. Lo voy a pudrir todo, arruinare su hogar, a él. No importa cuánto lo ame, hay algo en mí que teme destruirlo. Temo dañarlo.
—¿Por qué? —pregunto. Y es todo lo que mi cabeza piensa.
Chuuya ladea la cabeza. Puede encontrar la pregunta absurda. Él diría algo como: ¿no es obvio? Y yo diría que no.
—Quiero que vivas conmigo —farfulla. Apenas logro vislumbrar sus labios moverse al hablar entre dientes. Este tipo de cosas le cuestan a él, no puedo juzgarlo—. No tienes donde vivir ahora, y quiero que mi casa te traiga buenos recuerdos de tu sanación.
—Yo...
—No tienes que decidirlo ahora. Quédate lo que necesites hasta que tomes una decisión. Te daré lo que necesites. Te lo daré todo.
Guardo silencio hasta que atravesamos la puerta de la casa. Huele a roble, a bosque. A librería. Su casa es enorme. Y la cantidad de luz natural que le da vuelve el lugar mucho más acogedor y cálido sobre la soledad y la enormidad vacía. Tiene un gimnasio y dos piscinas, estoy fascinada pese a mi turbación por las noticias. Es incluso más bonita que en las fotos. Es un wow doble absoluto.
—Puedes empezar a hacer esta casa tuya en cuanto tomes una decisión.
—No puedo —respondo. No puedo visualizarme en este hogar, porque no es mío.
O es quizá, porque he estado tanto tiempo buscando esto que parecía una meta tan lejana. Y ahora que la tengo, es como un sueño.
—¿Por qué? —inquiere. Camina hacía mí—. Dímelo. No te juzgare.
Toma mis manos pálidas entre las suyas. Están llenas de cicatrices, venudas y ligeramente bronceadas. Sus yemas encuentran mis nudillos y hacen pequeños círculos con ellos, pero él no esta mirando nuestras manos como yo. Él me mira a mí.
Me mira como si fuera lo más precioso que alguna vez ha existido.
Subo la vista hasta él, no me creo capaz de mantener el contacto visual durante mucho tiempo. Pero lo hago, gracias a que por fin lo tengo aquí, conmigo. Y soy libre de la prisión externa, incluso si mi propia prisión sigue atormentándome en sueños, ahora tengo la oportunidad de tenerlo para mí. De no soltarlo. Y pretendo disfrutarlo.
Decido hablar.
—Hay algo. Algo en mí. No puedo desprenderme del todo de él, y me hace daño y a ti también puede hacerte daño. Me da miedo, no quiero arruinar lo que podríamos tener aquí, no otra vez. Pero no sé cómo quitármelo de encima. No sé qué hacer, Chuuya.
Él sonrió, intento entender el motivo y no lo descifro hasta que habla.
—No tienes que hacer nada —dice. Levanta mis manos y las besa—. Yo también tengo algo así. No puedo controlarlo, es destructivo y ha estado sobre mi toda mi vida. Me aterra la sola idea que puedas llegar a conocerme así, pero es parte de mí. Y jamás me permitiría ponerte una mano encima, ______.
Exhale, fue un suspiro, un sollozo y un llanto. Me sentí aceptada. Rompo a llorar de nuevo. Chuuya se permite abrazarme esta vez, los dedos me escusen ante la calidez de su cuerpo, la vida que lo posee y que anhelo poder compartir. Él me complementa.
—Tengo miedo —apoyo mis palmas en su espalda. Me permito sentirla, sentirlo todo. Ahora que la vida y la muerte tiraron de nosotros en un juego, prefiero tener mis manos sobre él. Sobre la vida.
—Lo sé. A veces también lo tengo yo. Me pregunto si hay algo humano en mi entre la destrucción. Si mi mente esta rota.
—Eres humano. No creo que exista alguien más humano que tú. Amas y lloras como uno. Confiaste en mí, aunque no sabías nada. Aun lo haces —recorro mi mano hasta su rostro enterrado en mi hombro y lo jalo para verlo—. ¿Me amas?
—Con toda mi alma, porque mi corazón dejara de latir en algún momento —no titubea, ni un solo parpadeo. Nada en él me hace pensar que miente, su voz es firme, su peso contra mi también.
Sonrío y me inclino a besarlo. Es apenas una presión cuando me alejo.
—Tu amor por mi es tan fuerte y puro después de todo. Te lo digo de mi boca, ningún monstruo es capaz de amar como tú. Así que, si no eres humano, no hay otra palabra para ti.
Chuuya carga consigo un silencio que me preocupa, su rostro en blanco. Mis ojos se mueven por todas partes intentando encontrar donde he dicho algo malo. Atisbo su labio superior moverse, rompe a reírse. Su cabeza cae contra mí, huele a colonia. Su cabello rojo se esparce en mi pecho mientras ríe, y llora.
Me rio y lloro también. Hay algo en mi que esta descompuesto, pero yo estoy viva. Y él también.
E incluso si esta en mis genes, puedo amarlo.
Aunque una parte tétrica de mí aun atesore a Fyodor como mi primer amor. Chuuya es el último. Y el único que quiero.
¿que loco no? me faltan dos capitulos para que se termine, son capitulos pesados y tal vez largos, así que me tomare mi tiempo. Aun así intentare publicar los dos antes de que empiece julio.
mua mua besito, gracias por seguir aquí.
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