II

“Estupido pelirrojo”

Estuve caminando, a mitad de la noche, mojándome en la lluvia. Los otoños son crueles. No soy una asesina, pero acabo de matar a un hombre. Me estorbaba, pero no importa, no necesito una justificación, nadie sabe, a nadie le importa.

—La lluvia es grandiosa ¿Cierto? —ignoré el comentario y seguí caminando.

—De vez en cuando —respondí, y sabía quién me seguía, pero no importa. No me agrada.

Quizás a la muerte es a lo único que debería tenerle miedo, puedo morir, sí. No soy indestructible. Crean una máquina de destrucción, pero la hacen vulnerable, ah, lo hicieron para encontrar una forma de apagarme. Qué curioso.

—¿Sabes quién soy?

—Podría, tal vez. ¿Sabes tú, quien soy yo? —hubo silencio—. No respondas, sabes quién soy. Y ahora comenzaras a hablar, me confundirás, harás que suelte la información que quieres, me dejaras con la intriga y te seguiré. Puedo escucharte, tengo algunos minutos.

—¿Sabes mi nombre?

—Sé todo de ti. Incluso lo que tú no recuerdas —ni siquiera me acuerdo de su nombre.

—Seré más específico. ¿Cuál es mi nombre?

Me quede quieta, sonriendo. Podría decirle como se llama, todo se queda en un podría. Así que, no le diré nada. Pobre pez, ahogándose en su miseria. Le daré el beneficio de la duda.

—Podrías averiguarlo tú. No eres tonto —me gire y observe su rostro, sonriente, idéntico a mí—. Un gusto en conocerte.

—Puede pasarte algo si vas sola.

—Podría, sí. Pero no pasara. Adiós.

Ignore sus palabras, quiero descansar. La noche ha sido cruel conmigo, es el recuerdo número cuarenta que olvido. Me gustaría encontrar al dueño del libro, quizá alguien pueda ayudarme.


Era temprano por la mañana, ah, además de poder morir también me cansó como un humano normal. Bueno, soy humana después de todo. Es una lástima.

Pedí un taxi, este me llevo hasta la Agencia. Le dicen ADA, ellos salvaron a Yokohama de muchos desastres, son todos tan interesantes.

—¿Quién es usted? —gire mi cabeza y observe a un niño rubio. Es el niño de la super fuerza.

—No lo sé —respondí, soy incapaz de mentir. Supongo que es otro defecto mío. El niño ladeo la cabeza.

—¡Oh! Usted no tiene hilo —mire mi mano derecha, hilo, no, no tengo—. Nunca había visto a alguien sin hilo.

—Kenji... ¿Qué está pasando? ¿Por qué tanto alboroto? —otro hombre rubio de anteojos me miró, frunció su ceño y vi como se tensó—. ¿Quién eres tú? ¿Qué es lo que quieres?

—Hace mucho olvide quien soy, quiero su ayuda —el hombre rubio, quiero decir, Kunikida no bajo la guardia. Su habilidad depende de un objeto físico. ¿No lo hace más vulnerable?

—¿Cómo que...? Olvídelo, tome asiento por favor —me guio a una salita, me senté y observe a Kunikida—. Soy...

—Kunikida Doppo, su habilidad depende de su libreta, que al mismo tiempo es su ideal. Es usted interesante, era maestro —Kunikida me miró impresionado—. Me excedí.

—¿Cómo sabe eso?

—Los investigue hace poco —bueno, eso es verdad. Conseguí algo de información de una fuente confiable.

—¿Cómo es que necesita nuestra ayuda?

—Mi habilidad consiste en poder congelar a las personas.

—Pues mucho gusto, ¿Cuál es su nombre?

—No lo sé.

—¿No lo recuerda? —negué rápidamente con la cabeza. Me gustaría saber mentir.

—Cada vez que asesino a alguien, pierdo un recuerdo en específico, o a alguien.

—Y... ¿Cuántos recuerdos ha perdido?

—Cuarenta —los ojos de Kunikida se ampliaron, no pude evitar mirar su hilo rojo, es fuerte y brilla con intensidad.

—Entonces... ¿Desea que el ayudemos a recuperar sus recuerdos?

—Algo similar. Quiero encontrar al demonio que me hizo esto, quiero encontrar el libro en blanco, y así podre recuperar mi memoria —apreté mis puños, detesto recordarlo. Lo odio, deseo matarlo, deseo aniquilarlo.

—Demonio... ¿Cómo se llaman?

—Fyodor Dostoyevski —maldita sea, como odio esto. ¿Por qué tenían que quitarme mi habilidad? ¿Por qué darme este poder maldito? ¿Por qué a mí...?

—El Demonio, así que tú también estas en busca del libro.

—Sí, y su compañero también. De hecho, ayer me lo encontré, él cree que yo lo tengo. Cree que soy la creadora de todo, es una estupidez.

—Está desesperado. Estamos buscando al creador de esta crisis, solo así podremos detenerlo.

Están equivocados. Aunque lo encuentren no hay manera de remediar esto. Desde hace un año, todo el mundo se volvió gris y de la nada a toda la gente le broto el famoso Hilo Rojo, el rojo de su hilo es el único color que la gente puede apreciar. La gente se ha vuelto loca, pero las cosas van mejorando, se están adaptando. Me siento tan apartada de la gente, incluso ahora sé que Kunikida lo ve todo gris y yo, yo siempre he podido ver los colores y no tengo hilo. Al principio me sentí maldita, pero siempre lo he estado, desde niña, mi propia habilidad era una maldición y está también lo es.

—Mentira, necesitan el libro. Lo sé. ¿Dónde está Dazai?

—No ha vuelto desde anoche —sonaba tranquilo. Yo no lo estaría, hay algo malo, muy muy malo en esta ciudad. Todas estas habilidades, esta ciudad esta maldita.

—Algo está mal... —escuché el abrir de la puerta principal, sentí una ventisca. Sentí los gritos afuera del edificio, y las presencias de usuarios.

—¡La Mafia!

La Mafia Portuaria. He estado allí antes, solo de pasada.

—¡Oigan, asegúrense de que todos los civiles estén bien! —Kunikida salió corriendo, me levanté y camine hacía una ventana.

Mucha gente armada, Lagarto Negro y Chuuya, el ejecutivo. Interesante, llegué en mal momento. Supongo que los ayudare, así me deberán el favor. Abrí la ventana y chifle, algunos voltearon a verme, otros no. Activé mi habilidad

En seco —varias esquirlas de hielo salieron disparadas contra las armas. Al toque, congele a los hombres que estaban con Lagarto Negro, solo espero que no mueran, no quiero perder como veinte recuerdos—. Aléjense.

Lance más esquirlas contra los mafiosos, levante la mano y varios picos ascendieron desde el suelo. El mafioso, Chuuya, los levantó a todos con su habilidad. Moví las manos formando una esfera, memoricé a mis objetivos. Como tal, no quiero matarlos. No soy una asesina, pero me están estorbando. Apreté los dientes, no los mates. No eres una asesina. Quizá pueda contener sus habilidades y luego dejarlos inconscientes.

—¿¡Quien mierda eres tú!? Pelea con tu habilidad, maldita —mi habilidad. Hubo un disparo, proveniente de otro pelirrojo, no tengo ni idea de quién es. El disparo lo detuvo una pared de hielo que forme sobre mi cuerpo.

—Pelear con mi habilidad los mataría inmediatamente —el pelirrojo se alzó en el cielo, quedando a mi altura. Estaba sonriendo, ¿Por qué sonríe? No entiendo que le divierten de las batallas, que estupidez. En fin, ahora o nunca—. En seco.

Una esfera de hielo se formó alrededor de los presentes, Chuuya me miró una última vez completamente furioso, antes de congelarse. La esfera de Chuuya estaba cayendo al suelo.

En seco: remolino —esta habilidad tiene la capacidad de controlar el frío. Varios remolinos se formaron debajo de las esferas y se las llevaron, de vuelta a la mafia. Observé las armas y balas regadas por el suelo, que desastre. Odio pelear—. En seco: destrucción.

Las armas y balas se congelaron. Apreté el puño y estas se hicieron trizas, tan pequeñas como un copo de nieve. En ese pedazo de cielo empezó a nevar. Me metí de nuevo al piso, observé la puerta, está destruida. ¿Quién la abrió? Seguro Chuuya, para llamar la atención. Me da miedo, podría matarme en cualquier momento. ¿Por qué soy tan débil? Escuche aplausos a mis espaldas, por inercia me voltee con esquirlas de hielo a punto de perforar el corazón de cada uno de los presentes. No, espera.

Chasquee los dedos y las esquirlas desaparecieron. Baje la cabeza, que vergüenza. Estuve a punto de matarlos.

—Es algo grandioso lo que puedes hacer —enfoque mi vista en un chico peliblanco—. Pasaste el examen.

Apreté los dientes. El maldito examen, ¿Por qué hacen esto? Solo quería que me ayudaran con el caso, yo no...

"¡Maldita porquería! Solo sabes matar. Es para lo único que podrás servir. Ni con miles de habilidades enmendaras el pecado que cometiste"

¿Por qué no puedo olvidar eso? Qué asco. Podría quedarme aquí, después de todo, ya no poseo esa habilidad. Sonreí.

—Genial.

—¿Cómo te llamas? —gire mi cabeza. Un pelinegro, su hilo es delgado, pero brilla mucho. Alguien muy inteligente, Ranpo, creo que se llama.

—No lo sé.

—_____ ¿No te parece? —entrecerré mis ojos, Dazai. El tipo con el que me encontré ayer. No me gusta. No me gusta para nada.

—Bien —respondí. Solo estoy aquí por el libro, tengo que ignorar la presencia de Dazai—. ¿Por qué ese nombre?

El castaño se encogió de hombros, su hilo no brilla. Qué curioso. Observé a los demás presentes. Que curiosa agencia. Si los mato, ¿Cuántos recuerdos perderé? No, no, no, no, yo no soy una asesina. Mire al peliblanco, su hilo esta entrelazado con el de la niña de la mafia, así que, ya tiene pareja. Qué bonito, me pregunto porque no tengo hilo.

Todos se presentaron, aunque yo ya sabía sus nombres. Así que no preste mucha atención a lo que decían, sino a como se comportaban. Después de sus presentaciones, la Tanizaki me dio un breve recorrido por el piso donde estaba instalada la ADA. Preste atención a todos los detalles, ignore la voz de la chica y no hable en todo el recorrido. ¿Debería decirles que tengo otro trabajo? Creo que es evidente que no me mantengo de respirar, lo cual debería ser algo muy bien pagado. Ya que así me dan ganas de seguir viviendo y al mismo tiempo gano fortuna.

—Oí... ____. ¿Me escuchas? —parpadee, Naomi estaba agitando su mano en frente de mi cara.

—¿Qué sucede?

—Dazai-san quiere hablar contigo —Naomi se fue. Solo la observe entrar a la oficina del Presidente. Me senté en el sofá frente a Dazai, quien estaba recostado con su libro del... ¿Suicidio? En la cara. Está despierto, solo finge no estarlo.

—¿Qué es lo que necesitas?

—No creas que no sé tu plan —fruncí el ceño. No entiendo, ¿A él en que puede afectarlo mi plan? Ese plan no perjudica a nadie, salvo al mismo asesino.

—Estoy segura de que tú no eres el asesino. Así que no te entiendo. Explícate, por favor —me recargue en el sillón. Dazai se reincorporo y me miro directo a los ojos. ¿Intenta intimidarme?

—No te hagas la tonta, estas mintiendo. Tengo pruebas —de entre las hojas de su libro sacó algunos papeles que me lanzó al regazo. Los observe sin la menor curiosidad.

El primero tenía información acerca de mí. Casi todo estaba tachado en negro, las únicas palabras que quedaban eran: asesina, homicidio, sin huellas, ningún arma.

Me encogí de hombros.

—No sé de qué me hablas —le regrese los papeles. No estoy nerviosa, no debería estarlo, su presencia debería resultar aterradora. Supongo, pero no me da miedo—. Mi único plan, no te involucra a ti.

De pronto recordé algo.

—Oh. ¿Contrataste a la mafia para el examen? Se lo toman muy en serio —no espere su respuesta. Porque sabía que él la contrató. Ay, quiero comer algo. Me levanté e intenté salir de aquel espacio tan pequeño, pero Dazai cerró la puerta.

Se acercó a mí, retrocedí e hizo que me sentara en el sillón de nuevo.

—¿Quién eres?

—No lo recuerdo.

—Deja de mentirme.

—No puedo mentir —me encogí de hombros y miré una vez más el papel con mi nombre, Dazai golpeó la mesa con su palma, tapando la información—. Tú sabes mi verdadero nombre. Y es _____, por eso me pusiste así. ¿Cómo me apellido?

Dazai estaba mirándome, su mirada era seca y vacía. Demoniaca, y parecía querer ver mis pensamientos. Realmente, carece de vida. Ladee la cabeza, ¿Esa era la mirada que ponía al matar? Corrijo, ¿Me va a matar? En ese caso, preferiría morir de otra manera. Dazai se acercó a mí, pegue mi cabeza al respaldo. Estaba demasiado cerca, subió una de sus piernas al sofá y su mano derecha la puso al lado de mi cabeza. Trate de alejarme de su rostro, pero no me estaba dejando. Por lo que, sin escapatoria toque la punta de su nariz y la presione.

Dazai parpadeó, pero no se movió, en cambio, con su mano derecha me sostuvo las manos. Trate de soltarme, no me dejó. Desgraciadamente, soy muy débil físicamente. Parpadee, está intentando algo. No logró descifrar que es. Seguí sin bajarle la mirada, no puede intimidarme, lo han intentado antes y es imposible. Mi corazón no late rápido, no me provoca ninguna emoción.

Y así como así, se separó. Sus ojos no cambiaron. No lo entiendo.

—Realmente no tienes ni idea —bueno, es un milagro que lo notes. Mire mi celular. Marcaba la una de la tarde, es momento de irme.

Me levanté, aparte a Dazai de la puerta y lo miré una última vez.

—Por cierto, dile al Presidente que no puedo aceptar su trabajo. Tengo otro trabajo y es nocturno. Tengo que dormir en las tardes. Cuando termine mi trabajo puedo venir a trabajar con ustedes, ten una buena tarde.

Me fui antes de que pudiera decirme algo, que posiblemente fuera un comentario como: "Eso explica las ojeras" o "¿En que trabajas?". Lo cual a él no le incumbe. Me despedí con un ademán de mano de los otros trabajadores y desaparecí en la oscuridad del elevador. Pedí otro taxi, he estado ahorrando para comprarme un auto, pero aún queda tiempo. Fue una hora desde ADA hasta mi casa. En realidad, es un departamento. Tiene una recamara, baño, cocina y sala. Lo básico. No tengo mascotas, no tengo tiempo para prestarle atención.

Apenas puse mi cara en la almohada, caí dormida.

Mis justas seis horas de sueño terminaron cuando mi alarma sonó. Me levanté y procedí a arreglarme, trabajo como espía encubierta dentro de una agencia de inteligencia. Solo estoy de temporal, después de cumplir el objetivo, me marchare.

Me maquille como lo haría una mujer que va a una escandalosa y lujosa fiesta, planche mi cabello, que es chino, realmente chino, chino. Lo sujeté con una diadema de plata con diamantes de fantasía y también me puse un escandaloso vestido de noche que combinará con mi cabello y maquillaje. Un vestido sin hombros, con mangas desde la axila para abajo, estas eran anchas, el vestido se extendía hasta mis tobillos, como una cola de novia y técnicamente lo único que me cubría las piernas eran las calcetas de lencería que traía. Apretando mi cintura a más no poder se hallaba el cinturón, tres pedazos de tela, azul, blanco, azul. En medio del cinturón, en la parte blanca, adornaban perlas azul marino y un moño de listón blanco. La misma tela azul que conformaba el cinturón se esparcía por las orillas del inicio del vestido. El vestido tenía encaje, en las orillas de la cola y las mangas, y la cola caía en un bonito degradado de negro a azul. También llevaba un joker de encaje negro, con una línea azul en el medio y unos aretes de perla.

Madre de todos los demonios, lo bueno es que esta agencia está pagando todo.

Salí a las diez en punto con exactitud. Prendí el audífono que llevaba en el joker y la cámara que iba en mi pecho. Camine unas calles hasta que vi la lujosa camioneta que me llevaría. El chofer me abrió amablemente la puerta y me subí. Era el mismo chofer de todas las noches, tenemos este teatro muy bien armado.

—Buenas noches Lucio.

—Buenas noches señorita.

—Puedes llamarme ____.

—¿Por fin se ha decidido por un nombre? —asentí—. Bien. Tenga mucho cuidado por favor.

Lucio me dejó cerca de un antro. Me hice la desentendida, caminé a la entrada del antro, fingiendo una llamada telefónica. Localice a mi objetivo, una chica de más o menos diecisiete años, salía sola y parecía buscar algo con la mirada. Cabello negro, ojos amarillentos. Ella empezó a caminar, se cruzó la calle, y se dirigió a otro antro. La seguí y me quedé fuera de antro hasta como las tres de la mañana, hasta que la vi salir, de nuevo, sola. Por fin, se estaba yendo. La seguí desde la otra calle, estaba yendo hacía la parada de los taxis.

Mi vista se enfocó en la sombra que se despegó de la pared. No llevaba un arma, porque, no la necesita. En ese momento actué.

—¡Rem! —la chica, que así se llamaba, volteó a verme. Observé como la sombra se detenía y volvía sigilosamente a la oscuridad. Rem estaba parada en la farola de luz, y aun así no pude apreciar mucho de la sombra. Atravesé la calle y me puse a su lado—. Qué bueno verte por aquí. Te acompaño a casa.

La tome por el hombro y me lleve cuadras alejada de la sombra. Ella no dijo ni una sola palabra. Hice que se metiera a una farmacia veinticuatro horas conmigo.

—Ay niña. Lamento si te asuste. Te estaban siguiendo —ella se sorprendió y agachó la mirada.

—Mis padres no me dieron permiso por lo que está pasando, y me escape. Y... ¿El tipo?

—No te preocupes, soy policía, me voy a encargar de él. Por ahora, mi compañero te llevara a casa, o, puedes pedir un taxi.

Ella pidió un taxi, yo memorice las placas y Lucio siguió el taxi. Por mi parte, regresé a buscar a la sombra. Aunque, no me costó encontrarlo, porque él me encontró a mí.

No me atacó, solo me siguió, mientras yo movía mi despampanante trasero. No estoy pechugona, pero tengo cadera y trasero. Y eso funciona. Sin esperar dos veces me metí detrás de unas edificaciones. Lo tengo.

O no.

Parpadee, había un pelirrojo en mi camino, y la sombra había desaparecido. Lo sentí. Fruncí el ceño y mi boca formó una mueca de enojo. ¿Qué hace aquí el ejecutivo?

—¿Esta todo en orden? Vi que la seguían y usted... bueno.

—Tú... de verdad. Acabas de arruinar mis planes. Estúpido pelirrojo. 

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