III
Haizaki se removió por enésima vez en el mueble o algo así. Soltó un grito ahogado y se cubrió el rostro con la almohada. Kai estuvo llorando toda la noche... Y sus chillidos molestos no lo habían dejado dormir. Rayos, se había pasado la noche entera peleando, cuidando a la mocosa esa y aún después, no logró conciliar sueño.
Podía ver ciertos rayitos y el cielo esclareciendo cuando escuchó pasos bajando por las escaleras.
-Si vienes para seguir chillando, no esperes que te consuele. Te recomiendo que vuelvas a la cueva de la que saliste -amenazó, volviendo a poner la almohada bajo su cabeza y acomodándose de forma que quedó boca arriba y un brazo cubría sus ojos.
-En realidad vengo a correrte de mi casa. No sé qué rayos haces aquí -escuchó de vuelta, aunque ella siguió de largo.
-Te vigilo. Ya me demostraste que puedes ser bastante estúpida. No quiero que te suicides sin darte cuenta o algo así.
No recibió respuesta. Aunque desde la cocina, Kai pudo notar la voz de Haizaki saliendo pesada, floja, adormilada. Le sirvió un tazón de frutas picadas, pasando de comer desayuno, aunque no se quedó en la sala para ver si se lo comía. Lo dejó sobre la mesa de mala gana y se fue. Mientras subía las escaleras, Shogo se dio cuenta de que tenía puesta una camisa anaranjada, una vieja camisa anaranjada.
La verdad ni siquiera sabía qué hacía ahí. Ryota ni siquiera le agradaba en vida, más se una vez se encontró deseándole la muerte, y con Kai la historia no era muy distinta.
Solo que ella no sabía si el hecho de que Shogo estuviera ahí era bueno o malo, porque lo odiaba, pero al mismo tiempo le servía de distracción. Era demasiado esperar la más mínima demostración de consuelo por su parte.
Era demasiado esperar siquiera interés de su parte, por lo mismo no se tragaba el cuento de estás-de-luto-entiendo-tu-dolor-te-voy-a-acompañar. Algo quería a cambio, seguro.
-Eres un despojo, Ryota.
- ¡Eres mil veces mejor que él, Ryota!
-Eres mil veces mejor que él, Ryota...
Kai abrazó contra su pecho fuertemente la camisa del uniforme de básquet con un número 7 orgullosamente plasmado en el pecho y la espalda. Se hizo una bolita con la prenda aún apretada contra el pecho, dando un sobresalto del susto cuando la puerta se abrió de improviso.
Su celular sonó, la melodía retumbando por todo el lugar, haciendo que la mueca de disgusto que Haizaki ya tenía en el rostro se deformara aún más. El olor de Ryota estaba por todos lados en esa habitación, y el sonido del aparato apuñalaba sus tímpanos, aumentando todavía más su desesperación cuando la mujer no hizo ademán alguno para responder.
- ¿Vas a contestar o no?
El de cabello plateado se adentró al lugar sin pedir permiso ni perdón, prodeciendo a tirarse en el lado libre de la cama después de dejar el tazón de frutas en la mesa de noche. Kai tuvo unas ganas tan enormes de sacarlo a golpes del lugar; es decir: era su habitación. Qué. Hacía. Haizaki Shogo. En. Su. Maldita. Habitación.
Estiró un brazo sin quitarle la mirada de encima y así sin ver, atendió a la llamada.
-Hola, mamá.
A partir de ahí, el hombre no le prestó más atención a la conversación.
El cuarto era compartido por los dos, asumió, ya que la cama era lo suficientemente grande, igual que el clóset, en la peinadora habían productos tanto femeninos como masculinos; y todo el sitio estaba inundado del aroma de Kise, particularmente el lado de la cama donde Kai estaba recostada. El olor de Shibata se impregnaba más en la almohada que él mismo estaba usando, y olía a algo como... frutas, más específicamente, fresas y limón.
En cada mesa de la estancia había una foto enmarcada de ambos, además de la cartelera enorme en una de las paredes laterales, repleta de fotografías. La mayoría eran de Kise haciendo estupideces, solo o en compañía de Shibata, pero las que más le llamaron la atención fueron las de ella: en todas estaba leyendo, jugando ajedrez, resolviendo puzzles con una mueca pensativa y distraída; u observando atardeceres.
Lo siguiente que escuchó, fue una oración dicha alto a propósito:
-Resulta que recientemente me he dedicado a rescatar vagos de las calles para alojarlos en mi casa, así que he estado bastante distraída.
Haizaki gruñó. Estiró un brazo hasta la mesa contigua a la cama y tomó un trozo de lo que parecía ser sandía. Incorporándose sobre una mano y con todas las malas intenciones del mundo, metió el pedazo de fruta en la boca de Kai mientras ella hablaba, haciendo que se ahogara.
- ¡Qué haces, imbécil!
-Eres molesta cuando hablas. Termina la conversación y así podrás dejar de fastidiarme.
- ¿Y a mí qué me importa si te fastidia lo que hago o no?
Le mandó una mirada amenazadora y, aunque ella ni se inmutó por ello si no que se la sostuvo, volvió a pegarse el auricular en la oreja para seguir hablando con su madre.
-Shogo... puedes quedarte con todas las chicas y los títulos que te dé la gana.
Desde donde estaba la miró de reojo. Su cabello negro cayendo desordenado hasta la mitad de la espalda (ya que hacía poco se lo había cortado), la piel blanca que resaltaba las ojeras bajo sus ojos, su nariz pequeña y sus labios delgados moviéndose cada vez que pronunciaba una palabra. Y al final... sus ojos, grandes y llamativos; que solían tener un brillo que ahora parecía ausente. Kai era una mujer demasiado normal, demasiado común, entonces, ¿qué había hecho para que alguien como Ryota se enamorara de alguien como ella? Su ego interminable no había sido la razón, seguro.
-Yo ya tengo a la única chica que quiero y una promesa mucho más importante que cumplir.
Sea lo que sea, sorprendentemente, estaba más que impaciente por descubrirlo.
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