Delineador
»Lo que el día anterior describía como «la quintaescencia de la libertad» hoy me parecía el camino al infierno. Estaba pegajosa por la arena de la playa, mi cabello parecía un nido de pájaros porque se había secado con el agua de la piscina, el sol me daba directo en mis cansados ojos que todavía conservaban muy bien el maquillaje de la noche pasada y, coño, qué calor hacía. Cuando ya íbamos a medio camino de Caracas, me quería morir. La cabeza me iba a explotar y mi susceptible estómago no estaba por labor de aguantar tantas curvas. Tuvimos que parar varias veces, por supuesto. La política anti-vómitos de Catherine era muy estricta y cada vez que me veía arrugar la cara desde el espejo delantero me hacía bajarme del carro y estar a la intemperie hasta que pasara mi crisis post-borrachera.
Cómo me dolía la vida, dios mío. No iba a volver a beber más. Pero es que nunca. «Never». «Giammai».
Bueno...
O sea, no exageremos.
Claro que en ese momento decía eso, todos decimos eso cuando la resaca nos toca en un sentido espiritual, son las horas de luto por el coñazo de neuronas que perdimos durante la posterior borrachera. La cosa es que, de igual modo, vamos a terminar repitiendo la misma situación unas mil veces más. Así funcionan las relaciones tóxicas, amigos.
Por si quieren saberlo, llegué viva a Caracas. Al estacionar frente a la casa de Claudia agradecí internamente con una retahíla de oraciones que haber pasado once años en un colegio católico me permitía conocer. De cualquier forma, sé que eso apenas y les interesa. La razón por la que han quedado allí, es enterarse de qué pasó con el chamo de la fiesta (por cierto, terminamos haciendo un espectáculo de exhibicionismo cuando alguien abrió la puerta del baño en el que estábamos, digamos..., «intentando hacerle un video a la cancioncita de Caramelos de Cianuro que sonaba de fondo»).
Vale, no son los únicos chismosos. El hecho de que Claudia hubiese estado censurándose durante todo el camino no significaba que no estuviese muriéndose por enterarse del asunto por completo. Nada más cruzar las puertas de su habitación, cerró de un portazo y me dirigió una mirada ceñuda. Yo es que sí le quería contar, pero luego de se me pasara la maldita resaca. Ni ganas de cotillear me habían quedado luego de ese viaje tan horrible. Sólo quería descansar un rato y...
—¡¿O sea que te vas a dormir sin decirme nada, maricona?! —Dios mío. Tenía por mejor amiga a la reina de la intensidad—. ¿Y adónde se fueron todos estos años de amistad? ¿Al Guaire? No, mija, a mí no me ninguneas así como así.
—Ay, no grites, por favorcito, que me estoy muriendo por aquí —le dije. Y como sabía que ella no se iba a quedar quieta, decidí hablar antes de que la cosa se pusiese peor—: O sea, nada del otro mundo. No llegamos a eso, Claudia, que yo soy gente decente. Fue tipo cualquier vaina, ¿sabes?
—Cualquier vaina —repitió, acariciándose el mentón con una mano—. ¡Cualquier vaina mis huevos inexistentes! Te juro que vas a terminar durmiendo en la plaza si no cuentas bien todo. Es que no puedo creer que hayas hecho eso. Es comparable con la vez me agarré a la novia de Luis en el salón de religión y casi entra la madre Matilda cuando...
—No seas cerda, Claudia. Yo no quiero saber esas cosas. —La confianza apestaba, de verdad apestaba mucho—. Además, no es lo mismo que me haya besado con un completo desconocido. Y más cuando estaba tan borrada. Es que no hay punto de comparación, no entiendo por qué haces tanto drama del asunto.
—¿Un completo desconocido? ¿De verdad?
Suspiré, ¿era muy difícil comprender que el asunto era tan simple y dejarme dormir de una vez?
—Sí... Creo... No sé. Es que no me acuerdo de su cara, ¿tú lo pudiste ver de cerca?
—Coño, pero coño. Es que, Klaudia... —Se detuvo a media oración, dio un profundo suspiro y negó con la cabeza—. No, no lo vi. Yo estaba... lejos.
En mi mente no había nadie más esa noche que el chico del baño. ¿Y Claudia dónde se había metido mientras tanto? Había algo que simplemente no cuadraba, los tiempos estaban distorsionados y... Quizá ella supiese algo. Dios. ¿Qué podía ser peor en ese día de sufrimiento infinito? Lo supe en el momento en que mi amiga cortó el tema del besuqueo en el baño casi al instante, se excusó de tener que buscar algo en la cocina y, justo cuando cruzaba el marco de la puerta, se giró para verme y me dijo con un tono de voz neutro:
—Creo que ya es suficiente. Deberías dejar de enviarle esas notas a Santiago. —Entonces se fue y yo me quedé ahí plantada.
«Santísima mierda, ¿en qué me he metido?» pensé.
Era demasiada información para procesarla así sin más. Me quería desmayar, caer en coma y despertarme tres meses después. ¿Acaso Claudia me estaba tratando de insinuar algo? ¿Y por qué carajos me dolía tanto que me obligase a dejar de responder las cartas del anónimo patriótico? En ese momento mi vida estaba jodida. Muy jodida. Y el maldito delineador de las mil mierdas se me estaba corriendo... ¿pero por qué? (¿Acaso estaba llorando?) Ay, no. Qué difícil era ser adolescente.
*Principal vía fluvial del valle de Caracas (o sea, un río) que constituye la principal vía de desagües residuales.
**No sé cómo explicar esta expresión, dios mío. Klaudia la usa como... para expresar que el asunto de la fuesta fue un evento normal, que no debería tener mayor trascendencia.
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