Al comienzo
»Se suponía que al salir de literatura nada ni nadie seguiría jodiéndome el día. Es decir, ¿no era suficiente con escuchar a Santiago hablar paja por dos horas completas sobre por qué le parecía que «La Trepadora» era de los peores libros de Rómulo Gallegos por la clara injerencia extranjera que evidenciaba en el comportamiento de Victoria Guanipa cuando llegaba a la ciudad? Por supuesto que sí, eso era como para matarse; pero es que les digo, mi vida no era fácil. No habían pasado ni cinco minutos cuando una chamita de octavo tropezó conmigo mientras emprendía el camino a la cafetería de la escuela. Yo por regla general era panita con los niños de grados inferiores porque me daban un poco de lástima, les faltaban tantos años para salir de aquel retén al que llamaban escuela que de verdad terminaban por conmoverme.
Sin embargo, a esa morenita no pude evitar componerle una mueca hostil. Además de que iba de malhumor, ella era la culpable del incidente y no se dignaba a darme una merecida disculpa. En cambio, se quedaba plantada allí, mirándome con una fijeza de psicópata y una postura relajada que terminó por arrecharme. El problema era que cuando hice ademán de seguir mi camino, la chama no se movió ni un ápice. La miré desde arriba, era una delgaducha de piel morena y cabello castaño con actitud de mierda. Y yo tenía ganas de meterle un coñazo, porque de verdad tenía hambre.
—Disculpa, me estás bloqueando el pasillo por completo —Nada. No me dijo nada. ¡Coño, te digo que estaba en quinto año! Bastante había esperado yo para ver a los carajitos de camisa azul por encima del hombro y ahora me tenía que calar esta falta de respeto. Chasqueé la lengua y añadí con insistencia—: Mija, muévete, la carne de burro no es transparente.
En lugar de parecer aterrada u ofendida por mi comentario, la chica se limitó a inclinar la cabeza de manera reflexiva.
—¿Eres Klaudia? —preguntó y yo, algo exasperada, asentí. Entonces, justo antes de que terminara cediendo a mis más bajos impulsos dominada por la imagen de una hermosa empanada de pollo, la chama se hizo a un lado y me tendió un sobre blanco—. Esto es para ti.
Antes de que pudiera objetar algo acerca de aquel extraño encuentro, la morenita de camisa azul se había perdido entre todo el alumnado y me había dejado ahí parada, con una queja bastante evidente hacia el sistema de castas escolar y un sobre misterioso entre mis dedos.
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