La tinta compuesta trazó el camino
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En otros mundos, quizá ella hubiera sentido un remolino arrastrándola por un vórtice hasta caer en otra dimensión, pero esta vez no fue así. El roce de los dedos de Kirioshi sobre el borde de la página se tradujo en una intensa luz que elevó los alrededores y que le permitió encontrarse de un momento a otro en un sitio repleto del color beige. Podría parecer que ambas cosas eran casi lo mismo, pero en realidad no; porque en lugar de haber sido brutalmente extraída de su mundo, simplemente dejó la impresión de estar cambiando de página. Tal cual se haría en un libro.
Y, precisamente, si Kirioshi prestaba la suficiente atención, el ambiente que la rodeaba tenía un profundo y delicioso aroma a libro.
La niña frotó sus ojos para comprobar si no le había caído alguna pelusa y aquello causaba que sólo viera un color solido a su alrededor; pero por más intentos que realizó, ella seguía viendo únicamente en beige.
Miró hacia abajo y a sus manos, pero las encontró tan coloridas y vivaces como siempre. Fue por tal hecho, que le sorprendió encontrar sus piecitos sostenidos en la aparente nada.
Kirioshi intentó hablar, pero no pudo. No era como si su boca se abriera y no saliera nada, sino más bien tenía el presentimiento de que no era aún el momento de hacerlo. Seguía avanzando sin tener un rumbo específico. No tardó una melodía en alcanzarla inesperadamente. La preciosa pieza musical parecía ser la única señal que llevaría a Kirioshi al siguiente paso, así que decidió avanzar sin remordimiento hacia donde, aparentemente, la música se producía.
Pronto pudo notar que una pequeña mancha de tinta comenzaba a formarse y mientras más se acercaba Kirioshi, más grande se iba haciendo, como si una gota se estuviera expandiendo en la hoja de papel.
Cuando la mancha fue lo suficientemente grande, ella alcanzó a diferenciar qué era lo que aquella formaba; tan sólo tuvo que moverse un poco para admirar que aquel hombre tenía entre sus manos un enorme piano que no producía una sola melodía.
La pequeña se acercó a esa misteriosa figura y puso los ojos muy atentos sobre la labor de éste.
—Mi nombre es Kirioshi —dijo ella. Su voz finalmente salió de sí como un fantasma que aguardaba con alegría el día de su liberación.
Ella no se sorprendió, porque, como se dijo antes, no percibía que hubiese perdido la voz; sino que creía que aún no era su turno de interactuar con el universo en el que ahora estaba metida.
Kirioshi se quedó un momento observando al interprete silencioso. Empezó a reflexionar sobre el hecho de que el piano que yacía frente a él fuera inaudible. Y, no sabía cómo, pero también pensó en que la melodía era, probablemente, muy dulce.
La pequeña se sentía tan cobijada que deliberadamente decidió sentarse en el enorme banquito de terciopelo negro trazado con tinta, en donde se encontraba el anciano. Los dedos de él parecían alegres, pero su semblante era profundamente triste. Kirioshi sintió inmediatamente la necesidad de consolarlo, así que empezó a hablar.
—Cuando era un bebé mi madre cantaba para mí —expresó sin quitar la mirada del piano—. No era una cantante ciertamente brillante. Eso lo decían en mi instituto —prosiguió mientras sonreía—, pero era una canción tan dulce que se introdujo en mi corazón mucho más allá de lo que cualquier partitura hubiera logrado.
El hombre volteó a verla con el mismo semblante, sin detener un segundo su interminable melodía.
—¿Ha escuchado alguna vez de estos hechos? —preguntó Kirioshi sin recibir respuesta. —Parece que las canciones, pueden sentirse sin un talento medido en el cantante, así como una sonrisa puede ser mágica aunque no sea una sonrisa impecable y reluciente.
El pianista volvió la vista a las teclas y Kirioshi fijó ahora sus brillantes ojos en la monótona lejanía.
—Yo no tengo una apariencia muy deseable, mi cabello es poco y tengo unos cuantos barritos en la piel que no deberían estar ahí para mi edad. Aún así me ha dicho que me veo bonita bajo el sol o cuando empieza a llover. Mi amiga Haru es igual —sonrió la pequeña—. Su uniforme está muy desaliñado y casi nunca sigue las tendencias; ya sabe, sus bolígrafos los ha heredado de su padre y no le gusta llevar mini prendedores, pero ella es una persona muy especial. Sé que es muy popular en la escuela, y existen varios que gustan de mi amiga. Es lo mismo que con las canciones, ¿no le parece?
El anciano volvió su mirada a ella y, cual niño recién nacido, abrió sus ojos y su boca para prepararse a llorar. De un momento a otro, chorros de tinta empezaron a escurrir por la página, eran las lágrimas del pianista, que cada vez ensuciaban más su rostro y pintaban todo espacio en el camino.
—Oh, no llore, no llore —dijo Kirioshi levantándose del banquito para colocarse del otro lado del piano para quedar frente al hombre—. ¿Le ha hecho mal lo que dije?
El hombre seguía llorando desconsoladamente. Sus manos seguían tocando la canción y el movimiento tan brusco de las teclas salpicaba los alrededores, haciendo lucir todo tan emborronado y sucio como el borrador de una historia.
—Lo que dije no fue malo. No quería decir que somos mediocres, mi reflexión iba a que las reglas parecieran ser mediocres. Qué mediocre esperar una perfecta sonrisa o un rostro equilibrado cuando es mil veces mejor suspirar por un cabello sin mucho brillo o una mirada cansada... Creo que su mirada está cansada... —indicó ella, aunque en realidad, sus ojos no alcanzaban a diferenciarse demasiado entre tanta tinta—. Sí, su mirada está cansada y, aunque mayormente concibo que es más hermosa que una mirada sin emoción, en este momento me preocupa...
Kirioshi recargó los codos en el piano, también manchándolos de la tinta y después volvió el primer sitio en el que estaba.
—Si mi permite, no conozco la melodía que interpreta, pero si toco el piano.... Por la escala... — dijo ella sonriendo con calidez—. ¿Puedo?
Kirioshi creyó que las teclas negras no producirían sonido alguno, como con el caso del pianista, pero al tercer intento, una de ellas chorreó más tinta y produjo un delicioso sonido melódico.
La niña miró las manos del hombre y comenzó a imitar las movimientos con dulzura hasta que encadenó cada nota para formar una bella canción y en ese instante, el pianista dejó de llorar.
Kirioshi sintió que el mundo se iluminaba con esa preciosa canción y el rostro del anciano parecía tranquilizarse hasta reflejar una enorme sonrisa. En ese segundo, desapareció sin dejar una huella de su existencia.
Kirioshi se sorprendió y quiso voltear hacia sus manos que danzaban con elegancia sobre el piano, pero aquel tampoco estaba. Ni una nota, ni una mancha más.
Nada, nuevamente se encontraba sola.
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¡Cuéntenme que les ha parecido! Mil gracias por estar leyendo esta historia :3.
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