Capítulo único.


Extracto escrito por mí en el taller de escritura en donde la actividad consistía en redactar una página o una parte de la historia de otra persona en base al título que nos diera, por respeto he cambiado el nombre que me ha tocado y lo he transformado.
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Llevaba días visitando aquel hospital, en sus veinticinco años de edad jamás creyó  que los odiaría tanto como hoy y le parecía tan irónico la manera en que la vida le presentaba las cosas; a ella que había estudiado por mucho tiempo para formarse como doctora, a ella que amaba la medicina como nada en el mundo.

Ahora mismo se sentía asfixiada, detestando cada minuto que transcurría en el reloj de su muñeca izquierda, odiando cada paso que daba en ese entorno donde el etílico y las medicinas eran el hedor del día a día, maldiciendo aquellas paredes blancas con azulejos de colores azules o sus puertas corredizas que anunciaban la entrada y salia de gente que conocía perfectamente.

Sus manos sudaban, su respiración se dificultaba y su taquicardia se hacía más  constante al sentirse más cerca de la habitación donde descansaba la persona que más amaba de una manera fraternal en la vida. Esa que indudablemente le tendía la mano en los momentos difíciles, que le mantenía los pies en la tierra pero que no dudaba en apoyarla así se tratara de la ocurrencia más loca que jamás hubiera sido inventada pese a muchas veces diferenciar, pues sabía que la quería tanto como ella  y que solo quería su bienestar; desde el momento en que la conoció en el instituto.

En cuanto por fin abrió la puerta, Cassandra la vio ahí, sentada sobre la cama con esa sonrisa amable y tierna que siempre le regalaba. Esa bella sonrisa que le decía que todo estaba bien aunque en el fondo ambas sabían que no era de esa forma.

Pero así era ella; Kira era única,  valiente, alegre, soñadora y poderosa incluso en los peores momentos, justo como ahora; cuando sabía que su vida pendía de un hilo.

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