LXXI "Oasis"

Llegada la mañana, Adán se levanta con una idea en mente, tenía que prepararse para lo que se aproximaba al igual que a Kipo. Vistiéndose, salió sigilosamente de la casa para no despertar a nadie dentro, y así dar una vuelta por la tranquila ciudad. No solo las noches eran hermosas y tranquilas, las mañanas también traían consigo su encanto; el olor del césped y la brisa del océano lo hacían todo mucho más acogedor.

Caminando sin rumbo, Adán termino topándose con una tienda de ropa la cual llamo su atención. Pensándolo un poco, la ropa que traía puesta le seria ciertamente incómoda para poder entrenar y el encontrar algo más cómodo no era una mala ida. Acercándose a la puerta vio el cartel de abierto, sin pensarlo más empujo la puerta con cuidado entrando a la tienda. Su primera impresión del lugar fue el asombro por la fachada, por fuera parecía una tienda normal, pero por dentro era todo lo contrario; Las paredes estaban pintadas de un color amarillento semejante con el atractivo color del oro puro, el piso era de madera barnizada. Extraño encontrar algo así tan lejos de Nueva York. Al levantar un poco más la vista, una araña enorme de oro colgaba sobre él, adornando el techo del lugar. De ella pendían miles de cristales perfectamente cortados, otra cosa más que nunca imagino ver fuera de la ciudad.

Frente a Adán, yacían una gran cantidad de estantes con diversas variedades de prendas y por cada hilera de los mismos, un maniquí vestido con el estilo que uno encontraría en dicha hilera de estantes. Recorriendo los largos pasillos y viendo la gran variedad de prendas que tenía a su elección, termino por encontrar algo que le gusto, pero sospechosamente no al dueño del lugar o al menos a algún empleado. Siguió buscando con afán de hallarlo y poder seguir su camino, buscando entre los inmensos pasillos con prendas en mano. Hasta que, recorriendo el pasillo más ancho y llegar al final del mismo, se topó con un cuadro enorme, en el, se podía apreciar la figura de una rana vestida con un traje negro y por detrás de ella dos ranas más la resguardaban, una era enorme con una maza entre sus manos y la otra un poco más pequeña con los ojos saltones de color rojo la cual llevaba un bate de béisbol con clavos en la puta. En sí mismo el cuadro era muy bello, y su recuadro de oro solo hacia resaltar aún más las finas pinceladas que se habían aplicado para poder crearlo.

Perdido en la obra de arte, Adán no se percató de que un sujeto se había parado junto a él hace unos minutos. No hasta que el sujeto, que también se deleitaba con la obra, le pregunto.

– ¿Bonito cuadro verdad?

Adán titubeo por un momento, al escuchar la pregunta que lo sorprendió ¿Acaso se estaba oxidado? Pensó mientras se apartaba del individuo, para poder divisarlo mejor. Era una rana como las de la pintura, solo que más ancha y con una cinta métrica que pasaba por alrededor de su cuello. Les recordaba a los modistas de la gran ciudad, siempre arrogantes de sus nuevas creaciones. Adán se recompone y contesta a la pregunta de la rana que esperaba con paciencia, como si la respuesta que él joven le fuera de vital importancia.

– Es una bella obra, el artista debe de ser alguien muy talentoso, al escoger tan interesante gama de colores y estilo poco reconocido para realizar el cuadro.

– Oh, veo que sabes apreciar una buena pintura. Bien puedes llevarte lo que elegiste, esta vez será cortesía de la casa. - Responde la rana sin quitar la mirada de la pintura.

– ¿Usted es el dueño? - Pregunta Adán curioso.

– Así es.

– Gracias entonces señor-. Adán se dispone a salir de la tienda, pero antes de hacerlo, teniendo la oportunidad de hablar con el dueño le hace una pregunta por la pintura. – Disculpe, pero ¿Puedo hacerle una pregunta por la pintura?

La rana aún sigue con la mirada clavada en la obra, pero con un gesto de su mano asiente a la pregunta de Adán.

– ¿Quiénes son los que están en el cuadro?

La rana hace una pausa antes de contestar, y llevando sus manos a su espalda, le responde con una voz decaída.

– La que está en medio de esos dos era mi hermana y los de detrás eran sus guardas espaldas.

Adán al escuchar que se refirió a ella en pasado supo que ya no se encontraba en este mundo, por lo que sin molestarlo más volvió a darle las gracias por la ropa y se retiró del lugar. No quería causarle problemas.

Con eso en mano Adán volvió a la casa, donde pudo cambiarse cómodamente y así volver a salir con dirección al observatorio, pero no sin antes dejarle a Kipo una nota con las indicaciones para que pudiera llegar. Sabía perfectamente que Kipo no se levantaría hasta las 12 de la mañana, por lo que tenía tiempo para poder hacer sus ejercicios matutinos que había habituado a hacer, antes de conocerla.

Llegadas las 10 de la mañana, el despertador de la mesita de noche comienza a sonar despertando a Kipo. En un intento por apagar el despertador, Kipo busca dormida el interruptor del mismo sin tener éxito alguno, golpeando una y otra vez la mesita de noche. Ya cansada de no encontrarlo y que no parara de sonar con ese incesante pitido, despega la cara de la almohada, viéndolo finalmente a un lado de su mano. Kipo muta su brazo para reventar el despertar de un golpe, pero en lugar de eso, lo piensa, se calma y con su garra presiona el botón sobre el despertador para pagarlo, recordando que esa mañana tenía que ir con Adán para entrenar. La idea en sí misma no le gustaba demasiado, el pensar en cómo había sido su entrenamiento para poder usar bien su mutación, le traía ciertas incomodidades, pero Adán no aria algo como eso ¿o sí? Había admitido que le gustaba hacerla enfadar, por lo que podía llegar a Kipo se vuelve a acostar con las manos en la cara, llevándolas luego a su cabello para sacudirlo y decir.

– Suficiente de pensar en tonterías. Es hora de salir.

Colocando su mano alrededor de las sabanas, las aprieta con fuerza y la avienta hacia un lado, dejando su cuerpo semidesnudo al descubierto. Sentándose en el borde de la cama, da un pequeño empujón con ambas manos para ponerse de pie, alzando uno de sus brazos por encima de su cabeza lo estira con ayuda del otro, mientras se inclina levemente hacia los lados. Dando unos cortos pasos se acerca al armario, abriéndolo, busca unos pantalones cortos y un algo que combine con ello. Luego de buscar por unos minutos, pensó que tendría que ordenar un poco mejor su ropa, hasta que finalmente encontró unos pantalones cortos de color negro y una remera blanca sin mangas, perfecto para poder hacer ejercicio. Ya cambiada con las nuevas prendas, sale de su habitación a la cocina, donde ve la nota de Adán y junto a ella Lobezna se encontraba desayunando, Quien la escucharla bajar las escaleras le dice y pararse junto a la mesa le dice.

– Adán te dejo esa carta, ¿Quieres desayunar?

Kipo la ve a Lobezna vestida con una remera negra liza y un pantalón grisáceo, lo que le recordó a la vieja Lobezna. Antes de contestar se acercó a la mesada de la cocina donde reposaba un cesto con varias frutas, metiendo su mano dentro, retiro una manzana y con ella en mano le contesta.

– Con esta manzana será suficiente, no quiero ir con el estómago llego. Por cierto ¿Toda tu roma es negra y gris?

Lobezna le hace un gesto con la boca demostrado simpatía y contesta.

– Puede ser, me gusta mi estilo, es sencillo y cómodo.

– Okey bien recuerda que tenemos que ir con Adán.

– Sí, creo que será mejor que leas esa carta antes de salir a cualquier parte.

Kipo toma la carta y la lee por lo bajo. Al terminar, la deja sobre la mesa contestándole a Lobezna.

– Tenemos que ir al observatorio. Qué raro, porque allí, hay mejores lugares para esto.

– No lo sé Kipo, pero si dice que tenemos que ir al observatorio, entonces tendremos que ir. Después de todo no creo que importe mucho el lugar.

– Si tienes razón. Vamos no hay tiempo que perder.

Lobezna termina de comer y junto a Kipo se pusieron en camino al observatorio a pie. No había prisa por llegar y el caminar un rato no les aria daño, además de que de esta manera podrían tener un momento entre hermanas que dentro de todo este caos les había sido casi imposible tener.

La caminata no duro más de una hora hasta la colina, y su agradable charla pronto seria interrumpida. Al introducirse en ella, Lobezna le sugirió a Kipo que usara su nariz de jaguar para poder rastrear a Adán y así no perdieran tiempo buscándolo. Kipo asintió a la propuesta de su hermana y muto su nariz, comenzado a rastrearlo, lo que no tardó mucho en hacer, su aroma lo podría de haber sentido desde su casa. Parece que algo estaba haciendo en el pequeño bosque de la colina, algo realmente agotador, pues su rastro estaba por todas partes, pero solo una era la más intensa de todas. Siguiendo el rastro, Kipo y Lobezna se separaron del sendero principal, introduciéndose descuidadamente en el bosque. Para un grupo de personas normales, esto supondría un peligro a largo plazo pues podrían perderse con facilidad, pero teniendo en cuenta que Lobezna puede arreglárselas sola sin importar el terreno en el que se halle y Kipo teniendo su mutageno, esto no les resulto un problema por el cual interesarse.

Mientras más se introducían en el bosque, las cosas se tornaban cada vez más extrañas, desde autos abandonados desde ya hace décadas atrás, hasta escombros de lo que alguna vez fueron edificios de gran tamaño, pero que ahora no eran más que simples recovecos donde las arañas anidaban, y no eran precisamente arañas pequeñas. El aroma no se detenía, Adán sea donde sea que este, se había ido realmente lejos, tanto es así que parecía absurdo que llamara a esto el observatorio, pero tiempo para recamarle esto habría luego, ahora tenían que encontrarlo. Llegado un punto, donde la maleza era lo suficientemente espesa como para no dejar pasar a nadie, el aroma encontraba su final, solo faltaba cortar unos cuantos helechos para llegar a Adán. Al atravesarlos y casi tropezar por culpa de unas ramas que se habían atorado en sus pies, lo ven. Estaba sentado sobre un tronco que parecía que había cortado recientemente, mientras usaba su chaqueta. Que ahora tenía en su mano, para secarse el sudor de la cara.

Kipo, al ver el cuerpo resplandeciente de Adán, que era iluminado por pocos rayos de luz que atravesaban las frondosas copas de los árboles, quedo boqui abierta. Si bien, ya lo había visto sin la chaqueta he incluso más, nunca lo había visto de esta manera. Parecía un adonis. Ante la parálisis Paix decidió entrar en acción, diciéndole.

– ¡Oye, Kipo, despierta! no es momento para babearse.

Kipo despabila y le contesta.

– Si solo me distraje un momento. - Contesta al pasarse el antebrazo por los labios.

Adán al verlas llegar y que parecía tener la atención un tanto extraña de Kipo. Puesto que parecía que quería comérselo. Se pone de pie y orgulloso, les dice.

– Chicas tarde toda la maña para buscar el sitio ideal y acondicionarlo para poder cumplir con el entrenamiento. La verdad es que he esperado un tiempo a que llegaran para poder enseñárselo, de la emoción casi voy a buscarlas. - Antes de que pudiera seguir Lobezna le hace una pausa.

– Entiendo que estés emocionado y todo eso, pero, podrías cubrirte, distraes a Kipo al parecer.

Adán al verla nuevamente y ver como por uno de los costados de sus labios se escapaba una pequeña hilera de saliva, comienza a reír. Paix notando que los pensamientos de Kipo volvían a ponerse un tanto turbulentos, vuelve a entrar en escena para llamarle la atención. Solo que esta vez, el caso que recibió fue muy poco. Las cosas en verdad se empezaban a poner incomodas y ya no quería estar allí, por lo que en un acto de desesperación comenzó a correr en dirección a la neblina purpura, que le brindaba visión de lo que veía los ojos de Kipo. Hasta que un momento de tanto alejarse termino por atravesar aquella imagen y pasar de un plano a otro, ya no estaba en la mente de Kipo, sino, fuera.

Lobezna y Adán no podían creer lo que estaban viendo. Paix se había materializado frente a sus ojos desde la mano de Kipo. Paix miro hacia los lados y se alejó entre brincos de Kipo, parándose detrás de Lobezna y adoptando una posición agresiva. Un comportamiento extraño para quien la conocía mejor que nadie, lo que llamo la atención de ambos, Lobezna suponiendo que esa actitud de parte de Paix provenía por lo que podría estar maquinando Kipo, decide acercarse a ella y llamar su atención.

– Kipo, creo que se te escapo algo de tu cabecita. - dice Lobezna mientras le tironea la remera.

Kipo parpadea al reincorporarse y al mirar a su hermana que estaba parada a su lado con Paix a unos pocos metros de ella, mirándola de forma amenazadora, mientras le gruñía. La cola al igual que los pelos del lomo de Paix se encontraban erizados. Algo había hecho Kipo que no le había gustado nada y sabía perfectamente que había sido. Para arreglar las cosas, Kipo se acercó a Paix lentamente para no provocarlo, al ponerse en cuclillas, coloco su mano sobre la cabeza del jaguar muy cuidadosamente, pero sin temor alguno y ni bien sintió ese suave pelaje que, hacia contacto con la piel de la palma de su mano, comenzó a acariciarlo suavemente mientras le murmuraba unas cuantas palabras. En pocos segundos lo que parecía una fiera a punto de atacar, era un tierno minino de gran tamaño. Con la situación controlada, Paix volvía a Kipo y Adán pudo proseguir con su pequeña demostración.

– Para llegar al lugar que prepare, tenemos que caminar un poco más, pero no se preocupen está cerca.

Kipo hace una acotación a lo que dijo Adán.

– Aún más lejos, sabes que esto no es el observatorio ¿verdad?

Adán se lleva la mano a la nuca y contesta.

– Si, ja, ja, lo sé, pero es que no se me ocurrió un mejor punto de referencia que ese. Lo bueno es que ahora ya saben cómo llegar. Ahora síganme, les va a encantar.

Sujetando a Kipo y a Lobezna de las manos se las lleva a rastras hasta el lugar que había preparado con mucho esfuerzo. Sumergiéndolas aún más profundo en el bosque, hasta que, en un momento, aquella densa vegetación comenzó a ceder poco a poco y el paso de Adán se hizo más lento. Finalmente, cuando se encontraron frente a un arbusto, lo suficientemente alto como para taparles la vista de lo que ocultaba detrás del mismo, Adán se detuvo. Volteándose con una sonrisa de punta a punta y con una voz orgullosa les dijo.

– Chicas, les presento el Oasis

Adán coloco sus manos en el centro del espeso arbusto y haciéndolo a un lado de un tirón, rebelo un hermoso claro natural, en las profundidades del bosque. El lugar estaba rodeado de árboles con espesas copas que dejaban al deleite de sus ojos sus hermosos colores; hojas verdes tan oscuras como el fondo del mar, resaltaban la belleza de las hojas doradas a punto de caer. Aquellas que lo hacían se deslizaban suavemente entre las brizas del viento, para llegar a su anhelado destino, aquel lugar que sería su lugar de reposo, hasta que absorba sus preciados nutrientes para alimentar a la nueva vida emergente. Bajando la mirada, un hermoso césped se extendía a lo largo y ancho, que al ser sacudido a los lados por las brisas dejaban una ola de tonalidades verdes, quienes eran acompañadas por el colorido color de las variantes flores. Dirigiendo su mirada un poco más al centro del lugar, una variedad interesante de obstáculos se presentaba, hechos de madera y algunos elementos más que se podrían encontrar en el bosque. Kipo, curiosa por lo que veía, le pregunta a Adán.

– ¿Hiciste todo esto en una mañana?

Adán se lleva la mano al mentón y responde.

– Así es, está todo listo y firme para poder usarse, lo probé hace un rato. Con esto y el entrenamiento que tengo en mente, podremos lograr superar este pequeño obstáculo en un abrir y cerrar de ojos, eso te lo aseguro. Eso sí, este mes, será el infierno en la tierra para ustedes dos.

Kipo mira a Lobezna preocupada, pero su hermana no se dejaría intimidar, parada firme y sacando pecho, pone sus mansos a los lados gritando.

– ¡Hagámoslo!

Al verla, Kipo emite una pequeña carcajada y cambiando de idea, se para firme, da se lleva el puño al pecho dando un golpe diciendo.

– Cuenta con nosotras, sin duda lo lograremos.

Con todo listo, Adán, Kipo y Lobezna pasaron el siguiente mes, preparándose para lo que sería uno de los enfrentamientos más importantes de todo el viaje.

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