𖥔 . . . my sweet princess.

CAPÍTULO ESPECIAL [2]
de una conversación entre un
padre y su dulce princesa

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          NO ERA LO SUFICIENTEMENTE HIPÓCRITA COMO para fingir que no entendía su temor por el viaje a King's Landing. Ella era, de hecho, una mujer infiel y jurarle lealtad a su futuro esposo frente al mismísimo rey, no era algo que le entusiasmara. Le revolvía las tripas. Sabía lo que hacía y el motivo; estaba enamorada de otro hombre. Un hombre que, por capricho del universo y de los mismísimos dioses, era el hermano menor de su prometido. Ella era una traidora. Había traicionado a la corona; a su prometido, su familia y su apellido. ¿Qué hubiese pensado su madre? Estaría decepcionada. Odiaba la idea de decepcionar a su madre, pero no podía odiarse por enamorarse de quien no debía. En pocos días, muy poco, su vientre pasaría a ser propiedad de la corona. Todo su ser, su alma y su espíritu se rendirían ante los deseos de su estirpe y no podía sentirse más desgraciada. El abatimiento pesaba sobre su espalda, haciéndole doler la cabeza y las entrañas. Entrañas que tampoco le pertenecían. ¿Qué era suyo y qué era de la corona? ¿Hasta qué punto se pertenecía a sí misma? ¿Su vida le perteneció alguna vez? Cuando estuvo en el vientre de su madre, tal vez. Cuando era una cría, poco antes del fallecimiento de su pobre madre, todavía continuaba creyendo que se pertenecía a sí misma del mismo modo que su destino. Pero, ¿qué es el destino? ¿Ese suceso cruel que te ata y te obliga a seguir un camino que, en primer lugar, nunca hubieses elegido de tener elección? De tener elección propia, sabía bien que todo sería distinto. No necesariamente bueno, pero diferente. Amaba a su familia y a su prometido. Sabía que era un hombre grandioso, repleto de bondad y valía; sabía que él iba a ser un padre maravilloso y un rey digno de adoración. Pero... Esos ojos traviesos fulminándola con ardor, esos rizos castaños y aquel par de hoyuelos sonriendo en su dirección. Lucerys.

Envuelto en un silencio sepulcral, el salón ocupado por los príncipes para estudiar, recibió a Daemon, el príncipe consorte y padre de la familia que allí vivía. Él, está de sobra decir, no era una buena persona. Tampoco era malo. ¿Qué es el bien y el mal? No existe una definición exacta. ¿Por qué harías algo que está mal pero que, de igual forma, te hace bien? Si te hace bien, ¿realmente es algo malo? Pensamientos como estos inundaban la mente de la princesa cuando vio a su padre acercarse a ella, quien reposaba junto al ventanal más grande del salón de estudio, con un pesado libro en las piernas.

— Aquí está mi hija adorada —la besó en el cabello, tomándole del rostro con afecto. El hombre apestaba a dragón y a mar. Llevaba el rostro colorado y hebras de cabello platinado se le aplastaban por toda la frente a causa del sudor.

— Bienvenido de vuelta, padre —la jovencita cerró el libro, dejándolo caer con suavidad sobre el borde de la ventana. Ahora sacudió su vestido, que dejaba en evidencia su merienda; panecillos dulces y cremosos en su interior.

— Hace mucho que no tenemos una conversación —dicho esto, tomó asiento. No le importó contaminar la silla con la suciedad de dragón que desprendía su vestimenta—. Propiamente dicho, quiero decir. Una de esas charlas que solíamos tener en tu tierna infancia o a inicios de tu pubertad. Antes, recuerdo bien, hablábamos durante horas de temas varios, hasta que tu madre insistía en que debía dejarte ir a dormir porque era muy tarde. Lo recuerdo con claridad, como si aquellos días hubiesen sido ayer mismo o el mes pasado. Uno no acostumbra a tomar en cuenta el paso del tiempo hasta que te sorprende, volando frente a tus ojos así sin más. Para mi propia desgracia, me temo, a mí me ha ocurrido lo mismo. El tiempo se escurrió entre mis dedos, perdiéndose gota a gota en un infinito océano de momentos que no volverán jamás, sin importar cuánto desee que así sea. Así que, tú, con tus preciosos ojos que son los míos y tu agraciado ceño fruncido, que es de tu madre, te preguntarás, ¿qué narices le sucede a mi padre con toda esta absurda palabrería? ¿Verdad que sí?

— En absoluto, padre. Por nada del mundo me cansaría de escucharte hablar. Tus palabras nunca son simples para mí. Siempre tienen algo especial. Son un tesoro para mi alma, en especial ahora, tal y como dices, que ya no tenemos interesantes conversaciones como las de antes. Yo también las recuerdo bien. Te echo de menos. Pero, no tienes que preocuparte por eso; entiendo que ahora tus prioridades han cambiado y que tienes dos varones que criar junto a tu esposa. Lo entiendo y lo respeto. Además, supongo que mis prioridades también han de cambiar a partir de ahora. Dentro de nada yo tendré mi propia familia y tú serás un abuelo.

— Es sobre eso que me gustaría hablar —pareció escudriñar sus palabras, como si le costara convertir en frases entendibles lo que sea que rondaba por su mente. Hizo un ademán con la mano y acto seguido, apareció una criada con una jarra de vino fresco y un cuenco poco elegante para servirlo. Dio un trago y se recargó del asiento, preguntándose cómo continuar lo que ya había empezado.

— No entiendo, padre —enderezó la espalda, temiendo que aquella charla fuese más intensa de lo pensado—. ¿Sucede algo malo? Mis hermanos pequeños están bien, ¿verdad? ¿O se trata de madre?

— Bebe conmigo, mi amor. Disfruta de este buen vino con tu padre —le pasó el cuenco, volviéndolo a llenar hasta el tope él mismo. El líquido escarlata brilló. La princesa probó un sorbo y lo pasó con esfuerzo. Ya estaba preocupada.

— Padre, juro por los dioses que nada me hace más feliz que una tarde de vino fresco a tu lado, pero, ¿podrías decirme qué es lo que está pasando antes que mi corazón estalle de angustia?

— Tú. Eso está pasando. Ojalá hubiera una forma más sencilla de decírtelo, pero es lo que está pasando. . Mi primogénita. Ese tesoro que el mismísimo cielo me obsequió cuando creía que ya todo estaba perdido para mí. Tú, quien le dio sentido a mi vida y me ayudó a crecer de una vez por todas. Yo estaba perdido. Hasta llegaste tú. Juré protegerte y darte felicidad. Sin embargo, ahora me pregunto si hice lo correcto. Soy humano, cometo errores, pero no hay espacio para errores cuando se trata de mi princesa. ¿Hice mal en apresurarme? ¿Cometí un error tan grande? Lo suficiente como para arrastrarte a...

— ¿Padre?

— Deseo que seas feliz por encima de todo. Incluso si tu felicidad significa pasar por encima de tu padre. Quiero verte a los ojos y saber que hice lo correcto. No asfixiarme en desdicha y arrepentimientos. Tu felicidad es todo para mí. Desde que naciste. Ese día yo estaba tan nervioso. Finalmente, cuando te sostuve en mis brazos, supe que todo estaría bien porque yo lo haría posible y ahora me pregunto si hice lo correcto.

— Hiciste lo que creías preciso y con eso basta. Nada es tu culpa. Tú no me has obligado de ninguna manera a hacer algo que yo no desee. Por ese motivo me conocen por malcriada y caprichosa. Incluso desagradable. Y no me molesta tal reputación, pues, sé que tomas en cuenta mis deseos y anhelos, por más pequeños que sean. Padre, tú no hiciste nada malo. Así que, te pido que ya no pienses más en eso.

— No, mi amor, no hice lo que debía. No cumplí con mi promesa, pues, cuando te miro a los ojos, no veo esa felicidad que tanto anhelé para ti. Veo todo lo contrario; miedo, pena y remordimiento. No me mientas, por favor, que te conozco tan bien como la palma de mi mano que empuña la espada. No eres feliz.

— No es tu culpa. Eso es asunto mío y las cosas se dieron de esta manera. No hay nada que podamos hacer. Te prometo que no te decepcionaré. Haré que estés orgulloso de mí. Me diste tantos años de ti, antes y después de la muerte de madre; cuando mis sueños empezaron a torturarme, cuando me enfermaba... Te he causado tantas angustias y preocupaciones. Soy yo quien desea verte siendo feliz, padre. Te lo mereces después de haber tenido a una primogénita tan defectuosa y problemática.

— Estoy orgulloso del hombre que se ha convertido Jacaerys. Desde muy pequeño se pulió y educó para dar la talla. Estudió y se preparó con el fin de ser un rey digno del Trono de Hierro. Fui testigo de su crecimiento y desarrollo como ser humano. Como ser humano es grandioso. Pocos hay como él. Es noble, caritativo y con un corazón inmenso.

— ¿Qué hay de mí, padre? ¿Estás orgulloso de mí?

— Me sentiría más satisfecho si eligieras ser... sincera conmigo. Y sé con seguridad que entiendes a lo que me refiero. Porque eres mía, mi hija, mi sangre y mis venas. Eres más parecida a mí de lo que me gustaría. Debo decir que, en algún punto, mantuve la esperanza de que acudieras a tu padre, por ti misma. De verdad pensé que lo harías. Supongo que, al igual que todos, pensaste lo peor de mí. Pensaste, tal vez, que yo no estaría de tu lado. Ahora lo sabes, que voy a estar a tu lado pase lo que pase. Incluso si eso significa arriesgarlo todo. Voy a hacer lo que sea siempre que signifique verte feliz.

— ¿Por qué esperar tanto para decirme esto? Decírmelo ahora cuando estamos a tan poco de... No, padre, ¿cómo arriesgar tu felicidad por mí? ¿Crees que no lo he pensado? Todo lo que se vendría sobre nosotros si cumplo con mi deber. Tú estás cumpliendo con el tuyo y yo cumpliré el mío, me guste o no. Ni siquiera quiero saber desde cuándo lo sabes. Me invade una vergüenza insostenible. Te pido perdón, padre.

— ¿Me pides perdón por amar? Levanta la cabeza, mírame. Eres una princesa. No debes bajar la cabeza bajo ninguna circunstancia, sin importar quien esté delante de ti —le sujetó del mentón, obligándola a mirarlo—. Lo amas. Respóndeme, Rhaedes.

Lo amo como debería amar a mi futuro esposo.

— Rhaenyra estuvo en mi corazón mucho antes de casarme con tu madre. No malinterpretes mis palabras; amaba a tu madre, pero mi corazón siempre fue de otra mujer. Fui feliz con tu madre, tanto que me sentía bendecido por el cielo y tu llegaba fue una respuesta a mis plegarias. Sin embargo, nunca dejé de pensar en todas las posibilidades. ¿Qué hubiera pasado si peleaba por quien amaba realmente? ¿Debí enfrentar con más ahínco a mi hermano por el amor de su hija? Lo que quiero decir con toda esto es que sea lo que sea que decidas, voy a respetar tu decisión. Crié a todos mis hijos, incluyendo a esos dos, con dedicación, esmero y cariño. Estaré complacido por verte siendo feliz, sea con quien sea. Tienes a mi hermano comiendo de tu mano. Viserys te adora. No le importará en absoluto hacer algunos cambios.

— Si me hubieses dicho todo esto meses atrás, padre. Te lo agradezco, cada palabra. Pero ya es tarde para mí. 

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