𖥔 . . . 𝒗𝒊. i think we're doomed.
CAPÍTULO SEIS
i think we're doomed,
and now there's no way back.
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loc. DRAGONSTONE
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EL PRÍNCIPE JACAERYS PROHIBIÓ A LOS SIRVIENTES ingresar a su dormitorio cuando su prometida estuviera presente. Sobraba explicar a detalle los motivos, pero esa noche en particular, no ocurrió demasiado más que una agradable lectura a la luz de las velas y dulces besos hasta ambos quedarse dormidos. Era la primera vez en mucho tiempo que gozaban de algo de intimidad y bien sabía él que el sueño tenía mucho o todo que ver. O eso suponía. Claro que el príncipe nunca la obligaría a hacer nada que ella no deseara, pero echaba de menos su tiempo juntos. Ahora, con esfuerzo, convivían en momentos familiares y entrenamientos matutinos. Era una situación extraña para él, pero no tenía otra opción más que adaptarse y entenderla. Nunca se lo perdonaría si era que, por al menos un segundo, llegaba a incomodarla o causarle el más pequeño malestar.
Oficialmente la cuenta regresiva había comenzado; dentro de poco se oficiaría la boda y por decreto del rey, su nombre pasaría a ser Jacaerys Targaryen. Ya no más Velaryon. Sin embargo, más allá de todo el tema político que implicaba el matrimonio con su hermanastra, formar su propia familia le emocionaba. Ponerle a su futura reina un segundo anillo en la mano, era solo el primer paso. El comienzo de su vida juntos como marido y mujer.
Con el pecho descubierto, el príncipe heredero caminó a la ventana más próxima, bostezando y estirándose a su perezoso paso. No había amanecido y posiblemente el sol no haría acto de presencia en, al menos, tres horas. Sin embargo, aquella madrugada era de entrenamiento y habían sido convocados a la isla solitaria, que era donde solían entrenar, muy temprano.
— El sol no se despierta todavía, ¿por qué yo sí debo hacerlo? —la princesa sentía que no había dormido nada y hasta cierto punto, así era. Honestamente, ¿cuándo fue la última vez que tuvo un sueño reparador? O por lo menos, un momento de descanso que no implicara pesadillas, ansiedad o muertes.
— Buenos días, mi amor —él se acercó a la adormilada princesa y le besó en la frente, meloso—. Una tina con agua caliente aguarda por ti. Me aseguré por mí mismo de que la prepararan tal y como te gusta.
— En la tina entramos los dos —se sacó el camisón de dormir y el protector que cubría sus senos, haciendo lo mismo con las telas inferiores. Quedando desnuda, se dirigió al área donde las criadas encendían las velas y aromatizaban el agua caliente.
— Dejennos solos —ordenó el príncipe.
La doncellas obedecieron de inmediato y abandonaron los aposentos del futuro rey sin atreverse a elevar al vista ni una sola vez.
— Mis criadas ya han empacado todo lo que necesitaré en nuestros nuevos aposentos —dijo ella, entrando al agua—. ¿Qué más da tomar un baño juntos? Si ya han iniciado mi lunario de sangrado como mujer casada, una tina para los dos no es gran cosa.
— A tu lado, todo es gran cosa para mí.
Jace se sacó las pocas prendas que le cubrían. Desnudo, se metió al agua caliente con ella.
— Espera un momento —la princesa se puso de pie y estiró su cuerpo hasta alcanzar una esponja y la espuma de lavanda y miel. De regreso en el agua, se acercó a él y derramó la espuma y la miel en el pecho de su hombre.
— Sé que estás haciendo lo mejor que puedes —murmuró él, observando sus senos entrar y salir del agua en cada movimiento que hacía—. Pero, si en algún punto te sientes incómoda con cualquier cosa, no dudes en decírmelo. Incluso si es mi madre quien te hace incomodar.
— Quiero ser una buena esposa para ti —le frotó los hombros y los brazos con la esponja, evitando mirarle a los ojos.
— No deseo compartir mi vida con nadie más.
— Espero que continúes diciendo eso cuando... —dejó caer los brazos, soltando la esponja—. Cuando te veas en la necesidad de acudir a sexoservidoras por mi miedo a concebir.
— Ya hablamos de eso, mi amor —le respondió, sujetándola por el mentón—. No necesito a nadie más que a mi esposa. Eres tú a quien amo, a quien deseo y a quien anhelo tener a mi lado hasta el último día de mi vida.
— Con eso me basta —sonrió, genuina.
— ¿Puedo besarte?
— Siempre.
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El entrenamiento estuvo pesado y tan extenso que parecía no tener fin. Los hermanos y la princesa regresaron a casa pasado el mediodía, cuando el sol estaba en su punto más alto.
— Tomaré una ducha y me iré a la cama —dijo Lucerys, subiendo los escalones de dos en dos.
— No necesitas ducharte —espetó Joffrey, negando con la cabeza—. Me iré a la cama sin sacarme la ropa. Solo quiero dormir. Me duele todo.
— Eres un puerco, Joff —dijo la princesa, dándole un manotazo por la espalda—. ¿Esto también te dolió?
— Mierda, esperen —murmuró el mayor, tensándose—. ¡Esperen!
— ¿Qué pasa, Jace? —gruñó Luke, mirándole con notoria irritación.
— Tenemos visita —sentenció el príncipe heredero.
Un grupo de personas, bastante conocidas para los príncipes y la princesa, se reunían en la sala principal. Para la pésima suerte de Lucerys, su prometida estaba entre ese grupo. Eran, de hecho, los Velaryon.
Los padres de Hera sonrieron en dirección a Lucerys, haciendo una pequeña reverencia.
— Príncipe Lucerys —dijeron en unísono.
Hera no dijo nada.
Lucerys tampoco.
— Madre, hemos regresado del entrenamiento —ignorando a los presentes, Jacaerys se dirigió a su mamá, siendo recibido con un beso en la frente.
— Bienvenidos, mis hijos —clamó la princesa, mirando a Daemon.
Él era el único que continuaba sentado, disfrutando de un buen vino y de la comodidad de su asiento preferido.
— ¿Puedo irme a la cama, mami? —preguntó Joffrey, sin despegarse de su hermanastra.
— No sin ducharte, apestas a dragón y a sudor.
— Sí, mami.
Arrastrando los pies, el más pequeño se marchó junto a dos criadas.
— Dados los malos entendidos y habladurías que han llegado a oídos del mismísimo Rey Viserys —finalmente, el hombre con la insignia de los Velaryon en sus ropas, habló—, hemos venido a visitarlos en paz.
— ¿Malos entendidos y habladurías? —el heredero al trono dió un paso hacia adelante, dirigiéndose al hombre que hablaba—. Mi prometida regresó de ese paseo desangrándose. Cada persona que presenció el hecho fue interrogada y todos dieron la misma versión. Además de, por supuesto, cuestionar la palabra de mi futura reina, ¿no le resulta una altanería lo que acaba usted de decir?
— Déjalos que hablen, Jace —añadió Daemon desde su lugar, sirviéndose una segunda copa de vino fresco—. Veamos qué tienen para decir.
— No, Daemon —negativo, no se quedaría callado. No ahora cuando por fin podía expresar su enojo—. Me parece inconcebible que al venir aquí dos meses más tarde, supongan que tomaremos esta situación como simples malos entendidos y habladurías, nada más porque el rey ya está al tanto de lo ocurrido.
Tomó el brazo de su prometida y levantó la tela que le cubría, mostrando a los presentes la piel marcada.
— ¿Es esta cicatriz parte de una simple habladuría? —profirió, mirando despectivo a los visitantes.
— Mi hija se arrepiente de haber actuado por puro impulso —dijo el hombre, bajando la cabeza. La mujer, que era su esposa, hizo lo mismo.
— Entonces que hable ella —de nuevo, Jace—. Si tuvo el valor de atacar a la futura reina, ¿no es capaz de tomar la palabra ahora con la misma valentía que antes? Es lo mínimo que debería hacer. Dar la cara. Más bien que agradezca que regresó a ustedes sana y salva. Por su mal entendido, tal y como ustedes se refieren, un inocente perdió la vida y la princesa se vió gravemente afectada. Al sol de hoy no es capaz de montar un caballo. Actividad que, cabe resaltar, era su especialidad.
— No obstante, desde mi perspectiva —intervino la mujer—, fue un acto de impulso propio de niños traviesos. ¿No sucedió lo mismo en el pasado? Cuando el Príncipe Lucerys atacó al hijo del rey, destrozando su ojo por...
— ¿Por sus constantes agresiones físicas y verbales hacia mi hermanastra, cuya madre acababa de perecer y por lo cual los hijos menores del rey le acosaban y burlaban sin parar? —finalmente, en un fuerte tono de voz, el Príncipe Lucerys se escuchó. Imponente—. Sin pensarlo volvería a hacerlo las veces que sean necesarias, mi lady.
— Hablemos en privado, Hera —la princesa caminó a la salida.
Sin opciones, la recién mencionada fue detrás de ella.
— Esto se está saliendo de control sin necesidad —murmuró Rhaenyra, rodeando el brazo de su hijo mayor.
— Sí, es que, ya saben, una herida que necesitó más de veinte puntadas no es gran cosa —murmuró Jacaerys.
Daemon se acercó a sus hijastros, apretando el hombro de ambos.
— Confíen en su hermana.
— Realmente, estoy... —lejos de los ojos acusadores, Hera pudo respirar.
— ¿Por qué esperar más de dos meses? —cuestinonó la princesa, saliendo al balcón floreado. El sol resplandecía con fuerza, pero era agradable.
— Me sentía confundida y luego el rey lo supo. Por supuesto —bufó, riéndose bajito. Ni ella entendía por qué se reía.
— Me empujaste, Hera.
— Me sentí atacada por ti —se defendió.
— No recuerdo haber hecho nada que te hiciera sentir de ese modo.
— Además de ser perfecta y privilegiada —se encogió de hombros.
— ¿De cuáles privilegios estamos hablando? —profirió la más alta.
— ¡Toda tu existencia, Rhaedes! —chilló, indignada.
— ¿De qué me he perdido? Juro por los dioses que no entiendo ni una palabra de lo que dices, Hera.
— Tu vida es perfecta, a eso me refiero. ¿Es que no lo ves?
— Hera, conoces la pésima reputación de mi padre y la mía. ¿Crees que nos rodean solo privilegios, miel y hojuelas? Vamos, estamos en el mismo barco. Son pocos los que respetan a mi padre, algunos ni lo toman como parte de la familia real. Por ende, incluso antes de nacer, yo misma fui arrastrada por tal reputación. Ni hablar de mi madrastra. ¡La tildan de golfa y de haber traicionado a la corona! No importa que sea la heredera al trono, para muchos, ella no es más que una puta con hijos bastardos.
— Tienes padres que te aman y un hombre enamorado a tu lado, ¿no te basta con eso?
— Mis padres han planificado cada minuto de mi existencia. ¿Crees que mi compromiso con Jacaerys fue impulsado por la fuerza del amor? La razón por la que mi padre aceptó este compromiso fue por el rey.
— ¿De qué hablas? —estaba confundida y su rostro la delataba.
— ¿En serio creíste que el compromiso con mi hermanastro no tiene su trasfondo político? —se rió con dolor, nostálgica. Como si le doliera—. El rey deseaba comprometer a Jace con Helaena, su hija. A su vez, quería vernos a Aemond y a mí, unidos en matrimonio. Mi padre alegó que prefería matarme con sus propias manos antes de verme casada con Aemond. Nada más por eso aceptó llevar a cabo la pedida de mano de Jacaerys.
Hera no dijo nada, no sabía qué decir.
— El amor no tuvo que ver es esto, Hera. Nunca ha sido relevante. Así como tú, todos hemos tenido que hacer sacrificios. Lamento informarte que no eres la única que ha sufrido las consecuencias de haber nacido en este injusto mundo de mierda. Como te dije, estamos en el mismo barco. Así que, no logro entender por qué te sentiste atacada por mí. Considero que nunca te falté respeto o dije algo indebido. Eres la prometida de Lucerys y eso te hace parte de mi familia.
— Rhaedes, no lo entiendes —insistió la jóven Velaryon—. Tienes todo lo que yo deseo. Eres feliz y dichosa, ¿no te es suficiente para tenerlo todo?
— Hera, ¿qué te asegura a ti que yo soy tan feliz y dichosa como piensas? —preguntó con suavidad, volviendo el rostro hacia su acompañante.
— Jacaerys te ama.
— ¿Te has preguntado por una vez qué siento yo? Es evidente que no.
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— Hera, lo estuve pensando y creo que deberíamos intentarlo —aquella noche, el príncipe pensó que tal vez había llegado el momento de intentar algo más con su prometida.
— ¿Lo dices en serio? —no, no se lo podía creer.
— Nunca fui tan sincero —y esa fue su sentencia. La frase que lo arrastró a lo peor que pudo experimentar en mucho tiempo.
— ¿Podré besarte?
Él negó con la cabeza.
La vió tocarle e incluso la sintió rozarle por encima de la ropa. Sintió sus dedos apretarle y su lengua probarle, pero más allá de tener consciencia sobre lo que estaba sucediendo, no sintió nada más.
Hera lo intentó; le abrió el pantalón, lo metió a su boca y le masturbó, pero fue caso perdido.
Aquello no se sentía agradable.
Era como si se encontrara en un mal sueño, sintiendo lástima de su propia existencia.
Tuvo los senos de su prometida en sus manos, los suaves pezones entre sus dedos y esas pequeñas manos alrededor de su pene, pero fue como un trago amargo de veneno.
Como estar muerto en vida.
Como si su cuerpo no fuera suyo, sino de alguien más.
Tal vez así era.
— Basta —agitado por la frustración, la apartó y se acomodó la ropa afanado, burlándose de sí mismo por aquel papelón que dió.
Claro que no iba a suceder nada.
No era la primera vez que algo así le ocurría.
Que sí, sabía bien lo que era tener el pene duro a doler y sabía lo que se sentía correrse después de masturbarse posterior a un día estresante, pero, ¿sentirse deseoso por su prometida? Incluso aunque era una mujer hermosa y sensual, ¿no era lo normal sentirse deseoso de una mujer como ella?
— Déjame besarte, Luke —le pidió, acomodándose el vestido.
— Lo siento, no puedo —simplemente era su límite.
— Entonces imagina que soy ella.
— Debemos parar, Hera.
— No podrás embarazarme si eso no sucede, ¿sabes? —murmuró, venenosa.
— Me estoy esforzando, Hera. ¿No era esto lo que querías en primer lugar? Que me esforzara. Eso hago.
— ¿Te gustan los hombres? —se rió ella, limpiándose la boca—. Quiero decir, creí que mi prometido sí era un hombre. O por lo menos que actuaba como tal, pero, ¿cómo vas a tener la polla dentro de una boca y no encenderte? Todos lo hacen. A no ser que tengas otros gustos, por supuesto.
— Lárgate de mi habitación, por favor.
— Todo esto es porque tu amor imposible y tu hermano están a poco de consumar su matrimonio, ¿verdad que sí?
— ¡Lárgate de mi vista, Hera!
Por supuesto que Hera no se equivocaba.
Ella tenía toda la razón.
Para la desgracia de Luke.
Solo hasta tomar una ducha helada fue capaz de respirar.
Estaba furioso.
Quiso dormir. Lo intentó durante horas. Dió mil vueltas en la cama, se giró de un lado a otro. Se sacó las almohadas, volvió a acomodarse en las almohadas. Se quitó la camiseta de dormir y volvió a ponersela, pero nada. Su mente era un caos infinito que parecía no darle ni un pequeño momento paz, una mínima tregua para descansar. Para desconectarse de su realidad por lo menos unas horas.
La puerta de su habitación sonó.
Dos toques.
— Sé que estás despierto, Lucerys.
— ¿Rhaedes? —de un salto corrió a abrirle. Sí era ella. Por supuesto que lo era.
— ¿Puedes darme alojamiento por un rato? —estaba envuelta en una sábana blanca, a penas cubierta por un traslúcido camisón de tela muy fresca.
Él asintió, sin pensarlo.
— ¿Sucedió algo? —cerró la puerta con seguro, viéndola acomodarse en la orilla de la cama.
— Intenté tener sexo con Jace —le explicó, soltando la sábana que le cubría. A la luz de las velas, el camisón que le cubría daba la ilusión de desaparecer. Tampoco llevaba prendas inferiores—. No fui capaz. Él cree que se debe al sueño premonitorio que tuve meses atrás, pero es mentira.
— ¿Por qué dices que es mentira? —desvió la mirada, respetando su intimidad. Tal vez ella no se había dado cuenta.
— Creo que se debe a algo más —la princesa se puso de pie.
— Si hay algo que pueda hacer por ti, con gusto lo haré —tragó saliva, nervioso. ¿Por qué estaba tan nervioso? De pronto, una ola de calor lo rodeó de pies a cabeza.
Lucerys volvió a hablar, mirándola.
Era hermosa.
— Pronto tendré que arrodillarme ante ti y jurarle lealtad a mi reina —clamó el jóven príncipe, sin sacarle la mirada de encima.
— No necesito el título de Reina Consorte —le aseguró la prometida de su hermano, tirando de una media sonrisa—. Puedes arrodillarte ante mí... sin ser tu reina.
— Ya estoy a tus pies —respondió Lucerys, dándole toda la razón.
— ¿Lo estás?
Él asintió.
— Ya que soy una puta mimada que toma todo lo que quiere... —dijo ella, acercándose a él —. Te quiero a ti.
— A mí ya me tienes —jadeó, buscando aire.
— Quiero que pienses en mí y que cuando estén cogiendo para concebir, gimas mi nombre bien alto en vez del suyo.
Él se rió bajito, debido a la ironía del asunto.
— Nunca he podido desear a nadie de ese modo, mujeres u hombres, solo a ti. Y lo he intentado. Incluso con ella. Porque se supone que debemos tener sexo. Y cuando ella intenta tocarme de la forma en la que estoy segura tocas a mi hermano... —cerró los ojos, con furia al imaginarlo—. Nada.
— Tendrás dieciocho dentro de nada, no puedo creerte. A ustedes los príncipes se les perdona todo, incluso acostarse con quiénes quieran. Pueden tomarlo y ya, nadie les dirá nada. A tu edad, dudo que realmente...
— Nunca en mi vida he sido más sincero que ahora mismo, Rhaedes. Incluso me planteé probar con un chico, pero fue lo mismo. Nada. Y, sabes, cuando escucho hablar a mis tíos, los hijos del rey... Ellos posiblemente empezaron a coger desde que supieron lo que era enterrar la verga en algo, pero...
— Lamento mi comentario —bajó la mirada, avergonzada—. Fue estúpido decirlo de ese modo. No tiene nada de malo.
— ¿Está bien desear a la prometida de mi hermano?
— Quiero que gimas mi nombre y que tu prometida te escuche mientras jura que es el centro de tu universo, ¿eso no te lo responde? —volvió a mirarlo.
— Hera nunca creería tal cosa, sabe que el centro de mi universo eres tú. Lo ha sido de ese modo desde aquella noche. Ella lo sabe —él le sujetó del rostro, con firmeza, decisión.
Ahora fue ella quien jadeó.
— ¿Lo sabes tú, Rhaedes?
— En menos de un mes seré la esposa de tu hermano y no paro de soñar que eres tú quien me hace el amor —le confesó.
— Podemos hacerlo realidad esta noche.
— ¿Y si se trata de otro sueño?
— ¿Quieres averiguarlo?
No hubo respuesta por parte de ninguno. Lucerys la llevó a la cama y la tumbó encima de las almohadas. Se metió entre sus piernas, destrozando el camisón que le cubría.
Sin esperar más, aproximaron sus rostros y se besaron hasta el cansancio. Hasta perder la cuenta y la noción del tiempo. Aquel primer beso se convirtió en un segundo, tercero, cuarto... ¿Qué era la vida antes de esa noche? ¿Cómo habían sobrevivido antes de besarse?
— ¿Lo amas? —gimió él, sobre su boca.
— ¿La amas? —preguntó ella, con los dedos enredados en sus rizos.
— Soy tuyo desde aquella noche, Rhaedes.
— Bueno —ella le sonrió, cerrando suavemente los ojos—. Allí tienes mi respuesta.
Desnuda, empapada en el sudor, en la saliva y en los besos del hermano de su prometido, la princesa pasó la mejor noche de su vida.
Sin pesadillas.
Sin muertes.
Sin miedo.
No, esta vez no fue un sueño.
Pero, el tiempo es cruel.
El tiempo y las obligaciones.
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