Epílogo.
Isac
Desde niño te enseñan que en el mundo habitan personas buenas y malas. Yo fui criado por una de las más malas y tuve que aprender a manterme en el grupo de los buenos aunque estuviera aprendiendo cada día de las acciones de los malos. Mi vida era como un trabalengua, de lo bien enrredada que estaba.
Mi padre, bueno, el Rey de Venia—el que antes se enfadaba cuando no lo nombraba así—había cometido muchos errores al tratarme como hijo suyo.
Eso conllevó a que me fugara de la casa dejando a mi hermana menor con ese monstruo, aunque ella estuviera más protegida que yo, solo la preparaban para casarse y tener hijos mientras que a mí me preparaban para asesinar.
Aún así, eso no justifica lo que hice. La abandoné y eso estaría siempre en mi conciencia.
Después de vagabundear un mes en la calle de Venia decidí irme a Hill y allí me acogió una familia que me cuidó hasta ser mayor y hacer mi propio dinero para buscarme una casa.
Trabajé en una fábrica de cigarros día y noche sin descanso alguno y de la destreza que mostraba al trabajar me asignaron jefe de esta.
Ese día me dí cuenta que no hace falta ser el número uno entre los ricos para estar feliz.
Haber alcanzado ese logro en mi vida con tanto esfuerzo hacía que estuviera alegre por días.
Un año después mi padre murió y traté de asistir al funeral, pero solo podían estar los familiares y para las personas que vivían en Venia el hijo del Rey estaba muerto.
—¿Porqué todos pensaban eso?—me pregunta Laia y una sonrisa amarga se figura en mis labios.
—Porque mi propio padre lo anunció ante todo el pueblo.
Me paro del verdoso césped en el que estábamos sentados y brindo mi mano para que demos una caminata.
—Entonces el Rey de Hill contactó conmigo para amenzarme con Bea si no seguía tus pasos y como en aquel momento no sentía nada por tí le hice caso.
El lago en el que la conocí estaba frente a nosotros.
Encurvo mis labios al recordar el beso tan apasionante que nos dimos días atrás en él.
—Laia, prometo que más nunca volveré a mentirte y que siempre estaré a tu lado aunque estés en problemas.—beso la palma de su mano—Te debo la vida, mi sol.
Ella se carcajea y yo enarco mi ceja.
—¿Mi sol?.—murmura.
—Si, lo digo por tu pelo...—toco sus hermosos mechones amarillos.—y porque me iluminas con tu presencia
cada vez que estás junto a mí.
Su mano sube por mi brazo hasta colocarla en mi nuca y acercarme hacia su rostro para darme un beso.
—Estás muy poético hoy, ¿sabes?—enrosco un dedo en el mechón de su cabello—Creo que la sangre real está volviendo a tus venas, Isac.
Dejo de jugar con su pelo y desvío mi vista hacia el lago.
—Yo no tengo nada que ver con la realeza.—frunzo el ceño.
—Eres el Rey de Venia, Bradley. Tienes mucho que ver.
—No quiero tener ese cargo.
—¡¿Y entonces quién lo va a tener?!.—golpea mi hombro haciendo que vuelva a prestarle atención—Tu hermana está pasándolo mal por haber estado encerrada tanto tiempo en un calabozo. ¿Quieres que busquemos a un vagabundo de la calle o al carnicero que trabaja en la esquina del marcado?.Cualquiera de las dos opciones sería una catástrofe. Mírame Isac.
Sus lagunas azules hicieron que tratara de comprenderla y dije:
—En serio, no puedo. Yo tampoco estoy preparado para ocuparme de un reino.—expreso.
—¡Sí lo estás, Bradley!.—pone su mano en mi mejilla—, solo que te da miedo tener tanta responsabilidad encima, pero sí eres el más capacitado para esto, además, luchas como un verdadero guerrero y tratas a los trabajadores de la fábrica como un Rey trata a la gente de su pueblo.
Analizo los pros y los contras en relación con lo de ser Rey y me doy cuenta que Laia tiene razón en todo lo que dice.
—Seré Rey de Viena.—afirmo.
La emoción resplandece su rostro y me abraza.
—Serás el mejor de todos, te lo juro...
—Pero tú tendrás que ser mi Reina, Laia.—interrumpo.
Tose y yo sonrío porque lo que estaba por ocurrir entre nosotros iba a ser muy divertido. Ella lo va a tener que aceptar sí o sí.
—¿Cómo?.Ya yo soy Reina de Campbell y Hill, Isac.—dice tocándose la garganta.
—Perdón por expresarme mal, amor.Seré más directo.—rozo su dedo anular y lo levanto en frente de su cara—Tienes que ser mi esposa.
Otra tos desgarra su garganta con mucha más fuerza y yo palmeo su espalda preocupado por lo mal que se estaba tomando mi propuesta.
—¡¿Estás loco, Isac?!.—grita con los ojos abiertos—Apenas llevamos tres meses saliendo.
—¿Y?—encojo mis hombros.
Ella hace un ¿Ja? con su labios y mi sonrisa crece más.
—Dime, Bell.¿Aceptas o no?—digo acercándome más hacia ella.
Noto que está nerviosa cuando empieza a morder sus uñas, pero cuando se fija en que estoy esperando su respuesta se para derecha y pronuncia:
—Sí, acepto, seré tu Reina.
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