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« Es lo que sucede con los dragones. Si se sienten amenazados nunca sé sabe cuál será su próximo movimiento, solo sabes que llegará acompañado del fuego. » § Diario de la princesa Oriane Targaryen. §
Ser Pyne la llevó hacia una habitación diferente y no a la que compartía con Helaena, dejándola sola con su mente mortificada en un cuarto oscuro y frío de Marcaderiva. No habían sido amables con ella, ni una vela había sido colocada para ella.
Había cosas que detestaba, una de ellas era no poder ver nada. Sentía su respiración agitada y ninguna persona daba señal de estar cerca para sentir que al menos en esa parte de la casa Velaryon no estaba sola.
El corazón le latía con fuerza y aún podía sentir sus manos temblar de rabia, se había secado las lágrimas qué no se había dado cuenta que derramó prometiendo qué no lo volvería hacer. No demostraría debilidad nunca, ella sería temple y su corazón sería su propio escudo, sería más fuerte y como siempre seguiría siendo determinada, estaba decidida a no ser una cobarde jamás. Ella era una princesa y legítima además, no como los bastardos de sus sobrinos.
— ¡Aggg! — soltó un grito de frustración, detestaba estar encerrada de esa manera.
Camino a tientas sintiendo la suave sábana de la cama y se recostó un momento ahí, hasta que escuchó un pequeño ruido…¡si! ruido provocado por la brisa, una ventana. Palpó la pared siguiendo el ruido y la encontró, al principio fue un poco complicado pero cuando se abrió finalmente sintió el aroma del mar oscuro, se sintió abrazada por la suave sensación de frescura en su piel, mientras sus cabellos rojos se movían hacia atrás.
Vaya, con aquella luna tan hermosa no parecía una noche trágica. De hecho las estrellas brillaban hermosas, Oriane sintió ganas de ser una de ellas. ¿De que estarían hechas? ¿Del polvo de la luna? ¿Del fuego de dragón congelado? No quería volver a la cama, pero no quedó otra opción pues su cuerpo angustiado sentía el cansancio.
No supo cuánto tiempo había pasado ni cuánto había dormido, pero el sol ya había salido. Lo había notado gracias a la luz que entraba por la pequeña ventana de aquella prisión. No le habían llevado sus pijamas, nadie se había preocupado tampoco por llevarle agua, era como si no fuera nadie.
— ¡Abra esa puerta de inmediato! — escuchó la voz firme de su madre.
La puerta se abrió entonces dejando ver a la reina con un rostro de preocupación pura, Oriane no dudo en abrazarle.
— Lo siento — dijo de inmediato la reina —. No debí golpearte, no debí molestarme con ustedes. Lo siento Oriane, no debí permitir que estuvieras aquí sola en estas condiciones, lo siento, lo siento mi niña. — repitió abrazándola con más fuerza.
La princesa aspiró el aroma de su madre y como siempre, inmediatamente sintió paz. Sabía que no era culpa suya, ella jamás le haría nada igual, pero el rey Viserys era otra cosa diferente, seguramente le había prohibido ir a verle, sometiendo a ambas a aquel estado de desesperación. Una forma de castigo, la pregunta era si en realidad la castigaba a ella o a su madre.
— Está bien madre, no estoy molesta contigo — le aseguró.
Alicent deposito un beso sobre su cabeza, esa era su princesa. Aun podía recordar cuando ella y Aegon nacieron; Oriane era la mayor, había sido la primera en llegar con tan solo tres minutos de diferencia que su hermano. Fue la primera vez que sostuvo un bebé entre sus brazos y esa bebé era suya, al principio la noticia de que había dado a luz una niña no había sido muy bien recibida hasta que el llanto del varón inundó la habitación, sin embargo para ella ambos representaban la fuente de su vida entera, eran su alegría, su dolor; lo único que amaba y que nadie le podía quitar nunca porque era suyo.
Oriane y Aegon nacieron como mellizos. Tan diferentes entre sí; el varón había nacido con los rasgos valyrios del rey, mientras que la niña era idéntica a ella, a Alicent, con la excepción de los ojos que eran de un precioso violeta intenso que remarcaba la pureza de su sangre, no sería una princesa cualquiera.
Alicent no se equivocaba en ello. La princesa para los dioses tenía un destino prometedor, el de una reina.
— ¿Nos iremos a casa? — preguntó.
La reina asintió con la cabeza. Oriane suspiró de alivio. No soportaba ni un minuto más seguir ahí. Estaba segura que de seguir tomaría a su dragón y ella misma mataría a Rhaenyra y su estirpe, que los dioses la perdonaran por pensar así.
— ¿Cómo está Aemond? — preguntó preocupada.
— Se encuentra adolorido, estará mejor cuando se desinflame la herida. Mis niños, mis príncipes.
Oriane asintió con la cabeza.
Sintió una opresión en el pecho solo de pensar en eso. Aemond, cuánto debió sufrir al perder su ojo y cómo sufriría de ahora en adelante por vivir con ello, aunque nunca lo admitiera, esa sería una herida que iría más allá del físico, sería una herida en su alma que lo perseguiría siempre.
— ¡Ay madre, lo siento tanto! — volvió a abrazar a la reina.
Las dos fueron sorprendidas cuando el rey apareció ante ellas, frente a la puerta acompañado de caballeros de la guardia real.
— Alicent, que bueno que estas aquí — habló con voz firme —. Despídete de Oriane.
La reina le miró sin entender, la princesa abrazó con más fuerza a su madre, así como Alicent lo hizo con ella. ¿Irse? No. Nunca. No soltaría a Oriane jamás. Pasará lo que pasará, ella era suya.
— ¿De qué hablas Viserys? — preguntó.
El rey la miró finalmente. Sabía que tenía que tomar cartas en el asunto ante el desafío que representaba Oriane, la forma en que sin miedo había declarado a los hijos de Rhaenyra como bastardos la ponía en peligro y a sus nietos también, por lo que no podía permitir eso y dado que no podía cortarle la lengua a su otra hija tampoco, solo le quedaba tomar medidas de precaución por más severas que resultaran. Lo hacía por el bien del reino, por el bien de todos. Se lo repitió una y otra vez.
— Irá a Antigua, con las septas hasta que aprenda a comportarse y honre a la casa Targaryen o bien, se convierta a la fe como desee, una septa o una hermana silenciosa, ella podrá elegir — dijo el rey sin poder mirar a su hija a la cara.
Oriane cayó en cuenta del peso de sus palabras y las consecuencias que le habían traído estas. No había forma en que pudiera defenderse de lo que el rey estaba sentenciando para ella.
— ¡Viserys no lo voy a permitir! — bramo la reina enfurecida.
— Está decidido — el rey fue tajante.
— No sabes como deshacerte de mí ¿verdad, padre? — preguntó Oriane tanto con indignación como con dolor en su voz.
— No me estoy deshaciendo de ti Oriane, es porque eres mi hija y debo protegerte de ti misma, despídete de tu madre — fue lo único que dijo el rey.
La reina vio con un profundo odio a Viserys, nunca había sentido tanto desprecio por él como en ese momento. Si alguna vez había sentido algún tipo de aprecio por aquel hombre en ese instante había muerto. Entendió entonces que si ella no tomaba el poder de reina que el matrimonio le brindaba nadie protegería a sus hijos del destino que les avecinaba con Rhaenyra sentada en el trono, una mujer podía gobernar pero ciertamente no una como Rhaenyra.
— ¡Si haces esto Viserys me iré con ella y con mis hijos a Antigua! ¡Yo soy su madre, no puedes separarla de mí! Soy tu reina, ¿mi dolor no te interesa? — preguntó con los ojos llorosos.
— Alicent, es suficiente, esto ha sido suficiente.
El rey hizo un movimiento de cabeza, los guardias se acercaron a ambas. La reina se aferró a su hija.
— ¡No, aléjese de nosotras Ser! — rugió desde lo más profundo de su interior.
— Madre — murmuró Oriane, sintiendo su corazón acelerarse de nuevo.
— ¡Es mi niña Viserys, mía! — gritó su madre con rabia.
— Volverá algún día, si recapacita su mal actuar o como una mujer de la fe, de otra forma no habrá manera.
Oriane no se sentía triste por no ser amada por el rey, había vivido toda su vida en paz con eso pero en siendo sincera con sus sentimientos se sentía destruida por tener que separarse de las personas que más amaba, de su familia.
Oriane, sin embargo, se había dado cuenta de algo, ella tenía poder. Un poder que incluso aterraba a su padre y emanaba de ella con fuerza. Su temperamento, su arrogancia, su habla. La verdad y eso era algo que nadie jamás le podría quitar. Ni siquiera él.
— Mi reina, por favor — le pidió Ser Pyne tratando de no lastimarla en el intento de alejarla de la princesa.
— Oriane, no me sueltes — la reina rodeo protectoramente a su hija, mientras esta se aferraba con fuerza a su vestido.
El rey miró la escena con pena. ¿Qué clase de padre separa a un hijo de su madre? Pero debía pensar en el bien de todos y Oriane era más dragón que princesa. Eso lo preocupaba incluso más que su compromiso establecido con Aegon. Un compromiso que él mismo había pactado.
— Viserys — suplicó una vez más su madre.
Oriane sintió que su corazón se rompía aún más cuando vio a Aegon y a Aemond qué tenía la mitad del rostro vendado habían ido por ella en su auxilio, con espada en mano apuntando a los guardias.
— ¡Alejense de ellas! — Aemond miraba amenazante con su rostro mutilado a los guardias.
Aegon se colocó delante de su madre y su hermana de forma protectora, a la defensiva.
Tan solo unos segundos después Helaena había aparecido también con los ojos llorosos, llevaba su vestido rosa pálido y sus mejillas sonrojadas daban pena. Pues nunca se había visto a la princesita tan abatida como en aquel momento.
— No puede irse, los dragones tejen hilos, hilos verdes hilos rojos — murmuró con su rostro pálido — No puede.
Helanea quien detestaba cualquier tipo de contacto físico tomó la mano de su hermana con fuerza.
— Da un paso más Ser y te cortaré la garganta — amenazó Aegon.
Los guardias miraron a Viserys que miraba consternado la situación, pensando en el claro dolor que le estaba causando a sus hijos. Pero habría más dolor si no lo hiciese, Oriane era tan terca como impulsiva que podría ponerlo hasta él mismo en una situación complicada. No estaba para recibir más golpes de situaciones complicadas. ¡Carajo! él era el rey, y su familia no tenía ningún respeto por ello.
— Ser Criston — le llamó su madre.
Sus ojos habían hablado en una extraña complicidad con el caballero dorniense.
— Entreguenme esas espadas mis príncipes, por favor — pidió con un tono amable pero autoritario, como un padre hablaría a sus hijos.
— Llevense a Oriane de aquí — ordenó el rey.
— ¡No!
Aegon y Aemond se abalanzaron con sus espadas, uno había logrado lastimar a un guardia; y esque aunque ambos eran diestros con las espadas, no estaban en igualdad de condiciones. Pronto los guardias les habían sometido, mientras Ser Criston trataba de hacer que la situación fuese menos dura para ellos, después de todo eran los príncipes a los que había jurado proteger y no solo eso, eran… eran como sus hijos. De alguna manera así era.
Todo sucedió realmente rápido, Oriane fue arrancada de los brazos de su madre que parecía deshecha, mientras sus dos hermanos forcejeaban con los guardias. Ella trató de no poner resistencia pero vio a Helaena sentada en el piso bajo una crisis, parecía que lloraba… No, Helaena, oh… su dulce pobre hermanita.
Nadia salió de su boca, dos guardias la llevaban hacia la salida de marcaderiva. Su abuelo estaba ahí, cerca del navío que esperaba por ella para llevarla a su calabozo, porque eso era lo que era. Oriane tragó saliva.
No se iba a derrumbar ni siquiera en ese momento.
— Princesa Oriane — murmuró la mano del rey.
— ¿Tampoco puedo despedirme de mi abuelo? — preguntó molesta viendo a los guardias.
Estos la soltaron regalándoles un momento de privacidad. Oriane se acercó para abrazar a Otto con fuerza, este la recibió con cariño y tomó su rostro entre sus manos.
— Haz lo que las septas te digan, obedece y pronto estarás aquí de regreso — le dijo —. Tu familia en Antigua te espera, pero tu hogar está aquí Oriane.
— ¿Podré ver a Daeron? — preguntó, pues extrañaba a su pequeño hermanito de siete onomásticos.
— No lo permitirán, serás llevada de inmediato en presencia de la Septa superior — Oriane sintió que necesitaba tomar una gran bocanada de aire en ese momento —. Eres fuerte Oriane, me siento orgulloso de ti, tu eres quién comenzó a liderar una guerra y estoy seguro la ganarás — su abuelo la miraba fijamente —. Tu eres lo que este reino necesita, lo que Aegon necesita para ser un buen rey ¿lo entiendes? ¿comprendes cuál es tu deber?
Lo hacía, Oriane sabía que si quería volver tendría que ceder. Ella sabía que había desafiado a Rhaenyra, ahora no solo ella corría peligro, sino que sus hermanos también. Con Laena y Harwin muertos, sería cuestión de tiempo para que Daemon se deshiciese de Laenor y con su tío a lado de su media hermana la verdadera amenaza se volvería una realidad. Quizá no ahora, pero cuando Viserys muriera lo sería.
Como una flor negra creciendo en un campo de muerte, la amenaza latente lejana que estalla cuando menos lo espera. Como un dragón lanzando fuego, Oriane sabía lo que debía hacer.
— Cuida de mi madre, cuidalos — pidió con seriedad, Otto asintió.
— Que los siete te protejan, cariño mío — susurró su abuelo antes de besar su frente.
— ¿Me podrán visitar? — Oriane esperaba que pudieran hacerlo aunque fuera una vez.
— No. Seguramente no, pero yo lo haré tan pronto sea posible — prometió.
— ¿Qué pasará con Ryu? No puedo abandonarla — dijo.
— Esperemos siga a los dragones de tus hermanos, si no es así… Quedará libre, no habrá forma de someterlo, no sin ti.
— Yo puedo llevarlo conmigo… no puedo dejarlo — dijo entonces con un toque de voz temblorosa.
Ryu la necesitaba tanto como ella la necesitaba. Su conexión era fuerte. Que seguramente en este momento sentía la furia que corría en su interior como suya. Oriane había nacido como jinete de dragón y ahora sería Ryu quien fuera libre mientras ella tomaba sus cadenas.
— Ve y mantente firme — le instó su abuelo.
Oriane asintió, siguió su camino hacía el barco que la esperaba. Dio un último vistazo al castillo de Marcaderiva y pudo ver a su dragón alzar sus alas, un instante pequeño de satisfacción la acompañó.
Subió al barco acompañada por la Septa Mabel, se sintió relajada cuando vio que Ser Leith iba a bordo, estaría con ella o eso esperaba. Se dio cuenta que ninguna de sus pertenencias iba ahí, solamente ella y la soledad de que el tiempo sería su única y larga compañía.
— Por los siete — habló la septa con escepticismo.
Ryu iba al lado del navío, si Oriane lo deseaba podría escapar e irse. Nadie podría detenerla, su dragón lo quemaría todo y ella sería libre, pero no podía y no quería. No así, no de esa manera. Ella era la futura reina de los siete reinos y ahora era enviada a ser prisionera por culpa de la caprichosa de su media hermana.
Ryu graznó un rugido al cielo, haciéndola girar la vista hacia las nubes.
— No creyó que la dejaría ¿o si? — le preguntó Leith Mares a su lado.
— No podría, estamos unidas en sangre como en fuego — respondió la princesa — ¿Me vais a extrañar Ser? — preguntó.
— Cada día sin su presencia, mi princesa — respondió su escudo juramentado.
Oriane habría sonreído, pero no podía. No con la pena que la embargaba; la furia y el dolor, así que se dedicó a contemplar el mar por un tiempo, hasta que la septa Mabel la hizo sentarse a su lado a conversar.
— Lo siento mucho, pero no pienso perder mis últimos instantes de libertad hablando contigo — bufó poniéndose de pie con altanería —. Me interesa una mierda lo que hagan ahí, no seré como tu.
— Tu insolencia es lo que te ha colocado en esta situación princesa — le riño la Septa, sin embargo ya no insistió.
La princesa permaneció caminando por el barco, aceptando únicamente la compañía de Leith. Quién se encargó de relatarle historias de su infancia para hacerla entretener, ojalá hubiese una historia lo suficientemente buena para hacerla olvidar la razón por la que estaba en el navío.
Cuando divisaron antigua Oriane no pudo sentir que estaba en su hogar por más que su familia estuviese ahí, ella era una Targaryen aunque su padre se arrepintiera cada día de eso, incluso aunque ella pudiese odiarlo en algunas ocasiones, no había nada ahí que amará con excepción de Daeron y el tío Gwayne. Pero al final de cuentas no los tendría, no tendría nada. Sería reducida a nada.
— Quiero ver a mi familia — demandó.
— Aquí se ha terminado su goce de privilegio princesa, el rey la ha enviado para ser reformada por su propio bien, para encontrar la luz del camino correcto, hacia la fe, no ha venido con su familia, ha venido a nuestro templo sagrado.
La mujer que no era tan grande la guió al interior del enorme lugar, había velas rojas encendidas por todos lados. La estrella de siete puntas estaba situada en todo el techo y de ella cadenas colgaban, Oriane sintió por un momento su respiración acelerarse y el sentimiento de sentirse atrapada comenzaba a aprisionarla.
— No puedo hacer esto — dijo de pronto.
— No tengas miedo princesa, haz lo que es correcto — la septa Mabel le acompañaba en todo momento.
Aquel gesto era generoso a pesar de su mala actitud, sin embargo no era suficiente para hacerla disculparse.
— Bienvenida Oriane, soy la septa Fiorella — le habló otra mujer que llevaba una túnica color hueso diferente a las de las demás septas que iban de un gris opaco, casi sucio —. Sé que no estas acostumbrada a que se te hable de esta manera, pero el rey ha solicitado que te tratemos como cualquier señorita que viene a nuestras puertas a ocupar un lugar en la fe, en nuestras filas. Bendita y sagrada seas.
Oriane ya estaba enojada pero no pudo evitar sentir una punta clavada en su pecho que la hacía rabiar. Ella no era cualquiera de esas señoritas. Era una princesa. Recordaba la historia, una de sus tías había sido septa porque tenía la fe presente en su vida de manera sagrada, se había convertido devotamente pero había una más, una versión de la cruda realidad que se vuelve resultado del uso de la fuerza indiscriminada, su tía Saera a ella la habían obligado a serlo también. Pero se negó a vivir aquella vida y por eso renunció a la suya. Oriane no quería renunciar a la suya.
— ¿Te sabes tus rezos? — le preguntó.
— Todos, práctico la fe. No hay nada que no sepa — respondió defensiva con un toque de arrogancia.
La septa Fiorella dio un asentimiento de cabeza y dos septas más jóvenes la tomaron cada una del brazo donde la guiaron hacia lo que parecía un altar. Otras septas permanecían en absoluto silencio en un círculo formado a su alrededor. Mirándola fijamente en una especie de ceremonia. Lo sabía, era la ceremonia de conversión.
— ¿Qué hacen? — preguntó moviéndose — ¡No me toques!
— Es necesario princesa renunciar a quiénes fuimos además si no lo hace sufrirá demasiado calor, el dolor es parte de nuestro deber — le dijo con suavidad una de las septas.
— Debes renunciar a tus faltas y sentimientos oscuros, debes aceptar la culpa ahora para pedir perdón. Debes purificarte, eliminar la vergüenza y la suciedad — dijo la mujer.
Oriane fue puesta de rodillas, pudo sentir cómo tomaban los mechones de su cabello largo y rizado. Lo estaban cortando, mechón a mechón. Las lágrimas se le escaparon de los ojos haciéndose presentes pero no se inmuto, permaneció firme sobre sus rodillas mirando hacia el altar de velas encendidas. No había dolor marcado en su rostro, solo furia. Le estaban quitando parte de ella, se sentía humillada e incluso podría decirse incompleta. Su cabello era una de las cosas que más le gustaban de sí misma, sus doncellas lo cepillaban diario y lo lavaban todos los días con las mejores esencias, ahora no lo tendría más.
— Debes renunciar a quién eras para aceptar quién serás ahora, tu deber es para con los dioses y no para la gente. Entrégate y entrega todo sentimiento mundano que profana nuestro mundo. Debes purificarte, eliminar la vergüenza y la suciedad.
— Debes purificarte, eliminar la vergüenza y la suciedad — comenzaron a murmurar al unísono las septas que estaban formadas en círculo, lo repetían una y otra vez.
La princesa fue despojada de su vestido negro de luto para ser cambiada por una tunica gris mas oscura, como novicia de la madre con un gran velo sobre su cabeza para esconder el lugar donde alguna vez había estado su cabello. Colocaron una cadena con un colgante de estrella de siete puntas alrededor de su cuello.
— Debes purificarte, eliminar la vergüenza y la suciedad.
La frase se repitió mientras las Septas daban vueltas despacio alrededor del altar, Oriane no sabía cuanto llevaba de rodillas, pero le dolía y se sentía entumecida, aquellas malditas palabras resonaban una y otra vez, hizo un movimiento con la cabeza pues no lo resistía ni un segundo más y colocó las manos sobre sus oídos.
— ¡Basta! — gritó.
Y lo próximo que sintió fue una vara de madera que le golpeó en los tobillos, causando un intenso dolor. Ella trató de no mostrar dolor, un nuevo golpe se sintió en la parte baja de su pierna.
— Aquí no gritamos Oriane, debes rezar. Debes purificarte, eliminar la vergüenza y la suciedad. El dolor es una muestra de tu fe.
Esta era una verdadera prueba de fuego para la joven, Viserys había excedido todo límite de raciocinio al haber enviado a su hija, una princesa al cuidado de las Septas sabiendo que no era una vida que ella quisiera.
Sucumbiría en un lugar lleno de decadencia pues no había nada que ella pudiese rescatar de ahí para ser rescatada. La fe la había puesto a prueba, siempre lo supo pero en ese momento lo admitió, la fe estaba equivocada. Ella no era una creyente de verdad, no podía serlo.
Oriane sabía que tendría que aprender a sobrevivir porque sabía que esto significaba enfrentar una de las pruebas más fuertes de su vida para prepararla y el dolor que sintiera sobre su piel, sobre su alma, haría que Rhaenyra lo sintiera cien veces sobre la suya.
— Yo, Oriane Targaryen admito mis faltas a los siete. Deseo la purificación y la luz de la madre como mi guía — susurró.
Entonces su cabeza fue sumergida en agua.
— Poco a poco serás purificada.
El tormento comenzó en la vida de Oriane y la alegría le fue arrebatada en ese mismo momento, solo era una pequeña caída se dijo así misma. Pues nunca nadie la destruiria y cuando volviera a Desembarco del rey lo haría con sangre y fuego.
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— Ha enviado a mi hija, mi niña, lejos de mí.
La reina mordisqueaba las uñas de los dedos de su mano, mientras el fuego de la chimenea alumbraba su habitación. Su padre la miraba fijamente.
— ¿Qué le has dicho al rey? — preguntó.
— Le dije que me iría a Antigua, con mis hijos. Deben pensar que me he vuelto loca, soy la burla del reino. No debí perder la cabeza — se regañó con dureza asi misma.
Se había sentido estúpida al decir eso, pues si hijos eran del rey. Jamás permitiría qué ella se los llevase.
— No, no debiste. Pero gracias a eso vi algo que no vi antes, determinación en ti, hija mía. Finalmente puedo ver tu coraje para ganar esta guerra.
— ¿Cómo viviré lejos de Oriane, de Daeron?
Giro para mirar a su padre.
— Esto que hoy duele hará que Oriane sea inquebrantable, la prepará para Aegon. Para ser la esposa que un rey necesita, un rey gobierna el reino de manera conciliadora cuando tiene una verdadera reina a su lado. Una reina como tú.
Alicent sintió su corazón latir con fuerza, era la primera vez que su padre le reconocía su esfuerzo después de todos esos años al lado del rey. Más no le gustaba que fuese también a costa de su hija.
— Oriane es determinada, no tendrá miedo de enfrentar lo que venga cuando Aegon defienda su derecho de nacimiento. Ambos serán buenos reyes, deja que los dioses nos provean, hija mía y prepara a Aegon para reinar.
La reina suspiro. Aegon no había dejado de beber desde que Oriane se había ido, botellas de vino se esparcían por el piso de su habitación y las criadas parecían aterradas con su conducta exigente trás el sentimiento que no le abandonaba ¿y como no? si Oriane era su otra mitad, nunca habían estado lejos el uno del otro. Incluso eso hasta ella lo sabía.
— No permitas que Viserys rompa el compromiso de Aegon y Oriane, no importa que se casen algunos años después y no según lo acordado. Seguirá siendo tan fértil como hermosa para entonces y dará herederos fuertes y verdaderos a la corona.
— ¿Cómo yo? — preguntó —. Mira donde estan mis herederos.
— ¡Alicent! — su padre la tomó por los hombros —. No esombrezcas ese brillo que he visto en ti. Nosotros prevaleceremos, lo haremos.
— Nos enfrentaremos a una guerra con dragones — murmuró.
— Es eso, o la cabeza de tus hijos.
Alicent sintió que por primera vez su padre tenía razón en cuanto a sus preocupaciones con Rhaenyra como reina. Ella nunca tendría un reinado seguro con Oriane existiendo, con sus hijos varones dando herederos.
— Hay que organizar todo — dijo la reina con determinación—. Preparemos al consejo y ganemos aliados antes de que estalle la guerra, porque habrá una guerra. Debilitamos su reclamo y fortalezcamos el de Aegon.
— Lo haremos, ahora. Debemos buscar alianzas, fuertes y duraderas. Debes casar a Aemond con la hija de Lord Borros.
— No — respondió Alicent —. Debe desposar a Aemond. Mi amada niña necesita verdadera protección, alguien que la trate como merece y ella solo encontrará eso en su hermano, ahora lo comprendo. Aemond necesita alguien que lo acepte realmente y esa solo puede ser mi dulce Helaena. Se necesitan.
Podría ser que no estuviera de acuerdo con las costumbres incestuosas de los Targaryen pero no era ciega. Era verdad que Oriane era inteligente, siempre mencionaba su boda con Aegon y la boda de Helaena y Aemond, nunca había tomado importancia al poder de su palabra hasta ahora, podía ser que sus hijos encontraran felicidad y en la dicha fortaleza.
— ¿Estás segura? — preguntó su padre.
— Si.
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— Detesto… detesto — hipió Aegon borracho —. Oriane... Oriane.
— Esta bien Aegon — susurró Helaena con dulzura acariciando su cabello despeinado —. Volverá cuando el desconocido llegue.
— ¿Qué dices? — preguntó atontado, girando su rostro hacia ella, acomodando su cabeza sobre sus piernas.
— Lleva la corona de Jaehaerys y bajo sus pies la sangre. Danza en el cielo el dragón de la tormenta y el dragón del caballero.
El príncipe platinado ya dormía plácidamente. Mientras una lágrima de su hermana menor caía cerca de sus labios.
— No quiero tejer las mantas doradas — murmuró.
— ¿Helaena? — la llamó Aemond — Este idiota no ha dejado de beber.
— No. El corazón le duele, pero no lo admite.
— Oriane, es extraño todo sin ella aquí.
Helaena alzó la mirada, aquellos ojos violeta miraron fijamente a Aemond sin una pizca de morbo, con resistencia, con un descaro llameante que lo hizo sentir cohibido.
— ¿Sabes que eres la única que me mira de esa manera? — preguntó.
— Soy la única que te ve como realmente eres — respondió.
Aemond no supo qué quería decir, pero no era extraño no siempre entendía las palabras de Helaena. Sin embargo había momentos en los que era tan normal como cualquiera de ellos.
— Madre ha dicho que nos casaremos ¿sabías? — le preguntó ella con voz tranquila mientras un sonrojo marcaba sus mejillas, entretenida aún su mano seguía alisando el cabello de Aegon.
— ¿Nosotros? — había un toque de sorpresa en su voz.
— Si ¿quiénes más? — Helaena frunció el ceño.
— ¿Es por qué ahora soy horrible? — preguntó, sintiendo que aquello solo era porque nadie querría casarse con alguien como él.
Seguramente la estaban obligando, ¿cómo podría Helaena desear pasar su vida con él?
— No eres horrible — respondió ella deteniendo el movimiento de su mano —. Sé que piensas que es así pero no lo es, no lo es en absoluto.
Con cuidado se alejó de la cama de Aegon qué parecía abatido y totalmente deprimido para acercarse a Aemond.
— No digas eso — dijo molesto retrocediendo —. No me tengas lastima solo porque eres mi hermana.
— ¿Qué? ¿He dicho algo mal? — preguntó ella con dulzura pero a la vez con un toque de confusión al alejamiento repentino de él —. Si tuviera lástima de ti no sería porque has perdido un ojo, si no porque tendrás que vivir conmigo… la princesa loca ¿no es así?
— No, no es así. No estas loca — Aemond dio paso hacia adelante.
— Entonces supongo que es el cumplimiento de nuestro deber.
— No es mi deber, yo lo deseo. Lo he deseado siempre — respondió el príncipe con ímpetu.
— Oh, eso es bueno entonces ¿verdad? porque yo también lo deseo — ella le miró con una pequeña sonrisa tímida.
Aemond curvó una sonrisa, tomando despacio la mano de Helaena que se sintió invadida por un segundo, pero luego se relajó ante el ligero toque.
Las imágenes borrosas en su mente la hacían sentir una opresión en su pecho, bajo sus pies un charco de sangre. ¿Qué era? ¿qué significaba? ¿por qué dolía?
— ¿Puedo besarte? — le preguntó su hermano-prometido.
— Cuando seamos esposo podrás reclamar tu derecho — respondió.
— No quiero reclamar un derecho que no te haga sentir cómoda también.
Helaena formó una sonrisa.
— Esta bien, ahora me siento cómoda también.
Con un poco de vergüenza y sin nada de experiencia, Aemond colocó sus labios sobre los labios suaves de Helaena en un beso corto y casto.
Pronto se alejaron.
Los pasos apurados se escucharon y la noticia se hizo saber.
Rhaenyra se había casado con Daemon.
🐉💚
Que bonito se siente actualizar este fic de nuevo... 🙈
Perdón la ausencia, a veces uno tiene sus crisis y desaparece.
La fiebre de la temporada 2 reanimo mi corazón.
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