🏹𝐂𝐇𝐀𝐏𝐓𝐄𝐑 𝐄𝐈𝐆𝐇𝐓


Welcome to Kings of my heart !
a Percy Jackson fanfiction written by vic! 🏹
por fis voten y comenten que es gratis.



Esa noche se sintieron bastante desgraciados, aunque Lorelai llevaba sintiéndose así desde los siete años.

Acamparon en el bosque a unos cien metros de la carretera principal, en un claro que los chicos de la zona al parecer utilizaban para sus fiestas. El suelo estaba lleno de latas aplastadas, envoltorios de comida rápida y otros desechos.

Habían sacado algo de comida y unas mantas de la casa de la tía Eme, pero no se atrevieron a encender una hoguera para secar su ropa. Las furias y la Medusa les habían proporcionado suficientes emociones por un día. No querían atraer nada más.

Decidieron dormir por turnos. Percy se ofreció como voluntario para hacer la primera guardia. Lorelai creyó que era lo más justo, porque era gracias a él que le estaba pasando todas esas desgracias.

Annabeth se acurrucó entre las mantas, y empezó a roncar tan pronto su cabeza tocó el suelo. Grover revoloteó con sus zapatos voladores hasta una rama más baja de un árbol.

Lorelai se acostó a un lado de Annabeth y también se quedó dormida, por lo menos un par de horas. Hasta que se despertó y se dio cuenta de que la noche estaba hermosa. Se fijó que todos estuvieran dormidos, Annabeth y Grover si lo estaban. Pero Percy, seguía despierto. El no se dio cuenta de que ella se había despertado.

Miró al cielo, y pensó un par de segundos en todo lo que había hecho, en su vida antes de llegar al campamento, recordó a su madre, había veces que la extrañaba, porque aunque hubieran tenido una relación tensa. Recordó uno de los pocos momentos en los que se sintió feliz con ella. Cuando tenía cinco años, ambas habían viajado a California, y rentaron una hermosa casa con un hermoso jardín, que tenía una alberca y un columpio, donde disfrutaba estar, la brisa revolviendo su cabello y el sol iluminado el jardín, el sonido del mar y aquella vieja historia que le solía contar su mamá antes de dormir.

—Rory—la voz de Percy resonó y ella lo volteó a ver—. Creí que estabas dormida.

—Dormí, quizás un par de horas—respondió encogiéndose de hombros.

—¿En qué estabas pensando?—pregunto el chico.

—Solo...recordaba un cuento que me contaba mi mamá sobre dos amantes que jamás pudieron estar juntos, es un típico cliché pero en cierto punto me recuerdas a uno de los protagonistas—comentó ella.

—¿Acaso era tan guapo como yo?—bromeó el divertido recibiendo como respuesta un leve golpe por parte de la chica.

—Eres un idiota—lo regañó.

El solo rió divertido.

—¿Entonces en que me parezco a él, en la facilidad de encontrar problemas?—pregunto el con un semblante más  serio.

—Si, puede que si—respondió ella—. Porque se enamoró de quien no debía, de la chica que todo el mundo amaba, que el sabía era imposible de tener, ella era tan hermosa y el solo un chico del pueblo.

—Yo jamás me he enamorado de alguien que no debo, o simplemente nunca me he enamorado—dijo el.

—No me refiero a eso...me refiero a que tú y el pasaron por muchas cosas algo similares, hay una frase que siempre pienso de aquel cuento—respondió.

—¿Y cuál es?—indagó Percy.

llévame a los lagos donde todos fueron a morir, no pertenezco aquí y tú tampoco amado mío—Dijo y sus palabras se perdieron en el viento tan pronto las pronunció.

—Tu y yo no pertenecemos aquí Rory yo podría llevarte a esos lagos—murmuró.

—Eso está en Inglaterra Percy—dijo ella.

—Un día te llevaré, y estaremos ahí tú y yo Rory, no importara nadie más—prometió.

Se quedó pensando un poco en las palabras de Percy, en el peso que estás estaban tomando.

Solo eran dos niños, que querían ser normales, pero ahora a sus sólo doce años de edad, su suicidio estaba casi asegurado.

—Ya me voy a dormir—hablo Lorelai cambiando de tema.

—Descansa, Rory—se despidió el.

—Tu igual Flounder—respondió con una sonrisa.

Se quedó profundamente dormida, y sinceramente lo disfruto.

Al despertar se encontró con Annabeth que estaba a su lado y Grover que tenía una especie de perro sobre sus piernas.

—Hasta que decides despertar dormilona—dijo Annabeth con una sonrisa.

Lorelai se sentó y luego volteó a ver a Grover con los ojos levemente entrecerrados.

—¿Qué tienes en las piernas?—pregunto ella.

—Esto mi querida amiga es nuestro boleto al Oeste—dijo Grover orgulloso—Así que se amable.

Lorelai se acercó a Grover y vio a un caniche rosa, sobre sus piernas.

—Este es Gladiolus—lo presentó.

—Hola Gladiolus—lo saludó ella con una sonrisa.

—¿Cuánto tiempo llevo dormido?—indagó Percy.

—Lo suficiente—respondió Annabeth—Prepare el desayuno y Grover salió a explorar.

Percy volteó a ver a Grover con el ceño fruncido, mientras el caniche ladró.

Grover dijo:

—No que va.

Percy parpadeó.

—¿Estás hablando con...eso?

El caniche gruñó.

—Eso—le aviso Grover—es nuestro billete al Oeste. Se amable con el.

—¿Sabes hablar con los animales?

Grover lo ignoro.

—Percy, este es Gladiolus. Gladiolus este es Percy.

Percy miro a Annabeth y luego a Lorelai creyendo que en un instante se empezarían a reír.

—No voy a decirle hola a un caniche rosa—dijo el—.Olvídenlo.

—Percy—intervino Annabeth—. Yo le he dicho hola al caniche, Lor le ha dicho hola al caniche y tú harás lo mismo.

El caniche gruñó.

Percy le dijo hola al caniche.

Lorelai rio levemente.

Grover les explicó que había encontrado a Gladiolus en los bosques y habían iniciado una conversación. El caniche se había fugado de una rica familia local, que ofrecía una recompensa de doscientos dólares a quien lo devolviera. No tenía muchas ganas de volver con su familia, pero estaba dispuesto a hacerlo para ayudar a Grover.

A Lorelai le pareció tierno eso.

—¿Como sabe Gladiolus lo de la recompensa?—preguntó Percy.

—Ha leído los carteles—contestó Grover.

—Claro—respondió Percy—. Como he podido ser tan tonto.

—Es porque ya lo eres, Flounder—respondió Lorelai con una sonrisa divertida.

—Así que devolvemos a Gladiolus—explicó Annabeth con su mejor voz de estratega—, conseguimos el dinero y compramos unos billetes a Los Ángeles. Es fácil.

—Otro autobús no—pidió Percy con recelo.

—No—lo tranquilizó Annabeth, mientras señalaba colinas abajo, hacia unas vías del tren que Lor no había visto por la noche en la oscuridad—. Hay una estación de trenes Amtrak a ochocientos metros. Según Gladiolus, el que va al Oeste sale a mediodía.


Pasaron dos días viajando en el tren de Amtrak, a través de colinas, ríos y mares de trigo ámbar. No los atacaron ni una vez, pero Lor tampoco se relajó. Le daba la sensación que viajaban en un escaparate, que los observaban desde arriba y puede que también desde abajo, que había algo acechando, a la espera de la oportunidad de adecuada.

Percy trató de pasar inadvertido porque su nombre y foto aparecían en varios periódicos de la costa Este. El Trenton Register-News mostraba la fotografía que le había hecho el turista del autobús Greyhound. Tenía la mirada ida. La espada era un borrón metálico.

En el pie de foto se leía:«Percy Jackson, de doce años de edad, buscado para ser interrogado acerca de la desaparición de su madre hace dos semanas. Aquí se le ve huyendo del autobús en que abordo a varias ancianas. El autobús explotó en una carretera al este de Nueva Jersey poco después de que Jackson abandonara el lugar. Según las declaraciones de los testigos, la policía cree que el chico podría estar viajando con tres cómplices adolescentes. Su padrastro Gabe Ugliano, ha ofrecido una recompensa en metálico por cualquier información que conduzca a su captura»

Lorelai se quedo pensado un rato, ahora ella también era una fugitiva.

—No te preocupes—dijo Annabeth—. Los policías son  mortales, no podrían encontrarnos.

Annabeth no parecía muy segura de sus palabras.

A Lorelai tampoco le convencían tanto las palabras de Annabeth, quizás los policías eran mortales, pero no tontos y si los podían encontrar.

Una vez vio a una familia de centauros galopar por un campo de trigo con los arcos tensados, mientras cazaban el almuerzo. El hijo centauro que parecía un niño de segundo año montado en un poni la vio y la saludo con la mano. Miró alrededor del vagón, pero nadie más los había visto. Todos los adultos estaban absortos en sus computadoras. Lorelai pensó que los adultos eran algo tontos y bueno mortales, también.

En otra ocasión, por la tarde, vio algo enorme moviéndose por un bosque. Habría jurado que era un león, excepto que no hay leones sueltos en America.

El dinero de la recompensa por devolver al caniche les habían dado sólo para comprar boletos hasta Denver. No les alcanzaba para las literas, así que dormitaban en sus asientos. Eso había hecho que terminara muy mal de su cuello.

Grover no paraba de roncar, balar y despertarla. Una vez se revolvió  en el asiento y se le cayó un pie de pega. Annabeth y Percy se lo tuvieron que poner de nuevo antes de que los otros pasajeros se dieran cuenta.

—Vale—le dijo Annabeth en cuanto terminaron de ponerle la zapatilla—, ¿quién quiere tu ayuda?

—¿Perdona?

Lorelai levantó la mirada un poco intrigada,  y los vio a ambos.

—Hace un momento, cuando estabas durmiendo, murmurabas «No voy a ayudarte». ¿Con quién soñabas?

Percy guardo silencio un momento pensando en la situación.

—No parece que se trate de Hades —intervino Lor—. Siempre aparece encima de un trono negro, y nunca ríe.

—Me ofreció a mi madre a cambio. ¿Quién más podría hacer eso?

—Supongo... pero si lo que quería es que lo ayudaras a salir del inframundo, si lo que busca es desataruna guerra contra los Olímpicos, ¿por qué te pide que le lleves el rayo maestro si ya lo tiene?

Percy negó con la cabeza, era obvio que no sabía la respuesta a esa pregunta.

—Percy, no puedes hacer un trato con Hades. Ya lo sabes, ¿verdad? Es mentiroso, no tiene corazón y símucha avaricia. No me importa que sus Benévolas no se mostraran tan agresivas esta vez... —habló Annabetth.

—¿Esta vez? ¿Quieres decir que ya te habías encontrado con ellas antes?

Se sacó su collar y les mostró una cuenta blanca pintada con la imagen de un pino, uno de sus premiospor concluir un nuevo verano.  Lorelai tragó saliva al recordar todo lo que había pasado aquel año.

—Digamos que no tengo ningún aprecio por el Señor de los Muertos. No puede tentarte para hacer untrato a cambio de tu madre.

—¿Que harían si fueran sus padres?—pregunto el.

—Eso es fácil—contestó Annabeth—.Lo dejaría pudrirse.

—No lo se... mi mamá nunca me quiso o no de la manera tradicional, así que no lo sé, quizás haría lo mismo que Annabeth, dejar que se pudriera—contestó Lor encogiendosé de brazos.

—¿A que viene eso?

Annabeth lo miró fijamente con sus ojos grises.

—A mi padre le molesto desde el día que nací, Percy —dijo—. Nunca le gustaron los niños. Cuandome tuvo, le pidió a Atenea que me recogiera y me criara en el Olimpo, porque él estaba demasiadoocupado con su trabajo. A ella no le hizo mucha gracia. Le dijo que los héroes tienen que ser criadospor su padre mortal

—Pero ¿cómo...? Es decir, supongo que no naciste en un hospital.

—Aparecí en la puerta de mi padre, en una cesta de oro, transportada desde el Olimpo por Céfiro, elViento del Oeste. Cualquiera recordaría el momento como un milagro, ¿no? Y hasta sacaría unas fotosdigitales o algo así. Pues bien, siempre hablaba de mi llegada como si fuera lo más molesto que lehubiera sucedido en la vida. Cuando cumplí cinco años, se casó y se olvidó por completo de Atenea. Sebuscó una mujer mortal «normal» y un par de hijos mortales «normales», e intentó fingir que yo noexistía.

—Mi madre se casó con un hombre absolutamente espantoso —le contó —. Grover dice que lo hizo para protegerme, para ocultarme tras el aroma de una familia humana. A lo mejor tu padre intentabahacer lo mismo.

—No le importo —dijo—. Su mujer, mi madrastra, me trataba como a un monstruo. No me dejabajugar con sus hijos. A mi padre le parecía bien. Cada vez que pasaba algo peligroso (lo típico, quellegaban los monstruos), los dos me miraban con resentimiento, como diciéndome: «¿Cómo te atreves aponer en peligro a nuestra familia?» Al final lo entendí: no me querían. Así que me escapé.

—¿Cuántos años tenías?

—Los mismos que cuando entré en el campamento. Siete.

—Pero... no podías llegar sola hasta la colina Mestiza.

—No, sola no. Atenea me vigilaba, me guió hasta conseguir ayuda. Hice un par de amigos inesperadosque cuidaron de mí, al menos durante un tiempo

Percy volteo a ver a Lorelai y ella también le devolvío la mirada, el guardo silencio ella sabía, ella lo sabía sabía lo que le iba a preguntar.

Maldijo internamente. Odiaba que le preguntaran de su vida familiar, porque le traía tantos recuerdos horribles que tuvo que vivir.

—Llegué con ellos, Apolo me ayudo. No hay mucho que decir sobre mi—contestó Lor.

—Pero ¿Escapaste?—preguntó Percy.

—Mi mamá... quería ser actriz, ese siempre había sido su sueño. Pero luego conocío a Apolo, se enamoró de el o algo así y luego se enteró que estaba embarazada y todos sus sueños se vieron frustrados por mi, y eso me  lo dejo en claro miles de veces, en cierto modo creo que me culpaba de eso...los monstruos no tardaron en llegar y ella estaba harta, harta de mi. Discutiamos casi todos los días, así que escape, simplemente lo hice. Luke, Annabeth y Thalia me encontraron y llegué al campamento.

Percy guardo silencio, mientras ella solo suspiró y volvió a poner su mano sobre su mentón.

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Hacia el final de su segundo día en el tren, el 13 de junio, ocho días antes del solsticio de verano, cruzaron unas colinas, cruzaron las colinas doradas y el río Misisipi hasta San Luis.

Annabeth estiró el cuello para ver el famoso arco el Gateway Arch.

—Quiero hacer eso—suspiró.

—¿El qué?—preguntó Percy.

—Construir algo como eso. ¿Has visto el Partenón, Percy?

—Sólo en fotos.

—Algún día iré a verlo en persona. Voy a construir el mayor monumento a los dioses que se haya hecho nunca. Algo que dure mil años.

Lorelai rio levemente, Annabeth siempre había querido hacer eso.

—¿Tú arquitecta?—Percy preguntó.

Annabeth se ruborizo.

—Sí, arquitecta. Atenea espera de sus hijos que creen cosas, no sólo que las rompan, como cierto dios de los terremotos que me sé muy bien.

Percy observó los remolinos en el agua marrón de Misisipi.

—Perdona—dijo Annabeth—. Eso ha sido una maldad.

—¿No podríamos colaborar un poquito?—sugirió Percy—Quiero decir...¿es que Atenea y Poseidon nunca han cooperado?

Annabeth guardo silencio.

Lor los miro a ambos con un poco de curiosidad, con las cejas levemente arqueadas.

—Supongo que...en el tema del carro —dijo vacilante—. Lo inventó mi madre, pero Poseidon creó los caballos con las crestas de las olas. Así que tuvieron que trabajar juntos para completarlo.

—Entonces también podemos hacerlo nosotros ¿no?

Llegaron a la ciudad, Annabeth seguía mirando el arco.

—Supongo—dijo al final.

Entraron en la estación Amtrak del centro de la ciudad. La megafonía les indicó que había tres horas de espera antes de partir a Denver.

Lorelai talló sus ojos, mientras bostezaba.

Grover se estiró. Antes de despertarse por completo, dijo:

—Comida.

—Venga, Lor, chico cabra—dijo Annabeth—. Vamos a hacer turismo cultural.

—¿Turismo?

—El Gateway Arch. Puede que sea mi única oportunidad de subir ¿Vienen o no?

Intercambiaron miradas.

Lorelai pensó en decir que no, pero luego se dio cuenta que no valía la pena.

Grover se encogió de hombros:

—Si hay un bar sin monstruos, vale.

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El arco estaba a un kilómetro y medio de la estación. A última hora, las colas para entrar no eran tan largas. Se abrieron paso por el museo subterráneo, vieron vagones cubiertos y otras antiguallas del mil ochocientas. No era muy emocionante, pero Annabeth no dejo de contarles cosas interesantes de cómo se había construido el arco, y Grover no les dejaba de pasar gomitas, así que Lor tampoco se aburrió.

—¿Hueles algo?—le susurró Lorelai a Grover.

Sacó la nariz de la bolsa de gomitas lo suficiente para inspirar.

—Estamos bajo tierra—dijo con cara de asco—. El aire bajo tierra siempre huele a monstruos. Probablemente no significa nada.

Lorelai tenía un mal presentimiento, ella comenzó a jugar con su brazalete nuevamente.

—Chicos—dijo Percy—,¿saben los símbolos de poder de los dioses?

Annabeth estaba intentando leer la historia del arco pero levantó la vista.

—¿Sí?

—Bueno, Hade...—Grover se aclaró la garganta—. Estamos en un lugar público... ¿Te refieres a nuestro amigo de abajo?

—Esto...sí claro—contestó Percy—. Nuestro amigo de muy abajo. ¿No tiene una gorra como la de Annabeth?

—¿El yelmo de oscuridad?—dijo Lorelai.

—Sí ese es su símbolo de poder. Lo vi junto a su asiento durante el concilio del solsticio de invierno—explicó Annabeth.

—¿Estaba allí?—pregunto Percy.

Annabeth asintió.

—Es el único momento en que se le permite visitar el Olimpo: el día más oscuro del año. Pero si lo que he oído es cierto, su casco es mucho más poderoso que mi gorra de invisibilidad.

—Le permite convertirse en oscuridad—explicó Lorelai—. Puede fundirse con las sombras o atravesar paredes. No se le puede tocar, ver u oír. Y es capaz  de irradiar un miedo tan intenso que puede volverte loco o paralizarte el corazón ¿Por qué crees que todas las criaturas racionales temen la oscuridad?

—Pero entonces...¿cómo sabemos que no está aquí justo ahora, vigilándonos—preguntó Percy.

Los tres intercambiaron miradas.

—No lo sabemos—repuso Grover.

—Gracias, eso me hace sentir mucho mejor—respondió—. ¿Te quedan gomitas azules?

Lorelai tenía un mal presentimiento, sabía que algo iba a pasar, igual que supo lo de las tres furnias  o Medusa. Pero logró controlar sus nervios cuando vio el curioso ascensor que iba a llevarlos hasta la cima del arco y supo que tendrían problemas.

Se apretujaron en una de las cabinas, junto a una señora gorda y su perro, un chihuahua con collar de estrés. Ella supuso que debía ser un chihuahua lazarillo, porque ningún guardia le dijo nada a la señora.

Empezaron a subir por el interior del arco. Nunca había estado en un ascensor curvo y su estómago no le entusiasmó la experiencia.

—¿No tienen padres?—pregunto la gorda.

Tenía los ojos negros y brillantes; dientes puntiagudos y manchados de café; llevaba un sombrero tejano de ala flácida, y un vestido que le sacaba tantos michelines que parecían un zepelín vaquero.

—Se han quedado abajo—respondió Annabeth —. Les asustan las alturas

—Oh, pobrecillos.

El chihuahua gruñó y la mujer le dijo:

—Venga, hijito, ahora compórtate.—El perro tenía mismos ojos brillantes de su dueña, inteligentes y malvados.

—¿Se llama Igito?—preguntó Lorelai.

—No—contestó la señora y sonrió, como si eso lo aclarara todo.

Encima del arco, la plataforma de observación le recordó a una lata de refresco.

Filas de pequeñas ventanitas daban a la ciudad por un lado y al río por el otro.

La vista no estaba mal.

Annabeth no dejó de hablar de los soportes estructurales, y de que ella habría hecho más grandes las ventanas y el suelo transparente. Probablemente habría podido haberse quedado horas ahí arriba, pero para suerte de ella, el guardia anunció que la plataforma de observación cerraría en pocos minutos.

Percy condujo a Lorelai, Grover y Annabeth hacía la salida, los hizo subir cabina del ascensor y cuando el estaba apunto de entrar vio también reparó en que ya había dos turistas dentro no quedaba espacio para el.

—Siguiente coche, señor—dijo el guarda.

—¿Bajamos y esperamos contigo?—dijo Annabeth.

Pero eso iba a ser un lío y tardarían más tiempo así que dijo:

—No, no pasa nada. Nos vemos abajo, chicos.

Lorelai, Annabeth y Grover parecían algo nerviosos.

Lorelai se quedó pensando un rato, cinco segundos—para ser exactos— y llegó a la conclusión, que debía ayudarlo.

Maldita impulsividad, pensó Lorelai.

—Annabeth perdóname—dijo la chica antes de saltar e ir con Percy.

—¿Qué mierda te pasa Rory? ¿Estás loca?—cuestionó el pelinegro.

—Percy, no me hagas arrepentirme de lo que acabo de hacer ¿De acuerdo?—se quejó.

En la plataforma sólo quedaban Percy, Lorelai, un crío con sus padres, el guarda y la gorda del chihuahua. Los dos chicos le sonrieron incómodos y ella les devolvió la sonrisa y se pasó la lengua bífida por los dientes.

Un momento ¿Lengua bífida?

Antes de que pudieran decir que efectivamente habían visto eso, el chihuahua y empezó a ladrarles.

—Bueno, bueno hijito—dijo la señora—.¿Te parece éste un buen momento? Tenemos delante a esta gente tan amable.

—¡Perrito!—dijo el niño pequeño—. ¡Mira, un perrito!

Sus padres lo apartaron.

El chihuahua les enseño los dientes y de su hocico negro empezó a salir espuma.

—Bueno, hijo—susurró la gorda—. Si insistes.

Lorelai sintió como su estómago se congelaba.

—Oiga, perdone, ¿acaba de llamar hijo a este chihuahua?—preguntó Lorelai.

—Quimera, querida—le corrigió la gorda—. No es un chihuahua, es fácil confundirlos.

Se remangó las mangas vaqueras y reveló una piel azulada y escamosa. Cuando sonrió sus dientes eran colmilludos. Las pupilas de sus ojos eran rajitas como de reptil.

El chihuahua ladró más alto, y con cada ladrido crecía. Primero hasta adoptar el tamaño de un doberman, después hasta de un león. Entonces el ladrido se convirtió en un rugido.

Tomó un paquete de pinceles que tenía en el bolsillo de su suéter y espero pacientemente.

El Niño pequeño gritó. Sus padres lo arrastraron hacia la salida, detrás del guarda, que se quedó atónito, mirando al monstruo con la boca abierta.

Quimera era ahí tan alta que tenía la peluda espalda pegada al techo. La melena de la cabeza de león estaba cubierta de sangre seca, el cuerpo y las pezuñas eran de cabra gigante, y por cola tenía una serpiente, tres metros de cascabel. El collar de estrés aún le colgaba del cuello, y la medalla para perros del tamaño de una matrícula « Quimera: tiene la rabia, escupe fuego, es venenoso. Si lo encuentran, por favor, llamen al tártaro, extensión 954»

La señora serpiente dejó escapar un silbido que bien podría haber sido un silbido.

—Siéntete honrado, Percy Jackson. El señor Zeus rara vez me permite probar un héroe con uno de los de mi especié.

Percy se le quedó viendo y el solo dijo:

—¿Eso no es una especie de eso hormiguero?

Aulló y su rostro ofidio se volvió verdoso de la rabia.

—¡Detesto que la gente diga es! ¡Odio Australia! Mira que llamar a ese tonto animal como yo. Por eso, Percy Jackson, mi hijo va a destruirte.

Quimera cargó, sus dientes de león rechinando. Consiguieron saltar y evitar el mordisco. Acabaron junto a la familia y el guarda, todos gritando e intentando abrir las puertas de emergencia.

Lorelai sin pensarlo aventó el paquete de pinceles al suelo y se convirtieron en un arco de madera, tallado.

—¿En serio pinceles?—preguntó Percy sorprendido.

—No juzgues a mi padre, al menos no cuando estamos apunto de morir—respondió ella.

Percy suspiro y luego destapó la espada, no iba a permitir que le hicieran daño.

—¡Ey, chihuahua!

Quimera se volvió con insólita rapidez y, antes de que su espada estuviera dispuesta, abrió su pestilente boca y le lanzó directamente un chorro de fuego.

A Lorelai no le quedó de otra y se puso en posición para lanzar una flecha y logró darle en la espalda haciendo aullar a la bestia.

Percy logró aventarse a un lado y la maqueta se incendió, desprendido un color tan intenso que casi los deja sin cejas.

Por detrás de donde Percy se encontraba un instante ante, en uno de los lados del arco, había ahora un boquete. Se veía mental fundido por los bordes.

Fantástico pensó Lorelai.

Lorelai continuo disparando flechas, y por fin llegó a la conclusión de que debía dispararle a Equidna, pero aquella cosa logró esquivarla.

Percy le dio un mandoble al cuello y ese fue su peor error la hoja chisporroteo contra el collar de perro y la inercia del impulso lo desequilibró. Intento recuperarse al tiempo que se defendía de la fiera boca de león, pero descuidó por completo la cola de serpiente, que se sacudió y le clavó los colmillos en la pantorrilla.

Lorelai se quedo pensado un par de segundos mientras veía a Percy, ella lanzó una flecha más y esta vez si fue directo al cuello.

Percy sintió su pierna entera arder. Intento clavarle la espada en la boca, pero la cola se revolvió y lo hizo trastabillar. La espada se le escurrió entre las manos y cayó por el boquete a las aguas de Misisipi.

El consiguió ponerse de pie. Y ella comprendió que habían perdido. Percy estaba desarmado y su arco estaba actuando como un inútil, ella maldijo y disparó otra flecha para tratar de distraer a Equidna y Quimera.

—Vaya que si eres valiente cariño. Solo mírate saliste igual que a tu padre—dijo la mujer y ella tragó saliva.—. Eres la favorita de Apolo.

—Púdrete—escupió Lorelai enfadada.

Percy retrocedió hacía el muro y Quimera avanzó, gruñendo y exhalando vaho por su asquerosa boca. La serpiente Equidna se carcajeó.

—Ya no hacen héroes como los de antes ¿eh hijo? Digo mírense tenemos a la favorita de Apolo y al hijo prohibido de Poseidon perfecto para una historia de amor trágico.

El monstruo gruñó. No parecía tener por acabar con ellos, ahora que los habían vencido.

Percy miro al guarda y a la familia. El chavalín escondido tras las piernas de su padre.

Lorelai miro como Percy se acercaba a l boquete, y ella instintivamente lo siguió. Y luego lo miro con las cejas arqueadas ¿El estaba pensando en hacer lo que ella estaba pensando?

—Si eres hijo de Poseidon—silbó Equidna—, no debes tener miedo al agua. Salta, Percy Jackson. Demuéstrame que el agua no te hará daño. Salta y recupera tu espada, muestra tu linaje.

Lorelai lo miro unos segundos y el devolvió la mirada. El la miro  y ella tragó saliva. Ella no podía saltar, quizás Percy si sobreviviría, pero ella no. Ella era hija de Apolo, pero Apolo no podía ayudarla, no en ese momento.

La boca de Quimera empezó a ponerse incandescente, calentándose antes de soltar otra vaharada de fuego.

—No tienes fé—lo reto Equidna—. No confías en los dioses. Pero no puedo culparte, pequeño cobarde. Los dioses son desleales. Será mejor para ti morir ahora y quizás para tu amiguita igual. El veneno ya está en tu corazón.

Lorelai lo volteó a ver y se dio cuenta de que Equidna tenía razón. Su respiración se ralentizaba. Nadie podía salvarlo, menos ella. El retrocedió y miró al agua.

—Rory... —el pronunció su nombre mirándola.

—Percy, no podemos hacerlo, no—negó la castaña.

—Rory, se que no confías en mi, al menos no del todo, pero por una vez confía en mi, por favor—pidió el desesperado.—. No todos te harán daño Lorelai

Otra vez esa maldita frase, maldita sea Lorelai era una cobarde.

—No—se negó—Es una mala idea, Percy tu tal vez sobrevivas, pero yo no—dijo con la voz temblorosa.

—Por favor, por favor Rory—suplico en voz baja.

Ella tragó saliva fuertemente mientras cerraba los ojos con fuerza.

—Te juro que si morimos yo...—dijo ella.

—Me perseguirás en la eternidad en el inframundo —dijo el.

—¡Muere descreído!—gritó Equidna.

—Papá ayúdanos—rezó Percy.

Percy agarró con fuerza la mano de Lor, quien tenía demasiado miedo. Ella no saltaría, no podía hacerlo. Antes de que Percy saltara junto con Lorelai, Lor grito:

—¡Te voy a asesinar Perseus Jackson!—grito ella enfadada.


Hola vvs, no me pregunten que hice pq yo tam poco se. Pero bueno, Percy y Rory mis niños. Ya vamos por la mitad del primer acto y la verdad me tiene muy emocionada.

No olviden votar y comentar digan no a lxs lectores fantasma. Ustedes no saben el esfuerzo que me lleva hacer esto, tampoco me gusta que me anden presionando, tengo un vida fuera de Wattpad y en este momento estoy muy saturada con proyectos, y proceso para entrar a la preparatoria justo hoy tengo una excursión para ver diferentes escuelas, así que si se preguntan porque no actualizo,es por eso.

you know, you love me
xoxo gossip girl.

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