CAPITULO 7
El bosque, denso y oscuro, se extiende más allá del río como un territorio olvidado por el tiempo. Ninguno de los habitantes de los distritos se atreve a cruzar sus límites, y las historias que se cuentan sobre su pasado lo hacen aún más inhóspito. Se sabe que el bosque fue el escenario de la acción más cruel de todas, la muerte de los reyes y del primogénito. Y su espesura parece guardar las huellas de aquellos conflictos, como si los árboles mismos susurraran los ecos de muertes olvidadas. Las autoridades han prohibido tajantemente cualquier incursión en esas tierras, pero la verdadera razón de esa prohibición permanece en las sombras, oculta bajo años de silencio. Nadie en los distritos sabe que, en lo profundo del bosque, entre las rocas y colinas, hay más de uno que se ha atrevido a entrar.
Desde las montañas más altas, donde la vegetación se vuelve aún más espesa y rocosa, Seokjin había vivido toda su vida, oculto de todo. Allí, en las alturas, la niebla constante cubre el paisaje, pero en algunos días despejados, al amanecer o al caer el sol, es posible vislumbrar algo más allá del denso follaje. Entre las nubes bajas y el cielo gris, el palacio del reino asoma a la distancia, un destello solitario entre la bruma, apenas perceptible desde lo alto. El edificio majestuoso se mantiene erguido en el horizonte, pero a medida que la neblina se hace más espesa, sus torres y cúpulas se desdibujan, perdiéndose en un manto de nubes.
Para Seokjin, el palacio representa todo aquello contra lo que luchaba: la opulencia y el poder de una monarquía distante, casi irreal desde su refugio en las montañas. Pero, aunque sus ojos pueden llegar a ver hasta los muros del reino, sabe que, desde el otro lado, nadie puede verlos a ellos. La niebla y la vasta extensión del bosque se encarga de mantenerlos ocultos, como sombras en un paisaje que el mundo había decidido olvidar.
El invierno ha teñido el paisaje de una paleta gris y blanca mientras Taehyung y Seokjin avanzan cautelosamente, saliendo de las sombras del Bosque Prohibido. La nieve se amontona en el suelo y en las ramas de los árboles, convirtiéndolos en figuras fantasmas que observaban en silencio su paso. Los troncos ennegrecidos por la humedad y la corteza agrietada parecen murmurar los secretos del pasado, mientras sus sombras largas y distorsionadas se proyectan sobre el suelo cubierto de nieve.
Con cada paso, el frío muerde más fuerte y el viento helado acariciaba los rostros de ambos como cuchillas. El acero alrededor del cuello de Taehyung se siente especialmente pesado y helado, como si el invierno infundiera aún más dureza en la cadena que lo mantiene bajo control. El collar de acero no solo silencia su voz, sino también su voluntad de escapar, recordándole constantemente su posición.
Seokjin avanza con una pisada firme y silenciosa y cada tanto se detiene, observando el entorno con mirada atenta. Taehyung sigue sus movimientos y aunque sus ojos revelan una mezcla de resentimiento y resistencia, no tiene más opción que seguir adelante. La comunicación entre ellos es silenciosa, con apenas gestos mínimos que indican cuándo detenerse o avanzar.
Al salir del bosque, la vista se abre frente a ellos, revelando la extensión del territorio. Un estrecho sendero de tierra helada serpenteante conduce hacia el horizonte. Los edificios de los distritos nobles asoman a la distancia, sus formas recortándose contra el cielo oscuro. Aunque el recorrido hacia ellos apenas comienza, la ruta era traicionera.
No hay rastros de vida alrededor; ni un alma se acerca al río y el puente que conecta los distritos permanece tan solitario que parece un eco del pasado, congelado en el tiempo.
Cada paso es medido, casi cauteloso, como si incluso el menor sonido pudiera traicionar su presencia. Seokjin camina al frente, su postura firme y vigilante, echando miradas fugaces sobre su hombro para asegurarse de que Taehyung le sigue. La expresión de Seokjin es dura, sus ojos atentos a cualquier movimiento en el horizonte, aunque sabe que nadie se atrevería a rondar por estos lugares. Los distritos cercanos respetan esta tierra abandonada como una cicatriz de tiempos de guerra y los rumores de que el bosque está maldito han sido suficientes para mantener a todos alejados.
Nadie, ni siquiera los más curiosos, se atreven a acercarse al viejo puente. Las órdenes son claras: mantenerse lejos de esa estructura deteriorada.
Vigilada no por guardias, sino por el miedo que se ha sembrado con el paso de los años. Cualquier presencia en los alrededores, cualquier movimiento cerca del río, es suficiente para levantar sospechas y atraer la atención de los patrulleros del reino, siempre atentos a cualquier signo de desobediencia. Así que el puente, aunque no está oficialmente custodiado, permanece envuelto en una especie de silencio sepulcral, como si la tierra misma hubiera decidido apartarse de su alrededor.
Las pocas veces que alguien pasa cerca de los límites de los distritos, al alcance de la vista del puente, lo hace de prisa, con la mirada baja y el paso rápido, sin atreverse a detenerse. Las vigas de madera carcomida y las cuerdas que una vez lo sostuvieron ahora cuelgan como fantasmas de lo que fue, pero todavía ofrecen un camino para aquellos que saben cómo cruzarlo sin ser vistos. El puente, a simple vista, parece una reliquia inofensiva, pero quienes conocen las leyendas sobre la muerte de los reyes saben que acercarse demasiado puede costar más que la curiosidad: puede atraer la mirada de quienes no perdonan desobediencia alguna.
Desde los distritos, el puente apenas es visible, camuflado por la niebla que a menudo cubre la ribera, y rodeado por un denso crecimiento de arbustos y maleza. Los guardias del reino lo ignoran en su mayoría, confiando en que las historias y las leyes del rey son suficientes para mantener alejados a los habitantes. Y es así. A pesar de su abandono, nadie se atreve a poner un pie en él y el puente sigue siendo un paso secreto para quienes saben que el silencio, en esas tierras, es la mejor forma de sobrevivir.
Taehyung, por su parte, lleva la cabeza ligeramente inclinada, sus ojos oscilan entre el suelo nevado y el río en la distancia, cuyo fluir lento parece casi inmóvil bajo la capa de hielo. El aire helado roza su piel, pero el frío que realmente siente proviene del collar de acero ajustado alrededor de su cuello. Cada vez que intenta alzar la cabeza para ver más allá, el acero lo quema con una intensidad que le obliga a bajar la vista nuevamente. Sabe que cualquier intento de gritar o huir sería en vano, porque el collar responde a sus intenciones con una punzada de dolor tan aguda que parece reverberar en sus huesos.
Es la primera vez que está ahí, jamás en su vida se le pasó por la mente ir a esos rumbos en los que era bien sabido que nadie debía estar, pero lo estaba ahora, con un collar de acero alrededor de su cuello, como un animal listo para domesticar. La vista se le desenfoca un poco y teme caer de rodillas ahí, en el borde del bosque.
Seokjin levanta la mano en un gesto de advertencia, sus ojos entrecerrados mientras escudriñan la distancia, atento a cualquier posible movimiento. La mirada de Taehyung se encuentra con la del omega por un breve instante y en ese momento, hay una comunicación silenciosa entre ambos: la promesa de que este recorrido, es arriesgado y tiene un propósito mayor.
Cuando comienzan a cruzar el puente, Taehyung se mueve con pasos torpes, luchando contra la urgencia de mirar hacia el otro extremo. El collar de acero parece pesar más con cada paso. Sus manos tiemblan, tanto por el frío como por la tensión latente en el aire.
A mitad del puente, Seokjin se detiene de nuevo y Taehyung hace lo mismo, conteniendo la respiración. La corriente del río bajo ellos emite un sonido apenas perceptible, como un susurro inquietante que les rodea. La vista desde aquí es limitada, ya que el río serpentea hacia la niebla en ambas direcciones, perdiéndose en un manto blanco que esconde cualquier signo de vida más allá.
Seokjin observa el horizonte por unos segundos, asegurándose de que nadie esté cerca. Cuando considera seguro continuar, le hace una seña a Taehyung, quien responde con un leve asentimiento. Los ojos de Taehyung, habitualmente orgullosos, ahora tienen un brillo de desconfianza y cautela, aunque, por debajo de esa expresión tensa, también hay una chispa de algo más: curiosidad y una sombra de esperanza. Cada vez que Seokjin se vuelve hacia él, el alfa finge mirar al suelo, ocultando la chispa en su mirada, manteniendo la sumisión que el collar y su situación le exigen.
El príncipe se detiene en silencio. La quietud es casi abrumadora, y el aire invernal se cuela por entre sus ropas, haciéndole estremecerse. A su lado, el omega respira lentamente, su mirada fija en la distancia, como si sus ojos fueran capaces de ver a través de la densa niebla que se cierne sobre el inicio de los distritos. El silencio entre ellos es pesado, cargado de significado y Taehyung se da cuenta de que está frente a un camino que podría cambiar su vida para siempre, aunque aún no comprende del todo el porqué.
Al cruzar el puente, el viento helado sopla con más fuerza, levantando ráfagas de nieve que envuelven las figuras de los dos, dándoles la apariencia de sombras moviéndose a través de un desierto blanco.
A Taehyung se le detiene el corazón al ser consciente de ello. De que está en el mismo lugar donde su familia murió, donde él fue cuando era un recién nacido, que ese lugar y ese río bajo sus botas le dio a el la libertad de salir ileso de ahí, como si hubiera algo que el pudiera hacer. El Río Cristal le parece extraño y no imagina la profundidad que debe tener para que jamás hayan encontrado el cuerpo de su hermano, ¿seguiría ahí algún rastro? Han pasado más de veinte años, los huesos de su hermano deben ser inexistentes y la ropa debe estar roída por los peces y casi desintegrada. Traga duro al pensarlo.
Del otro lado del río, un antiguo camino empedrado los conduce a los primeros vestigios de civilización. Las piedras, cubiertas de escarcha y musgo, están desiguales y desgastadas por los años. Cada vez que avanzan, las primeras casas comienzan a aparecer, humildes y cubiertas de nieve en sus techos de paja. Sus paredes de madera oscura y adobe se ven erosionadas por el clima y las pequeñas ventanas, cerradas con postigos de madera, apenas dejan entrever la vida que ocurre en su interior.
Los distritos se extienden más adelante, con sus edificios hechos de piedra. Edificios imponentes, aunque sin el lujo que cabría esperar de una corte; las paredes no están decoradas con emblemas familiares y adornos sencillos, pero el paso del tiempo y las inclemencias del clima han dejado huellas profundas en sus fachadas. Los duques y sus familias mantienen sus residencias imponentes, con puertas talladas y escudos de armas colgando de las entradas.
A medida que se acercan a los distritos, la arquitectura cambia. Las casas de los lores y las damas son como Taehyung las recuerda de cuando son las fiestas estacionales y las residencias están cerca de los salones, cuidadosamente construidas en piedra, con arcos en sus puertas y detalles en hierro forjado en las ventanas.
Seokjin observa cada esquina, cada callejón, asegurándose de que nadie los vea. Se detienen detrás de muros bajos y barriles abandonados, Taehyung agachándose junto a él, apenas atreviéndose a respirar. El príncipe mira a Seokjin con una mezcla de reproche y desafío cada vez que se detienen, pero el omega solo responde con una mirada seria, recordándole sin palabras la gravedad de la situación.
Cuando finalmente alcanzan los límites del distrito de Jeju, Taehyung observa en silencio el paisaje desolado frente a él. Ha venido de un mundo de mármoles y candelabros, pero aquí, todo parece más sombrío y real. Los adoquines de las calles, disparejos y cubiertos de nieve, resuenan ligeramente bajo sus pasos. El aire está impregnado de olor a leña quemada y humedad y en el fondo, el sonido lejano de caballos al trote se hace eco en la quietud del invierno.
Cada gesto entre ellos sigue siendo mínimo y controlado; cuando Seokjin ve alguna figura a lo lejos, extiende una mano para detener al alfa. Ambos se congelan, observando en silencio hasta que el peligro pasa. Y así, avanzan, como sombras entre la nieve, cruzando las callejuelas y avanzando hacia el núcleo del distrito.
Con cada paso, Taehyung comprende un poco más la distancia entre su vida en el palacio y la realidad de su reino. Los distritos no son solo un mapa lejano en los libros de la corte; ahora, ve la crudeza de la vida en ellos, sintiendo que, en algún lugar, el invierno también ha congelado las verdades que tanto se esforzaban por ocultarle.
Taehyung sigue a Seokjin en silencio, mientras avanzan entre las sombras y se acercan a las zonas más empobrecidas del distrito. Las huellas de ambos se marcan en la nieve reciente, amortiguando el sonido de sus pasos y silenciando cualquier ruido, como si la naturaleza misma conspirara para ocultarlos.
La capa desgastada que el omega le ha dado apenas sirve para cubrir la figura de Taehyung, pero es suficiente para ocultarlo de las miradas curiosas. O peor aún, la mirada de un guardia de la corona que lo pudiera identificar. Seokjin, más adelante, echa miradas de reojo, manteniendo una expresión neutral, aunque su mirada denota cierta impaciencia.
Con cada paso que se adentran en las calles del distrito, el alfa no puede evitar fijarse en las casas desmoronadas, los tejados colapsados y los muros agrietados que apenas sostienen las fachadas de madera y piedra. El frío se siente más agudo, donde la miseria parece helarse junto a las paredes.
Seokjin se detiene en una esquina, observando el entorno antes de volver la vista hacia el alfa.
—Feliz cumpleaños, alteza ¿sorprendido? —pregunta, sin mirarlo directamente—. Pensabas que este reino era todo banquetes y fiestas, ¿verdad?
Taehyung no dice nada, su mirada fija en una figura encorvada que recoge pedazos de madera húmeda para alimentar una fogata minúscula. Sus ojos se llenan de incertidumbre; nunca antes ha visto algo así. En su vida, las penurias del pueblo son solo palabras de sus tutores o rumores vagos. Nada de esto tenía lugar en sus enseñanzas.
—No lo sabía... —responde, su voz apenas un susurro que el acero en su cuello hace más opaco, como si le recordara que incluso sus palabras están limitadas.
Seokjin suelta un leve bufido y mira hacia una casa en ruinas, donde una madre sostiene a su hijo, arropándolo con las mangas de su abrigo raído. La crudeza de la escena hace que la burla en su tono se vuelva amarga.
—Claro que no sabías —replica, con una sonrisa triste que parece dirigida tanto al alfa como a él mismo—. A los príncipes no les enseñan sobre estas cosas, ¿verdad? Te muestran el trono, la gloria, pero te ocultan el precio que otros tienen que pagar.
Taehyung lo mira, sin saber cómo responder. Hay una tensión entre ambos que no puede entender del todo, una mezcla de resentimiento y algo que parece, en el fondo, una especie de compasión extraña.
—¿Por qué traerme aquí? —pregunta el alfa, buscando una respuesta en la mirada de Seokjin.
Seokjin lo mira, esta vez fijamente, sus ojos oscuros y serios.
—Porque no puedes vivir en la ignorancia para siempre —dice, casi en un susurro—. Alguna vez, tendrás que hacerte cargo de este desastre. Tienes derecho a saber la verdad. Y el poder de hacer algo.
El príncipe aparta la vista, sintiéndose atrapado entre lo que le han enseñado y lo que ahora ve con sus propios ojos. Todo lo que siempre había creído, la imagen de un reino próspero y pacífico, se desmorona ante él.
Seokjin lo observa en silencio, evaluando cada expresión en el rostro de Taehyung. No hay simpatía en su mirada, pero tampoco desprecio, solo una determinación férrea.
—Lo único que puedo decirte es que confíes lo menos posible en lo que te han dicho hasta ahora —continua el omega, su voz bajando un tono, casi como si le hablara a un igual en lugar de a un príncipe—. Hay verdades que te han ocultado, cosas que ni yo comprendo del todo.
Taehyung queda en silencio, procesando cada palabra.
Seokjin, con una mirada de reojo, señala hacia adelante, indicándole que lo siga.
—Ya hemos visto suficiente aquí —dice, sin esperar respuesta—. Vamos.
Los primeros ecos de las campanas resuenan en el aire, rompiendo el silencio con un sonido profundo y pausado, una señal que el alfa reconocía de sus días en el castillo, pero cuya verdadera naturaleza nunca había comprendido. Para él, aquellas campanas siempre fueron parte de una ceremonia religiosa lejana, un tributo a los antiguos dioses o tal vez un llamado a la paz en el reino. Pero en ese instante, al ver la reacción de la gente en los distritos, comienza darse cuenta de que su significado es completamente diferente.
Seokjin se detiene abruptamente, sus ojos oscuros fijos en la torre desde donde el sonido brota y se expande por todas las calles. La expresión en su rostro es una mezcla de alerta y desagrado, como si esas campanas despertaran en él recuerdos sombríos. Vuelve a mirar a Taehyung, con un destello de severidad en su mirada.
—Las campanas... —murmura Taehyung, con un tono que reflejaba su confusión—. ¿Por qué... por qué la gente reacciona así? Siempre pensé que...
Seokjin lo interrumpe con un tono bajo y apremiante.
—Siempre pensaste mal, príncipe. Esas campanas son la advertencia de que nadie debe estar en la calle. El toque de queda —dice, pronunciando las últimas palabras con un énfasis que hace que el menor sienta una punzada de miedo en el estómago—. Si quieres saber cómo vive realmente tu gente, abre los ojos ahora.
A su alrededor, las personas se apresuran a cerrar puertas y ventanas, algunos con miradas fugaces hacia las calles vacías, mientras otros aseguran sus tiendas y toman a sus hijos de la mano para llevarlos a casa rápidamente. Los pasos resuenan en las piedras y la nieve comienza a cubrir el camino vacío tras ellos, como si tratara de borrar cualquier señal de vida humana. El aire se vuelve cada vez más denso, cargado de una tensión que se intensifica con cada tañido de las campanas.
Taehyung se siente atrapado entre el temor de ser descubierto y el impacto de ver el miedo en los rostros de aquellos que alguna vez ha creído eran protegidos por las leyes del reino. Nunca ha visto a la gente moverse con tal urgencia y recelo, cerrando cada puerta, trancando ventanas, asegurándose de que nadie los viera. Es un miedo palpable, un miedo del que él mismo forma parte sin saberlo.
—¿Por qué tienen tanto miedo? —preguntó Taehyung, susurrando con un temblor en su voz, mientras miraba a Seokjin con una mezcla de incredulidad y desesperación.
El omega, sin quitarle la vista de encima, susurró de vuelta.
—Porque saben lo que sucede si los encuentran afuera. Los guardias no dudan en castigar a quienes rompen el toque de queda... aunque sea solo para buscar comida o madera para calentarse.
El príncipe intenta procesar sus palabras, pero antes de poder responder, otro sonido de las campanas retumba en el aire y en ese instante, Seokjin le hace una seña rápida, indicando que avanzaran.
—Muévete, rápido, antes de que lleguen los guardias.
Se apresuran, atravesando las calles que comienzan a desolarse, cada rincón cubierto por una penumbra que hace desaparecer cualquier rastro de vida. Taehyung puede sentir el peso del acero en su cuello, enfriándose contra su piel y recordándole que no es libre, que incluso en medio de su propia gente él está, en realidad, atrapado.
El eco de las campanas se prolonga, resonando como un latido pesado y angustioso en el aire invernal, mientras las calles quedan desiertas, abandonadas a la voluntad de aquellos que ejercen el poder desde las sombras.
De pronto, Seokjin se detiene, presionando un dedo sobre sus labios para indicarle al alfa que guarde silencio. Se ocultan detrás de una carreta y desde ahí, observan cómo un par de guardias patrullan las calles vacías, sus pasos resonando sobre el adoquinado en un ritmo disciplinado e inquebrantable. Taehyung apenas respira, su corazón latiendo con fuerza. Nunca ha estado tan cerca del peligro real.
Cuando los guardias se alejan, el mayor mira de reojo a Taehyung, evaluando su reacción. El alfa se ve aturdido, sus ojos reflejan un pánico creciente que lucha por ocultar. Con voz apenas audible, le pregunta.
—¿Es así... siempre? ¿Cada noche, estas campanas? —Su voz se quiebra ligeramente y un dejo de tristeza asomó en sus palabras.
Seokjin asiente, su expresión se endurecida.
—Cada noche. Y cada noche ellos esconden sus miserias, mientras tú y los tuyos duermen seguros.
Taehyung siente un vacío en el estómago. La realidad lo golpea como un vendaval gélido, y por primera vez, comprende que no sólo ha sido un prisionero del acero en su cuello, sino también de las mentiras de quienes lo rodeaban. La fachada de un reino próspero se desploma frente a sus ojos y él apenas comienza a ver las grietas que lo cruzan de punta a punta.
Ambos vuelven a moverse con cautela, deslizándose entre las sombras, pero en el corazón de Taehyung, las campanas resonaban aún más fuerte, como un llamado que ya no podía ignorar.
Seokjin lo empuja hacia un callejón estrecho, donde las sombras parecen más densas y el aire era más pesado. El omega tiene una expresión inescrutable, fría y calculadora.
—Aquí es donde te empieza a importar, ¿verdad? —murmura Seokjin, con un tono que roza la burla.
Taehyung lo mira, confundido. La arrogancia con la que siempre había llevado el título de heredero ahora le pesa como una carga. En el palacio, había escuchado rumores, palabras susurradas en pasillos lejanos sobre el hambre, sobre los guardias reales y sus abusos. Pero siempre creyó que no era más que eso, habladurías. Ahora, con cada paso que da, el aire se vuelve más sofocante.
El corazón de Taehyung se hunde. No hay forma de escapar de la realidad que Seokjin estaba mostrándole. Y aunque una parte de él quiere aferrarse a la idea de que esto es temporal, de que regresará al palacio y todo será solo una mala experiencia, algo en la mirada del omega le dice que no habrá marcha atrás.
En el siguiente toque de las campanas, una figura encapuchada aparece frente a ellos. Un omega, con una cicatriz cruzándole el rostro, vestigio de los castigos de los guardias reales. El omega apenas levanta la vista, pero en sus ojos hay un destello de reconocimiento al ver a Taehyung, quizá porque sus ropas no son las mismas telas sucias y viejas que usan todos en esos lugares, sino seda tejida a mano y hecha a medida. Sin embargo, no muestra reverencia ni sumisión, solo una profunda indiferencia que calaba en el alma.
Seokjin rompe el silencio con voz firme.
—Este es uno de los que llaman "olvidados". Gente como él es la que ha sufrido bajo tu nombre, heredero.
La indiferencia en los ojos del omega se transforma en un destello de desprecio y Taehyung siente cómo una ola de culpa lo embarga. ¿Ha sido tan ciego?
Por primera vez, el príncipe comprende que las historias que ha escuchado en los pasillos del palacio no eran simples rumores. Eran gritos de dolor, ahogados y silenciados en nombre de la estabilidad de un reino que él había creído suyo.
Taehyung se gira hacia Seokjin, tratando de recuperar algo de su habitual tono de autoridad.
—Llévame a donde pueda ver más.
Seokjin esboza una sonrisa irónica y por un momento parece verdaderamente satisfecho. Asiente y con una ligera inclinación de cabeza indicó al alfa que lo siguiera.
—Entonces prepárate, príncipe. Lo que verás no se borrará tan fácilmente.
Y con ese último eco de advertencia, Seokjin conduce a Taehyung a las profundidades del reino, hacia un lugar donde las cicatrices eran visibles y las heridas, imposibles de ignorar.
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